En un mar de palabras vacuas ... alguna con sentido.

 

Leer y Escribir

No se trata de un mero acto de la conciencia, que ha recibido instrucción respecto de como se estructura el lenguaje y el significado de las palabras para comprender un texto dicho o escrito. No se trata de técnica o de interpretación, aunque todo ello forma parte. No se trata de la correcta dicción o del apego a las formas gramaticales y a las convenciones idiomáticas del “buen decir y escribir”, aunque no sean estas cuestiones que deben desestimarse, siempre y cuando no se pierda el verdadero sentido del asunto. Leer y escribir es el acto por excelencia de “lo humano” en tanto y en cuanto solo posible por la cualidad humana de reconocer en la conciencia propia la existencia de la conciencia de otro y darle sentido a las formas comunes, a las vivencias compartidas y a las formas que vamos definiendo como familia, comunidad, pueblo. Comunicar las experiencias y el conocimiento adquirido en ellas. Transmitir a otros y reconocer en la transmisión de otros, todo aquello que nos hace humanos. Cuanto menos distinguimos, menos decimos, menos escribimos, menos comprendemos lo que nos hace humanos, diferentes de las bestias.

En estos tiempos neoliberales, donde parece que las palabras y los escritos son exponencialmente mayores que en otros tiempos pasados, sin embargo, conservan formas pero son vaciados de contenidos. Cualquier intento por entender lo que se leé y escribir palabras que tengan sentido, no es tan frecuente como tanta palabrería vacía circulando, nos hace creer.

Sobre dos libros sapienciales

El habla del silencio

Guillermo Saccomanno es un escritor y guionista de historieta argentino. Colaborador habitual del diario Página/12 de la ciudad de Buenos Aires. Escribe en Página 12

Los viernes nos encontramos con María Domínguez en el Náutico, el parador de playa. Desde sus ventanas puede verse el mar, el oleaje apaciguándose después de la última sudestada. Esta tarde María me trae un libro prometido, el que escribió con Juan Forn y que Juan no alcanzó a ver. Debo admitirlo, cuando uno está ante un libro escrito por dos trata de discernir qué del texto pertenece a uno o a otro. En este caso no es sencillo, y menos considerando que María es librera y también una lectora nómade en sus gustos, que no cesa de sorprender con sus hallazgos. A veces me pregunto si este don suyo procede de sus estudios de arqueología. Tal vez la respuesta está en una conjugación de las dos prácticas complementarias con un mismo objetivo: salvar cosas del paso del tiempo, que no se pierdan. Otro dato no menor: María es una poeta reservada, cautelosa, que escarba en el lenguaje de la pérdida: “Después de nadar mar adentro/ ibas hasta la rompiente / buscando el impulso que te saque a la orilla. / Entraste en la ola / seguiste la curva/ y saliste del mundo”, escribe. Hay un silencio irreductible en estos versos. Es así: “Un silencio denso / cae sobre las cosas”. Y ese silencio remite al libro que escribieron juntos. Al silencio, justamente, se refiere “Nieblita del Yí”.

Discutimos mucho cada palabra, cada frase”, se acuerda María. Y se ríe de sí misma: “Yo no soy japonesa, / soy geselina”, ha escrito en un poema. Y volviendo al libro, cuenta: “Juan era obsesivo. Y yo terca. Pero nos reíamos mucho. Sonaba oriental Yí, pero era guaraní. Quiere decir río fuerte, duro. Y nombra un río uruguayo que nace cerca del Chato, cerca de la cuchilla grande de Durazno”.

Nieblita del Yí”, fue ilustrado con delicadeza cromática por Teresita Olhaberry. Ella y su compañero, el escritor Pablo Franco, ambos editores del sello La Flor Azul, andaban un domingo curioseando por la feria de Tristán Narvaja en Montevideo. En una librería de usados detectaron la novela “La tierra purpúrea” (1885) de William Henry Hudson en traducción de Idea Vilariño. Es sabido, Hudson, un naturalista argentino extrapolado en Gran Bretaña, fundador de la primera gran biblioteca ornitológica de Sudamérica, mantuvo amistad y correspondencia con Joseph Conrad y Ford Madox Ford. En sus cartas les confiaba el deslumbre por este sur y sus historias. De la seducción que destila “La tierra purpúrea” Borges diría que es una obra primordial del criollismo y uno de los pocos libros felices sobre la tierra.

Entusiasmados con el texto de Hudson, Pablo, Teresita, María y Juan eligieron adaptar uno de sus tramos en versión para “chicos”, y las comillas, en este caso, no son gratuitas: “Nieblita del Yí”, con su encantamiento, funciona como infantil, pero trasciende el género y opera como cuestionamiento a la relación que mantenemos los adultos normalizados con la naturaleza que suele resultar distante.

Al terminar una guerra, un veterano de la guerra entre blancos y colorados de la Banda Oriental, llega a un rancho donde viven una vieja y una nena. La nena está triste: no tiene amigos ni tampoco le han contado nunca un cuento. Relato dentro del relato, el veterano le narra a la nena la historia de Alma, una nena que debía su tristeza a no poder hablar con el paisaje brumoso del río y su fauna. Una mujer de piel negra surge de la niebla del Yí. Si quiere hablar con la naturaleza, le dice, debe clavarse una aguja en la lengua. Contra las reticencias del lector desprevenido, Alma empieza a comunicarse con unos perros, una zorra, un pato. Y hasta puede escuchar la conversación de los árboles.

Que la humanidad está aturdida no es ninguna novedad. El lingüista Noam Chomsky, a sus noventa y pico, no se cansa de criticar el capitalismo. Y si no se le presta atención no se debe sólo al tronar de las bombas y misiles de los dieciséis conflictos bélicos que aterran el planeta, el fragor de los incendios, y los desastres de las políticas extractivas. La alienación y la voracidad consumista explican esta sordera. Y “Nieblita del Yí” parece sugerirnos la exigencia de un silencio respetuoso ante la naturaleza y escuchar qué nos está diciendo.

El otro libro que esta tarde trae María al Náutico es el “Tao Te Ching” de Lao Tse en versión de Ursula Le Guin. La primera vez que Le Guin vio el libro era una nena como la protagonista del cuento de Hudson. Se trataba de una edición de 1898 y contenía grabados y caracteres chinos en la cubierta. Era un objeto venerable y misterioso. Su padre lo leía a menudo y tomaba notas. Más tarde le confió a la hija que le gustaría que algunos pasajes fueran leídos en su funeral.

Es cierto que el Tao ha sido interpretado como un manual para gobernantes, pero esto sería limitar su alcance. Desde hace más de dos mil quinientos años el Tao se las ha ingeniado para transformarse, además de en pilar de la filosofía budista, material de consulta de más de un pensador occidental que encontró aquí claves para orientarse en momentos de crisis extremas, tanto colectivas como personales. Su espíritu atrajo tanto al refinado grupo de Bloomsbury como al marxista Bertolt Brecht, quien escribió el poema “Leyenda sobre el origen del libro Tao Te King, dictado por Lao Tse en el camino de la emigración”.

Escribe Brecht: “A los setenta años, ya acabado/ el maestro sintió un ansia de paz. / Moría la bondad en el país/ y se iba haciendo fuerte la maldad.” La resonancia con el presente no es casual. La injusticia se enseñoreaba en su tierra. “Juntó unas cosas necesarias. / pocas. Pero algo más tenía que llevar. / La pipa que fumaba cada noche. / El libro que leía a todas horas. / Algo de pan blanco”. Lao Tse y su guía caminan cuatro días. Un aduanero los detiene, les pregunta qué traen de valor. “Nada”, le contesta el viejo. El guía le explica al aduanero que el viejo es un maestro, que enseña que “el agua blanda termina por vencer la piedra”. El aduanero les ofrece entonces parar en su casa a cambio de sus enseñanzas volcadas con tinta en papel. Durante siete días, el maestro le dicta al guía las 81 sentencias que componen el libro legendario, tan breve como conciso. La última se refiere a la aparición de lo esencial, y Le Guin la traduce como “Lo verdadero”: “Las palabras verdaderas no son gratas, / las palabras gratas no son verdaderas. / Las buenas personas no son obstinadas, / las personas que son obstinadas no son buenas. / Las personas sabias no son eruditas, / las personas eruditas no son sabias. / Las almas sabias no acumulan, / cuanto más hacen por otros más poseen, / cuanto más dan a otros más ricos se vuelven. / El camino del cielo beneficia sin destruir. / Actuar sin competir / es el camino de los sabios”.

María se vuelve a la librería. Y yo me vuelvo a la cabaña con los libros. Lo único que sé es que acá en el bosque, donde escribo estas reflexiones, si a esta hora del anochecer uno guarda silencio, además del susurro de la brisa pueden escucharse unos pájaros tenues que le dan la bienvenida a la oscuridad y se despiden hasta mañana.

La estética dialéctica de Karel Kosik

Gerardo Mario Goloboff es un escritor y docente universitario argentino. Realizó en la primaria en la Escuela nº 8, “Avenida Maya” y la secundaria en Colegio Nacional, ambos, establecimientos de su pueblo natal donde vivió hasta los 16 años, momento en el cual se mudó a la ciudad de La Plata para cursar los estudios de Abogacía en la Facultad de Derecho de la UNLP, casa de estudios de la cual se gradúa en 1963 e inmediatamente comienza a estudiar Letras, lo cual era verdaderamente su vocación. En 1977 se recibe de Doctor en 3er. Ciclo de Letras. Universidad de Toulouse II-Le Mirail. Toulouse (Francia) El mismo año se recibe de Doctor de Estado en Letras. La Sorbona, París (Francia)

Hoy en la contratapa de Página 12

Muertos Joseph Stalin y el stalinismo (entre las dos caídas media cierto tiempo), en los países socialistas del este europeo comenzaron a florecer trabajos de pensadores que estaban ocultos o silenciados antes. En Polonia, los de Adam Schaff y Leszek Kolakowski; en Alemania Oriental el grupo de Ernst Bloch y sus discípulos; mientras en Hungría el peso de Georg Lukács, Jozsef Revai, Béla Fogarasi reclinaron la balanza hacia artistas, poetas, narradores, gentes de teatro.

Karel Kosik es un filósofo checo cuyos trabajos se difunden con mayor repercusión en las décadas del 60 y 70, y se apoyan en los inéditos en vida de Carlos Marx, los Manuscritos de 1844 y sobre todo los célebres Grundrisse (Grundrisse der Kritik der politischen Oekonomie) (1859) y los trabajos preparatorios de El Capital, de 1862-63. En tal sentido, preconiza Kosik la continuidad esencial de preocupaciones filosóficas de los Manuscritos respecto de temas como la alienación, el hombre total, la dialéctica sujeto-objeto, la relación entre necesidad y libertad. Sin esa elaboración filosófica, sostiene Kosik, El Capital sería incomprensible.

Nacido en Praga en 1926 y fallecido en la misma ciudad en 2003, como militante del Partido Comunista de Checoslovaquia participó activamente en la lucha clandestina contra el nazismo. Después de liberado su país, realizó estudios filosóficos en Moscú y Leningrado, y estudió Filosofía y Sociología en la Universidad Carolina de Praga. Desde 1953 trabajó en el Instituto Filosófico de la Academia de Ciencias checa. En 1956 se dio a conocer con un artículo crítico sobre Hegel, en una discusión sobre la filosofía marxista y suscitó, a su vez, agudas objeciones. En 1958 publicó un volumen de carácter histórico: La democracia radical checa. Más tarde participó en el Coloquio Internacional de Royaumont sobre la dialéctica, con una intervención que hoy constituye el primer capítulo de su libro más conocido, Dialéctica de lo concreto, y que fue publicada originariamente en la revista italiana Aut, en 1961. En 1963 asistió al XIII Congreso Internacional de Filosofía, celebrado en México, donde presentó una importante comunicación: “¿Wer ist der Mensch?” (“¿Quién es el ser humano?”), provocando un enorme interés y acalorados comentarios no sólo entre los filósofos checos, sino en los medios intelectuales más diversos. Posteriormente, en 1964, participa en un coloquio del Instituto Gramsci, de Roma, sobre Moral y Sociedad (junto a Jean Paul Sartre, Roger Garaudy, Galvano Della Volpe, Cesare Luporini), donde da a conocer una brillante ponencia titulada “Dialéctica de la moral y moral de la dialéctica”, y pronuncia una conferencia sobre “La razón y la historia” en la Universidad de Milán.

Kosik participó activamente en la Primavera de Praga; de allí en adelante, perdió sus cargos como docente y no apareció más públicamente hasta 1989, aunque siguió escribiendo en privado. El 25 de abril de 1975 había sido allanada su casa y la policía política incautado manuscritos inéditos suyos, entre los cuales estaban las obras De la práctica y De la verdad. No fue sino hacia 1990 que volvió a la universidad, donde dictó conferencias hasta 1992. Cuando su visita a México, joven todavía, destacó Adolfo Sánchez Vázquez: “Estábamos, efectivamente, ante una de las obras más ricas en pensamiento, más sugerentes y atractivas que conocíamos en la literatura marxista”.

Ya en trabajos no exactamente dedicados al arte sino en el Encuentro en el Instituto Gramsci, inicia su intervención diciendo: “Bien conocido es, por ejemplo, que la teoría de Plejánov sobre el arte nunca alcanzó el análisis propiamente dicho del arte ni la determinación de la esencia de una obra de arte, sino que se agotó en una descripción prolija de sus condiciones sociales /.../ En realidad, nunca superó el estadio preparatorio, y ello, no por haber carecido de tiempo, sino por el hecho de que su punto de partida filosófico no le permitía penetrar en los problemas mismos del arte. Sus fatigosas investigaciones de las condiciones sociales y de un equivalente económico señalaban, no un comienzo que permitiese ir más lejos y más hondo, sino una limitación interior que el estudio nunca podía superar”.

 

Kosik penetra, siempre con mirada crítica, en cuestiones capitales del marxismo y, en primer lugar, en la cuestión del verdadero papel de la economía. Contribuye a poner las cosas en claro partiendo de la distinción marxista esencial entre estructura económica y factor económico, distinción que corresponde a la que otros subrayan entre papel determinante y papel principal de lo económico. Él aclara que la estructura económica, y no un supuesto “factor económico” (“concepto sociológico vulgar, extraño al marxismo”), constituye la clave de la concepción materialista de la historia. La distinción citada le sirve, a su vez, tanto para rechazar todo reduccionismo (del arte, por ejemplo) a lo económico, como para fundamentar el primado de la economía.

En su libro Dialéctica de lo concreto, Kosik se ocupa en dos ocasiones del arte. Una vez, lo hace al rechazar la reducción, de origen plejanoviano, del arte a las condiciones sociales (búsqueda de su “equivalente social”), y otra, al abordar, en un terreno distinto del gnoseológico en el que lo abordó Lenin, la dialéctica de lo absoluto y lo relativo. Ante una concepción historicista de las relaciones entre obra de arte y situación dada, enfrenta la conocida cuestión de cómo y por qué sobrevive aquélla a su época. En esta vital cuestión, que Marx planteó dejando en suspenso la solución, Kosik nos ofrece respuestas esclarecedoras. También al examinar el problema de las relaciones entre lo genéricamente humano y la realidad humana históricamente dada.

Específicamente, del trabajo artístico sostiene el carácter dialéctico de la praxis artística: "En la sociedad capitalista moderna el elemento subjetivo de la realidad social ha sido separado del objetivo, y los dos se alzan el uno contra el otro, como dos sustancias independientes: cual subjetividad vacía de un lado y como objetividad cosificada de otro. Aquí tienen su origen estas mistificaciones: por una parte el automatismo de la situación dada; por otro la psicologización y la pasividad del sujeto. Pero la realidad social es infinitamente más rica y concreta que la situación dada y las circunstancias históricas, porque incluye la praxis humana objetiva, la cual crea tanto la situación como las circunstancias". /.../ “Un templo griego, una catedral medieval, o un palacio renacentista, expresan la realidad, pero a la vez crean esa realidad. Pero no crean solamente la realidad antigua, medieval o renacentista; no sólo son elementos constructivos de la reali­dad correspondiente, sino que crean como perfectas obras artísticas una realidad que so­brevive al mundo histórico de la Antigüedad, del Medioevo y del Renacimiento. En esa supervivencia se revela el carácter específico de su realidad”.

Las derivas de la política mirada desde arriba

El historiador Juan Manuel Nuñez nos envía este texto sobre el libro Diario de una temporada en el quinto piso, de Juan Carlos Torre. Un texto que es mucho más que una reseña; quizá, y como escribe el autor, el libro de Torre sea el espejo del gobierno alfonsinista que semeja, por momentos, algo de las situaciones, perplejidades y horizontes inciertos del proyecto frentetodista. En “La Tecla Ñ”

Sociólogo experimentado, intelectual prestigioso y de renombre, autor de libros sin los cuales sería aún más ininteligible el fenómeno peronista, Juan Carlos Torres publicó hace algunos meses un libro que generó una amplia repercusión pública. Y no es para menos.

Es sabido que toda época construye las condiciones de lectura, de recepción y de escucha de cualquier texto. La torva historia no se repite, es cierto, pero hay contextos que se emparejan con otros: deudas públicas impagables y negociaciones no del todo felices, índices cada vez más apremiantes de pobreza y de marginalidad, un gobierno que va perdiendo las bases de apoyaturas sociales y la energía reparadora originaria para chapotear resignado en la gestión de la crisis, ofensivas neoconservadoras y reaccionarias desbocadas. El espejo alfonsinista semeja, por momentos, algo de las situaciones, perplejidades, in-decisiones y horizontes inciertos del proyecto frentetodista.

A fines de 1983, con el triunfo electoral de Alfonsín, nuestro autor es convocado –en calidad de especialista en ciencias sociales- para integrarse al equipo que se va a hacer cargo de la Secretaría de Planeamiento. Con Juan Sourrouille a la cabeza, la Secretaría, en lo formal, intenta ensayar estrategias de desarrollo económico de largo plazo para el alfonsinismo, en lo real oficia de gabinete  de relevo a la primera gestión económica liderada por Bernardo Grinspun. La condición de militante histórico partidario de este útlimo, y, por el contrario, la trayectoria  de extrapartidarios de todo el equipo de la Secretaría, signan los resquemores y tensiones que atraviesa toda la relación.

El relato que trama Juan Carlos Torres no es otra cosa que una crónica de su paso por la gestión alfonsinista de la mano del equipo liderado por Sourrouille: cuenta el paso de la Secretaría de Planeamiento al Ministerio de economía allá por febrero del 1985, y del Plan Austral a la descomposición del proyecto alfonsinista cuando el Plan Primavera y la ulterior hIper.

Las cartas enviadas a su hermana -que vive en Mérida (Venezuela)-, a Silvia SIgal (que se encuentra en París), a sus padres- y las grabaciones que iba realizando en los tiempos libres de la gestión, hacen de soporte de una narrativa en primera persona que va registrando los dilemas y pujas que ocurrían en el día a día del gobierno alfonsinista.

La negativa del primer protagonista y figura central de esta crónica –Sourrouille- y las dudas del propio autor, conspiraron contra la publicación del diario. Las grabaciones y cartas sufrieron la crítica roedora del paso del tiempo; fue la reclusión pandémica la que brindó el espacio de reflexión para darle forma, así como la aceptación resignada de su realización por el creador del Plan Austral, un tiempo antes de su muerte. En las intenciones del autor se trata  de “dejar un testimonio para que llegara a todos los que fueron tocados por el mensaje de renovación democrática y decencia pública de Alfonsín” (Torre, 2021: 504).

Desde distintos registros, énfasis y recortes las ciencias sociales ya han visitado con profusión  el análisis del gobierno alfonsinista. Para Eduardo Basualdo, con el Plan Austral comienza el “transformismo argentino”, es decir, la cooptación ideológica y política de la agenda de los diagnósticos, herramientas y horizontes de los partidos mayoritarios por parte de las fracciones del gran capital nacional e internacional, dejando a los sectores populares decapitados ideológica y políticamente, sin capacidad de reacción alguna-(Basualdo, 2010: 236). Por su parte, Aboy Carles, analiza las tensiones y cambios en la identidad alfonsinista en los primeros años de gestión –cuando son abandonadas las hipótesis movimientistas, democratizadoras y populares en aras de la adopción de una mirada más ligada a las tradiciones “republicanas y liberales (Aboy Carlés, 2010: 76). Para Gargarella, Alfonsín, que cómo buen liberal temió sobre todo a la inestabilidad política y al posible golpe de Estado, se inclinó –luego del primer año de gestión- por alternativas cada vez más conservadoras que lo conducirían  al retroceso de las principales iniciativas de su proyecto y luego a ser fagocitado por sus enemigos (Gargarella, 2010: 35). Pucciarelli, en quizás la mejor compilación que existe sobre este período, estudia la ausencia de recursos políticos alternativos en el elenco gobernante y las ataduras a una lógica administradora de lo posible que encuadraron la acción del gobierno en “los límites que les imponía el tipo de correlación de fuerzas existentes” (Pucciarelli, 2006: 10).  Mariana Heredia, por último, analiza el modo en que el nuevo equipo económico de Sourrouille se va transformando progresivamente en las correas de transmisión gubernamental de las demandas neoliberales; interiorizando su agenda a programas de reformas de mercado (Heredia, 2015: 125).

En todos estos trabajos se ubica al año 85’ y al Plan Austral como un corte en la gestión alfonsinista: de las esperanzas a la gestión de la crisis y del modelo distributivo a los planes antiinflacionarios más o menos recesivos. El diario de gestión de Torre nos mete de lleno en el laboratorio desde el que Sourrouille y su equipo fraguaban ese traspaso hacia el, así llamado, realismo gestionario; la crónica va construyendo las esperanzas y los pesares, las broncas, zancadillas y alianzas del día a día de la gestión en un gobierno con una cabeza visible –Alfonsín- pero con una red de apoyaturas heterogéneas.

En el relato, la marca de la primera persona, la voz de Torre que emerge como brindando el ritmo de las vivencias, análisis y perplejidades, por momentos se transforma en un nosotros, una composición coral de voces que piensan y actúan más o menos al unísono (Canitrot, Machinea, Sourrouille, el propio autor), un equipo de gestión unificado, que va llevando a las mismas conclusiones, que actúa bajo las mismas premisas, que defiende posiciones espalda contra espalda; por momentos los entuertos son con el gabinete de Grinspun, por otros con el partido radical –no del todo convencido ni de la fidelidad ni de las reorientaciones de los advenedizos-, luego, contra las demandas excesivas de los sindicatos, por último, con los cuadros del FMI que piden, a medida que la crisis de las finanzas públicas se ahondan, medidas cada vez más draconianas –que, sabemos, no harán más que profundizar el derrumbe del proyecto alfonsinista-.

Sobresale, en este fresco de época, la evolución –o involución, tanto da- del caudillo de Chascomús durante los primeros años de su gestión presidencial. Grandilocuente, fiel a su programa reparador y distribuidor, elucubrando la posibilidad de dar formas al “Tercer Movimiento Histórico”, en los comienzos; anegado por el peso de las dificultades, dudas, ataduras propias e imposibilidades, cuando la inflación y la presión de los acreedores externos -y su representación política, el FMI-, vayan frenando al primer impulso transformador.

Y es que el proyecto del primer alfonsinismo intentó construir, en palabras de Alfonsín, una alianza entre la democracia y la producción: reeditar la vieja argentina mercadointernista e industrial, prender la economía que venía parada por los efectos desastrosos de los planes regresivos y extranjerizantes dictatoriales, enfatizando el rol estratégico y garante del estado. Los actores de esa alianza reactualizada serían los asalariados y la burguesía industrial, transfiguradas sus organizaciones e identidades bajo la buena nueva de la democracia, el pluralismo y la reinstauración de la ley constitucional.

 


Las medidas de Grinspun en ese primer impulso tuvieron un claro encuadre keynesiano: expansión del gasto público, incentivos sobre la demanda interna vía aumentos proyectados del 6 o 7 % del salario real para el primer año, constitución de alianzas con la burguesía nacional (invitada a participar con subsidios y créditos del crecimiento económico), etc. Para encauzar los problemas en el frente externo y el acuciante tema de la deuda externa, la solución consistía en una estrategia agresiva con los acreedores: los excedentes que generaba la economía argentina debían estimular el crecimiento estratégico industrial, no girar hacia los acreedores de la gravosa deuda externa. Su pago no podía efectuarse a costas del atraso y empobrecimiento nacional. La resolución política del tema de la deuda implicaba negociar su achicamiento en los intereses y capital, y un estiramiento de los plazos de pago.

Rápidamente, hacia la primera parte del 84’, las realidades circundantes marcaron las dificultades de esa hipótesis: la inflación en continuo aumento, la imposibilidad de mantener una estrategia confrontativa con los acreedores externos ante los riesgos de caer en default y ahondar la bancarrota económica, llevaron al gabinete de Grinspun a la primera enmienda: entre agosto y septiembre de ese año se va enhebrando el primer acuerdo con el FMI. Se pacta un ajuste en el gasto pero sin una devaluación brusca. Las políticas que se empiezan a implementar son contractivas –aumento de tarifas, suba de tasas de interés- e intentan contener, en lo esencial, la expansión inflacionaria. Junto con la implementación de las medidas sugeridas por  el FMI se comenzaron a exacerbar las rispideces entre el gabinete económico -que empieza a crujir- y los cuadros no partidarios de la Secretaría de Planificación. Torre nos cuenta, por una infidencia de Caputo, cómo los define Grinspun: Sourrouille y su equipo son “tecnócratas vendidos a la patria financiera” (Torre, 2021: 164)

Pero más allá del brulote, que expresa el clima de disputa y de guerra interna que se vive entre las distintas facciones del gabinete en los momentos en que el gobierno realiza su primer zig zag, el entuerto para Torre no es personal o meramente ideológico; es en la cabeza gubernamental donde hay que alterar los diagnósticos y horizontes porque : “el problema es, en el fondo, un presidente que no quiere creer en unas restricciones allí donde las hay y aspira a vivir del voluntarismo allí donde se necesita paciencia, trabajo y realismo” (Torre, 2021: 157). En ese sentido, “la Secretaría de Planificación le dice al gobierno dónde están las restricciones, le señala las dificultades que tiene por delante. (….) cuáles son los objetivos, es decir, en nombre de qué la Argentina va a pagar su deuda y hacer los ajustes que impone la emergencia” (Torre, 2021: 158).

Así, al ir leyendo el libro, y a medida que avanzamos en el registro de las desgravaciones, intervenciones y cartas, entramos al clima de un gobierno que a cada paso profundiza la distancia entre su prístina estrategia reparadora y la gestión cada vez más condicionada de y por la crisis. En este sentido, el libro de Torre no nos viene a traer un nuevo corpus documental o nuevas fuentes de  información que vengan a complementar o innovar los estudios sobre el primer gobierno de la transición democrática. Más bien viene a confirmar el corpus analítico más o menos establecido para analizarlo.

Lo que resalta sí en el texto de Torre es el peso de los imaginarios sociales, de las construcciones simbólicas de la realidad en la toma de decisiones políticas, en las configuraciones de lo sensible que delimitan el orden de lo visible y de lo posible en el accionar gubernamental. Es notable cómo esa  voz periódica que va anotando los límites, restricciones y pesares del día a día gubernamental, se encuentra atrapada en una racionalidad finalista que encuentra, como única vía de escape, la ligazón cada vez más imbricada con las recetas neoconservadoras de los conglomerados locales y extranjeros o las representaciones políticas de los acreedores.

El 7 de diciembre de 1984 Torre cartea a su hermana: “el Fondo Monetario Internacional ha oficiado de gran pedagogo y sacado al gobierno de sus fantasías. Como era previsible, un gobierno que no lograba encontrar por su cuenta la racionalidad es conducido a ella pero de la mano de un libreto ortodoxo, que está al servicio de los bancos acreedores de la deuda externa. (…) Se impone flexibilizar el libreto ortodoxo; pero por lo menos existe una conciencia nueva de la crisis, que hace poco estaba ausente (…) Esa conciencia nueva de la crisis está en la política económica del gobierno; no lo está, en cambio, en su discurso”. (Torre, 2021: 169).

Si el FMI oficia de gran pedagogo y organizador de los sentidos de las medidas gubernamentales, va a ser el equipo de Sourrouille el que eduque in situ a la cabeza presidencial en la imposibilidad de pensar o hacer otra cosa: el imaginario, las sensibilidades que despliega la crónica de Torre es el de transfigurar las limitaciones y condiciones de la gestión alfonsinista en un destino: la de enmarcar la gestión en torniquetes cada vez más y más conservadores. Por supuesto, la autoimagen que construye es la de ocupar un lugar intermedio, una autopercepción de equilibrista entre los fundamentalistas neoliberales y los fundamentalistas populistas; el justo medio de un proyecto que, aupado en las renovaciones de las centroizquierdas europeas contemporáneas, pueda priorizar la racionalidad económica a un horizonte lejanamente progresista: “Nosotros, que pretendemos movernos en una tercera vía, estamos fuera de encuadre y nos satisfacemos a nadie. Solo nos soportan” (Torre, 2021: 409). Pero en lo real de los diagnósticos y de las medidas implementadas, más que los detentadores de una fantasmática tercera vía, comenzaron a instrumentar, de manera más o menos creativa, con distintos dispositivos y énfasis, las orientaciones centrales del neoliberalismo: incentivar la apertura económica al, así llamado, mundo; “modernizar” las regulaciones laborales; ligar la inflación al déficit público y a la emisión, y la emisión al gasto social; implementar un plan de privatizaciones de las empresas públicas; dar señales de confianza a los acreedores externos y a los conglomerados económicos nacionales, etc.

Durante abril del 85’ comienzan los Juicios a las Juntas; al mismo tiempo, la inflación, más allá del cambio del gabinete, parecía imparable. Con la democracia amenazada por la posible revancha militar y la estampida en los precios, el alfonsinismo convoca a un acto en la Plaza de Mayo el 26 de abril para reafirmar sus apoyaturas sociales: movilizan las distintas facciones de la UCR, los organismos de derechos humanos, las izquierdas, el fragmentado PJ, etc. En su discurso, Alfonsín hace, de lo que podría haber sido una reafirmación de las promesas y compromisos de campaña, de un camino a Damasco bajo la promesa de la reparación, un valle de lágrimas, una gramática de las imposibilidades democráticas: la economía argentina, dice, está quebrada, el estado se encuentra sobredimensionado –y la emisión descontrolada es la principal causante de la inflación-, la democracia no podrá redistribuir nada –cuanto mucho podrá hacer que los esfuerzos sean equitativos.

Es, si se quiere, la presentación pública de los diagnósticos y horizontes que van a cristalizarse, en el plano de la gestión, con el Plan Austral.

Para Torre, la intervención de Alfonsín por fin empalma las necesidades reales de la gestión gubernamental con el discurso, pudiendo reorientar los sentidos en torno de las limitaciones del presente: “el hombre que salió al balcón de la Casa Rosada expuso ante la multitud la áspera convicción que había madurado en sus conversaciones con el equipo económico” (Torre: 2021: 221). Y en la reformulación política del discurso presidencial descubre la labor didáctica de la gestión económica, cabecera de playa, intelectual colectivo del zig-zag: “En el discurso del presidente se pudo ver algo que había estado haciendo Juan Sourrouille: había estado  hablándole al presidente y los frutos de esa conversación aparecieron a la vista el 26 de Abril” (Torre, 2021: 222).

El libro va construyendo los avances y retrocesos, las luces y sombras de una gestión económica que tiene como objetivo dotar de racionalidad a un gobierno asediado por demandas heterogéneas –de los acreedores externos, de los sectores populares, de la UCR, de los grandes conglomerados nacionales- y que debe re-estructurar una economía protegida y estancada. Se trata de dotar al gobierno de “una visión social-demócrata moderna” (Torre, 2021: 332) ante un partido y un gobierno que, supuestamente, estaba anegado por una agenda vieja.

Pero, bien mirado el asunto, lo que demuestra el libro es que, más que modernizadores, el núcleo que rodeó a Sourrouille fue el eje articulador de la gramática que imposibilitó al alfonsinismo a construir un camino alternativo del que los creadores del Plan Austral habían elucubrado como destino; habrán ejercido como guardianes del peso condicionante de las relaciones de fuerzas –siempre- adversas, como pedagogos del linde de lo posible.

El peso de los marcos imaginarios delimitaron las decisiones del equipo económico: se trataba, luego de los fuegos fatuos del comienzo, de poder articular la estabilidad de un régimen democrático con la reformulación de un régimen de acumulación. Para encarar esta tarea había que bajar las expectativas sociales, transfigurar las referencias tradicionales, cambiar los signos de las alteridades pretéritas, pero también reformular las alianzas sociales tradicionales del radicalismo. A mediados de 1985 Alfonsín realiza un discurso en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, a pocos días de la presentación en sociedad del Plan Austral: dice que en el pasado reciente muchos empresarios orientaron su comportamiento hacia la especulación en lugar de la inversión productiva, habla de acaparamiento y egoísmo. J. C Torre cuenta que– en un encuentro posterior en Olivos con el presidente- le hizo notar que “no me parecía oportuno lo que había dicho debido a la necesidad que tenemos en la coyuntura actual de contar con la cooperación de parte del mundo de las empresas” (Torre, 2021 238).

Y en este viraje, Torre es por entero consciente que ellos ocupan un lugar de avanzada. Una sensibilidad transformadora y alternativa a los valores tradicionales de la UCR que, como en Gramsci, cuando lo nuevo  no nace y lo viejo aún no muere, crea raras metamorfosis. En una carta a Silvia Sigal el 12 de diciembre del 84’ Torre le plantea que el gran mérito de Alfonsín fue “haber captado las fuentes de innovación existentes en la Argentina de hoy y canalizarlas al proceso de transición a la democracia. Al canciller Caputo y su gente puede sumar el equipo de Sourrouille y agregar a Carlos Nino y los jóvenes abogados que lo rodean. La cuestión que está abierta es cuánto de esos aportes de innovación echarán raíces y encontrarán abrigo en el viejo árbol del radicalismo”. Caputo, Sourrouile, Nino: académicos e intelectuales modélicos que –como Torre- se integran, siendo extrapartidarios, al llamado alfonsinista. El ditirambo y el autobombo visibiliza un nosotros, al mismo tiempo que excluye: Alfonsín debe soportar las demandas y reticencias de un partido “lleno de viejos reflejos vetustos” (Torre, 2021: 176).

Una muestra de esas dificultades se expresa cuando, a comienzos de 1986, algunos cuadros del radicalismo parlamentario –Stubrin, Jesús Rodríguez y Jaroslavsky- visitan al equipo económico para analizar los modos de reorientar el discurso público del partido ante las dificultades económicas de la población: caída del salario, recesión y el anuncio de futuras privatizaciones. La pregunta que realizan los referentes del radicalismo es ¿cómo defender el proyecto político alfonsinistas ante estas aciagas circunstancias? Torre reflexiona luego de la reunión: “El partido radical está avanzando en una línea pragmática, racional. Sin embargo, carece de libreto que le permita justificar este cambio de rumbo; en consecuencia, avanza aunque lo hace bajo la mirada siempre vigilante de aquellos con quienes compartió por muchos años luchas políticas en nombre de propuestas de muy diferente espíritu, esto es, más próximas a una cultura económica favorable a un fuerte rol del Estado y recelosa de la empresa privada” (Torre, 2021: 294).

A partir del 1° de julio del 87’ Torre decide dejar de grabar y comienza a tomar el registro de la gestión con lapicera y papel: “Grabar, esto es, escucharme hablar en voz alta, se ha vuelto psicológicamente cada vez más difícil. La desazón que me produce nuestra experiencia en el Quinto Piso se refleja en el tono lúgubre de mi voz, que me resulta insoportable”. (Torre, 2021: 397). Y es que una creciente sensación de abatimiento y derrumbe atraviesa el registro a medida que el proyecto alfonsinista se va descomponiendo. Sobre todo luego de la derrota electoral de Septiembre del 87’ la crónica se vuelve cada vez más descriptiva y sombría, y menos analítica y proyectiva.

Ya para el 88’ el registro refleja un gobierno, náufrago de sí mismo, en plena desbandada: se trata de una “parálisis de la gestión, por los vetos cruzados”, un gobierno asediado por la inflación y las pujas corporativas que “comprometen la orientación general” (Torre, 2021: 447). La estrategia para ese entonces consiste en poder llegar a la orilla de la entrega de la banda presidencial al próximo candidato electo. Torre renuncia, hacia fines de ese año, hastiado por las circunstancias, a su cargo en el Quinto piso. Unos meses más adelante, en plena campaña electoral, va a ser Angeloz, candidato a presidente por el radicalismo quien, ante la estampida de la hiper, pida la cabeza del segundo Ministro de Economía de Alfonsín. La eyección del equipo de Sourrouille, sin pena y sin gloria, concluye el relato de Torre. Cabe preguntarse, cuando cerramos el libro, hasta qué punto este relato que intenta oficiar de homenaje a una gestión económica y a su protagonista central (Sourrouille), a un gobierno y a líder (Alfonsín) y a una generación de académicos integrados a ese proyecto, representa verdaderamente una reivindicación laudatoria.

Un escritor florentino dijo una vez –pero para siempre- que hay dos tipos de príncipes: los hay impetuosos y los hay parsimoniosos. Difícil decidir qué hacer ante el flujo incesante y casquivano del mundo amplio y diverso: el virtuosismo político consiste en acomodar el propio accionar a la condición fluctuante de las circunstancias y, ante bretes indecidibles, más vale siempre el ímpetu del transformador que la quietud reactiva de la conservación.  En su exilio interno, nuestro escritor también entrevió las virtudes que debieran tener quienes brinden sus consejos al príncipe: a solas, tendrían que decirle la verdad de las circunstancias, por feroces que fueran. Pero difícilmente hubiese apoyado la posición del consejero que, en toda circunstancia difícil y cuando las papas quemaran, advirtiera al príncipe sobre el porvenir oscuro desencadenado por su accionar intrépido. Por el contrario, el consejero virtuoso habrá de impulsar a que el príncipe formatee con voluntad lo existente, discipline la arisca fortuna, lo conmine a batirse ante el fuego de lo imprevisto. Imagino que Maquiavelo elucubraba que ese hipotético consejero debía ser portador de ciertos rasgos: imaginación, audacia, arrojo, energía.

Porque, bien mirado el asunto, la política, y el toscano de esto sabía, más que administración consensuada de la crisis o la gestión de las coacciones existentes regidas por reglas pactadas, es la configuración de campos de fuerzas antagónicos, la posibilidad de convocar voluntades colectivas que, al mismo tiempo que reconfiguren al mundo, puedan renombrarlo, reordenarlo.

Muy distinto es lo que nos viene a mostrar el relato de Torre: una gestión económica y un proyecto anegado por sus propias imposibilidades, una racionalidad finalista -de lo único posible- que sólo reparte barajas perdidosas, un discurso que anuncia los pesares de las condicionantes condiciones; una sensibilidad cada vez más lejanamente progresista pero que maridará con el porvenir oscuro de ciertos alfonsinismos: decente y elitista, laico y recoleto, liberal y conservador.

Hoja llenas y palabras vacuas.

En los lenguajes, solemos hablar en primera persona pero desde un lugar diferente según se trate de centrar “lo propio” “lo otro” y las condiciones generales dónde esa relación se dá. Es raro encontrar en los lenguajes referencias a esa trilogía “yo”/”otro”/”contextualidad” y por ende allí se dá la dificultad para el pensamiento complejo y lo instalado y automático que resulta pensar las relaciones humanas no como relaciones sino como descripciones de una realidad que, desde “lo propio” o identificando aquello “otro” que molesta o alienta lo “propio” explica lo común de las relaciones, sin advertir o concebir que no se trata de dos sino de tres elementos en la relación. 


Un pensamiento 3D o multidimensional advierte (Sin tener en cuenta cuestiones de la psicología o el psicoanalisis y de como configuramos a los “otros” y la “realidad” como aspectos que tienen mas que ver con lo propio en el inconsciente que con lo que realmente sucede fuera con los otros) que se trata de un ida y vuelta de percepciones y razonamientos sobre como se percibe.

Los escritores, Y perdón por incluirme irrespetuosamente entre quienes saben escribir y desarrollan su don con extrarodinaria belleza y perfección, haciendo de ello uno de los mas nobles quehaceres de la humanidad en tanto, dejar registro, participar en la memoria, contribuir a la historia de lo humano, tenemos en estos sentidos una ventaja que deviene de pensar las relaciones como un cuarto elemento despegado de todo aquello que se describe o como el tercero sujeto a normas estéticas y de forma que deben transmitir a un cuarto lo que sucede fuera de uno y con uno o como ese fuera impacta en uno.

La complejidad aparece naturalmente con la mera descripción de la escena que intentamos plasmar en palabras reunidas en un texto y que permite a esa escena pasar a la historia, al momento real o imaginado perpetuado en el texto, para otros tiempos y otras escenas que serán escritas por otros.

Hoy, es mas difícil para el escritor, instalado lo común del pensamiento lineal, fragmentado, polarizado, pensado de maneras de binomios excluyentes, grietas, guerras, donde se habla de inclusión en términos de poder (Hacer al diferente como “yo” o como establece la “normalidad neoliberal”)y no aceptando al “otro” en su diferencia que sería aceptar su propia historia y entender entonces la complejidad de la escena que es mas que “yo” y ese que “me impacta” y al cual coloco en algún lugar de “otro” para comprenderme a “mi mismo”, en la diferencia e intentar justificarla.

El problema mas difícil para escribir hoy, es que las palabras han perdido mucho de su significado original y propician mas desentendimiento que comprensión, imposición de relatos que propuestas para pensar, afirmaciones totalizantes que cuestionamientos que nos lleven a buscar conceptos y relatos comunes donde se pueda expresar las miradas comunes y ordenar lo común dónde lo individual es parte fundante, pero parte y no se expresa como principio y fin de toda interpretación de la realidad.

Las palabras vacúas y sin sentido se agolpan en diarios y libros, en programas de tv y videos que se viralizan por youtube, en slogans o títulos que adquieren masividad en Twiter o de fotos que recorren la geografía del planeta en segundos, en Instagram o facebook.

Los libros entraron en la vorágine digital y tienen sus versiones on-line, o la inmediatez que impide la reflexión profunda, se traslada a esos signos en papel que terminan desdibujando palabras y sentidos y haciendo de las relaciones reales o ficticias que describen, un mero paso fugaz por una escena que ha perdido la capacidad de sostenerse en el tiempo y de ser vehículo de comunicación en tiempo presente y mucho mas aún, como registro y memoria de la historia. (Salvo que entendamos que es esto mismo un registro de época. Un legado de este tiempo y esta historia).

Hoy el escritor a corrido el eje del objeto y del objetivo de su escritura, para trasladarlo a un otro que sabe que va a leernos, solo y solo sí, ese texto dice algo “para mi”, que es como el “otro” va a leernos, perdiendo de vista ya no solo la complejidad de la que hablamos antes, sino a ese “otro” que es quién escribe y al contexto e intención con la cúal lo hace. Es por esto que nadie cuestiona la idea instalada, como entendida y sabida, de los “libros de autoayuda” ¿Como me ayudo con un libro que no he escrito yo mismo si apela a mi “yo mismo” como protagonista de la solución que busco?

Esto solo se explica porque leo como si “yo mismo” escribí. Es la paradoja neoliberal de estos tiempos. Palabras vacías en tanto sin otro es un monologo en una cámara de eco. Donde de tanto rebotar la propia palabra termina creyéndose propia, aunque la hayamos leído de otros, escuchado de otros, aprendido o recibido como palabra de “amo” que nos impide la comunicación y el diálogo.

A tiempos donde el imperativo era “ganar el derecho” a decir y escribir con voz propia, confirmando aquello de que en los extremos las diferencias se igualan, la censura y el relato de poder que impedía otros relatos, hoy ha sido reemplazada por el relato del “mi mismo” carente de todo “otro” capaz de escuchar eso que ahora puedo decir, pero que igualmente nadie escucha o leé.

La escasez y la abundancia son caras de la misma moneda. Para dominarnos, vale igual la mordaza que impide que digamos y la venda que no nos permite ver como sin mordazas y vendas, empujarnos a decir y oír palabras sin referencias respecto de ninguna experiencia. Nos quitan de esta forma, todos los contenidos simulando la forma que queda vacía para los otros, para que solo podamos hablarnos, escucharnos y escribirnos a nosotros mismos.

Nadie se salva solo. Que cada quién haga su parte.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack





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