VIGILAR Y DEMOCRATIZAR

Las redes sociales, nuevo medio dominante

Por Ignacio Ramonet Director de Le Monde diplomatique, edición española.

Este artículo fue publicado originalmente en La Jiribilla y se publica en Le Monde Diplomatique edición digital gracias a la autorización del autor. 

Mientras Internet y las redes sociales alcanzan el summum de la democratización, la censura y la vigilancia son moneda corriente. La contracara de las plataformas que amplían el espacio de libertad de expresión es, entre otras cosas, el desarrollo de nuevas tecnologías para el rastreo de nuestras huellas. Una guerra de opuestos en la que el individuo batalla, sin darse cuenta, contra los gigantes de la informática.

El Internet moderno, la Web, se inventó en 1989, hace treinta y dos años. O sea, estamos viviendo los primeros minutos de un fenómeno que llegó para quedarse durante siglos. Pensemos que la imprenta se inventó en 1440, y que tres décadas después casi no había modificado nada, pero acabó por trastornar el mundo: cambió la cultura, la política, la economía, la ciencia, la historia. Resulta evidente que muchos de los parámetros que conocemos están siendo modificados en profundidad, no tanto por la pandemia actual de Covid-19, sino, sobre todo, por la irrupción generalizada de los cambios tecnológicos y de las redes sociales. Además, no solamente en términos de comunicación –¿se está muriendo la verdad?–, sino también en las finanzas, el comercio, el transporte, el turismo, el conocimiento, la cultura… Todo ello sin olvidar los nuevos peligros en materia de vigilancia y de pérdida de privacidad.

Ahora, con la Web y las redes sociales, ya no es únicamente el Estado quien nos vigila. Algunas empresas privadas gigantes (Google, Apple, Facebook, Amazon, etc.) saben más sobre nosotros que nosotros mismos. En los próximos años, con la inteligencia artificial y la tecnología 5G, los algoritmos van a determinar más que nuestra propia voluntad el curso de nuestras vidas. Que nadie piense que esos cambios tan determinantes en la comunicación no van a tener consecuencias en la organización misma de la sociedad y en su estructuración política tal como la hemos conocido hasta ahora. El futuro es muy largo y los cambios determinantes apenas acaban de empezar.

El mito de Sísifo

Vivimos en un universo en el que nuestra privacidad está muy amenazada; estamos más vigilados que nunca mediante la biometría o las cámaras de videoprotección, mucho más de lo que imaginó el mismísimo George Orwell en su novela distópica 1984. Además, la robótica, los drones y la inteligencia artificial amenazan con crear un ecosistema del que el ser humano podría acabar siendo expulsado; sin hablar de la “crisis de la verdad” —en materia de información—, sustituida por las fake news, la posverdad, las nuevas manipulaciones o las verdades alternativas. En este punto el futuro podría estar acercándose más rápido de lo que pensamos a nuestro pasado más aterrador.

Sobre el aspecto emancipador de la actual revolución digital, lo más notable es la “democratización efectiva de la información”. Un ideal que constituía una reivindicación fundamental, y en cierta medida un sueño, desde la revuelta social de mayo de 1968 –es decir, el deseo de que los ciudadanos se apoderaran de los medios de comunicación y sobre todo de información– en cierta medida se ha realizado. Hoy en día con el equipamiento masivo de dispositivos ligeros de comunicación digital (teléfonos inteligentes, computadoras portátiles, tabletas y otros) los ciudadanos disponen, individualmente, de una potencia de fuego comunicacional superior a la que poseía, por ejemplo, en 1986, el primer canal de televisión de alcance planetario, Cable News Network (CNN). Es mucho más barato y fácil de operar. Cada ciudadano es ahora lo que antes se llamaba un mass media. Mucha gente lo ignora o no conoce el poder real del que dispone. Hoy, frente a las grandes corporaciones mediáticas, ya no estamos desarmados. Otra cosa es saber si estamos haciendo un uso óptimo del superpoder comunicacional del que disponemos.

¿Ha resuelto eso los problemas en materia de información y de comunicación? La respuesta es no, porque en la vida cada solución crea un nuevo problema. Es la trágica condición humana. Los griegos antiguos la ilustraban con el mito de Sísifo, condenado a empujar una enorme roca hasta lo alto de una montaña; una vez alcanzada la cumbre, la roca se le escapaba de las manos y se precipitaba de nuevo hasta el pie del monte. Entonces Sísifo tenía que volver a subirla a la cima, donde se le volvía a resbalar, y así hasta el fin de la eternidad.

En ese sentido, aunque la revolución digital permitió una indiscutible democratización de la comunicación –objetivo que parecía absolutamente impensable– esa democratización provoca ahora una proliferación incontrolada y desordenada de los mensajes, así como ese ruido ensordecedor creado sobre todo por las redes sociales. Esto es precisamente lo que constituye el nuevo problema. Como dijimos, ahora la verdad se ha diluido. Si todos tenemos nuestra verdad, ¿cuál es entonces la verdad verdadera? O será, como decía Donald Trump, que la “verdad es relativa”.

Al mismo tiempo, la objetividad de la información (si alguna vez existió) ha desaparecido, las manipulaciones se han multiplicado, las intoxicaciones proliferan como otra pandemia, la desinformación domina, la guerra de los relatos se extiende. Nunca se habían “construido” con tanta sofisticación falsas noticias, narrativas delirantes, “informaciones emocionales”, complotismos. Para colmo, muchas encuestas demuestran que los ciudadanos prefieren y creen más las noticias falsas que las verdaderas, porque las primeras se corresponden mejor con lo que pensamos. Los estudios neurobiológicos confirman que nos adherimos más a lo que creemos que a lo que va en contra de nuestras creencias. Nunca fue tan fácil engañarnos.

El nuevo territorio

Más que una “nueva frontera”, Internet, o sea, el ciberespacio o digitalandia, es nuestro “nuevo territorio”. Vivimos en dos espacios, el nuestro habitual, tridimensional, y el espacio digital de las pantallas. Un espacio paralelo, como en la ciencia-ficción o en los universos cuánticos, donde las cosas o las personas pueden hallarse en dos lugares al mismo tiempo. Obviamente nuestra relación respecto al mundo, desde un punto de vista fenomenológico, no puede ser la misma. Internet —y mañana la Inteligencia Artificial— dota a nuestro cerebro de unas extensiones inauditas. Ciertamente la nueva sociabilidad digital, acelerada por redes socializantes como Facebook o Tinder, está modificando profundamente nuestros comportamientos relacionales. No creo que pueda haber “vuelta atrás”. Las redes son sencillamente parámetros estructurales definitorios de la sociedad contemporánea.

También hay que tener conciencia de que Internet ya no es ese espacio de libertad descentralizado que permitía escapar de la dependencia de los grandes medios de comunicación dominantes. Sin que la mayoría de los internautas se haya dado cuenta, Internet se ha centralizado en torno a algunas empresas gigantes que ya citamos —las GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon)—, que lo monopolizan y de las que ya casi nadie puede prescindir. Su poder es tal, lo acabamos de ver, que se permiten incluso censurar al presidente de los Estados Unidos cuando Twitter y Facebook le cortaron el acceso y enmudecieron al propio Donald Trump a principios de enero pasado.

No entendimos, a principios de los años 2000, que el modelo económico de “publicidad contra gratuidad” crearía un peligroso fenómeno de centralización, porque los anunciantes tienen interés en trabajar con los más grandes, con aquellos que poseen más audiencia. Ahora hay que conseguir ir en contra de esta lógica para descentralizar de nuevo Internet. La opinión pública debe comprender que la gratuidad conlleva una centralización tal de Internet que, poco a poco, el control se vuelve más fuerte y la vigilancia se generaliza.

Sociedades de control

En cuanto a esto, debemos precisar que hoy la vigilancia se basa esencialmente en la información tecnológica, automática, mucho más que en la información humana. Se trata de “diagnosticar la peligrosidad” de un individuo a partir de elementos de sospecha más o menos comprobados y de la vigilancia (con la complicidad de las GAFA) de sus contactos en redes y mensajes; con la paradójica idea de que, para garantizar las libertades, hay que empezar por limitarlas. Que se entienda bien: el problema no es la vigilancia en general, sino la vigilancia clandestina masiva.

En un Estado democrático las autoridades están completamente legitimadas para vigilar a cualquier individuo que consideren sospechoso, para ello se apoyan en la ley y hacen uso de la autorización previa de un juez. En la nueva esfera de vigilancia, toda persona es considerada sospechosa a priori, sobre todo si las “cajas negras algorítmicas” la clasifican mecánicamente como “amenazante” después de analizar sus contactos en redes y sus comunicaciones. Esta nueva teoría de la seguridad considera que el ser humano está desprovisto de verdadero libre arbitrio o de pensamiento autónomo. Es inútil, por lo tanto, que para prevenir eventuales derivas se busque intervenir retroactivamente en el entorno familiar o en las causas sociales. Lo único que ahora se desea, con la fe puesta en los informes de vigilancia, es reprimir lo antes posible, antes de que se cometa el delito. Esta concepción determinista de la sociedad, imaginada hace unos sesenta años por el escritor estadounidense de ciencia ficción Philip K. Dick en su novela Minority Report, se impone poco a poco. Es el “predelito” lo que a partir de ahora se persigue, bajo el pretexto de “anticiparse a la amenaza”.

Con semejante fin, empresas comerciales y agencias publicitarias cachean nuestras vidas. Estamos siendo cada vez más observados, espiados, vigilados, controlados, fichados. Cada día se perfeccionan nuevas tecnologías para el rastreo de nuestras huellas. En secreto, los gigantes de la red elaboran exhaustivos ficheros de nuestros datos personales y de nuestros contactos, extraídos de nuestras actividades en las redes sociales mediante diferentes soportes electrónicos.

Tecnologías para la emancipación

Sin embargo, esta vigilancia generalizada no impide el despertar de algunas sociedades mucho tiempo mantenidas en silencio y ahora interconectadas. Sin duda, lo que se llamó en 2011 la “primavera árabe”, igual que el “Movimiento de los indignados” en España y “Occupy Wall Street” en Estados Unidos, no hubieran sido posibles –en la manera en que se desarrollaron– sin las innovaciones comunicacionales aportadas por la revolución de Internet. Ello no solo se debe al uso de las principales redes sociales, que entonces estaban apenas extendiéndose –Facebook se crea en 2006 y Twitter arranca en 2009–, sino al recurso del correo electrónico, de la mensajería y simplemente del teléfono inteligente. El impacto de las manifestaciones populares provocadas por esas innovaciones comunicacionales fue muy fuerte ese año 2011, independientemente de la naturaleza de los sistemas políticos (autoritario o democrático) contra los que chocaron.

Claro, en el mundo árabe, “congelado” por diversas razones desde hacía medio siglo, la “sacudida” tuvo consecuencias espectaculares: dos dictaduras (Túnez y Egipto) se derrumbaron, y en otros dos países (Libia y Siria) empezaron dolorosas guerras civiles que aún, diez años después, no han terminado. También en el seno de sistemas democráticos –España, Grecia, Portugal, Estados Unidos– se produjeron ese año impactos considerables que modificaron definitivamente la manera de hacer política. Piénsese, por ejemplo, en España, donde al calor de ese movimiento surge un partido nuevo de izquierda, Podemos, que los electores acabaron por propulsar en 2019 hasta el poder, en coalición con el Partido Socialista Obrero Español. No es poca cosa.

Deseo añadir dos ideas. Primero, que esas innovaciones comunicacionales dieron muy pronto lugar a un uso político de las redes sociales. No podemos ser ingenuos. Hay manuales para usar las redes con intenciones subversivas. Se han usado contra Cuba un sinnúmero de veces, así como contra la Revolución Bolivariana en Venezuela y contra el gobierno del presidente Nicolás Maduro. Recordemos también que entre 2003 y 2006, de manera organizada y planificada, con financiamiento de poderosos intereses, se habían producido ya lo que se llamaron las “revoluciones de colores” en Georgia (2003), Ucrania (2004), Kirguistán (2005), etc.; con la intención no disimulada de romper las alianzas de estos países con Moscú y disminuir la potencia de Rusia.

En segundo lugar, comentaremos que en el otoño de 2019, antes de que la pandemia de COVID-19 se extendiera a todo el planeta, el mundo –de Hong Kong a Chile, pasando por Irak, Líbano, Argelia, Francia, Cataluña, Puerto Rico, Costa Rica, Colombia, entre otras naciones– estaba conociendo un reguero de grandes protestas populares impulsadas y acentuadas por el recurso de las redes sociales. Todos los gobiernos de esos países, teóricamente democráticos, no supieron, en la mayoría de los casos, cómo enfrentar este nuevo tipo de contestación social excepto con la represión brutal.

¿El problema tal vez sea la solución?

Así que podríamos, en efecto, decir que por una parte, las redes sociales y las mensajerías de nuevo tipo (Twitter, Facebook, Instagram, Telegram, Signal, Snapchat, WhatsApp, Zoom, TikTok y otras) han ampliado indiscutiblemente el espacio de nuestra libertad de expresión, pero a la vez han multiplicado al infinito las capacidades de manipulación de las mentes y de vigilancia de los ciudadanos. Es clásico. Podríamos afirmar, parafraseando a Marx, que la Historia es la historia de las innovaciones tecnológicas. Cada innovación tecnológica aporta una solución a un problema, y a su vez, como ya subrayamos, cada solución crea un nuevo problema. O sea, siempre que se produce un salto hacia adelante en las tecnologías de la comunicación, nos hallamos efectivamente ante un progreso en materia de capacidades de expresión, y también, ante un peligro de confusión, de confrontación y de nuevas intoxicaciones mentales. Es normal. En ese aspecto no hay nada nuevo. Todo poder que posee el monopolio de la expresión pública se desespera ante cualquier aparición de una tecnología comunicacional democratizante que amenaza su uso solitario de la palabra. Piénsese, de nuevo, en la invención de la imprenta en 1440, y el pánico de la Iglesia y del trono ante una máquina que les arrebataba de repente el monopolio de la verdad.

Ante el dilema peligros vs. ventajas, la pregunta sigue siendo ¿qué hacer? Depende de quién se plantee esa interrogación. Si son los ciudadanos, es previsible que deseen hacer uso inmediato de la excesiva potencia que les confieren las redes, sin tener la precaución de desconfiar del segundo aspecto: la manipulación de la que pueden ser objeto. Las decepciones, por ello, pueden ser fuertes.

Si quien se hace la pregunta es el poder, yo diría que debe guardar la serenidad; no puede soñar con que, por milagro, desaparezcan las redes que ya están aquí para siempre. Él también debe adaptarse a esta nueva realidad, a esta nueva normalidad comunicacional. La censura, la negación o la ceguera no sirven de nada, solo agravarían el problema, visto desde el poder. Lo rígido rompe, mientras que lo flexible resiste. Por lo tanto, el poder debe entender que las redes son un nuevo espacio de debate y de confrontación, y constituyen quizás, en el campo político, el principal espacio contemporáneo de enfrentamiento dialéctico. Es el ágora actual, y es ahí, en gran parte –como lo fue en las páginas de los periódicos durante mucho tiempo–, donde se dirimen ahora los grandes diferendos y las principales polémicas. Quien no desee ser el gran perdedor de nuestro tiempo debe estar presente en este espacio central de los debates.

Sí, las redes sociales son el medio dominante hoy, como lo fueron en otras épocas la televisión, la radio, el cine o la prensa. Es una revolución considerable, como no la ha habido jamás en el campo de la comunicación. Repetimos, todo cambio importante en el ámbito de la comunicación acaba fatalmente por tener repercusiones decisivas en lo social y lo político. No hay excepciones. Desde la invención de la escritura hasta Internet, pasando por la imprenta.

En cualquier país, las redes obligan a todos los demás medios de masas (prensa escrita, radio, cine, televisión) a tener que repensarse. Hay un darwinismo mediático en marcha. El medio que no se adapte al nuevo ecosistema desaparecerá. Adaptarse no quiere decir que los otros medios deben hacer lo que hacen las redes. No. Las redes son también el territorio, ya lo dijimos, de la manipulación, de la intoxicación, de las fake news, de las “verdades emocionales”, de las “verdades alternativas”, de los relatos conspiracionistas. La prensa escrita, por ejemplo, debe concentrarse en sus cualidades: la calidad de la escritura, la brillantez del relato, la originalidad de la temática, la realidad del testimonio, la autenticidad de la información, la inteligencia del análisis y la garantía de la verdad verificada.

El sábado 27 de febrero la empresa La Nueva (de Bahia Blanca) volvió a mostrar sus similitudes con el clan Massot: decidió no distribuir los ejemplares de la fecha (que ya tenían impresos) debido a que contenía un artículo que señalaría el posible armado de causas, el accionar irregular de la justicia y las responsabilidades de efectivos policiales, así como una posible investigación contra esos agentes, una vez probado que el proceso policial no fue transparente.

La situación parece no tener precedentes. ¿Podemos imaginarnos el escándalo internacional que se generaría si la gerencia de un diario de circulación nacional hiciera semejante cosa? ¿Qué dirían las organizaciones gremiales y los foros y colegios de periodistas ante un acto de vulneración de libertad de prensa de esta magnitud? ¡Retirar de distribución la tirada completa del día sábado! Uno de los pocos días en que el pasquín sale de manera impresa.

¿Qué es de tanta importancia que les llevó a tomar una decisión que les deja expuestos ante la comunidad en general y la comunidad periodística en particular? ¿Qué contenía ese artículo que la empresa presidida por Gustavo Elías se sintió en la desesperada necesidad de tomar esta escandalosa decisión? ¿Cómo queda ante el país el director de un diario que, debido a compromisos sobre los que no dio explicaciones, decide retirar de circulación el propio periódico en el que está al frente? ¿Qué tiene para decir la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA), cuya Junta de Directores Ejecutivo cobija a este empresario? ¿Qué piensa la clase empresarial bahiense de quien les representa institucionalmente?

Dijimos que parece no tener precedentes. Pero solo parece. Los nuevos ricos se asemejan bastante a la vieja oligarquía de pago chico que, ante la primacía de sus intereses, no dudan en violar la libertad de prensa ni lo que hiciera falta. Tamaña censura nos lleva a recordar aquel 23 de marzo de 1976, cuando una voz en off interrumpe la transmisión de Oscar Alende, horas antes del golpe, diciendo que no iban a tolerar que se difundiera el mensaje de un representante del Oso Soviético. Y listo, se cortó la transmisión violentando el derecho a la información del que debería gozar la ciudadanía.

El silencio daña la democracia y un hecho de estas características debe llamar a toda la dirigencia política no sólo a expresarse respecto de lo sucedido, sino a velar por las garantías que deben primar para que el ejercicio de la libre expresión no sea una vacía formalidad.

Esta es la empresa que recibe decenas de millones de pesos por año, en concepto de pauta oficial. (Porque son ellos quienes verdaderamente viven del estado, a diferencia de quienes apenas tienen una magra asignación). El gobierno municipal ¿seguirá otorgando pauta publicitaria a un medio donde se practica la censura abiertamente y con este grado de impunidad?

Estos sectores serán más ricos y más poderosos en tanto la política no ponga límites a estas prácticas antidemocráticas.

Así como en su momento un sector del periodismo argentino decía en voz alta “queremos preguntar”, desde nuestra organización preguntamos, ¿qué esconde la empresa que gestiona La Nueva? Es una pregunta que debería hacerse todo el arco político democrático. Porque así como tuvieron la facilidad para censurar este artículo, mañana podría ser cualquier voz crítica del arco político aquella que resulte silenciada. Este es el modelo de medios local.

¿Estamos de acuerdo? ¿Lo vamos a aceptar? ¿No pasa nada?  (PE/ Watu Cilleruelo)

https://ecupres.wordpress.com/2021/03/06/el-silencio-dana-la-democracia/

Medios, redes y polarización

Los debates sobre el rol de los medios en la construcción de la polarización política fueron revolucionados por la emergencia y la centralidad que adquirieron las redes sociales como espacio público y como vehículo de con-sumo de información a nivel mundial. Distintos estudios han mostrado que desde hace décadas gran parte dela conversación política de la sociedad suele darse entre quienes comparten ciertos preceptos comunes y se consideran cercanos (Tucker et al, 2018).Las redes sociales consolidan esta endogamia bajo la forma de burbujas (Pariser, 2017), que llevan a que los usuarios circulen por barrios en los que su pensamiento es dominante (Calvo, 2015): la lógica del algoritmo favorece la baja exposición a argumentos que producen disonancia cognitiva y afectiva con nuestros consumos anteriores (Aruguete, 2019). Esto refuerza la distancia entre el endogrupo y el exogrupo, y favorece la proliferación de visiones estereotipadas del otro que confirman la “superioridad moral” del nosotros. Por esta vía, las redes han devenido un espacio donde se fomenta y se reproduce la polarización, mientras se solidifican ciertas identidades y se consolidan fronteras con los otros (Iyengar y Westwood, 2015). 

Esta lógica de circulación segmentada alertó hace tiempo a los estudiosos de las redes, y puso en cuestión la visión encantada según la cual éstas venían a ofrecer un espacio para la horizontalización de la toma de la palabra, el empoderamiento de los ciudadanos en la producción de puntos de vista sobre los asuntos comunes y una democratización de la sociedad. En pocos años, la evidencia llevó a preguntarse si, en estas condiciones de segmentación, homofilia y burbujas informativas, las redes sociales son un riesgo para la democracia. Al respecto, un tema central de la agenda de la última década ha estado en los conceptos de posverdad, desinformación y fake news. Como señala Waisbord (2018a), la desinformación no es nueva, lo que cambió es su escala y la capacidad que tiene de masificarse y diseminarse en las plataformas digitales más importantes, que son las mismas en la mayoría de los países del mundo. No se trata, por lo tanto, sólo de algo que pueda ser corregido para pelear contra públicos mal informados: cambió la dinámica de las creencias, entró en crisis el proyecto moderno que proponía al modelo científico como el único conocimiento legítimo y, en tiempos en que los públicos ya no comparten epistemologías, “la verdad” se presenta solo como una de las opciones posibles (Waisbord, 2018a).Si bien se re configura la circulación de la información y los medios se confrontan al dilema que genera la brecha entre lo que informan y aquello en lo que sus audiencias “clickean” (Boczkowski y Mitchelstein, 2015), la televisión sigue siendo la principal fuente de información política en la mayor parte de la región (Porto et al., 2020) y los sitios web de los medios tradicionales suelen ser los de mayor audiencia y se cuentan entre las principales autoridades en las redes sociales (Calvo y Aruguete, 2020). Al mismo tiempo, aunque el atractivo comercial de la producción de noticias disminuye,su significado político y social no se redujo (Nielsen, 2017). 

 


En ese sentido,los medios tradicionales juegan un rol central al fomentar la polarización afectiva a través de la sobre representación de fuertes sentimientos políticos(Fletcher et al., 2019), algo que fue acompañado de una creciente partidización de las líneas editoriales de los principales medios comerciales en varios países. Aunque la polarización responde a múltiples causas, el tipo de interacción que se establece entre actores mediáticos y actores políticos es una de sus dimensiones fundamentales, ya que son, aun en el contexto actual, dos de los actores con mayor peso sobre la agenda pública. En ese mismo contexto, diferentes referentes políticos usan vías de interlocución con la sociedad a través de redes sociales y medios digitales,una manera más de afectar el lugar que tenían las escenas de los grandes grupos mediáticos nacionales y la mediación del campo periodístico. En la política y en los medios, pero también en otros espacios, la repercusión enredes (seguidores y alcance) es cada vez más utilizada por diversos actores como indicador práctico (Vommaro, 2008) que orienta las acciones. La polarización da réditos tanto para figuras políticas (véase el artículo de Waisborden este dossier) como para estrellas periodísticas, a la vez que escoger un encuadre informativo no polarizado y querer mostrar equidistancia puede ser rápidamente castigado por las audiencias que adhieren a los grupos antagonistas (Baldoni y Schuliaquer, 2020).

 Las emergencias de Donald Trump en Estados Unidos y la de Jair Bolsonaro en Brasil muestran que las redes funcionan, en algunos casos, como la forma preferida para la comunicación no mediada, y que también logran articular distintas comunidades con distintos medios digitales. Pero también en ambos casos, el peso de los medios tradicionales, como Fox News en Esta-dos Unidos (Polletta y Callahan, 2017; Waisbord, 2018b; Boczkowski y Papacharissi, 2018) y TV Record (Porto et al, 2020) y otros medios tradicionales en Brasil (Albuquerque y Gagliardi, 2020), generó una narrativa que pre activó a ciertos sectores para que ese tipo de discursos sean exitosos. A la vez, no todos los actores tienen la misma capacidad para intervenir en las redes sociales, ni todos lo hacen bajo la misma lógica. No es lo mismo proponer los temas que arrasar el debate para que no se hable de ciertas cosas. En ese sentido, algunos actores invierten fuertemente en redes: la desinformación no es igualitaria ni ayuda a todos por igual (Waisbord, 2018a).La economía política también juega un rol clave, lo cual le da una ventaja sustantiva a las élites económicas y a las posiciones de derecha tradicional-mente identificadas con ellas. A pesar de que hoy sabemos mucho más sobre estos temas, aún estamos en los inicios de los estudios sobre la relación entre redes sociales, me-dios tradicionales, política y polarización. Y se trata, además, de un terreno que cambia rápidamente. Pero sabemos aún menos sobre la relación entre medios —digitales, tradicionales, redes sociales— y polarización fuera de algunos casos nacionales. Como ha sucedido con los estudios previos sobre medios y política (Curran y Park, 2000; Waisbord, 2014), gran parte de las investigaciones sobre polarización y redes toman como referencia empírica a los Estados Unidos. Este país tiene algunas especificidades —como la perdurabilidad y hasta la solidificación de las identidades partidarias tradicionales— que son difícilmente hallables en otros casos, y mucho menos en América Latina.

Asimismo, en Estados Unidos la polarización es un fenómeno de más larga data y que parece ser más profundo. Algunos estudios que compararon su situación con la de países de Europa occidental mostraron que Estados Unidos está mucho más polarizado, y que, al menos en Europa, las audiencias online están apenas más polarizadas que las offline (Fletcher et al, 2019). Por lo tanto, aunque hay nuevas lógicas globales, la tramitación de la polarización y de los vínculos entre medios y política se sigue dando a escala nacional. 

Eso incluye, por ejemplo, que en los países donde los medios están más partidizados aumentan la exposición selectiva y la polarización (Fletcher et al, 2019). Por el contrario, en los países en los que existe fuerte tradición de medios públicos la polarización disminuye(Castro-Herrero et al, 2018).Al mismo tiempo, la mayor parte de los estudios sobre redes sociales son sólo sobre Twitter (Tucker et al, 2018) que es la red en la que están sobre representadas las élites políticas y periodísticas y, a la vez, no es la más masiva, aunque es la más abierta al mundo académico. El mundo digital conlleva una paradoja para la investigación: por un lado, permite transformar una parte de las prácticas sociales en datos que se vuelven visibles; por otro lado, las prácticas de la mayor parte de las grandes plataformas, las maneras en que toman decisiones y funcionan, así como lo que hacen con los datos que generan los usuarios, son mucho más opacas para su indagación que las de los medios tradicionales.

América Latina como laboratorio. 

El caso argentino en perspectiva comparada A pesar de que los estudios sobre medios y polarización política son incipientes, América Latina, en general, y Argentina, en particular, son un laboratorio especialmente fértil para el estudio de estos fenómenos. A diferencia de lo que pasó en otras regiones, en América Latina el rol de los medios ya estaba en el centro del debate público al menos desde mediados de los 2000. Esa discusión apareció junto con la emergencia de gobiernos del llamado “giro a la izquierda” que problematizaron públicamente el papel de los medios, a los que en muchos casos señalaron como su principal oposición política. Hubo una ruptura con el clima que había marcado los años noventa, con la crítica mediática a la “clase política” en nombre de “la gente” de los periodistas estrella (Vommaro, 2008), cuando los políticos profesionales consideraban que pasar por el estudio de televisión era la forma más efectiva de actuar políticamente (Landi, 1992). Así, desde los 2000 aparecieron gobiernos que criticaban a los medios tradicionales, a los que asociaban al statuquo anterior, y que eran refrendados en las urnas. Fueron tiempos en que también se rompió con la dinámica de acomodación para definir las políticas de comunicación y donde nuevas regulaciones afectaron a los grandes medios privados y dieron espacio a algunos nuevos actores mediáticos (Vommaro y Schuliaquer, 2014; Becerra, 2015; Kitzberger, 2016). 

Entonces, si bien es cierto, como ya mencionamos, que distintos trabajos muestran que las redes sociales contribuyen a la polarización política(Waisbord, 2018a; Aruguete y Calvo, 2019), en América Latina eso sucedió sobre un terreno abonado por la forma que había tomado la disputa política, así como por la dinámica del vínculo entre gobiernos y medios tradicionales (Schuliaquer, 2018). Es decir que en poco tiempo en la región se con-figuraron dos procesos que en Estados Unidos habían llevado décadas. Paí-ses con historia de competencia política poco programática, que ademáshabían vivido en los años 90 un desalineamiento en la competencia entre partidos, vivieron en un período breve alineamiento entre izquierda y derecha, polarización política y transformación del ecosistema de medios. En ese contexto, se combinaron novedosas estrategias de los actores para producir estigmatización y políticas de “tierra arrasada” para sacar a los temas y los rivales del debate público en redes (Aruguete y Calvo, 2019), con for-mas más tradicionales de construcción estereotipada y estigmatización de adversarios políticos que tuvo lugar en los medios tradicionales. En estascondiciones, la propia legitimidad para la palabra pública de los adversariosfue puesta en cuestión (Kitzberger, 2012; Albuquerque y Gagliardi, 2020).La polarización entre gobierno y oposición que se produjo en Argentinaen torno al clivaje kirchnerismo y antikirchnerismo desde el llamado “con-flicto del campo” en 2008 (Vommaro, 2019) se constituyó sobre la base de identidades políticas movilizadas, con referencias políticas claras y líderes que proveen marcos interpretativos consistentes con las bases ideológicas y afectivas de sus seguidores. Por primera vez en su historia moderna, la competencia política en Argentina se organizó en función de dos grandes coaliciones programáticamente alineadas según el eje izquierda-derecha. 

Este alineamiento se superpuso a una polarización afectiva creciente, que pro-dujo efectos paradójicos. Por un lado, solidificó esas identidades programáticamente alineadas, lo que permitió orientar más establemente las preferencias de los adherentes de cada campo (Vommaro, 2019). Por otro lado, generó una dinámica de bloqueos y descalificaciones del adversario que impactó en la tematización y el tratamiento de los asuntos públicos (ver sobre este punto el texto de Aruguete y Calvo en este dossier).El segundo proceso reside en el rol de los medios tradicionales de comunicación y de los periodistas políticos, en especial las estrellas, como motores de un posicionamiento político polarizado a través de la producción de encuadres estereotipados y estigmatizantes del exogrupo, que se profundizó desde 2012. 

Los medios privados más importantes se volvieron opositores abiertos o partidarios de gobiernos, lo que los llevó a tomar una postura de watchdog selectivo, focalizado en investigar a la fuerza política del signo opuesto y a su personal político en lugar de seguir la lógica de contralor del poder (Schuliaquer, 2020). Asimismo, cierto pluralismo interno —la posibilidad de que distintas posturas ideológicas se expresen en el mismo me-dio— que había caracterizado al periodismo argentino desde los años 1990 dio paso a un pluralismo externo —donde cada medio representa una postura política y tiene menos espacio para la diversidad a su interior. Ese pluralismo externo presenta claras asimetrías en cuanto a recursos económicos y llegada a audiencias. 

La polarización en los medios tradicionales produjo una creciente segmentación de la realidad tematizada. Se construyó una escena mediática dividida (Schuliaquer, 2018), en la que la polarización obstaculizó la posibilidad de compartir una realidad común. En el caso argentino, eso es acompañado por el hecho de que cuenta con el actor más con-centrado a escala relativa de toda la región, con propiedad coincidente en telecomunicaciones y medios tradicionales (Becerra y Mastrini, 2017), lo cual le da un peso especialmente importante en la definición de la agenda. 

El tercer nivel responde a la lógica de circulación de la información enredes sociales. Como muestran Calvo y Aruguete (2020), las redes en Argentina se muestran relativamente estables en dos polos, que señalan un claro alineamiento entre fuerzas políticas y medios tradicionales. Por lo tanto, la masificación de las redes sociales en la Argentina, en tiempos de burbujas,exposición selectiva y lógica algorítmica, se dio en base a ese clivaje que había atravesado el campo político y mediático y que había separado a kirchneristas y anti kirchneristas. En este contexto, las redes sociales son un espacio donde se fomenta y reproduce la polarización, donde se articulan y refuerzan identidades y su distinción de los otros políticos y culturales. La masificación de las redes y su capacidad para articular tanto movilizaciones políticas como la discusión de ciertas temáticas las han vuelto, de manera cada vez más marcada desde 2012, un espacio central donde se da la disputa política (Annunziata y Gold, 2018).En estas condiciones, la interacción entre el alineamiento político binario,los medios tradicionales y las redes sociales parece fortalecer y reproducir la polarización.

¿Es válido atribuir la polarización política a la comunicacióndigital? Sobre burbujas, plataformas y polarización afectiva

SILVIO WAISBORD George Washington University, Estados Unidos.

Revista SAAP volumen 14 Nº2 (https://revista.saap.org.ar/contenido/revista-v14-n2/rsaap.14.2.A1.pdf)

La crisis del coronavirus

Hijos de supervivientes

Las pandemias cambian el genoma humano durante milenios

No es difícil encontrar pensadores que culpan de la pandemia al cambio climático, la deforestación y otros inventos lamentables de la humanidad moderna. Esas teorías tienen unos cimientos muy frágiles, por dos razones. La primera es que la epidemiología demuestra que las pandemias de los últimos 100 años son consecuencia del enorme aumento de la movilidad humana que se ha desarrollado durante del siglo XX, con la generalización de los trenes, los coches, los aviones y los flujos humanos subsiguientes, que pueden llevar a Canadá un virus surgido en un mercado chino en cuestión de horas. Así ocurrió con el SARS de 2002, ahora redenominado SARS-CoV-1 para distinguirlo del SARS-CoV-2 que nos aflige.

La segunda razón es que las pandemias son más viejas que la orilla del río. La peste, el sida y la gripe española, que se llevaron a cientos de millones de personas por delante, ocurrieron mucho antes de que el cambio climático se hubiera dejado notar. El caso del sida, que ha sido investigado en detalle, demuestra que el virus surgió en África en la primera mitad del siglo XX. Nos vino de un chimpancé, pero la razón no fue la deforestación, sino el hábito humano de comerse a nuestros primos, que seguramente existe desde la noche de los tiempos. Su propagación por África se debió al desarrollo de los ferrocarriles, y su conquista del mundo a los vuelos internacionales. La historieta de que los daños al medio ambiente han causado la pandemia es encantadora ―ojalá las cosas fueran tan simples—, pero no se sujeta.

No es difícil encontrar pensadores que culpan de la pandemia al cambio climático, la deforestación y otros inventos lamentables de la humanidad moderna. Esas teorías tienen unos cimientos muy frágiles, por dos razones. La primera es que la epidemiología demuestra que las pandemias de los últimos 100 años son consecuencia del enorme aumento de la movilidad humana que se ha desarrollado durante del siglo XX, con la generalización de los trenes, los coches, los aviones y los flujos humanos subsiguientes, que pueden llevar a Canadá un virus surgido en un mercado chino en cuestión de horas. Así ocurrió con el SARS de 2002, ahora redenominado SARS-CoV-1 para distinguirlo del SARS-CoV-2 que nos aflige.

La segunda razón es que las pandemias son más viejas que la orilla del río. La peste, el sida y la gripe española, que se llevaron a cientos de millones de personas por delante, ocurrieron mucho antes de que el cambio climático se hubiera dejado notar. El caso del sida, que ha sido investigado en detalle, demuestra que el virus surgió en África en la primera mitad del siglo XX. Nos vino de un chimpancé, pero la razón no fue la deforestación, sino el hábito humano de comerse a nuestros primos, que seguramente existe desde la noche de los tiempos. Su propagación por África se debió al desarrollo de los ferrocarriles, y su conquista del mundo a los vuelos internacionales. La historieta de que los daños al medio ambiente han causado la pandemia es encantadora ―ojalá las cosas fueran tan simples—, pero no se sujeta.

El resultado ha sido un paper recién publicado en AJHG (American Journal of Human Genetics) que muestra que la mutación humana de alto riesgo se originó en el paleolítico, pero que fueron los grandes movimientos de población de los primeros agricultores por Europa quienes la extendieron en la Edad de Hierro, y la tuberculosis las barrió hace 2000 años. Como dice Quintana-Murci, todos somos descendientes de la gente que sobrevivió a las pandemias pasadas. Texto de Javier Sampedro, en el suplemento Materia de Ciencia del diario El país de España.

Casi una quinta parte de toda la comida del mundo acaba en los cubos de basura de las casas, los restaurantes y otros servicios alimentarios, y no solo en los países ricos sino también en los pobres en desarrollo, mostró un informe divulgado este viernes 5 por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma).

Unos 931 millones de toneladas de alimentos, o 17 por ciento del total de los disponibles para los consumidores en 2019, terminaron en los basureros.

El peso de esos alimentos equivale a 23 millones de camiones de 40 toneladas completamente cargados, que puestos en fila darían siete vueltas a la Tierra.

Cada año se desperdician 121 kilos de alimentos por consumidor  y, según el estudio, 11 por ciento del desperdicio se produce en los hogares, cinco por ciento pierden los servicios de alimentación, y dos por ciento los establecimientos minoristas.

Una de las conclusiones más llamativas del estudio es que no se observan grandes diferencias entre países ricos y en desarrollo. Nigeria es uno de los países del mundo donde más comida se tira en los hogares, con 189 kilos per cápita al año, o 164 en Ruanda y 119 en Tanzania, comparados con los 59 de Estados Unidos.

Por regiones, el mayor desperdicio se registra en Asia occidental y áfrica al sur del Sahara, con 110 y 108 kilos por habitante al año, El sur de Europa (90) desperdicia más kilos que el norte (74), el sureste de Asia pierde 82 kilos por habitante y América del Norte 69.

En América Latina y el Caribe el desperdicio es de 69 kilos por habitante al año. Superan la media México, que desperdicia 94 kilos, Haití 83, Bolivia, Honduras, Nicaragua y El Salvador 80, Chile y la mayoría de islas del Caribe 74, Argentina, Cuba y Venezuela 72, y Colombia 70.

Los países de la región con relativo mejor comportamiento son Belice, donde el desperdicio es de solo 53 kilos por habitante al año, y Brasil, con 60.

Marcus Gover, de la oenegé británica Programa de Acción sobre Residuos y Recursos (WRAP, en inglés), observó que “durante mucho tiempo, se asumió que el desperdicio de alimentos en el hogar era un problema importante solo en los países desarrollados”.

Sin embargo, “con la publicación del informe sobre el Índice de desperdicio de alimentos vemos que las cosas no son exactamente así”, añadió.

El Pnuma destaca que con 690 millones de personas afectadas por el hambre en 2019, un número que se espera aumente drásticamente con la covid-19, y 3000 millones que no pueden pagar una dieta saludable, los consumidores necesitan apoyo para reducir el desperdicio de alimentos en el hogar.

Además de contrastar con el hambre en el mundo, todo ese desperdicio tiene importantes efectos ambientales y un fuerte impacto en el cambio climático.

Por ejemplo, en un momento en que la medidas para frenar el calentamiento global aún están rezagadas, entre ocho y 10 por ciento de las emisiones totales de gases de efecto invernadero están asociadas con alimentos que no se consumen, si se toman en cuenta las pérdidas que suceden antes del nivel del consumidor.

Disminuir el desperdicio de alimentos reduciría las emisiones de gases de efecto invernadero y la velocidad de la destrucción de la naturaleza que resulta de la conversión de la tierra y la contaminación”, dijo Inger Andersen, directora ejecutiva del Pnuma.


 Al mismo tiempo “mejoraría la disponibilidad de alimentos y, por lo tanto, reduciría el hambre y ahorraría dinero en un momento de recesión mundial”, agregó.

Por eso aseguró que, “si queremos tomarnos en serio la lucha contra el cambio climático, la pérdida de la biodiversidad, la contaminación y los residuos, entonces las empresas, los gobiernos y los ciudadanos de todo el mundo deben hacer su parte para reducir el desperdicio de alimentos”.

La meta 12.3 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas busca reducir a la mitad, para 2030, el desperdicio mundial de alimentos per cápita entre los minoristas y los consumidores, y reducir las pérdidas de alimentos a lo largo de las cadenas de producción y suministro.

Según Gover, con estos datos, en los nueve años que quedan para lograr ese objetivo de la Agenda 2030 está claro que no se alcanzará si no se toman medidas para rastrear el desperdicio de alimentos y diseñar estrategias nacionales para evitar esas pérdidas en todas las fases de la cadena alimentaria.

http://www.ipsnoticias.net/2021/03/la-quinta-parte-los-alimentos-acaba-los-cubos-basura/

Entre desperdicios que contradicen tanto discurso en torno a la escasez, las mutaciones genéticas que nos condicionan o limitan a la hora del ejercicio de la libertad y el libre albedrío, en especial cuando se trata de cuestionar a las elites y al poder instalado, y las comunicaciones mediatizadas por corporaciones que ponen primero el negocio y después el objeto de su negocio que es el servicio de informar y comunicar, resulta una grieta que, si política, intenta desviar el foco de quienes verdaderamente ostentan el poder en el mundo que son aquellas minorías que concentran capacidad económica y definen en sus clubes privados y reuniones anuales (Me refiero al Club Bilderberg y a las Asambleas anuales en Davos), la ciencia se enreda en esos laberintos que el poder usa para su propio beneficio. Solo una ciencia para, desde y con el pueblo podrá generar organización y acción comunitaria capaz de transformar la realidad en otra genuinamente solidaria, inclusiva, respetuosa y enriquecida en las diferencias y no alimentando grietas que excluyen y alimentan a las elites.


Daniel Roberto Távora Mac Cormack


Imgenes: Fernando Botero Angulo (Medellín, 19 de abril de 1932) es un pintor, escultor y dibujante colombiano, domiciliado en Pietrasanta (Italia), París, Mónaco y Nueva York









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