Pensar en los lenguajes ...

Habla, mercado lingüístico y poder simbólico

Dos peces jóvenes van nadando juntos y se encuentran con un pez más viejo que viene en sentido contrario. El pez viejo los saluda amablemente: “Buenos días, chicos, ¿cómo está el agua?”. Los dos peces jóvenes se alejan un poco sin contestar, entonces se miran y uno pregunta al otro: “¿Qué demonios es el agua?”

David Foster Wallace – “This is Water”

Pierre Bourdieu proponía considerar la lengua como un mercado lingüístico, consideraba que las palabras no se producen en el vacío, sino que se inscriben en discursos que se intercambian en un campo donde su valor se define en competencia con otras palabras, según una lógica propia de la economía.

Pierre Bourdieu es uno de los pensadores más importantes del siglo XX, una fuente inagotable de heurísticas que en “¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios lingüísticos”, compila diferentes trabajos donde ejemplifica el significado del habla en relación con el mercado lingüístico. Una obra de vital importancia y actualidad que nos ayuda a visibilizar las estructuras sociales que subyacen en y surgen de los actos del habla. Una reflexión que arroja luz sobre esta dimensión social en la que el habla es la puerta de entrada.

Desde esta óptica, la disputa durante las campañas electorales podría ser interpretada como una competencia en el mercado lingüístico: quién logre imponer significado a las palabras en torno a las cuales los competidores pretenden dilucidar el sentido de la elección sería quién cobraría mayor beneficio y poder simbólico que se traduciría rápidamente en poder real. Dentro de este enfoque se enmarcarían también los cuestionamientos que se vienen haciendo en las últimas décadas a la autoridad de la Real Academia Española sobre lenguaje inclusivo o los debates sobre el lenguaje políticamente correcto y los límites del humor que cobran cada vez más actualidad.

En el mercado lingüístico se refleja la estructura social y por lo tanto establece unas reglas para la emisión de discursos, de ahí la razón por preguntarse sobre los actos del habla en relación con las condiciones sociales de producción. Si conocemos las reglas del mercado lingüístico, las transacciones de discursos entre hablantes, veremos, principalmente, que en el habla se canalizan relaciones de poder simbólico, y que dicho poder se aloja, se inscribe en los cuerpos individuales y en aquellas posiciones de poder que estructuran el cuerpo social.

Puntos de partida

En “¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios lingüísticos” Bourdieu hace una crítica a los modelos lingüístico y generativo propuestos por Ferdinand de Saussure y Noam Chomsky. Ambos paradigmas, según el autor, soslayan las condiciones sociales de producción, reproducción y dominación inherentes a la lengua. Bourdieu afirma que “nunca aprendemos el lenguaje si no aprendemos al mismo tiempo sus condiciones de aceptabilidad”, razón por la cual la aceptabilidad del lenguaje depende de aprender lo apropiado que sería en determinada situación un discurso o producto lingüístico. Bourdieu trata de desnaturalizar la lingüística sausseriana para redimensionar el habla como fenómeno social multidimensional complejo, y con ello ganar comprensión del significado profundo del hablar.

El destino de la lingüística moderna se decide en la proeza inaugural por la que Saussure separa la «lingüística externa» de la «lingüística interna» y, al reservar para ésta la denominación de lingüística, excluye cualquier investigación de la lengua en relación con la etnología, la historia política de los hablantes o la geografía del lugar donde se habla, porque no aportarían nada al conocimiento de la lengua en sí misma. Nacida de la autonomía de la lengua con relación a sus condiciones sociales de producción, reproducción y uso, la lingüística estructural no podía convertirse en La ciencia dominante en las ciencias sociales sin ejercer ciencia un efecto ideológico, al dar apariencia de ciencia a la asimilación de esos productos de la historia que son los objetos simbólicos: la transferencia del modelo fonológico fuera del campo de la lingüística tiene como efecto extender al conjunto de productos simbólicos, taxonomías de parentesco, sistemas míticos u obras de arte, la operación inaugural que ha hecho de la lingüística «la más natural de las ciencias sociales», al separar el instrumento lingüístico de sus condiciones sociales de producción y uso.

Es evidente que no todas las ciencias se encontraban en la misma disposición para enfrentarse a semejante caballo de Troya. La relación especial que une al etnólogo con su objeto, la neutralidad de «espectador imparcial» que confiere el estatuto de observador externo, hacía de la etnología la víctima propiciatoria. Por supuesto, contando con la tradición de la historia del arte o de la literatura: en este caso, la importación de un método de análisis que implica la neutralización de las funciones no hacía sino consagrar el modo de aprehensión de la obra de arte desde siempre exigido por el experto, es decir, la disposición «pura» y puramente «interna», fuera de cualquier referencia «reductora» a lo «externo»; así es como la semiología literaria ha elevado el culto de la obra de arte a un grado de racionalidad superior sin modificar sus funciones. En todo caso, el hecho de haber establecido un paréntesis en lo social, que permite tratar la lengua, o cualquier otro objeto simbólico, como finalidad sin fin, ha contribuido al éxito de la lingüística estructuralista, confiriendo el encanto de un juego sin consecuencias a los ejercicios «puros» de un análisis puramente interno y formal.

Así pues, había que sacar todas las consecuencias del hecho, con tanta fuerza rechazado por los lingüistas y sus imitadores, de que «la naturaleza social de la lengua es uno de sus caracteres internos», como afirmaba el Curso de lingüística general, y de que la heterogeneidad social es inherente a la lengua. Y ello, a sabiendas de los riesgos de la empresa, y el menor no es la apariencia de vulgaridad que conllevan los más sutiles y los más rigurosos análisis capaces –y culpables– de restablecer lo reprimido; en suma, hay que elegir pagar por la verdad un precio más alto por un beneficio de distinción más bajo.”

El análisis del discurso

Bourdieu desarrolla un análisis de la producción lingüística como un conjunto indivisible de los productos y de los agentes productores, en tanto que estos están situados en un sistema –el mercado lingüístico– donde los discursos se generan, se aceptan y se valoran y donde pueden ser interpretados en relación al prestigio, discursoautoridad y a la dominación simbólica que ejercen los emisores y acatan los receptores sin cuestionar. Lo ejemplifica en su análisis: “El discurso de prestigio: reflexiones sociológicas sobre «Quelques remarques critiques à propos de “Lire le Capital”» con apreciaciones tan geniales y originales como esta:

 “El tono de la evidencia.

El discurso magistral se profesa en el tono de la evidencia (cfr.: «No es en absoluto casual», «es evidente que», «por supuesto», «no cabe duda de que», «no por casualidad», etc.). Un discurso que reúne dos principios de legitimación, la autoridad universitaria y la autoridad política, puede ser doblemente magistral. La retórica de la apodíctica debe su aspecto específico y sin duda sus efectos más insidiosos a la combinación de los signos de la altura teórica (cfr.: «Los lugares comunes de las instancias del todo social complejo») y de las marcas de la voluntad deliberada de un hacer sencillo y directo. (En los discípulos menores, esta retórica de alta vulgarización, como aparentar que se pone al alcance de cualquiera, tiende al efecto académico del más alto grado que permite hacer del simplismo virtud.)”

Entonces… ¿Qué significa hablar?

El discurso no es sólo un mensaje destinado a ser descifrado, es también un producto que ponemos a disposición de los demás y cuyo valor se define en relación con otros productos, ya sean excepcionales o comunes. El efecto del mercado lingüístico, que se materializa en la timidez o el pánico escénico al hablar en público, se manifiesta en los intercambios más nimios de la vida cotidiana: valga como ejemplo los cambios de lengua que, en situaciones de bilingüismo, sin siquiera pensarlo, los locutores operan en función de las características sociales de su interlocutor. Además de instrumento de comunicación, la lengua es también un signo externo de riqueza y un instrumento de poder.

La ciencia social debe intentar justificar lo que, bien pensado, no deja de ser un acto de magia: se puede actuar con palabras, órdenes o consignas. ¿La fuerza que despliegan las palabras procede de las propias palabras o de sus portavoces? Así pues, nos enfrentamos a lo que los escolásticos denominaban el misterio del ministerio, milagro de la transustanciación que reviste a la palabra del portavoz de una fuerza superior, que le otorga el grupo en el que la ejerce.

Al pensar el lenguaje desde otro punto de vista, podemos abordar el campo por excelencia del poder simbólico, el de la política, lugar de la previsión como predicción que pretende producir su propia realización. Y comprender, en su economía específica, el debate regionalista o nacionalista, aparentemente alejado de la racionalidad económica. Pero también podemos desvelar la intención reprimida de algunos textos filosóficos, cuyo rigor aparente no es más que el rastro visible de la censura, especialmente rigurosa, del mercado al que están destinados.”

Fragmentos extraídos del libro de Pierre Bourdieu “¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios lingüísticos”

La tiranía del lenguaje (colonizado)

Jorge Majfud, escribe en Página 12. (Para un análisis más completo, ver el libro Una teoría política de los campos semánticos, Majfud, 2005)

El idioma inglés tiene más de 170 mil palabras, pero no pocos jóvenes usan menos de cien. Algunos se convierten en influencers (¿existe una palabra más ingenua que esta?) y posan de rebeldes, burlándose de otros pobres como ellos o presumiendo de tener mucho dinero. Es difícil encontrar algún adolescente que no los conozca y admire.

Naturalmente, no pocos piensan y hablan como estos héroes culturales, es decir, con frases de cinco palabras, todas precedidas por (1) “F-word” (“cogido/follado/jodido”), (2) “B-word” (“perra/puta”) y culminadas por (3) “N-word” (“negro asqueroso/retardado”). Las otras dos palabras intermedias son elegidas de un menú más corto que el de McDonald’s.

Intoxicado con este lenguaje sexista y racista, un día perdí la paciencia y le dije a uno de estos jóvenes:

¿Por qué no se van con el racismo a otra parte?”

Los jóvenes me miraron y se rieron hasta mostrar las muelas de juicio.

¿De qué racismo habla usted?”

Cada frase la cierran con la palabra negro y siempre como insulto”.

¡No es racismo! Nosotros somos negros y podemos decirla”.

Muy previsible. Había escuchado este argumento unas mil veces.

No importa si son negros, blancos o amarillos. El uso que le dan es profundamente racista”.

¡Es que usted no entiende la cultura americana (estadounidense)!”, dijo uno de ellos, probablemente notando que mi acento no era de allí.

Ustedes, tampoco. Por eso la reproducen”.

No es la palabra. No hay palabras malas. Es el uso y la manipulación del lenguaje que luego nos manipula. Es la corrupción del lenguaje que nos corrompe con extrema efectividad.

En los años heroicos de las lucha por los derechos civiles, gigantes como Martin L. King, Mohammed Ali, Malcolm X y James Baldwin la usaban siempre con ese coraje que se ha perdido. Al mismo tiempo que se ha hecho de la palabra “negro” un tabú, se la ha usado más y más para degradar a los negros, no en boca de los racistas blancos sino de sus propias víctimas. Una cosa es que alguien le diga negro con cariño a una persona que ama (incluso “puta”; cada cual con sus fantasías privadas) y otra muy diferente es usarla sistemáticamente como recurso denigrante.

Años atrás, en una biblioteca, escuché a un padre que le decía “negro” a su hijo de seis o siete años porque el chico no entendía un problema matemático. ¿Qué hay más efectivo para trasmitir el racismo que un padre denigrando a su hijo por su color? El mensaje es claro: si no eres inteligente eres negro; y viceversa. Lo dice quién te quiere y te protege. Ni un nazi argumentando a favor de la superioridad blanca o un patriota desmemoriado ondeando la bandera de la Confederación podría lograr tanto para la causa racista.

De la misma forma, ¿quiénes han sido, desde hace siglos, el canal más efectivo para la transmisión y perpetuación del machismo, sino las madres? Históricamente han sido mujeres quienes han servido de reproductoras de esa calamidad histórica. Bastaría con recordar a la venerada Santa Teresa y unas cuantas senadoras de moda.

Ser mujer no inmuniza a nadie contra el machismo, como ser negro no inmuniza a nadie contra el racismo e, incluso, contra el racismo supremacista blanco. De la misma forma, no importa si alguien es un trabajador pobre: el clasismo en favor de los de arriba ha sido históricamente reproducido por los vasallos de abajo. No importa si los individuos son buenos o malos. Son ellos los perfectos transmisores de los valores del amo, del poder hegemónico.

¿Qué hay más efectivo para la transmisión y perpetuación del clasismo que venera a los millonarios por ser responsables del orden y el progreso de las sociedades, que los mismos trabajadores que los defienden como a sus dioses? ¿Acaso eran pocos los esclavos quienes defendían a sus amos por la comida que recibían y los harapos con que se vestían? ¿Qué mejor que un esclavo, una mujer y un asalariado para defender los intereses y la moral de los esclavistas, del machismo y de las plutocracias?

¿Acaso no fue el genio perverso de Edward Bernays quien descubrió que una propaganda sólo es efectiva cuando uno logra que otros digan lo que nos interesa decir a nosotros? ¿No eran los esclavos de la antigüedad llamados “adictos” porque decían, hablaban por sus amos?

Pero el poder no deja grieta sin llenar y, cuando aparecen pequeñas áreas de crítica, se pone nervioso. Recientemente, en Chicago, la docente de secundaria Mary DeVoto perdió su trabajo por pronunciar la “palabra N” (“the N-word”) mientras intentaba analizar la historia de este país. Hannah Berliner Fischthal, instructora en la Universidad Católica de Queens por veinte años, fue despedida por leer en su clase de literatura un párrafo de la novela antirracista Pudd’nhead Wilson, escrita por Mark Twain, uno de los fundadores de la Liga Antiimperialista y la mayor celebridad literaria de su tiempo. El párrafo incluía La palabra. “Fue muy penoso escuchar la palabra” denunció uno de los estudiantes, infantilizado e hipersensible por el lado equivocado, como muchos de su generación. Lo mismo les ha pasado a profesores de historia, como al profesor Phillip Adamo de Augsburg University de Minnesota, quien fue suspendido por leer un párrafo de un libro del famoso intelectual y activista negro James Baldwin.

Cualquiera que ha estudiado las fuentes originales de la historia de este país, Estados Unidos (tan adicto a los mitos edulcorados), se ha encontrado miles de veces con esa, La palabra, de la forma más despectiva posible en boca de los hombres más poderosos del siglo XIX y XX. Ahora, citar los discursos en el Congreso, los artículos en los diarios y las cartas de los héroes nacionales en su versión original se ha convertido en un peligro, por lo cual la autocensura, la forma más efectiva de censura imaginable, funciona a la perfección.

Del racismo de la actual sociedad estadounidense y del racismo en esteroides de sus guerras genocidas en nombre de la libertad, ni una palabra.

¿Qué más efectivo que la infantilización de las nuevas generaciones para evitar enfrentar la realidad? A mis estudiantes les advierto desde el primer día de clase: “si aquí hay alguien cuya sensibilidad no le permite enfrentar las asquerosas verdades de la historia, por favor abandone el curso y no nos haga perder el tiempo”. Pero ya no digo La palabra, por las dudas. No vale la pena perder la guerra por querer ganar una batalla perdida.

Como en el ajedrez, podemos renunciar a una pieza, a una palabra, y seguir usando otras para acosar al maldito rey. Las palabras importan y son el principal arma de cualquier poder social. Cuando un político habla de “planes de austeridad” nunca se refiere a reducir los lujos de las clases altas, sino lo contrario. Se refiere a recortar los servicios básicos de quienes, por obligación, ya viven de forma austera.

Este absurdo, que en el discurso social pasa por lógico y normal, debería ser suficiente ejemplo. Una vez colonizadas, las palabras, los ideoléxicos, piensan por sus amos, y solo una crítica radical puede liberarlas para liberar a los individuos y a los pueblos.

Tiempo y espacio: El imperio de la realidad

En las reflexiones en general, aún en aquellas pretendidas complejas (Es decir que introducen en el análisis y los conceptos reflexionados una mayor cantidad de elementos que interactúan o nuevas dimensiones paralela o que se entrecruzan con los relatos o análisis mas lineales, superficiales o que profundizan teniendo en cuenta universos mas pequeños de conceptos y elementos a considerar), hay dos elementos subyacente que, se nombren o no se nombren en los relatos, están presentes como fantasmas, como el aíre que se respira y no se ve sin viento que nos permita percibir su desplazamiento, como el agua en el aire cuándo no alcanza a convertirse en rocío … espacio/tiempo. Un “algo” que lo contiene todo y otro “algo” que permite percibir el movimiento. Lo quieto y lo que desplaza. No hay movimiento en espacios sin tiempo. No pasa el tiempo cuándo todo permanece exactamente igual. Contenedor y contenido de todo lenguaje. Aquello que, aunque se nombre y se piense, se reduzca a patrones capaces de ser medidos y matematizados, están allí como imposibles. Como elementos espectrales que observan nuestro andar sin ser detectados, salvo cuándo percibimos algo diferente respecto a aquello que tenemos recordado, u observamos distancias o percibimos diferencias en un mismo lugar, en una misma persona, en una misma geografía.

Tiempo y espacio, contenedor y contenido en todo lenguaje, limita la capacidad de abstracción, devuelve racionalidad a la imaginación, concreta las ideas y proyectos, realiza los sueños y las aspiraciones, produce deseos que en ocasiones se convierten en realidad.

En el caso de los lenguajes. De la oralidad o la grafía. De ese arte de articular sonidos que expresados en palabras traducen las propias percepciones de lo aprendido en mensaje, en texto, en relato, para que otros produzcan por si, el mismo fenómeno participando de eso tan humano como parte de la vida misma … la comunicación. El intercambio de elementos, de información, de datos, de conocimiento, de recuerdos, de sensaciones, emociones, reflexiones lógicas o no tanto …

El asunto con Bourdieu es que le da exagerada relevancia al presente. Tiene sentido, lógica y se comprueba en la realidad. La palabra hoy es mercancía y mercancía capaz de ser “comercializada”. Pero olvida en su análisis un asunto básico. El lenguaje existe para que los humanos nos comuniquemos entre nosotros como humanos y con las otras especies y con todo lo que allí esta frente a nosotros y constituye nuestros espacios y de los cuales somos capaces de percibir cambios, movimientos, tiempo.

Tampoco es un asunto de cantidad de palabras. El enfoque del uruguayo Majfud, en ese doble sentido del lenguaje como semántica y semiótica, es decir, el significado y el significante de las palabras, expresa una contundente certeza en cuánto a que, pocas palabras en el lenguaje expresan y explican personas o comunidades con poca capacidad para distinguir percepciones, emociones y razones, respecto de los elementos con los que se relacionan. De esos “algos otros” humanos, animales, vegetales, sin vida que nos producen, en el intercambio de datos e información, esas categorías que en el pensamiento racional, producen explicaciones, descripciones, un marco común de lenguaje para interpretar el mundo y nosotros en ese mundo, sin embargo, no impiden la comunicación humana y es resultante de un momento (Tiempo/espacio) particular de una civilización determinada… la nuestra, la del presente.

El lastre del pasado, la memoria del presente, la imaginación del futuro

Espacio y tiempo no se pueden conceptualizar sino es en la percepción de una experiencia en el devenir que adquiere significado y que, pudiendo ser medida ¿Cuánto uno tarda en hacer tal cosa? ¿Que tiempo pasa desde que me desplazo de un sitio a otro?, su semiótica no tiene que ver con esa medición, confirmando que el tiempo es mas que su percepción matematizada. Hay una percepción, intuición, que trasciende el tiempo medido y transforma la experiencia en interminable o en esas que su paso parece vertiginoso y pasa rápido, aún cuándo en las mediciones ha transcurrido el mismo tiempo. He aquí la prueba de que el conocimiento humano no siempre es conocimiento y que su fundamento último reside en la aceptación de un lenguaje común en el cual las palabras adquieren el mismo sentido y significado para todos los que intervienen en esa comunicación. Por tanto sin lenguaje no habría común. Pero tampoco individuo si todos dijésemos lo mismo en todo. Los decires individuales aportan a la constitución de los decires comunes en el devenir del tiempo y nombrando los espacios que nos hacen comunes en tanto experiencias compartida.

 

Lo que Bourdieu agrega con atino a las reflexiones en torno al lenguaje no es excluyente de las reflexiones de Chomsky o de Saussure, solo amplia el campo de percepción temporo/espacial en lo que respecta a la estructura del lenguaje, pero al mismo tiempo, y he aquí la paradoja, lo reduce a su expresión actual, quitándole recuerdo, historia, memoria. Impide que las percepciones actuales puedan acceder a lo que este tiempo niega. En tanto mercancía, el lenguaje queda reducido a su capacidad de ser “objeto económico”, comprada y vendida, prestada porque alguien es “propietario” de esa palabra o ese relato, olvidando que, siendo eso hoy, es mucho mas que eso en sus fantasmas del pasado (Cuándo se estaba dispuesto a batirse a duelo y morir por la palabra empeñada. Cuándo las mentira era castigada. Cuándo aquellos que presagiaban futuros que no ocurrían eran condenados a muerte) y limita o restringe a los modelos económicos de innovación y desarrollo mediados por una sociedad binaria regida por ordenadores que intentan perpetuar modelos lógicos de abstracción y reducen la inteligencia humana (Inteligencia artificial) a complejos cálculos matemáticos, que reducen procesos complejos a solo dos opciones antagónicas entre sí y automatizan las respuestas, los procesos humanos de imaginación, de creación, de producción de futuros que inventen espacios/tiempos capaz de ser vividos de otras formas.

Majfud acierta en su reflexión cuándo expresa que en esta realidad, el pasado y su mención se torna peligroso. Cualquier ejercicio de memoria retrospectiva, de revisión de historia, produce esa sensibilidad, emoción, percepción y racionalidad capaz de entender que la realidad puede ser diferente. Al mismo tiempo cuestionar el rumbo automatizado y mediado por una lógica binaria corre el mismo peligro en tanto, reducir lo complejo a una síntesis binaria institucionaliza como desarrollo la mentira, somete el juicio a “Blanco” o “negro”, “inocente” o “culpable”, “bueno o malo”, “no” o “si”. Limita la imaginación respecto del futuro a un mero juego de roles, dónde se impondrá el que mejor venda su relato.

Nadie se salva solo. Que cada quien haga su parte.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack


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