La democracia cercada ...

 

El politólogo Atilio Boron, Coordinador del Ciclo de Complementación Curricular en Historia de América Latina-Facultad de Historia y Artes, UNDAV. Director del PLED, Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales del Centro Cultural de la Cooperación «Floreal Gorini», quien para analizar la vida política del país estudia con disciplina espartana los editoriales de la prensa hegemónica, le responde en esta suerte de carta a Jorge Fernández Díaz, quien publicó en el diario La Nación del 7 de marzo del corriente, el artículo “Quedarse con todo y para siempre”, título que para Borón evoca la expresión alemana «für ewig», desconociendo que lo único permanente en la Argentina, salvo breves experiencias políticas, es la inmensa concentración de poder que conforman los poderes mediático y judicial unidos a la plutocracia vernácula.

Mi pretensión de analizar la vida política argentina me impone penosos sacrificios. Por ejemplo, tener que estudiar –no sólo leer: estudiar- las notas editoriales de la prensa hegemónica de este país los fines de semana, especialmente los domingos. Hegemónica, aclaro, no por su calidad periodística sino por el antidemocrático control oligopólico que ejercen sobre el espacio comunicacional. Se trata de una labor insalubre pero necesaria y la  realizo con disciplina espartana. Me permite comprender cuáles son las “ideas fuerza” que movilizan a la derecha, sus estrategias de persuasión de masas e identificar a los blancos de sus cada vez más extremistas enunciaciones.  Pocas veces escribí artículos criticando a los autores de aquellos ardientes libelos y, por supuesto, en ningún caso obtuve respuesta. El negacionismo u ocultamiento de toda crítica es una constante en el universo ideológico de la derecha. Aún cuando ocasionalmente señalara al destinatario de mi crítica con nombre y apellido y, en un caso, demostrara diez errores fácticos contenidos en su supuesto análisis -que, como casi siempre, es una pieza de propaganda- la respuesta invariable fue, y será, un sepulcral silencio. La derecha aborrece el diálogo y no acepta debates. Lo suyo es la imposición, la prepotencia. [Por ejemplo, “Morales Solá, o la mentira como pasión”,  https://www.pagina12.com.ar/241236-morales-sola-o-la-mentira-como-pasion , 11 de Enero del 2020.]

En este caso me permitiré hacer públicos algunos comentarios sobre la nota titulada “Quedarse con todo y para siempre”, que Jorge Fernández Díaz publicara en La Nación el 7 de marzo del corriente año.[Puede leerse en: https://www.lanacion.com.ar/opinion/quedarse-con-todo-y-para-siempre-nid06032021/] Pese a estar habituado a los bombásticos titulares o los zócalos televisivos que la “prensa seria” de este país utiliza para mantener a la población en vilo, y de ser posible aterrorizada, confieso que en esta ocasión sentí un leve escalofrío. ¿Quedarse con todo?, y además, “para siempre.” La frase me sobresaltó porque evocó la expresión alemana «für ewig», usual en los tiempos en que Hitler proclamaba el comienzo del milenio para la raza aria, lo que significaría que aquel desgraciado suceso, ese “quedarse con todo”, sería eterno, un irresistible cataclismo  político que arrasaría con las instituciones de la república y la democracia instaurando en su lugar un nebuloso “despotismo electivo.”

Alarmado, me adentré en la lectura del texto y observé que pocas líneas más abajo aparecían varias referencias al recientemente fallecido Pepe Nun. Guardo una gratitud muy grande con él porque fue quien en un inolvidable almuerzo junto a Torcuato Di Tella en el Club Universitario de Buenos Aires, me recomendó enfáticamente que leyera a un autor para mí por entonces desconocido: Antonio Gramsci. Yo poseía una suerte de instinto crítico pero mi formación teórica era, a los diecinueve años, muy elemental. Detestaba a la oligarquía argentina y sus aliados por su prepotencia y su soberbia; por el desprecio que habían sufrido mis padres inmigrantes y porque en tres veranos sucesivos había recorrido buena parte del Noroeste argentino y comprobado el daño que esa clase había hecho y seguía haciendo al país. Pero adolecía de un instrumental analítico adecuado. En el almuerzo seguía, como hipnotizado, el  animado intercambio entre Pepe y Torcuato sobre el “empate catastrófico” de la Argentina y sus consecuencias. En un momento, Pepe advirtió mi desconcierto para decirme: “Gramsci, leé a Gramsci. Está todo allí.” Torcuato asintió y les hice caso. Gracias a ellos me interné en un camino que terminaría convirtiéndome en un intelectual marxista. Volviendo a Nun, tuve la suerte de ser su colega en la FLACSO/México desde finales de los años setentas y hasta 1983, y además  vecino casa por medio cuando ambos vivíamos en Tlalpan, en el Sur de la Ciudad de México. Retornados al país mantuvimos un frecuente contacto durante varios años conversando casi siempre sobre uno de los temas que más nos preocupaba: la difícil –todavía inconclusa- “transición democrática” de la Argentina.

Es por esa familiaridad con su pensamiento que noté que pese a las constantes referencias a Nun, la línea argumental de Fernández Díaz se apartaba considerablemente de la de mi amigo. Pepe hizo críticas muy duras en contra del kirchnerismo en los últimos años de su vida, pero jamás dejó de señalar que el problema fundamental de la Argentina no eran los pobres sino los ricos. Fiel a esa viga maestra de su pensamiento, realizó notables trabajos para demostrar cómo éstos, con su insaciable voracidad, son los principales responsables de la decadencia argentina y cómo se enriquecieron al compás de la degradación nacional y el empobrecimiento de su población. En una nota publicada en La Nación hace unos diez años, Nun reconstruyó la conversación mantenida con un amigo (casualmente también un novelista, cuyo nombre preservó en el anonimato).  Allí cuenta que, café mediante, “me preguntó si yo de veras pensaba que no había gente en el país que logró amasar una gran fortuna gracias a su esfuerzo, sin violar las leyes y creando fuentes de trabajo. Le respondí que sería un necio si lo negase, pero que no era ésa la gente a la cual me refería, sino al número muy considerable de ricos que eluden y evaden impuestos, que son partícipes necesarios de abundantes casos de corrupción y que encabezan una monumental fuga de capitales del mercado doméstico (unos 70.000 millones de dólares en los últimos cinco años, según estimó Roberto Lavagna).”[“Otra perspectiva para abordar el desafío de la pobreza. ¿Y si el problema son los ricos?”, 8 de septiembre de 2011, accesible en https://www.lanacion.com.ar/opinion/y-si-el-problema-son-los-ricos-nid1404256/] Pepe se extiende luego en un detallado  análisis de la inequidad tributaria argentina y concluye que “desde hace más de treinta años el país pasó del régimen fiscal razonablemente progresivo que instaló el primer peronismo (y desmanteló después la última dictadura militar) a otro claramente regresivo, que es el que nos rige hasta ahora, dejando a salvo la importante corrección positiva que introdujeron las retenciones.” Analiza también los horrores contenidos en la aplicación del impuesto a las ganancias, que al recaer sobre las empresas más que sobre las personas (a diferencia de lo que ocurre en Europa) tiene un impacto regresivo porque aquellas trasladan esa erogación tributaria a sus precios. En la Argentina, decía, el 70 % de lo que se recauda lo pagan las empresas…  y además “las rentas financieras de las personas están exentas.” Para Pepe era claro que el país estaba en manos de una plutocracia rapaz e inescrupulosa. Y que el régimen tributario, lamentablemente aún en vigor, reproducía sin cesar tan desgraciada situación.

Lo anterior echa por tierra una afirmación crucial de la nota de Fernández Díaz (compartida por todos los analistas de derecha)  cuando descarta “el cuento según el cual ella (cuando dice “ella” es CFK, por supuesto, no Lilita Carrió o Patricia Bullrich) y sus bravos patriotas rentados luchan contra ‘el poder permanente’, cuando lo único permanente en las últimas décadas ha sido el peronismo, y también que son víctimas de los ‘poderes concentrados’, sarasa que reemplaza la vetusta “sinarquía internacional”. Aquí los poderes los detentan los kirchneristas,  y están concentrados en quedarse con todo y para siempre.”

La virulencia de la expresión no es suficiente para ocultar el equívoco historiográfico de su razonamiento. En este país existe una elite de poder, para utilizar la expresión de C. Wright Mills, que ha dominado e impuesto su ley desde el fondo de la historia. Yrigoyen, Perón, durante un corto tiempo el alfonsinismo y luego el kirchnerismo, fueron breves paréntesis que apenas si atenuaron el prolongado dominio de la plutocracia vernácula. Y digo plutocracia porque ese conglomerado de súper-ricos no merece el nombre de burguesía. Ésta fue una clase -y lo digo en pasado porque con la internacionalización del capital está en extinción en casi todo el mundo-  que producía, acumulaba capital, se enriquecía pero tenía un proyecto de nación, elitista, no-democrático, pero proyecto al fin. Los grupos que conforman la oligarquía actual en la Argentina tienen como propósito excluyente saquear las riquezas del país, hacer negocios con superganancias aseguradas gracias a la ayuda de los gobiernos, fugar sus divisas lo antes posible y pasar el resto de sus vidas disfrutando de ese dinero mal habido en Miami o alguna otra ciudad del primer mundo. No sólo un “capitalismo de amigos”; más que nada un capitalismo parasitario. La fuga de capitales a la cual Nun aludía en su nota, se reprodujo exponencialmente bajo el macrismo contando con la insólita protección del gobierno, la prensa hegemónica, el aval “académico” de los corruptos gurúes de la City porteña, la “distracción” de jueces y fiscales (preocupados por descubrir dos PIBs que según ellos y la prensa, Cristina habría enterrado en la Patagonia) y los aplausos de los grandes empresarios y la derecha, beneficiarios principales de este atraco.

La tesis de Fernández Díaz se apoya en un error: la identificación entre gobierno y poder, la creencia de que  acceder al gobierno es lo mismo que conquistar el poder. Ignora el ABC que cualquier estudiante de ciencia política aprende la primera semana de clases. Sí, hubo intentos de algunos gobiernos para modificar esa desmesurada concentración de la riqueza y el poder, pero esos conatos fueron débiles, o intermitentes, o mal concebidos y en todo caso fueron derrotados por la reacción. Don Hipólito, “el General”, Alfonsín, Néstor y Cristina gobernaron con el favor de grandes mayorías electorales e intentaron recortar en parte las aristas más escandalosas de la prepotencia del capital, con sus  lujos y privilegios y, en el reverso de la medalla, la pobreza y miseria de las mayorías. Pese a sus empeños, aquellos gobiernos lograron afectar, apenas parcialmente y por poco tiempo, los intereses de los miembros de la nomenklatura oligárquica, conspicuos evasores de impuestos y “sacadólares”,  y que los multimedios de La Nación y Clarín defendieron a capa y espada durante décadas. Además, ese poder fue mutando y robusteciéndose mediante un doble proceso: por una parte, concentrando la riqueza en una minoría cada vez más insignificante desde el punto de vista estadístico –el famoso 1 % de los súper-ricos- pero poderosísima en términos económicos y financieros;  y, por la otra, gracias a su entrelazamiento con dos nuevos y potentes socios: los medios de comunicación y un Poder Judicial corrupto y politizado, con capacidad de neutralizar las amenazas que pudiera provenir del Ejecutivo y el Legislativo y de burlar, llegado el caso, las preferencias de las mayorías electorales. En esta perversa división de funciones el dispositivo mediático es decisivo para las tareas de “dirección intelectual y moral” señaladas por Antonio Gramsci para la manipulación de conciencias y corazones;  para satanizar adversarios y endiosar aliados apelando a las “fake news”, la tergiversación de noticias  y el blindaje informativo. En una palabra, como hace toda mafia, brindando “protección” mediática a los delitos de la plutocracia. La literatura sobre este tema  en Estados Unidos y Europa es inmensa, y también ha crecido mucho en Latinoamérica. El segundo, el Poder Judicial, se encarga de disciplinar a la sociedad, vigilar y castigar a los indeseables, como diría Foucault, y sacar del juego político a los inconformes y revoltosos que desafían el orden social vigente. Sus actos confieren “veracidad” a las mentiras de los medios gracias a la creencia, ampliamente difundida, sobre la imparcialidad de la  justicia. No es un dato menor que estas dos inmensas concentraciones de poder, el mediático y el judicial, estén completamente al margen de cualquier tipo de control democrático. Son poderes fácticos, incontrolados e incontrolables, que han unido sus destinos con la plutocracia. La famosa “rendición de cuentas”, la accountability, que deben realizar los gobiernos ante la sociedad, no se aplica en el caso de los medios y el Poder Judicial. Y esto les confiere un poderío inexpugnable.

No sorprende que el predominio de esta constelación de poder  haya crecido hasta límites inimaginables en las últimas décadas. Hubo tres hitos significativos en esta trayectoria: la dictadura cívico-militar, la década menemista y el macrismo. Fue bajo estos tres regímenes que el predominio de la clase dominante se volvió agobiante y arrasador; acabando con la democracia, como durante la dictadura genocida;  o vaciando de contenidos al proyecto democrático bajo el menemismo y el macrismo. Esto, Fernández Díaz, es lo “único permanente” que hay en la Argentina; el resto, como dice usted, es “sarasa”. Por eso decía Pepe que los dueños de la riqueza destruyeron “el régimen fiscal razonablemente progresivo que instaló el primer peronismo”. Y esos gobiernos,  incluyendo el kirchnerista, fueron incapaces de resistir la feroz arremetida  del gran empresariado nacional y extranjero, de sus lobbies y organizaciones corporativas;  de los  grandes medios de “desinformación y confusión de masas”, y un Poder Judicial que le puso el sello de la legalidad a este desdichado itinerario.

En su artículo usted cita unas expresiones de Pepe que lo retratan como un fuerte crítico del kirchnerismo. Y lo fue, sin duda alguna, como también lo fue del menemismo y mucho más de la dictadura. Pero tan siniestra como usted la pinta no debe haber sido la experiencia política del kirchnerismo para que Nun haya sido, durante  cinco años, entre 2004 y 2009, Secretario de Cultura de Néstor y de Cristina Fernández. No pudo hacer todo lo que quiso, por las restricciones presupuestarias y, concedo, las interminables “internas” dentro del elenco gobernante, lo cual es una constante en la vida política de todos los países, no sólo el nuestro. Pero que yo sepa no utilizó expresiones como las suyas para descalificar a Cristina, aunque en los últimos años fue muy crítico de ella y del kirchnerismo, y nunca cayó en el insulto o el sarcasmo, cosa a la cual usted se ha vuelto tan aficionado que ya parece ser un vicio. Epítetos o insultos nunca sirven para validar un argumento. Recuerde la célebre frase de don Miguel de Unamuno a los fascistas españoles: “vencerán pero no convencerán”.  Usted y sus colegas vencen (por ahora) en la desigual batalla de ideas porque están parados sobre inmensos aparatos propagandísticos, pero no convencen. Sólo reavivan el odio de los que ya están convencidos reproduciendo mil veces  sus mentiras. ¿Recuerda lo que hace poco decían sobre la vacuna Sputnik V, que era un veneno? ¿Cuántas veces los “perioperadores” de los grandes medios lo repitieron, con voz engolada y cara muy seria, en la prensa gráfica, en la radio, en la televisión, en las redes sociales? ¿Qué lograron con esa mentira? Incitar el odio y la furia en contra de un gobierno acusado de querer envenenar a la población. Una mentira gigantesca y siniestra, pensada para consolidar  la fidelidad y el fanatismo de un cierto contingente electoral con vistas a las próximas elecciones. Y ahora, que la gente se pelea por ser vacunada con la Sputnik V, ese pseudo-periodismo instala otro tema y sigue mintiendo. El repertorio es interminable. Volviendo a Unamuno; ¿convencerán? ¿A cuántos, y por cuánto tiempo? Este año lo sabremos. 

Retomo el hilo luego de esta breve digresión. Un buen escritor de novelas policiales como usted –campo que definitivamente es el suyo, no así el análisis político en donde es apenas un modesto principiante- debería abstenerse de utilizar hasta el hartazgo expresiones difamatorias como “la Pasionaria del Calafate”, la “Arquitecta egipcia”, o la “Emperatriz de la calle Juncal.” Esta ingeniosidad facilonga puede ser aceptable en un grupo de WhatsApp de adolescentes, pero para un periódico cuyo fundador definió su función, la de ser “tribuna de doctrina”, la apelación a ese tipo de caracterizaciones revela el fracaso del proyecto fundacional del diario y, además, una cierta pobreza del pensamiento. Debo decirle que la Pasionaria original, la entrañable Dolores Ibárruri, lo habría abofeteado sin piedad al terminar de leer cada una de sus notas dominicales, cargadas como están de odio, de machismo y de un insoportable servilismo en relación a los dueños del poder. Por lo tanto, y por respeto a los centenares de miles que murieron en la Guerra Civil española, sería bueno que usted dejara ya de utilizar la imagen de la Pasionaria para sus diatribas contra Cristina Fernández. Entre otras cosas porque, si hoy viviera, Dolores estaría del otro lado de la barricada, nunca de su lado. Y además, usted debería saber que el primer paso de un femicidio es la agresión simbólica de la que es víctima una mujer. Los psicólogos y psicoanalistas han acumulado suficientes antecedentes para demostrar que las palabras no sólo comunican ideas o sentimientos sino que también tienen efectos prácticos, concretos. La violencia simbólica, algo que usted y sus colegas practican a diario con fruición en contra de Cristina, es el primer acto de una secuencia que suele ser seguida con la agresión física y, en algunos casos, el asesinato de la mujer. Usted la acusa de “matonismo y bullying”, pero el periodismo de guerra, del cual La Nación y Clarín son sus naves insignia, practican ambas cosas de modo irresponsable y con total impunidad. No es lo mismo decir que una persona tiene una postura política inapropiada, inaceptable, autoritaria, pongamos el caso, que decir que ese personaje es un “matón.” Cuando se califica de ese modo a Cristina, o a cualquier protagonista de la vida política argentina, se corre el riesgo de que se abra la caja de Pandora y antes de llegar al fondo, donde reposa la esperanza, lo más probable es que encuentre una Browning de 9 milímetros. Tenga en cuenta que ni usted ni sus colegas podrán hacerse los desentendidos si alguno de sus lectores, oyentes o televidentes, envenenado por la constante demonización de la que hacen objeto, un día de estos se arroje sobre esta suprema encarnación del mal que para usted y sus colegas es Cristina, y pretenda hacer justicia con mano propia.

Otro tema: disfruto de la lectura de sus novelas. Ya lo dije; eso es lo suyo, más allá que me disgustó cómo resolvió la trama de El Puñal, pero eso no le quita méritos a la obra. No tome a mal cuando dije que en temas de análisis político usted es un “modesto principiante “.  Alguien como usted, que habla del “risible verso del lawfare”, es o bien una persona que desconoce ciertas cuestiones básicas de la ciencia política o, para usar sus propias palabras, un publicista “rentado”, un amanuense que escribe lo que le ordenan.  Prefiero que sea lo primero: un desconocimiento de la literatura de un campo que claramente no es el suyo. Le sugiero, por eso, que haga una rápida visita a Amazon y busque libros sobre Lawfare, sólo en inglés, para evitar que aparezcan gentes latinoamericanas que para usted podrían ser sospechosas de “populismo”, “kirchnerismo” o vaya a saber que otra plaga.  Yo hice un pequeño sondeo antes de escribir estas líneas y encontré quince libros –repito, sólo en inglés, dejando afuera textos en castellano o portugués- en una primera y rápida búsqueda. Además me topé con referencias al Lawfare Institute, cuya ceremonia inaugural tuvo lugar en la  University of London el 5 de Diciembre del 2017, y una mención del blog especial sobre Lawfare patrocinado por la  Brookings Institution, organismo radicado en Washington y que para evitar confusión entre sus tan mal informados o prejuiciosos lectores, aclaro que no fue creado por la Cámpora o por órdenes de Cristina. Por lo tanto, lo que usted llama este “risible verso” resulta que es un poquito más que eso y lo convertiría en un hazmerreír mundial si tuviese la mala idea de ir a dictar alguna conferencia en una universidad de los Estados Unidos o Europa y saliera con esa frasecita. Un periodista tiene una misión sagrada: ilustrar a sus lectores y no embrutecerlos con afirmaciones como esas. 

La verdad es que su columna daría pie a un largo ensayo sobre sus numerosos errores de análisis y sus excesos de lenguaje. Su defensa de una corrupta Justicia Federal y de personajes del bajo fondo que fungen y medran como jueces y fiscales (usted y sus lectores saben muy bien a quienes me estoy refiriendo) es incomprensible e imperdonable; lo mismo su alucinación acerca de la inminente conformación de “un esquema de partido único” en un país que, grieta mediante, está partido en dos y en donde el único partido único de verdad es el de los medios, que acaparan con malas artes la casi totalidad de la audiencia. Su aquiescencia y la de sus colegas ante tamaña monstruosidad jurídica como lo es la instalación de una “Mesa Judicial” en la Casa Rosada no es menos sorprendente, sobre todo porque usted y los mal llamados “periodistas independientes” no escriben un párrafo sin citar a Montesquieu, la Constitución de Estados Unidos con sus “pesos y contrapesos” y alabar las virtudes de la división de poderes. También lo es la complacencia que mostraron cuando Mauricio Macri tuvo la anti-republicana osadía de pretender designar dos jueces de la Corte Suprema por decreto. Pero parece que todas estas reglas no se aplican a la hora de hablar de los gobiernos amigos; son de aplicación exclusiva para los adversarios. También fastidia a amplios sectores de la ciudadanía la “protección mediática” que se le ha brindado a los negociados y corruptelas del gobierno de Macri, una sucesión de gigantescos escándalos sobre los cuales, un hombre como usted, tan imaginativo a la hora de pergeñar frases hirientes y altisonantes, permanece en un desconcertante silencio. Un consejo: reserve estos fuegos de artificio verbales para sus novelas policiales, para Remil y sus amigotes. Dedíquese a eso, que es lo que sabe hacer muy bien. Y recuerde que la ciencia política es una ciencia, que como lo recordaba siempre Pepe, tiene 2.500 años de historia. Una ciencia, no un palabrerío.

https://lateclaenerevista.com/sobre-el-poder-permanente-en-la-argentina-por-atilio-boron/

Las dos historias de los derechos humanos

Existe un relato del derecho internacional, eurocentrista y colonial, pero también existe otro no oficial.

Raúl E. Zaffaroni, Profesor emerito de la UBA y ex-Juez de la Corte Suprema Argentina, reflexiona en esta nota publicada originalmente en la TeclaÑ y reproducida por VCF

Antes de la Declaración Universal de Derechos Humanos del 10 de diciembre de 1948, el derecho internacional se ocupaba de las relaciones entre Estados, pero no de lo que éstos podían hacer con sus habitantes. En las décadas siguientes se fueron poniendo en vigencia tratados –leyes internacionales- que configuraron el sistema universal y los tribunales regionales (europeo, americano, africano). El relato de este proceso es la historia del derecho internacional de los Derechos Humanos.

Pero hay otra historia de los Derechos Humanos, que es la de su gestación ideológica, que explica cómo se desarrolló la idea de estos derechos, pues sin una idea previa no hubiesen podido concretarse en leyes.? ?

Por cierto, las dos historias no son independientes, sino que después de 1948 se siguen entrelazando hasta el presente. Los diversos tratados internacionales –como cualquier ley- no pasan del deber ser normativo al ser real en el mundo, es decir, no cobran eficacia plena en forma automática. Si los tratados de Derechos tuviesen plena eficacia en el plano del ser, viviríamos en sociedades ideales, pero esto dista de ser realidad. En estos –como en general respecto de todos los derechos- la eficacia se obtiene por lucha, como decía Jhering en el siglo XIX.

Y en materia de Derechos Humanos, la lucha continúa porque las propias disposiciones de los tratados siguen siendo materia de controversias interpretativas, distorsiones, tergiversaciones y racionalizaciones, es decir que son materia de confrontaciones de poder envueltas en diferentes sistemas de ideas. Los tratados son instrumentos, pero esta rama del derecho –como todo el derecho- siempre fue y sigue siendo lucha y, en particular, lucha ideológica.


Cuando preguntamos por la historia de la gestación de la idea de los Derechos Humanos, se nos suele ofrecer el relato o narración de una paulatina toma de conciencia de la especie humana que, impulsada por el motor de la razón, habría atravesado sucesivas etapas de creciente madurez, en un proceso cuyo origen y delantera la tuvo Europa, que asumió la función de punta de lanza de este continuo curso progresivo.

Así, nos relatan que las primeras vueltas del motor de la razón se dieron en Grecia, de allí pasó a Roma y, luego de una etapa más o menos oscura, retomó su ritmo y desde 1492 se extendió a América. Luego, la revolución industrial europea perfeccionó la idea de un ser humano consciente de su libertad, configurándose un Occidente que se expande al mundo, frente a un Oriente un poco atrasado.? ?

Esta es la historia oficial, eurocéntrica o –más claramente dicho- colonial, que desde la literatura infantil y adolescente nos enseñaron de diversas maneras. Creemos que su más fino narrador –no superado hasta hoy- fue Hegel en sus famosas Vorlesungen o Lecciones sobre la filosofía de la historia universal.

Según la narración hegeliana, nuestra región no tuvo historia hasta 1492, porque estaba habitada por millones de originarios que se desintegraron al soplo del europeo, pues eran débiles, como nuestra geografía, húmeda, con montañas que, al no correr como las europeas, hacen que todo se pudra, incluso todo lo que se trae, hasta el mismo europeo se debilita en ella. También no dice que los africanos subsaharianos –negros- son peores que nosotros, pues es difícil reconocer en ellos la humanidad, por lo que se les hizo un favor esclavizándolos, dado que así estarán mejor que en sus tribus.

Hay algo demasiado contradictorio en esta narración: no es coherente que el soplo de la razón que impulsa lo que Hegel llama el espíritu (el Geist) que anunciaría lo que hoy llamamos Derechos Humanos, legitime la supresión de millones de originarios y la esclavitud de los africanos. ¿Qué clase de razón es esta, que motoriza un espíritu genocida? ¿Esto es un espíritu o un espectro?

Todo indica que debe haber otro relato o narración, pero no porque el de Hegel sea del todo falso, pues si bien omite datos (los ausenta), en general los restantes son verdaderos: acabaron con millones de indios, esclavizaron africanos, todo lo cual es verdad, sólo que los interpreta (relata, narra) desde su posición de prusiano del siglo XIX. Es obvio que debe haber otra narración más coherente de los Derechos Humanos, que incorpore los datos ausentados por Hegel y relate de modo diferente los que éste menciona. Si desde el centro que colonizó nuestra región y luego el resto del planeta se relata esta historia, no pueden faltar las narraciones de los colonizados y, en efecto, hay narraciones que reconstruyen esa historia desde Oriente y desde África y, por supuesto, también desde nuestra región.

Esto obedece a que el historiador selecciona hechos del pasado, pero no todos (no le interesa si a Colón lo picaron los mosquitos), sino sólo los que son significativos desde su presente y en el lugar en que relata su historia. Desde ese ser-ahí le otorga significación (lo toma en cuenta) y significado (lo interpreta). Y desde nuestro ser-aquí no podemos dejar de caer en la cuenta de que la selección e interpretación (significación) de los hechos del relato eurocéntrico, pretende narrarnos que el colonialismo gestó la idea de los Derechos Humanos mientras cometía las peores violaciones de esos mismos derechos.? ? ? ? ? ? ?

Si este relato se repite entre nosotros, es porque el poder colonialista nos condiciona para pensar, valorar y adquirir saberes conforme a su epistemología, nos limita como sujetos de conocimiento y valoración. Llamamos colonialidad a ese condicionamiento que nos limita el conocimiento, como el efecto colonizador de nuestro equipo psicológico.? ?

Pero nuestro ser-aquí es golpeado con una vivencia cotidiana demasiado brutal que nos expulsa del cómodo dejarnos llevar por el se dice (on dit, das man) del relato de la colonialidad. No podemos eludir que no sólo estamos aquí, sino que somos en un continente que los europeos llamaron América y que luego subestimaron agregándole Latina, en sociedades muy estratificadas, con enorme concentración de riqueza (con los coeficientes de Gini más altos del mundo); con selectiva distribución de la sanidad y de la educación; donde los más ricos en melanina se concentran en los estratos pobres, en las cárceles y en los muertos violentos; con muy marcada discriminación de género y violencia contra mujeres y personas de orientación sexual no binaria; con culturas originarias marginadas y sitiadas por explotaciones agrícolas y mineras que las privan de sus medios de supervivencia; con sectores poblacionales que carecen de alimentación adecuada y de proteínas en los primeros años de la vida; con sistemas represivos de alta letalidad, con desapariciones forzadas, torturas, etc.

Recibimos este fuerte cachetazo de la visión presente, sabiendo que el presente es sólo una línea que separa el pasado del futuro –recordemos la aporía agustiniana-, pero que nos exige una explicación que obliga a dirigir la vista hacia el pasado, del que emerge otra narración diferente, que muy cerca en el tiempo nos muestra los asesinatos masivos de aldeas en Centroamérica y las desapariciones forzadas y ejecuciones clandestinas en las dictaduras sudamericanas, productos del neocolonialismo de seguridad nacional.

Si nuestra vista se aleja más en el tiempo, vemos repúblicas oligárquicas, masacres de campesinos del Farabundo Martí, la guerra del perejil de Dominicana, la campaña al desierto argentina, la represión de Canudos en Brasil, la vergonzosa guerra de la Triple Alianza, la esclavitud apenas abolida en 1888, nuestros latifundistas sometiendo la región al neocolonialismo oligárquico.

Saltando otros muchos crímenes estatales de letalidad masiva, si nos extendemos hasta el colonialismo originario, nos aparece el desbaratamiento de los sistemas políticos y económicos originarios, el etnocidio del Anáhuac y el Tawantisuyo, la muerte por explotación y contaminación de millones de originarios en servidumbre y el transporte esclavista.

Desde aquí no podemos menos que resignificar estos hechos como medio milenio de violaciones de Derechos Humanos, ni tampoco dejar de observar que el colonialismo originario jerarquizó racialmente nuestras sociedades: en la base los indios y negros, un poco más arriba los mestizos y mulatos, luego los hijos de los europeos y en la cima estos últimos, sin contar con la previa subhumanización de media población, debida a la fortísima misoginia traída por el colonizador. No se explica que Europa haya gestado la idea de los Derechos Humanos, cuando su colonialismo subhumanizó a la mayor parte de la humanidad: el 50% de mujeres más todos los colonizados del mundo.? ? ?

Nuestras independencias llevaron a los blancos descendientes de europeos a ocupar el lugar de éstos, pero hacia abajo nada cambió. Por eso pretendieron imponer modelos estatales copiados a los colonizadores, en los que no cabían los indios ni los negros y siguieron adelante cometiendo masacres, porque esos modelos no podían funcionar sin negarlos o eliminarlos.

Los modelos estatales del norte resultaron de la lucha de las burguesías contra las noblezas, que nada tienen que ver con nuestro aquí, donde nunca hubo monarca ni nobleza, sino elites racistas de sociedades estructuradas como inmensos campos de trabajo forzado. Por eso, nuestras luchas no son del todo clasistas, pues las clases capitalistas surgieron en la etapa que en el norte generó el proletariado, pero que aquí no se dio, en razón del desarrollo periférico de nuestro capitalismo. Nuestras sociedades siguen siendo marcadamente racistas, lo que se observa en la riqueza de melanina en los barrios precarios y las prisiones, en contraste con las universidades, el funcionariado y los barrios residenciales de nuestras urbes.? ? ?

Todo esto obliga a revisar la usual clasificación de los Derechos Humanos por generaciones, según la cual los habría de primera generación (individuales), de segunda (sociales) y de tercera, el principal de los cuales es el derecho al desarrollo progresivo. Para nosotros, este último es el primero, porque llevamos medio milenio de subdesarrollo colonial, hasta al tardocolonialismo financiero actual.

Como consecuencia del subdesarrollo sufrimos un genocidio por goteo en acto, con los índices de muertes violentas más altos del mundo en algunos países, con muertos por deficiencias sanitarias y atención selectiva de la salud, por suicidios, por inseguridad laboral, por falta de infraestructura vial, etc. Si sumásemos todos los cadáveres anuales que produce el subdesarrollo, veríamos que no es para nada exagerado hablar de un genocidio por goteo y a veces por canilla libre.

Pero escribiendo desde el fondo del sur, no faltará quien observe que no todos somos indios, negros, mulatos ni mestizos, lo que es verdad. ¿Pero entonces, quiénes somos? Aunque la colonialidad dificulte asumirlo, la verdad es que somos el producto de muchas más subhumanizaciones del colonialismo planetario.

Si ponemos a Hegel de cabeza, veremos que narra desde la superioridad de la burguesía de una Europa poderosa, pero oculta que su continente, encerrado por turcos y árabes en el siglo XV, se volvió poderoso y colonizador merced a la colonización y al esclavismo genocidas cometido aquí, que lo proveyó del oro y la plata que generaron sus burguesías y su revolución industrial. Desde esa posición, subestima todas las culturas anteriores a la europea: los orientales por teocráticos, los árabes por sensuales, los judíos por sometidos, los latinos europeos por no alcanzar su nivel de fineza.? ?

Lo que sucede es que la narración del norte es la de todo el colonialismo planetario, de cuyas múltiples subhumanizaciones provenimos todos los habitantes de nuestra región que no somos indios ni negros, aunque la jerarquización racista de nuestras sociedades se lo oculte a muchos. No olvidemos que marginados eran también los propios colonizadores, provenientes del sur de la Península recién reconquistada; lo eran los prófugos traídos por los portugueses; los chinos esclavizados por el Pacífico; los judíos de los progroms europeos; la emigración masiva expulsada del sur europeo atrasado en la acumulación de capital; los emigrados de la disolución del imperio otomano; los armenios víctimas del genocidio; todos los que llegaron escapando de las guerras mundiales y, sin duda, omitimos otros.

Muchos de los descendientes de los que llegaron son víctimas fáciles del condicionamiento de la colonialidad, porque su pobreza de melanina les hace creer que están destinados al privilegio en las sociedades racistas. Muy pocos lograrán los privilegios, pero nuestras sociedades no superarán su subdesarrollo mientras no caigan en la cuenta de que nuestra narración debe ser la otra, la del sur, la de nuestro aquí.

Por último, no podemos dejar de señalar que la narración desde aquí tiene otro importante efecto sobre nuestra perspectiva de los Derechos Humanos, pues nos obliga a reparar una enorme ausencia que oculta la narración colonial: nuestra idea de estos derechos se gestó y se sigue gestando en las múltiples tácticas de resistencia y de supervivencia a sus violaciones.

Nuestra idea de Derechos Humanos se empezó a gestar con los indios cimarrones, los palenques y quilombos de esclavos prófugos, las sublevaciones de los indios, la revolución de Túpac Amaru, las luchas por la independencia; se continuó con las resistencias populares, las huelgas y una larga lista de tácticas de resistencia y supervivencia que llega hasta las Madres de Plaza de Mayo, sigue hasta el presente y seguirá enriqueciéndose en el futuro, como valiosísimo bagaje cultural latinoamericano. Esta es la verdadera historia no oficial de la gestación de la idea de nuestros Derechos Humanos. Como indicamos al principio citando a Jhering: el derecho es lucha.

Ultras de medios opositores hablan de “golpe”

Cada semana evidencia un corrimiento de los límites que son capaces de atravesar los extremistas que fijan la línea de los medios opositores. Varios de ellos ya no se conforman con el reiterado pronóstico de ruptura del Frente de Todos, que recitan desde 2019, y ponen en juego la palabra “golpe”, obviamente como supuesto plan de la Vicepresidenta, o en su reemplazo sueñan con el día en que, cansado, el Presidente diga “basta” y abandone.

 

Si se toma como punto de referencia el domingo 7 de marzo, van ocho días corridos en que falte en Clarín, Infobae y La Nación la palabra “demora”, escoltada por relatos del Presidente “en soledad”, “en agonía”, “irritado”, “desanimado”, “débil”, “sitiado”, entre otros.

Esta embestida coordinada va en paralelo con la lucha incansable contra el plan de vacunación, a pesar del papelón de Beatriz Sarlo, cuya descarada maniobra contra el gobernador Kicillof fue reemplazada velozmente por la repetición de la consigna “vacuna La Cámpora”, complementada con una nueva: “Vacuna Baradel”.

La aplastante negligencia e incapacidad del gobierno de Rodríguez Larreta en la aplicación de dosis, junto con la cesión de 10 mil vacunas a empresas privadas sobre las que nada se sabe, es transformada en un “traspié”. El ministro correntino de Cambiemos que se llevaba 900 dosis en su auto, violando todos los protocolos, no fue noticia, salvo una crónica de Clarín el martes que justificó la ilegalidad. Tampoco fue noticia la protesta en la capital de esa provincia. Censura total.

La ministra renunciante, Losardo, acusada hasta hace diez días, en notas repetidas, de hablar solo para congraciarse con Cristina Kirchner, pasó súbitamente a ser “moderada”, prudente, respetuosa de la institucionalidad, aunque Santoro, investigado como miembro de la banda extorsionadora de Stornelli, D’Alessio y Bonadío, le reprocha que “hizo suyo el relato del lawfare”.

Las afirmaciones habituales sobre ruptura entre el Presidente y la Vice les quedaron cortas a estos medios y por eso suben la apuesta. Uno de los más extremistas fue Morales Solá en La Nación del miércoles: dice que Cristina Kirchner “empujó” a Losardo y pregunta: “¿Acaso lo está empujando al propio Presidente?” Por supuesto, él mismo responde: la Vicepresidenta “presiona de tal manera” que “muchos imaginan en que el Presidente dirá basta”.

Al día siguiente le hizo eco Pagni, quien imagina a Alberto Fernández como “el líder llamado a romper con su mentora”. Y el domingo, Kirschbaum afirma en el título que “comienza el asedio” al ministro Guzmán -de “Ella”, claro-, aunque en la nota dice que solo “parece” que así sucederá. El jefe de redacción de Clarín repite la línea de su columnista multifunción Bonelli, quien el viernes había escrito sobre la posible postergación del acuerdo con el FMI para después de las elecciones. En un párrafo presenta esta posibilidad como una imposición de la Vicepresidenta, pero en otro se le escapa que funcionarios del Fondo no están en desacuerdo con esa hipótesis.

También el domingo, Morales Solá vuelve a plantear una supuesta toma del poder por Cristina Kirchner con una ocurrencia, “monarquía electiva”, después de afirmar que el Presidente parece incapaz de entender que está hundiendo a todo el Gobierno. También habla de “asedio” al ministro Guzmán y, sangriento y mortuorio, dice que “Ella” no es quien usará “el arma homicida”.

Golpe palaciego que acorralada al Presidente”, tituló Infobae el domingo en su primera pantalla. Es Tenembaum quien replica la consigna de que Cristina Kirchner le impone a Alberto Fernández “romper o someterse”. Y si “Ella” decide quién estará a cargo de Justicia, “¿qué espacio le queda a un presidente cercado?”

A diferencia de lo que sucedió durante cuatro años con las protestas contra Macri, ninguno de estos editorialistas independientes consideró que los hechos del sábado en Chubut, con la hostilidad de un grupo de manifestantes a la comitiva presidencial, fuera un hecho político digno de mencionar. Infobae le encargó a un abogado de apellido Grispo una nota en la que después de una aparente condena a la violencia justifica plenamente el ataque, hablando de “indignación” e “impaciencia ciudadana”, y paladeando “desobediencia civil”.

Los incendios en la región andina fueron encarados por Clarín, en un primer momento, con un enfoque que vuelve timorata a la ultra entonada Patricia Bullrich: el gran diario acusó por el fuego al fantasmagórico grupo “RAM”, aquel que según la ex ministra recibe financiamiento británico y tiene armas que arrancan árboles de cuajo. El diario se sirvió de dichos del senador Weretilneck, quien cuando fue gobernador acompañó con fervor todos los actos de represión ilegal del macrismo.

Ni siquiera Infobae, que en aquellos años publicó con gran destaque artículos que pretendían mostrar la potencia de los “terroristas mapuche” con una foto en la que se veían un martillo, una pala, una azada y tres o cuatro celulares de 20 años de antigüedad, se animó a tanto. De hecho, nobleza obliga, publicó el sábado una nota en la que detalló la intervención destructiva de la zona con plantaciones de pinos con fines mercantilistas, mencionó la sequía por el cambio climático y hasta incluyó un descargo de la coordinadora mapuche rionegrina, rechazando las acusaciones montadas en su contra.

Al menos sábado y domingo, Clarín bajó el tono sobre este conflicto y La Nación se mantuvo en una muy infrecuente línea informativa, con cierta asepsia, aunque excluyendo referencias al conflicto por la extracción depredadora de los recursos naturales de la zona.

Las noticias internacionales pusieron en aprietos a este dispositivo político-comunicacional: la anulación de los juicios amañados contra Lula da Silva pasaron fugazmente por estas páginas, sin ninguna mención a que tanto el derrocamiento de Dilma Rousseff como la condena y proscripción del líder del PT y el consecuente triunfo de Jair Bolsonaro fueron causados por una alianza entre corporaciones nacionales e internacionales, la “justicia” encarnada en Sergio Moro, el soporte mediático del grupo Globo y, como socia menor, la esperpéntica derecha política brasileña, con la que el macrismo tiene tanta amistad.

Les resultó más fácil salir en defensa de la ex dictadora boliviana Jeanine Añez y algunos de sus cómplices en el golpe contra Evo Morales, consumado con complicidad de la OEA. “Nombrada por el Congreso”, recita Clarín, que la llama “ex presidenta interina”, igual que La Nación e Infobae.

Los tres medios lograron el domingo 14, cada uno por su parte, una hazaña: Clarín publica “en exclusiva” un adelanto del libro de Macri; Infobae publica “en exclusiva” un adelanto del libro de Macri; La Nación publica “en exclusiva” un adelanto del libro de Macri.

Que nadie se burle, el periodismo independiente argentino es así.

La Nación había intentado tomar la delantera el viernes cuando le destinó espacio en tapa a revelarle al mundo el anticipado éxito de ventas del mismo libro. Es un dato que sirve para creerle a Morales Solá, quien el domingo 7 de marzo había negado que Macri sea accionista de La Nación.

 https://www.comunanet.com.ar/ultras-de-medios-opositores-hablan-de-golpe/

Así de sinuosos y fangosos los derroteros de los gobiernos que intentan sostener lineamientos de políticas Nacionales y populares. La democracia restringida es propiedad de los dueños de los relatos que nos explican la realidad a pesar de la realidad misma.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack



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