Entendimiento e identidad ... ¿En que mundo vivimos?

El neoliberalismo ha de fracasar en su intento de destruir las diferencias, atizando conflictos y enfrentamientos para imponer una realidad única, un sistema mundial hegemónico, una sola cultura y una sola subjetividad planetaria que privilegie al individuo sobre las construcciones sociales y comunes.

A poco más de un año de su existencia, la pandemia continúa impactando de un modo contradictorio: al mismo tiempo que se naturaliza, arroja un poderoso haz de luz sobre las relaciones de poder que estructuran el mundo que conocemos. Contribuye así a acelerar el ritmo de los principales conflictos sociales y geopolíticos y los empuja hacia una encrucijada de la cual sólo se sale con un cambio drástico en las relaciones de fuerzas. De ahí la importancia de desnaturalizar la pandemia y conocer las causas de los problemas que nos aquejan.

El coronavirus irrumpió como un rayo divino e impuso la dinámica del “sálvese quien pueda”: un escenario donde el individuo pelea solo contra la muerte. A poco de andar, sin embargo, expuso un teatro distinto: hoy sabemos que la vida y la salud de vastos estratos de la población mundial dependen del acceso a las vacunas contra este virus, el cual se encuentra condicionado por la enorme concentración del poder y de la riqueza a escala mundial. Un puñado de corporaciones farmacéuticas de los países mas ricos del mundo controlan las patentes de estas vacunas, lo que genera una brecha que el titular de la Organización Mundial de la Salud (OMS) Tedros Adnahom Ghebreyesus ha calificado de “grotesca” (bbc.com, 22/03/2021). El 80% de las dosis de las vacunas producidas hasta ahora están en manos de los países más ricos y llegan con cuentagotas a los países de ingresos medios. Los cuellos de botella en la distribución erosionan la capacidad que estos países tienen de luchar contra la pandemia. Esta situación se agrava por la exclusión de los 130 países más pobres del mundo de todo acceso a las vacunas. La brutal inequidad anuncia consecuencias impredecibles: el posible desarrollo de nuevas mutaciones más letales del virus, resistentes a las vacunas conocidas, que convertirían a la pandemia en un fenómeno incontrolable.

Este panorama expone la irracionalidad de una estructura de poder mundial regida por la dinámica de acumulación ilimitada por parte de un puñado de monopolios, que imponen al mundo su lógica de ganancias y rentas. En el proceso, destruyen el derecho universal a la vida y a la salud, erosionan la legitimidad de los valores y de las instituciones y agudizan los conflictos sociales y geopolíticos. Hay, sin embargo, algo más: la pandemia saca a la intemperie los mecanismos que reproducen esta estructura de poder. Entre estos, se cuentan las políticas implementadas a lo largo de las últimas décadas.

En este contexto, cobra relevancia la reciente convocatoria de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) a cambiar las reglas de juego. Se trata de “cuestionar el poder económico”, lo cual “es central para entender la vinculación entre el crecimiento económico y la forma en que el mismo se distribuye en la sociedad”. El objetivo debería ser impulsar un contrato social más fuerte, que imponga límites a la concentración del poder económico y a la creciente desigualdad social. Para la UNCTAD esto implica revertir un modelo que prescribe el crecimiento a partir de la “austeridad macroeconómica”, es decir, fiscal y monetaria, y que pone el énfasis en las exportaciones como el factor dinamizador del crecimiento, tanto a nivel global como de los países. Este modelo ha buscado la restricción de los salarios y del gasto social como condición necesaria para el crecimiento económico. El resultado es una economía dual que, por un lado, tiene un sector muy concentrado que acapara rentas y ganancias y, por el otro, una enorme desigualdad económica y social. Esto ocurre tanto en los países centrales como en los de la periferia y se ha profundizado con el desarrollo de la economía digital (unctad.org, Trade and development report 2020, update 2021; gpnews.com, 07/04/2021, interview: Richard Kozul-Wright).

La enorme concentración económica en las cadenas de valor de los alimentos refleja, como en el caso de las corporaciones farmacéuticas, el dominio que un puñado de monopolios tiene sobre las tecnologías y sus patentes. Con este escenario, los países productores y exportadores de alimentos no pueden resolver sus problemas de crecimiento simplemente en base a exportaciones. Las mismas están dominadas por corporaciones que acaparan rentas a partir del control monopólico de tecnologías cruciales en determinados eslabones de las cadenas de valor. Esto ha llevado a la carencia “de espacio fiscal” y al endeudamiento creciente de estos países. Así, tanto la inseguridad alimentaria como la falta de vacunas constituyen la contra imagen de la concentración económica, tecnológica y financiera mundial.

Para la UNCTAD las recientes políticas de estímulos económicos de los países centrales no han sido lo suficientemente profundas como para asegurar una salida a la crisis actual que ponga fin a esta estructura económica dual imperante en el mundo. Asimismo, señala que en los países en desarrollo y altamente endeudados el problema de la deuda sólo se resuelve eliminándola a través del funcionamiento de distintos mecanismos. La respuesta limitada que los países del G20 dan al problema del endeudamiento de la periferia refleja su reticencia a enfrentar a los acreedores privados que son, justamente, los principales actores financieros a nivel global.

En este contexto, pareciera que la reciente convocatoria de los titulares de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y del Fondo Monetario Internacional (FMI) a gravar con un impuesto especial a las grandes corporaciones es un signo positivo, pero no suficiente. Más importante aún, escabulle la raíz del problema: el endeudamiento ilimitado y las políticas que conducen al mismo. De ahí que no pueda extrañar que la “austeridad” fiscal y monetaria, y el impulso a las exportaciones, sigan siendo la bandera que el FMI impone en todas las reestructuraciones de deuda, incluso a los países más pobres y en medio de la pandemia.

La gravedad de la crisis actual genera, sin embargo, una oportunidad única para resistir las presiones del FMI y buscar la asociación de los países periféricos en un movimiento que puje a nivel internacional, y en todos los foros posibles, por la eliminación del endeudamiento ilimitado y las políticas que lo reproducen.

Crisis financiera y conflicto geopolítico

La reciente implosión de un fondo de inversión, Archegos Capital Management, que especulaba con derivados y contraía deuda a un ritmo diez veces superior al capital que tenía, ha arrojado luz sobre la fragilidad del sistema financiero internacional. Grandes bancos internacionales y tres grandes bancos norteamericanos cuyos depósitos estaban garantizados por el gobierno federal financiaban estas operaciones con derivados (activos financieros cuyos valores dependen del valor de otros múltiples activos financieros). Una situación semejante detonó la crisis financiera internacional de 2008.

Por otra parte, el caso Archegos también muestra el riesgo que surge de la interpenetración de la economía y las finanzas globales. Su implosión fue precedida por fluctuaciones del dólar que al impactar sobre el mercado de capitales chino afectaron el valor de las acciones de algunas grandes corporaciones tecnológicas chinas. Estas concentraban la mayor proporción de las apuestas de Archegos. Asimismo, la reciente implosión de Huarong, una corporación financiera china, creada por el gobierno en 1999 para limpiar el sistema bancario de deudas insolventes, también expone la fragilidad de las finanzas internacionales. Huarong tiene actualmente bonos denominados en dólares por un valor de 22.000 millones (billions). Su default podría afectar al mercado chino de bonos y producir un efecto dominó que podría alcanzar a instituciones financieras norteamericanas que, como BlackRock y Goldman Sachs, poseen cantidades importantes de bonos chinos, incluidos los de Huarong.

El reciente bautismo oficial del yuan digital como la primera moneda de esta índole que puede circular internacionalmente constituye un evento inédito que ha encendido las alarmas de la Reserva Federal norteamericana. Ocurre en un contexto geopolítico marcado, como hemos visto en notas anteriores, por la creciente hostilidad entre China y Rusia por un lado y los Estados Unidos y la OTAN por el otro, con la posibilidad cierta de un desborde militar de estas tensiones. En este contexto, Rusia y China han acordado comerciar y realizar transacciones financieras al margen del dólar, lo que les permite escapar a las sanciones económicas de los Estados Unidos. El yuan digital ofrece una plataforma para estas transacciones que implica una “recreación de las relaciones monetarias que podrían hacer tambalear el pilar del poder norteamericano”. Es decir, al dólar como moneda internacional de reserva (wjs.com, 05/04/2021).

La existencia de una moneda alternativa al dólar, que circula internacionalmente y es creíble reduce, además, la necesidad de ahorrar en dólares para comerciar en el mundo y con los Estados Unidos, la potencia dominante. Esto tiene implicancias profundas para los flujos de capital global y puede erosionar el privilegio que han tenido los Estados Unidos desde que el dólar ha sido aceptado como moneda internacional de reserva: el perpetuo desequilibrio de su balance comercial y la posibilidad de endeudarse al infinito.

Inflación en pandemia

Esta semana el aumento exponencial de los contagios y muertes infligidas por la pandemia, con epicentro en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; la inminencia de un colapso del sistema hospitalario en la región del AMBA; la utilización por parte del jefe de gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta de distintos subterfugios para no cumplir las restricciones a la circulación acordadas con el gobierno nacional la semana pasada y la falta total de control en la Capital al acatamiento de las mismas, motivaron al Presidente a decretar nuevas medidas de restricción a la circulación que estarán vigentes hasta el 30 de abril y serán controladas por las fuerzas federales. La reacción de Larreta fue recurrir a la Corte Suprema de Justicia de la Nación para obstruir el decreto del Presidente.

Luego de diez años de gobiernos macristas que recortaron el presupuesto educativo en la Ciudad y con una inversión actual en el área que es la menor de su historia, Larreta utiliza la excusa de la defensa de la educación para cuestionar a la medida presidencial y posicionarse en la interna de su partido. Al hacerlo, desnuda la trama profunda de una oposición que desde un inicio ha fomentado el caos en su búsqueda de rédito político. Ya no basta con mentir sistemáticamente y apelar a cualquier medio para confundir con el objetivo de manipular a la opinión pública. Ahora se busca acumular muertes y contagios para desestabilizar políticamente lo más rápido posible.

Esta trama sigue el libreto anunciado el año pasado por la ex titular de la Oficina Anticorrupción, Laura Alonso, quien durante los cacerolazos contra la cuarentena invocó en la red social Twitter: “Va dato: Mohamed Bouazizi, el vendedor de frutas que se prendió fuego y empezó la Primavera Árabe” (ámbito.com, 10/07/2020). Aludía así a una variante de las “revoluciones de colores”, estrategia desarrollada por los organismos de inteligencia norteamericanos para provocar caos en las calles con el objetivo último de un “cambio de régimen” en variados países y regiones del mundo.

Las recientes definiciones del macrismo ocurren al mismo tiempo que arrecia la ofensiva contra el gobierno encabezada por los monopolios formadores de precios y sus organizaciones empresarias. A esta cruzada se incorporó la Cámara de Comercio de los Estados Unidos (AmCham), la organización que nuclea a las multinacionales norteamericanas (clarín.com, 13/04/2021). El objetivo es resistir por cualquier medio tanto los controles de precios como la información pedida por el gobierno sobre los precios en las distintas instancias de las cadenas de valor. Los dirigentes empresarios violan todos los acuerdos logrados y declaran la inconstitucionalidad de las medidas dispuestas para controlar el desabastecimiento. Esto ha dado lugar a una inflación del 4.8% en marzo. Entre los alimentos que más subieron se destacan el aceite y la carne, rubros sobre los que existía un acuerdo con el gobierno. Se basaba en una disminución de retenciones a las exportaciones respectivas a cambio de un precio “razonable” para una cuota de productos destinados al mercado interno. Esta situación ha llevado al gobierno a tomar nuevas medidas: el control de la subfacturación de exportaciones y otra formas de evasión fiscal y cambiaria, nuevos registros de exportadores de carnes, un observatorio de precios con participación de los consumidores, entre otras.

En este contexto caldeado, un alto directivo del FMI acaba de señalar que el gobierno argentino está “en posición de cerrar un acuerdo cuando lo crea conveniente; en términos técnicos hay mucho trabajo avanzado” (ámbito.com 16/04/2021). Esto tal vez explique el énfasis del ministro de Economía Martín Guzmán en tranquilizar a la economía para lograr un equilibrio macroeconómico. En virtud de estos objetivos ha resistido un mayor gasto social, fenómeno que ha contribuido a deteriorar la situación de los sectores más vulnerables. Entre ellos, los 9 millones de personas que percibían el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE). El Presidente ha acompañado a las nuevas restricciones a la circulación en el AMBA con un bono de $15.000 por única vez para los titulares de la Asignación Universal por Hijo (AUH) y de asignaciones familiares que son monotributistas de las categorías A y B. Sin embargo, estas medidas están dirigidas a un universo de personas que es muy inferior al que cobraba el IFE, en su mayoría en el AMBA, y que ahora no tiene ayuda alguna. Seguramente, el gobierno escuchará los consejos de un Lula da Silva que puede ser candidato a la presidencia de Brasil el año próximo: “No hay problema en aumentar la deuda pública interna para cuidar al pueblo”, porque “los ricos no se preocupan por los pobres”, afirmó. Y aseveró que “la Argentina no puede aceptar la presión del FMI”, dado que “el gobierno tiene que cuidar de su pueblo, que se muere de hambre por una política irresponsable del ex Presidente (Macri)” (ámbito.com 16/04/2021).

https://www.elcohetealaluna.com/aceleracion-de-los-conflictos/

Un par de escenarios para entender

Luz Espiro y Diana Ramos, españoles ellos, escriben en Mitos Revista Cultural Nª 46

Identidad étnica, etnicidad y nacionalismo en el mundo contemporáneo: el caso ‘Zulú’

Como contrapeso a la intensificación de los flujos globales y a la histórica subordinación de los pueblos africanos bajo regímenes coloniales, se han producido en las últimas décadas del siglo XX varios fenómenos tendientes a reivindicar las identidades étnicas locales. Surgen nuevas organizaciones etnopolíticas que se configuran para establecer demandas o reivindicar derechos étnicosUn ejemplo de este fenómeno lo protagoniza la etnía “Zulú”, en la provincia de KwaZulu/Natal. Dicha categorización ha sido creada desde el colonialismo y ha sido sostenida por la antropología clásica.

Tomando como punto de partida el año 1994, en el cual se celebraron las primeras elecciones multipartidarias y multiétnicas en la Republica de Sudáfrica, luego de la abolición del régimen del apartheid, pretendemos hacer un seguimiento de las resignificaciones identitarias ocurridas en el grupo étnico Zulú en relación a su participación en la política nacional.

A partir de una revisión, análisis y reinterpretación bibliográfica consideramos que hablar de “lo Zulú” implica remitirse a una construcción teórica elaborada en dos sentidos: desde dentro y fuera del grupo, es decir desde los portadores de la identidad étnica en cuestión y desde los otros significantes, como por ejemplo los Bóers y los ingleses. Esta construcción deviene de sucesivos acontecimientos históricos y se presenta como una elaboración dialéctica entre la sociedad occidental y la sociedad nativa, la última de las cuales tiene que crear un modelo de identidad supracomunitario que sea útil y coherente con el nuevo panorama nacional. Se construye así un estereotipo homogeneizante que nuclea una diversidad de experiencias identitarias bajo ideas nacionalistas.

El grupo étnico Zulú pertenece a las tibus Bantus, las cuales llegaron a la zona del sur de África tras una larga migración desde el delta del Río Níger, en el África Occidental, hacia el sur y hacia el este, llegando a la actual Provincial de KwaZulu-Natal (Sudáfrica), alrededor del año 500 a.C. La particularidad de esta migración es que fue paulatina, realizándose en pequeños grupos que se fueron asentando en diversas zonas de la región. Algunos se establecieron en el Highveld, otros en el noreste de Sudáfrica, y otros, los ancestros de la gente Nguni (Zulús, Xhosa, Swazi y Ndebele), prefirieron vivir en la costa. Estos grupos no sólo criaban ganado, sino que también practicaban la agricultura, cosechando fundamentalmente trigo y otros productos (Schreaeder, 2000).

Poco se conoce desde la época en que estos grupos se asentaron en esta región (500 a.C.) hasta la llegada al lugar de los primeros europeos, quienes llegaron allí en búsqueda de una ruta marítima a la India y a Asia. Así fue como primero arribaron los portugueses hacia 1487, quienes luego se asentaron en Mozambique por las condiciones más favorables que se daban en esa zona; y ya en el siglo XVI llegaron los holandeses y los ingleses (Schreaeder, 2000), con quienes el grupo étnico mantuvo hasta la actualidad relaciones particulares a partir de las cuales se conformaron identidades étnicas que fueron transformándose históricamente, adquiriendo nuevos sentidos relativos a la naturaleza de dichas relaciones y sus concomitancias.

Hacia 1653, Jan Van Riebeck, un funcionario de la Dutch East India Company estableció una base de reaprovisionamiento en Ciudad del Cabo, a partir de esta fecha se reconoce el origen del aislamiento de Sudáfrica. Los descendientes de los primeros colonos holandeses conocidos como Bóers, quienes se dieron a sí mismos el nombre de afrikaners, se mezclaron con los colonos ingleses después de que El Cabo fuera ocupada por Gran Bretaña en 1795; los británicos permanecieron en las colonias de El Cabo y Natal, mientras que los Bóers se establecieron en el norte en el Estado libre de Orange y Transvaal. Estos cuatro estados que hasta el momento habían permanecido separados bajo la influencia de las respectivas potencias europeas se unieron hacia 1910 en la Unión Sudafricana, plan que venía siendo impulsado por los británicos, quienes desde su llegada se habían venido imponiendo por sobre los holandeses, fenómeno que quedó plasmado, por ejemplo, en las guerras Anglo-Bóer (hacia 1880). Durante la existencia de la Unión Sudafricana y de todas las denominaciones y formas que tuvo el Estado de Sudáfrica bajo el dominio europeo y el régimen del apartheid, quienes manejaron el poder fueron justamente estos últimos (a pesar de las rivalidades internas) negando cualquier tipo de derechos a los grupos étnicos originarios (Sampson,1965).

La diplomacia europea había sellado el destino de la independencia precolonial africana hacia 1885 en la conferencia de Berlín. Al cabo de 66 años, la independencia de Libia marcó el comienzo del fin del colonialismo en África, proceso que se dio gradualmente en el continente y que tuvo como protagonistas, por un lado, a una nueva generación de líderes africanos y movimientos populares que aumentaban su representatividad en la nueva era contemporánea independiente, y por el otro, a los anteriores líderes europeos, quienes finalmente reconocieron la imposibilidad de mantener el control permanente (Schreaeder, 2000).

En el caso de Sudáfrica, el régimen del apartheid sostenido por la minoría blanca durante 46 años fomentó el surgimiento de movimientos revolucionarios que intentaron alcanzar la independencia por la fuerza militar. El proceso de descolonización, que resultara de la emergencia de movimientos nacionalistas africanos que demandaban la independencia y la igualdad de sus respectivos pueblos, fue completado formalmente en este país hacia 1994, cuando se celebraron las primeras elecciones democráticas que instalaron el primer gobierno multipartidario y multiétnico, bajo el liderazgo del presidente Nelson Mandela (Schreaeder, 2000).

Es en este contexto que analizaremos el caso particular de la etnia Zulú. Ésta se consolidará como un reinado muy fuerte a comienzos del siglo XIX, con la figura de Shaka Zulu, configurando una identidad étnica singular, percibida por los otros de un modo particular. Lo cual será utilizado, por diversos integrantes del grupo para consolidar su poder, proceso que derivará en la conformación de un partido político en los términos Occidentales que se presentará en las elecciones de 1994, y comenzará a participar en la arena política de la nueva República de Sudáfrica, que si bien pregona su multietnicidad, está, en última instancia, estructurada a partir de los proyectos de Estado-Nación Occidentales.

Para poder pensar la identidad étnica Zulú debemos, primeramente, comprender que esta es una construcción entendiéndola como un fenómeno procesual y cambiante, configurándose históricamente a partir de diversas relaciones que mantuvo este grupo con otros e intentaremos reconocer los factores constitutivos de la identidad de este grupo hacia finales del siglo XX, momento particular, que como señaláremos más arriba, los encuentra presentándose como un partido político en el seno de un Estado-Nación.

Tomaremos como referente de análisis las conceptualizaciones sobre la identidad étnica, el nacionalismo y la etnicidad, principalmente aquellas que fueran formuladas por diversos autores desde la antropología.

En cuanto a la identidad étnica, la mayoría de los autores se basan en el concepto fundante de “representación colectiva”, formulado por Emile Durkheim, quién “las entendía como las formas en que una sociedad representa los objetos de su experiencia” (Bartolomé, 1997: 43).

Partiendo de esa base, Darcy Ribeiro define las etnías como “categorías de relación entre grupos humanos, compuestas más de representaciones recíprocas y de lealtades morales que de especificidades culturales o raciales” (Ribeiro, 1970:46 en Bartolomé 1997:48). Miguel Bartolomé, por su parte, realiza una minuciosa caracterización del concepto, sosteniendo que la identidad étnica es una forma específica de la identidad social, que alude exclusivamente a la pertenencia a un grupo étnico, a diferencia del concepto de identidad que es polisémico en tanto existen muchas formas del ser. El autor hace mucho hincapié en el carácter clasificatorio, procesual, histórico y contrastivo de la identidad étnica, siempre ligado a contextos específicos, y por ello cambiante. La noción de identidad contrastiva se refiere a identidades que existen a partir de la confrontación de nosotros y los otros, y a partir de esas distinciones, se afirma entonces, lo propio en oposición a los alterno. Bartolomé concibe a la identidad étnica como un sistema clasificatorio y es a este nivel que la necesidad de identificación y consecuentemente de diferenciación se mantendrá, aunque con el tiempo y las transformaciones de los contextos, las características, valoraciones y afectividad adjudicadas a una identidad étnica puedan variar (al cambiar sus marcos referenciales y contenidos culturales). Además el autor entiende que al construirse sobre una base relacional, las identidades étnicas se encuentran en este proceso completamente atravesadas por las posiciones de poder relativo. Por ello, un gran número de las manifestaciones de identidad étnica aparecen como resultado de las posiciones diferenciales en relación al poder.

Por otro lado, dos aclaraciones conceptuales que realiza el autor y que consideramos que es necesario dejar asentadas refieren, en primer lugar, a la diferencia entre identidad étnica y cultura, y en segundo lugar a la existente entre identidad étnica y etnicidad, puesto que en el mundo extra académico, y muchas veces dentro del mismo, se suelen utilizar tales conceptos como sinónimos, cuando en realidad aluden a recortes diferentes de la realidad.

En relación al primer par de conceptos, Bartolomé considera que las configuraciones identitarias se pueden basar en una filiación cultural propia, o asumida como tal, con independencia de que la tradición cultural vaya cambiando con el transcurso del tiempo. De esta manera, las bases culturales de la identidad son variables y expresan tanto modelos culturales vigentes como referentes ideales. “Nos caracterizamos y nos caracterizan en relación con otros diferenciados pero también tenemos relaciones con otros significativos que configuran las relaciones entre un nosotros exclusivo; y esas relaciones internas aparecen estructuradas con base en la compleja red de normas, valores y símbolos heredados, compartidos y transmitidos que constituye la cultura” (Bartolomé, 1997: 77). En cuanto a la distinción entre el segundo par de conceptos, el autor plantea que la etnicidad se manifiesta cuando la identidad étnica de un grupo se organiza como expresión de un proyecto social, cultural y/o político que supone la afirmación protagónica de lo propio en explícita confrontación con lo alterno. “Dentro de las relaciones interétnicas, sería posible diferenciar la identidad entendida como un fenómeno cognitivo, que nos permite identificarnos e identificar a los miembros de nuestro propio grupo, de la etnicidad concebida como un fenómeno del comportamiento, ya que supone conductas en tanto miembro de ese mismo grupo. La etnicidad puede ser así entendida como la identidad en acción resultante de una definida ‘conciencia de sí” (Bartolomé, 1997:63). El autor analiza el aspecto político de la etnicidad, y afirma que en el mundo contemporáneo constituye un movilizador político mucho más fuerte que la posición de clase o la pertenencia a un Estado-nación. En las nuevas organizaciones etnopolíticas la etnicidad se manifiesta de modo exponencial, en tanto se configuran para establecer demandas o reivindicar derechos étnicos.

Para concluir se podría decir que:

  • La etnicidad presenta dos dimensiones interrelacionadas: una dimensión simbólica relacionada con los aspectos de significados y una dimensión política relacionada con los aspectos de experiencia. La etnicidad no sólo se da como una forma de interacción de los individuos entre sí, sino que tiene además un significado para ellos, es decir la etnicidad tiene una dimensión organizacional pero también es algo que sirve a los individuos para identificarse, la carga simbólica es por lo menos tan importante como la organizacional. Cuando nos referimos a la carga simbólica de la etnicidad, hacemos mención de la capacidad de la etnía para crear un orden social que está en relación con unos intereses específicos. Cuando nos identificamos, creamos un orden en base a una situación social y nos identificamos en un tiempo.

  • La identidad es un producto social que surge de la dialéctica entre individuo y sociedad (Berger y Luckman). La identidad se contempla como resultado por una parte de la objetivación y/o autoconciencia de los grupos en situaciones de contraste o confrontación de sus diferentes culturas.

  • Etnicidad como resultado de un proceso histórico, en el que algunos elementos culturales elaborados funcionan en la interacción para hacer visible la diferencia.

  • La etnicidad se puede crear desde afuera y desde adentro del grupo.

  • La modernización no supone una pérdida de la identidad étnica, sino al contrario, en ciertas ocasiones supone una exacerbación de la misma y los conflictos derivados de la construcción de estados nacionales en las antiguas colonias han llevado a que grupos étnicos sean forzados a construir un estado nacional.

  • La etnicidad como organización social y con un fin interactivo se convierte en un instrumento que utilizan los actores.

Ahora, una vez revisados los conceptos y conclusiones que nos competen para el análisis del caso, nos encaminaremos a la construcción de identidad, etnicidad y nacionalismo entre los Zulú.

Como mencionáramos anteriormente, no se conoce mucho sobre este grupo desde su llegada a la región del sureste de Sudáfrica (hacia el año 500 A.C), hasta el contacto con los primeros europeos que llegaron a dicha zona. Es por esto que las primeras crónicas sobre estos grupos se remontan a los siglos XVI y XVII, y es a partir de las mismas que puede empezar a trazarse un recorrido sobre los diversos referentes de identidad del grupo.

En el siglo XIX se descubrieron yacimientos de oro y diamantes en Sudáfrica, lo cual sumado a las viejas rivalidades entre británicos y Bóers que se verían aún más exacerbadas a partir de este momento, produjo grandes influencias en la organización de la vida tribal Zulú. Por un lado, surgieron redes de ciudades, puertos y ferrocarriles en torno a los cuales fueron organizándose industrias secundarias y la consecuente formación de conglomerados de población urbana, que incluía a los africanos como la nueva clase industrial, media y obrera. Por otro lado, se originó el poderoso reinado Zulú, conformado por varios grupos étnicos Nguni, los cuales se proponían enfrentar a partir de su organización militar a sus rivales Bóers y británicos. El liderazgo de este movimiento recaía en la figura de Shaka Zulu, a partir de quien se fueron sucediendo los diferentes reyes zulúes a través del regicidio (práctica que implica el reemplazo de los reyes por sus asesinatos sucesivos) (Sampson,1965).

A partir del año 1877 comenzaron las primeras fricciones bélicas entre ingleses y Zulúes, que desembocaron en la denominada “Guerra zulú” de 1878, la cual ganaran en un comienzo exitosamente, reconociéndose a partir de esto su estatus guerrero. A partir de este momento debido a las sucesivas oleadas de rebeliones anti británicas, éstos últimos dejaron de reconocer la figura política del rey Zulú.

En 1879 se produce la definitiva derrota del reinado zulú, lo que provoca una desestructuración en la organización de la identidad zulú como había sido construida hasta ese momento. Sentimientos de desarraigo y atracción por las posibilidades del mundo occidental que encontraban asiento en las ciudades, favorecieron el aumento de las migraciones a estos centros urbanos, en donde los empresarios implementaron un sistema de impuestos, pases y permisos, que permitía dirigir y disciplinar a los obreros africanos, los cuales aumentaban cada vez más, por la escasez de trabajadores blancos.

Todo esto favoreció a la construcción de la base que años más tarde daría forma al régimen del apartheid, que consistía en la arrolladora política afrikaner que pregonaba la separación de las razas, con base en la creencia de los males surgidos de la mezcla de las mismas y la creencia en la misión escogida del hombre blanco. Se dio curso a una serie de leyes tendientes a mantener recluidos a los africanos (por ejemplo la Ley de Autoridades Bantúes o la ley de Educación Bantú). El gobiernoafrikaner, observando los cambios independentistas que ocurrían en el norte de África tomando conciencia de la necesidad de coexistir con los mismos, empezó a ampliar el apartheid, con el fin de dar la sensación de que existían Estados africanos autogobernados, los cuales se llamarían “bantustants”. Allí se restringía a los zulúes, quienes empezarían a elaborar sus reclamos teniendo a la tierra como su principal exigencia (Sampson, 1965).

Este hecho apoya la idea de Bartolomé para quien la tierra conjuga el tiempo y el espacio, debido a que allí se experimentan y articulan las relaciones productivas y simbólicas las cuales dan sustento a la memoria histórica de una sociedad, “el territorio representa un referente fundamental dentro del cual se inscribe la identidad colectiva” (Bartolomé, 1997: 86).

Fue durante el año 1977 que el líder zulú representante del bantustan de KwaZulu, Buthelezi, retomando el movimiento nacionalista, Inkatha Yakwazulu, formado por el sucesor del último rey zulú (1923), lo refunda para dar origen a lo que posteriormente sería el partido político Inkatha Freedom Party, representante de los zulúes en las elecciones de 1994 (Schreaeder, 2000).

En relación a esta serie de hechos es necesario interpretar la identidad étnica zulú y repensar a qué nos referimos cuando hablamos de “lo zulú”, porque esta categoría adopta una gran diversidad de significados, según quién sea que lo enuncie.

Utilizar el término “zulú” implica referirse a una construcción elaborada con relativa actualidad, que incluye más o menos arbitrariamente a las poblaciones africanas que hablan la lengua Zulú, que deriva del subgrupo Nguni y originalmente del Bantú. Con el paso del tiempo, dicho término vino a ser asociado por los blancos a todos los habitantes negros de la región de Natal, representantes de una nación Zulú imaginada como un bloque de rasgos homogéneos, de entre los cuales sobresalía su estatus guerrero asociado al glorioso pasado militar de esta gente. Esta denominación vino a ser dada por el gran reconocimiento que había adquirido Shaka Zulu, quién pertenecía a un clan llamado Zulu.

Hacía 1920 y 1930 los estudios antropológicos se establecieron en Sudáfrica, dando solidez y autoridad a las investigaciones étnicas que se estaban realizando, especialmente asociadas al marco teórico estructural-funcionalista británico. Así fue como “lo Zulú” adquirió el reconocimiento de categoría etnográfica dentro del mundo académico, representando a una pretendida homogeneidad que no existía realmente. Sin embargo, otros antropólogos guardaron mayor cautela al denominar a los grupos negros que habitaban diferentes partes de Natal, por ejemplo, J. van Warmelo, un etnólogo del gobierno sudafricano, categorizaba a dichos habitantes como “Natal Nguni”, reconociéndolos como pertenecientes a más de 200 tribus independientes (De Haas y Zulu, 1994).

Antes del período precolonial y en las primeras etapas del mismo, la identidad estaba basada en la pertenencia a un grupo familiar y en la filiación territorial (De Haas y Zulu, 1994). Posteriormente la construcción de la identidad zulú se elaboró en dos sentidos: por un lado, siguió un curso similar a la creación de otros estereotipos asociados a determinados grupos étnicos, durante la colonización del mundo por parte de los europeos; por otro lado, la construcción desde adentro del grupo se produjo a partir de un proceso longevo de relacionamiento con lo occidental, retomando valoraciones y referentes de esta cultura. Poco a poco estos grupos se fueron apropiando de estrategias nacionalistas occidentales que les fueron funcionales para organizarse como una comunidad etnopolitica. Indirectamete se fueron apropiando de las conceptualizaciones de su identidad hechas desde afuera para crear un modelo de identidad supracomunitario que sea útil y coherente con el nuevo panorama nacional y presentarse al mundo como una comunidad políticamente organizada. Es necesario reconocer que en sus comienzos frente a la necesidad de recuperar un lugar en el nuevo escenario que los excluía, estos grupos organizaron su lucha en función de apropiarse de los derechos que todo ciudadano sudafricano debería de gozar, concibiéndose así ellos mismos como ciudadanos, es decir autopercibiéndose en términos occidentales.

En la actualidad se realiza la asociación una etnía=un partido político, cuando en realidad es un grupo de individuos el que toma referentes de identidad étnica conjugados con ideologías nacionalistas con el fin de insertarse en el sistema político, para reivindicar sus identidades étnicas, pudiendo conceptulizar este proceso como un movimiento etnonacionalista ( Bosch, 1996).

Para establecer una diferenciación entre la identidad política zulú (etnicidad zulú), y la identidad étnica, es necesario identificar el papel que juega esta última en la vida de la mayoría de los ciudadanos negros de KwaZulu Natal. Éste puede reconocerse confinado a la esfera de lo doméstico, del dominio familiar, asociado a las costumbres que rodean los principales eventos del ciclo de vida, mientras que el grado de importancia que cobre dependerá de factores tales como clase social, edad y convicciones religiosas. Comportamientos y valores asociados con la identidad étnica encuentran expresión en el dominio familiar y doméstico (De Haas y Zulu, 1994).

En lo cotidiano otras variables cobran gran significado en la interacción social y atraviesan lazos basados en la edad, en el género, en las vecindades; por otro lado existen intereses y valores comunes que unen a las personas a través de divisiones étnicas, regionales o raciales, como puede ser el matrimonio interétnico(De Haas y Zulu, 1994).

En las áreas urbanas el factor de clase cobra mayor importancia que la identidad étnica. Los habitantes exhiben en sus estilos de vida valores asociados con la sociedad occidental o capitalista (De Haas y Zulu, 1994).

La identidad étnica necesariamente tiene que ser concebida como una construcción en relación a contextos de tiempo, espacio y actores involucrados. En el mundo contemporáneo esto está atravesado por amenazas de marginalización económica y social y los conflictos que estas entrañan. Esto puede aplicase al caso Zulú, cuya identidad étnica se ha ido construyendo en relación al poder político y orden social reinantes en cada momento de las historia sudafricana.

La elite colonial de la región de la provincia de KwaZulu/Natal ha determinado durante la mayor parte del siglo XX la dirección de la “nación zulú”. Así mismo ha hecho un uso estratégico de las consideraciones coloniales sobre la identidad zulú para imponer una identidad a millones de personas en aquella región. La diversidad de experiencias asumidas por quienes integrarían este estereotipo de identidad zulú (granjeros, migrantes, trabajadores urbanos, residentes en reservas rurales, granjeros blancos, etc.) demuestran que ésta no es uniforme tal como pretendían los estereotipos elaborados.

Por eso, hablar de “identidad zulú” implica a remitirse a un terreno de contestación y manipulación en el cual muchos actores (Inkatha Freedom Party, el gobierno de los bantustan, el estado del apartheid, los blancos nacido es Natal, las uniones comerciales y los movimientos de liberación) han jugado diversos roles.

La etnicidad aparece con mayor frecuencia en aquellas instancias en las cuales los individuos se ven persuadidos de la necesidad de confirmar un sentido de identidad colectivo frente a amenazas económicas, políticas u otras fuerzas sociales. Pero las políticas étnicas son, por su misma definición, atributos de marginalidad y relativa debilidad; sin embargo, bajo estas circunstancias esa debilidad puede ser trasformada en una poderosa fuerza. La etnicidad es, entonces, un concepto relacional a partir del cual la posición dominante es capaz de definir a la posición subordinada. Pero aquellos que se encuentran en la posición subordinada son capaces de adoptar los términos de su definición como la base de la movilización y la aceptación de un sentido de colectividad (Wilmsen, Dubow y Sharp, 1994).

Así vemos como el grupo zulú, en una posición subordinada a lo largo de la historia, toma sus propias definiciones e ideas nacionalistas occidentales y las utiliza para constituirse como una comunidad etnopolítica. Estas redefiniciones les ayudan a reivindicar sus derechos en el mundo contemporáneos; saben que desde la participación política en el gobierno sudafricano tendrán más posibilidades de alcanzar sus objetivos de reconocimiento igualitario.

Mientras que los diferentes grupos que habitan en el sur de África, dentro de los cuales se encuentran los zulúes, reconstruyan en la actualidad sus divisiones de acuerdo a una lógica internalizada por largo tiempo, también lo hacen respecto a las relativas posiciones de poder en una sociedad globalizada.

Contrariamente a las expectativas de que los procesos de modernización habrían resultado en la erosión de las identidades étnicas locales y en la emergencia de identidades supranacionales, la modernización ha servido a menudo para exacerbar el desarrollo de reivindicaciones étnicas (Rosas Mantecón, 1993).

El expandido sentido de pertenencia común a Sudáfrica existe a pesar de – y tal vez debido a – que el estado de apartheid elaboró estrategias históricas de división étnica y fragmentación. Al fin y al cabo la experiencia de luchar para tener los mismos derechos de ciudadanía y derechos políticos podría ayudar a garantizar la legitimidad y coherencia de una entidad política post apartheid.

Consideramos que esta temática es muy amplia, repleta de aristas y diversos puntos de vista; abordarlos en su totalidad resultaría idealmente inalcanzable. Las problemática de los fenómenos identitarios son muy extensas.

Por último, se nos plantearon ciertos interrogantes acerca de la utilización del término zulú, en relación a su verdadera función como significante de un grupo portador de una identidad étnica particular. Conociendo el contexto de surgimiento de dicho término su aplicación se nos vuelve una contrariedad, reconociendo que no existe ninguna otra denominación para distinguir a este grupo étnico en términos originarios, es decir, sin ser una construcción elaborada a partir del contacto con los europeos y sus influencias.

http://revistamito.com/identidad-etnica-etnicidad-y-nacionalismo-en-el-mundo-contemporaneo-el-caso-zulu/

Un refugiado en Europa: el efecto ilusorio de estrenar mundo

  En Internacional  por Manuel González López

Ilusión. Esa es la diferencia de caminar por el Paseo de Gracia o por un camino de tierra en los arrabales de Kampala. De asombrarse con las figuras que decoran los adoquines de Barcelona o con el color rojizo de la tierra en Uganda. Es la forma en la que nuestros ojos decoran lo que ven y la manera en que rellenamos aquello que no alcanzamos a ver. La ilusión se alimenta de olores, sonidos y sensaciones, y los deja en algún rincón de nuestra mente, para que esta recurra a ellos sin previo aviso, cuando necesita rellenar los vacíos de la incomprensión. Es la realidad decorada con nuestros miedos y deseos.

Cuando llegué al campo de refugiados de Rwamwanja, en Uganda, tuve que mostrar mi credencial de periodista ante las autoridades. Como el director del campo (que allí denominan ‘Comandante’) estaba fuera, me vi en la tesitura de esperar prácticamente todo el día a que volviese, así que decidí dejar mis cosas en la oficina de su secretaria y salir a dar una vuelta por los alrededores. En el pueblo colindante al campo encontré un mercadillo, de esos semanales que parecen conseguir congregar a todos los habitantes del pueblo, ya sea en África o en Europa. Un mercadillo africano llama la atención porque puedes encontrar animales atados o enjaulados, y porque la mayoría de vendedores no tienen puesto; les basta con poner una mesa sobre la que enseñar sus productos. A algunos ni eso; lo ponen directamente sobre el suelo. Me impresionó una señora tumbada junto a una montaña de restos de pescado: cabezas, raspas, colas y tripas devoradas por las moscas. Era la vendedora. Me impactó que eso se vendiese; que eso se comprase. La vendedora casi podía dormir a su vera y a mí se me hacía casi imposible no cubrirme la nariz con la camiseta. Me sorprendió que alguien pudiese sobrevivir a comerse eso, y más aún que la secretaria del Comandante me dijera que no pasaba nada, “que ese pescado está perfectamente”. Era una imagen que pasaba desapercibida para casi todos los transeúntes, pero a mis ojos era lo más excepcional que ofrecía aquel mercado; por lo chocante, por la intensidad del olor, por el zumbido de las moscas y por que alguien pudiese dormir abrazado a todo aquello, rodeado de un constante tráfico de ruido, polvo y personas. Supe entonces que lo que hacía de esa imagen algo especial eran las expectativas que llevaba conmigo. Era la sensibilidad que se despierta en el viajero cuando se enfrenta a una realidad desconocida, cuando camina cargado de sueños ante una primera vez.

Europa: todo demasiado ordenado y silencioso

Cuando Roger llegó a Barcelona, procedente de aquel campo de refugiados, y salió por primera vez a la calle, lo primero que dijo es que no sabía qué decir, “que todo era como un sueño”, que le impresionaba que todo estuviera tan limpio, que hubiese luz en todas las calles. Así que terminó preguntándome él a mí que cómo había hecho para moverme por Uganda.

Era una tarde de Navidad, de esas que casi nacen siendo noche, pero con la excepción de ser un diciembre atípico, sin bares ni mucha vida en la calle. Una tarde-noche en la que Roger conoció el frío, y lo dijo como si fuese un invento de más allá del trópico, y a mí me recordó a cuando Aureliano Buendía recuerda el día que su padre le llevó a conocer el hielo. Le pareció que en Europa todo era demasiado ordenado y demasiado silencioso. Entonces recordé las misas de noche en el campo de Rwamwanja, su música atronadora  y las plegarias cantadas que parecían salir de la oscuridad de la montaña y que yo, desde mi habitación del hostal, imaginaba como una enorme fiesta de danzas y rituales africanos bajo la fría luz de los fluorescentes. Mi cabeza mezclaba imágenes del espiritualismo africano, que siempre despierta de noche, y las pintaba con los colores eléctricos de la obsoleta precariedad tecnológica del (Tercer) mundo rural.

Son colores artificiosos, llenos de contrastes, parecidos a los de la fuente iluminada de Gracia y Gran Vía de les Corts, en Barcelona. Cuando Roger la vio por primera vez la vio tan azul que me preguntó si realmente era agua. Le dije que sí, que “solo es un efecto de luz”. Me pidió que le tirara una foto; imagino que para enseñársela a sus amigos de Uganda y mostrarles cómo es el mundo en Europa. Imagino que aquel azul intenso y artificioso cuadraba con su imaginario de la excepcionalidad tecnológica de Europa, como si esa unión de color, coreografía y luz evidenciase las diferencias con su mundo africano. Pensé que la realidad estaba respondiendo a su ideal, y el ideal se estaba convirtiendo en belleza, igual que yo con aquella mujer que dormitaba junto al pescado.

En Europa, el animal que más ha impresionado a Roger ha sido el perro. Primero porque “en Uganda todos son callejeros” y aquí van atados; y segundo, porque jamás pensó que pudiesen existir tantas razas, ni que un perro pudiese ser viejo y pequeño al mismo tiempo.

Tiempo después, Roger parece haberse hecho a vivir rodeado de blancos, a mirar las luces de los semáforos para cruzar la calle, a perderle el miedo a las escaleras mecánicas y a moverse en metro siguiendo los colores. También hay realidades que sigue resolviendo con su imaginación, como la de los africanos que encuentra por la ciudad, hablando en plazas o cargando carros de chatarra. Piensa que pueden ser mafias y teme que le quieran meter en su sistema, así que evita acercase a ellos.

En lo poco más de tres meses que Roger ha dejado de ser refugiado en Uganda para ser estudiante en Barcelona, la ciudad ha cambiado mucho a sus ojos. Aún hay muchas cosas que no termina por entender y que, seguramente, en su silencio, va rellenando con su propia imaginación, dejando que su subconsciente complete los huecos del desconocimiento con miedos e ilusiones. Algo parecido a lo que hacemos todos al proyectar nuestro futuro. Probablemente, en el caso de Roger su imaginario sea muy distinto al de hace un año, cuando solo era un refugiado en el Tercer Mundo, y ahora se permita soñar con ser diplomático y conseguir un trabajo digno. De ahí que, en ocasiones, ilusión signifique lo mismo que esperanza.

Puedes conocer la historia completa de Roger en Refugio, el documental de Manuel González. Disponible en Filmin y Amazon Prime.

https://democresia.es/internacional/un-refugiado-en-europa-el-efecto-ilusorio-de-estrenar-mundo/

El golpe de Estado que no llegó a ‎concretarse en Jordania

Thierry Meyssan Intelectual francés, presidente-fundador de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Sus análisis sobre política exterior se publican en la prensa árabe, latinoamericana y rusa. Última obra publicada en español: De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump. Ante nuestros ojos la gran farsa de las "primaveras árabes"(2017).

El golpe de Estado abortado en Jordania no tiene nada que ver con una rivalidad ‎interna en el seno de la familia real, aunque esta ha permitido encontrar un jefe. ‎Se trata de una oposición al cuestionamiento de la normalización de las relaciones ‎entre Israel y los países árabes, impuesta por Donald Trump, y de la reactivación –‎por parte de Joe Biden– de un conflicto que ya tiene tres cuartos de siglo. Washington ‎quiere retomar la «guerra sin fin» en el Gran Medio Oriente.‎

Todoo artículo sobre lo que acaba de suceder en Jordania está siendo censurado por orden del ‎Palacio Real, así que usted, estimado lector, no encontrará en la prensa local explicaciones ‎sobre el golpe de Estado que estaba preparando el príncipe Hamza, medio hermano del rey Abdala. ‎

Todo lo que se sabe es que, el 3 de abril de 2021, el jefe del estado mayor, ‎el general Yussef Huneiti, comunicó cortésmente al príncipe Hamza que lo ponía bajo arresto ‎domiciliario y que se le prohibía todo contacto con la prensa. Pero una grabación de esa ‎conversación llegó a conocerse. En ella se oye al príncipe responder con arrogancia mientras que ‎el militar le señala, cortés pero firmemente, que acaba de traspasar los límites de lo aceptable. ‎Sin embargo, nada se dice en esa grabación sobre el fondo del problema, que dio lugar ‎al arresto de 16 personas en total. Lejos de obedecer, el príncipe Hamza divulgó un video ‎‎(ver foto) donde desmentía todo intento de golpe de Estado y criticaba el liderazgo del rey ‎Abdala. ‎

A la larga, el príncipe Hamza aceptó firmar, en presencia de su tío, el príncipe Hassan ben Talal, ‎un comunicado donde expresa fidelidad a la corona: «Me mantendré fiel al legado de mis ‎ancestros, a Su Majestad el rey así como a su príncipe heredero y me pondré a su disposición ‎para ayudarlos y apoyarlos.»‎
El primer ministro adjunto, Ayman Safadi, declaró el 4 abril que se había detectado ‎tempranamente un complot. Según él, los servicios de seguridad habían vigilado «los contactos ‎‎[de los conspiradores] con elementos extranjeros deseosos de desestabilizar la seguridad de ‎Jordania»‎. No se observó ningún movimiento de tropas que confirmara alguna forma de ‎represión contra tal golpe de Estado, supuestamente detectado en su fase preparatoria. ‎

Las personas arrestadas son Bassem Awadallah, Cherif Hassan ben Zaid y varios miembros del ‎entorno de estos dos personajes, muy vinculados ambos al heredero designado del trono de Arabia Saudita, el príncipe Mohamed ‎ben Salman. Bassem Awadallah fue detenido ‎cuando se disponía a huir de Jordania. ‎

Precisamente, una delegación saudita encabezada por el ministro de Exteriores, el príncipe Faisal ‎ben Farhan, llegó después a Amman y exigió la liberación de Bassem Awadallah, quien ostenta la ‎doble ciudadanía jordano-saudita. Según el Washington Post, esa delegación se negó a salir de ‎Jordania sin Awadallah, información desmentida por Arabia Saudita. Poco después, Arabia ‎Saudita publicaba un comunicado de apoyo a la familia reinante en Jordania. ‎

Jordania ha mantenido muy estrechas relaciones con Arabia Saudita y con Emiratos Árabes ‎Unidos, que subvencionaban generosamente ese pequeño reino pobre, aportándole ‎‎3 600 millones de dólares desde 2012 hasta 2017. Pero, al mejorar Arabia Saudita y Emiratos ‎Árabes Unidos sus relaciones con Israel, tanto el reino saudita como los emiratos se han alejado ‎de Jordania, lo cual ha afectado duramente la economía jordana, que hoy registra un grave ‎déficit anual. ‎

La prensa internacional se regodea mencionando las condiciones que rodearon la llegada ‎al trono del actual rey Abdala, en detrimento de su medio hermano el príncipe Hamza, a finales ‎de los años 1990. Sin embargo, reducir los acontecimientos actuales a una simple rivalidad ‎o celos en el seno de la familia real jordana no basta para explicar lo sucedido. ‎

Bassem Awadallah está implicado también en la reciente adquisición de tierras palestinas ‎por cuenta de Emiratos Árabes Unidos. Es más bien esa pista la que habría que seguir. ‎

Todo sucede como si Arabia Saudita hubiese planeado derrocar al rey Abdala para poner en ‎aplicación la segunda parte del plan del presidente Donald Trump para el Medio Oriente, antes ‎de que la administración lograra comenzar a ocuparse de la región. El hecho es que el rey ‎Abdala había rechazado las propuestas del consejero y yerno de Trump, Jared Kushner para el ‎llamado «Trato del siglo». El rey de Jordania no apoyaba el proyecto de poner en lugar del ‎presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, al ex responsable de la seguridad que ‎asesinó a Yasser Arafat, Mohamed Dahlan, hoy refugiado en Emiratos Árabes Unidos. Después de 15 años sin ningún tipo de consulta ‎democrática, se ha convocado en Palestina una elección legislativa para el 22 de mayo y ‎los jordanos temen que los palestinos salgan masivamente de su patria o que traten de ‎recuperarla, como en 1970, durante el llamado «Septiembre Negro». ‎

Las opciones ante un conflicto que ya ha durado tres cuartos de siglo son persistir en la defensa ‎de los derechos inalienables del pueblo palestino o admitir que después de 5 derrotas militares ‎‎(en 1948-1949, 1967, 1973, 2008-2009 y en 2014) esos derechos están definitivamente perdidos. ‎Las potencias deseosas de explotar la región alimentan ese conflicto apoyando a los palestinos ‎en el plano jurídico mientras que los privan de la protección de las Naciones Unidas. Israel se ve ‎constantemente condenado en la Asamblea General de la ONU, pero el Consejo de Seguridad ‎nunca toma medidas contra el Estado hebreo. El conflicto se torna aún más complejo en ‎la medida en que el Hamas no lucha contra la colonización israelí –como al-Fatah– sino porque una lectura del Corán estima que los judíos no pueden gobernar una tierra musulmana. ‎Esa división ha llevado a que los palestinos pierdan el apoyo del mundo. ‎


En ese contexto, el presidente Donald Trump y su consejero especial Jared Kushner habían ‎negociado los «Acuerdos de Abraham» entre Israel, por un lado, y Emiratos Árabes Unidos y ‎Bahrein por el lado árabe [2]. Luego normalizaron las relaciones diplomáticas ‎entre Israel y Marruecos y se disponían a generalizar ese proceso en toda la región cuando una ‎elección opaca los sacó del poder. ‎

La administración Biden, por el contrario, ha decidido financiar nuevamente la agencia de ‎la ONU que se encarga de los refugiados palestinos (UNRWA) y contribuir a que la ONU ‎reconozca la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) como forma de presionar a Marruecos ‎y obligarlo a retractarse. Mientras más se alargan los conflictos, más fácilmente puede ‎Washington beneficiarse con ellos. Poco importa lo que piensen sus otros “aliados” y ‎mucho menos los sufrimientos de los pueblos afectados. ‎

Un hombre de negocios israelí que opera desde el Reino Unido, Roy Shaposhnik, ofreció su avión ‎personal al príncipe Hamza para que saliera de Jordania. La agencia jordana de prensa, Petra, ‎observa que Shaposhnik fue capitán en el ejército israelí y afirma que es un agente del Mossad. ‎El propio Shaposhnik desmiente eso y dice ser sólo un amigo del príncipe, afirma que ‎no se mete en política y que sólo quiso ayudar al príncipe y su familia. La empresa de ‎Shaposhnik –Global Mission Support Services– se dedica a la logística en el Medio Oriente y el ‎África anglófona… principalmente a la exfiltracion de personalidades en dificultades. ‎

En un último comunicado, publicado el 6 de abril, el Palacio Real de Jordania asegura que todo fue ‎un error basado en una serie de malas interpretaciones de los servicios de seguridad. Gracias a la ‎‎“mediación” del sabio príncipe Hassan ben Talal, se han restablecido la paz y la confianza ‎después de un «malentendido» familiar. ‎

Pero las 16 personas arrestadas siguen bajo arresto, sigue siendo imposible entrar en contacto con ‎el príncipe Hamza y todo artículo sobre lo sucedido es un “pasaporte” para aterrizar en la cárcel. ‎

https://www.voltairenet.org/article212677.html

Desde la perspectiva confuciana, los occidentales serían muy propensos al individualismo: no sacrificaríamos libertades personales y careceríamos de rigor laboral en favor del grupo familiar, empresarial y nacional. Tampoco resignaríamos demasiado por la salud pública. El uso del barbijo es paradigmático, un objeto occidental adaptado al este de Asia hace décadas. Se usa para autoprotección y al mismo tiempo no contagiar al otro un resfrío: estornudar en público es muy grosero en Japón. Al estallar la pandemia, chinos, taiwaneses, surcoreanos, vietnamitas y japoneses comenzaron a usarlo en masa, la totalidad de ellos. Los primeros días en Corea del Sur hubo que racionar su compra a dos por persona. En Argentina, Brasil, EE.UU y otros ese rigor duró apenas semanas.

En gran parte del Lejano Oriente, salir sin barbijo en pandemia es un imperativo moral: avergüenza. Reina una honda predisposición a comportarse tal como la autoridad del círculo cercano lo espera de uno: “clavo que sobresale se hunde de un martillazo”, dice una máxima confuciana. Pero el martillazo casi nunca llega: la educación cincela antes la conducta. En Corea del Sur, un niño de primaria que hace algo “malo”, a veces es parado por el profesor para que los compañeros lo señalen con el dedo y se rían de él. Así se moldean las sociedades autoreguladas, a un costo social elevado.

Se tiende a pensar que en China hay un Estado potente en autoridad que atemoriza a quien no cumpla una disposición sanitaria. Y es así. Pero los regímenes actuales en Corea del Sur, Taiwán y Japón son más blandos y el autocontrol funciona igual o mejor. Una China democrática a la manera occidental, quizá hubiese dominado igual a la pandemia en los mismos tres meses que el año pasado. Hubo confinamientos en áreas extensas, breves pero rigurosos y el problema se neutralizó. En cambio Japón, Corea del Sur y Taiwán no cerraron casi nada (éste último tuvo solo10 muertos por covid).

El japonólogo Matías Chiappe escribió que, al declararse el estado de emergencia por un mes en Tokio --abril de 2020-- él atravesó el cruce de calles en Shibuya, el más transitado del mundo con 3000 peatones en cinco direcciones. Entre ellos, policías repetían “pedimos muy encarecidamente que regresen a sus casas por el bien de todos”. Casi todos cumplían la amable petición. En Japón se hizo teletrabajo donde fue posible, suspendieron las clases dos meses y no mucho más, salvo pequeños cambios de horario en tiendas y trenes. No hubo multas y la policía no tuvo siquiera posibilidad legal de interceder. El gobierno llamó al jishuku (autocontrol) y nunca llegó la gran ola.

Las placas tectónicas de la geopolítica se reacomodan al ritmo de la pandemia. Una China ya reactivada con un PBI en crecimiento, aduce el “ocaso de occidente”, mientras Europa vuelve a confinarse y América colapsa. El gran enigma es ¿por qué ellos pueden? ¿Por qué necesitamos ser obligados a salvarnos?

Xi Jinping declaró que su éxito en controlar al virus demostraría la superioridad de su sistema de gobierno. Pero el laurel es compartido con los vecinos. La clave es la raíz confuciana de esas sociedades, cuya eficacia fue evidente. La combinaron con vigilancia digital: coerción y consenso. En China hay una APP de descarga voluntaria sin la cual no se puede entrar al supermercado o transporte público (la señal verde indica “covid libre”). Ante 12 casos en la ciudad de Qingdao se hizo un testeo veloz a 9 millones de personas. En Corea del Sur se controla a partir de la tarjeta de crédito y el teléfono: “antes de ser diagnosticado, el paciente 10422 visitó el supermercado Hanaro en Yangjae el 23 de marzo desde 11:32 p.m. a 12:30 a.m. usando barbijo y llegó en su auto”. El trackeo completo de sus 14 días previos --y el de miles de casos-- estaba online: Quienes cruzaron a ese paciente recibieron un mensaje telefónico.

Occidente no encontró otro camino que los laboratorios. El ranking de países con víctimas por millón de habitantes lo dominan Europa y América. El primer asiático allí es Indonesia (puesto 80).  Japón ocupa el 93, China el 146 y el penúltimo es Vietnam (152). La causa principal de nuestro fracaso sería de índole cultural: si fallaran las fórmulas científicas, no tendríamos solución a la vista.

La potente efectividad del sentido del deber en la ética confuciana --que sobrevoló al harakiri, los kamikazes y los soldados corporativos del siglo XX-- ha jugado a favor en esos países. Su arraigo es milenario como la aldea arrocera que lo prefiguró con el trabajo comunal. Por eso es tan difícil imitarlos. Sabemos que no hay culturas superiores: si por allá lejos van doblegando al virus, en algún momento lo tendríamos que poder lograr acá. Aquellas son sociedades capitalistas --China más que ninguna-- con una idea de colectivismo distinta a la occidental de comunismo: no se basa en la solidaridad de clase sino en el sentido del deber por cumplir las reglas jerárquicas y mantener la armonía (wa en japonés y datong en chino). Esto no significa que no existan ambiciones particulares y competencia feroz por el dinero, sino que el peso de la mirada del otro es mucho más fuerte.

Sin pretender sopesar cosmovisiones, quedó claro que el punto débil de las sociedades occidentales fue su creciente individualismo en cuatro siglos de capitalismo instrumental, a tal punto que millones de personas confunden políticas de salud con ataque a la libertad. A riesgo de traspolar teorías, se podría decir que en Occidente prima un Superyó laxo y permisivo: su rigor preventivo cae en pocos días. En el este de Asia, el Superyó sería más riguroso a partir de la moral confuciana que emana del grupo. La conducta se rige más por la vergüenza que la culpa: casi nadie osa quitarse el barbijo ni romper las reglas de cuidado colectivo.

Occidente debe lidiar con su inconsciente. Ya Descartes descubrió que los sentidos a veces lo engañaban. Nuestro sistema perceptivo no ve al adversario invisible. Luego de un año, uno va percibiéndose inmune: “si me quité el barbijo diez veces y no pasó nada, podré hacerlo otras más”. El cerebro capta datos: 59.000 muertos. Pero el diablillo del sentido común nos grita al oído: "no te ha pasado nada, no pasará nada”. Así el sujeto va bajando la guardia. Cuesta pensar que la desidia de un sector vasto de la sociedad --jóvenes pero no solo-- dejará de ser la norma ante el tsunami que acecha, si no se lo obliga a cuidarse. Lo contrario profundizaría la tragedia. El mensaje del Estado rebota en mucha gente y la oposición incita a la resistencia civil. El devenir de este pandemónium descansa --en gran parte-- en el compromiso personal, que es a la vez social.

En Rosario, 200 alumnos de medicina formados en plena pandemia y reunidos para la foto, no captaron la necesidad vital de atenuar el individualismo. Los 370.000 muertos en Brasil, 566.000 en EE.UU y 128.000 en Inglaterra, señalan que el mundo occidental necesita --con readaptaciones locales-- absorber algo de la idea oriental de lo colectivo. Curiosamente, al virus se lo derrota en batallas uno a uno, 45 millones de combates diarios con un microenemigo empeñado en perdurar. Para erradicarlo luego de la vacuna, Occidente tendrá que vencer primero a su innato egocentrismo, generando su propio horizonte de supervivencia colectiva.

https://www.pagina12.com.ar/336041-el-arma-oculta-del-lejano-oriente-contra-la-covid

Lo paradójico es que esa tensión no ocurre en las organizaciones transnacionales o en las empresas, donde la voz del jefe o de los superiores es palabra santa y donde las jerarquías juegan con toda su impiedad. Los mismos que se dicen “libertarios”, se ven sumisos ante cualquier muestra de poder mayor a sus propias fuerzas. El asunto es la identidad. Solo aquel que sabe quién es del mismo modo en lo individual que en lo colectivo, alcanza el equilibrio suficiente para pertenecer sin resignar su “espíritu individual libre”. Los Sistemas sociales siempre imponen y priorizan el orden por sobre el libre albedrío. En diferentes medidas y formas los individuos siempre tensan esas imposiciones. Si el orden es justo y deseable esas tensiones mejorarán el sistema. Si el orden es injusto, desigual y tiende a imponer la destrucción del “yo” del otro, ya individual, ya colectivo, grupo, etnia, etc. … las tensiones terminarán transformando el sistema.

Nadie se salva solo, que cada quién haga su parte.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack





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