Al látido del conocimiento de época.
Lo peor parece haber pasado
Después de pasadas las primeras 48Hs con todos los síntomas habidos y por haber, al Covid19 me refiero, recién hoy puedo medianamente con una moderada molestia en la cabeza y dolores en el cuerpo, sentarme nuevamente frente al teclado y el monitor para intentar retomar este contacto con ustedes.
Perdón por la ausencia y gracias por seguir allí.
Evidentemente ninguna experiencia individual puede producir conocimiento válido digno de ser transmitido, sino hay del otro lado elementos que transformen dicha experiencia en algo de valor para otros. En medio de tanta conjetura y poco conocimiento aceptado (No es que el conocimiento no existe, sino mas bien que otros intereses, fundamentalmente económicos y financieros, relegan el conocimiento a otros planos de importancia), esta ¿Tercera, cuarta, quinta? Ola de covid19 y con un alto nivel de vacunación en diversidad de etapas cumplidas (En mi caso solo pude aplicarme la primera dosis 35 dias antes de comenzar con los síntomas), y con mayores o menores grados de gravedad, ha sido de muy rápida propagación aunque en general, los niveles de hospitalización y de ocupación de las UTI se mantienen con ligeras alzas.
Se registraron 139.853 nuevos contagios de coronavirus en la Argentina
El
nuevo reporte del Ministerio de Salud indicó además que se sumaron
96 nuevas muertes por Covid. con estos datos, suman 117.901 los
fallecidos y 6.932.972 los contagiados desde el inicio de la
pandemia.
La cartera sanitaria agregó que son 2.268 los
internados en unidades de terapia intensiva, con un porcentaje de
ocupación de camas de adultos de 41,7% en el país y del 41,4% en la
Área Metropolitana Buenos Aires (AMBA).
No todo es negocio
Un laboratorio rosarino será el primero en producir los autotest de venta libre
El
laboratorio Wiener Lab, con planta productiva en Rosario, será el
primero en producir en el país los autotest rápidos de detección
orientativa del coronavirus, se informó este viernes luego de
recibir la aprobación de la Administración Nacional de
Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (Anmat) para fabricar
este producto que será de venta "libre" en farmacias y
droguerías de todo el país.
"Esta prueba permite
determinar la presencia o ausencia de antígenos (proteínas) del
virus SARS-CoV-2", explicó a Télam el presidente de la
empresa, Federico Rojkin, quien agregó que "se trata de una
prueba sencilla que podrá ser realizada por toda persona mayor de 18
años en su casa".
También aclaró "que el
resultado es orientativo. No confirma ni descarta la infección",
dijo el directivo.
Rojkin
no arriesgó los volúmenes de producción que la empresa tiene
previsto desarrollar, pero admitió que a partir de la aprobación de
la Anmat, el laboratorio trabaja "contrarreloj" para
abastecer lo "antes posible" a las farmacias y
droguerías.
La nueva línea de producción requiere del
laboratorio una inversión de $85 millones para ampliar la
producción.
"Wiener Lab. cuenta con más de 300
empleados en Rosario. Estamos trabajando en equipo y redireccionando
todos los esfuerzos para atender la demanda", señaló el
bioquímico egresado de la Universidad Nacional de Rosario (UNR).
Precisó
que desde que comenzó la pandemia, la empresa -fundada hace 60 años
por su padre- Miguel, también bioquímico e investigador, "fabricó
500.000 tests de PCR y 10.000 tests rápidos de antígeno de uso
profesional".
En esa línea enfatizó "que
Wiener Lab. es hasta el momento la única empresa nacional autorizada
para fabricar y comercializar los autotest de Covid-19".
"Nuestro
objetivo es brindar una herramienta de industria nacional a todos los
argentinos y, en principio, poder abastecer al mercado local y a
todas las farmacias que así lo requieran", apuntó.
En
esa línea, no descartó que el producto, "más adelante pueda
exportarse a diferentes países de la región donde contamos con 10
filiales propias", consignó.
Sobre el precio de
venta al público de los kits, dijo que saldrán al mercado local en
unos $ 3.000 o $ 4.000.
Los componentes del kit son un
cassette con tecnología lateral flow que utiliza anticuerpos
comerciales unidos a nanopartículas; incluye un hisopo para la toma
de la muestra nasal y una solución para el tratamiento; y el
resultado se puede obtener en 15 minutos.
Finalmente,
el investigador y empresario rosarino aclaró "que la
comercialización de los autotest será a través de farmacias y
droguerías por lo que las empresas y consumidores particulares
deberán abastecerse por estos canales".
Según la
información de la Anmat, el organismo recientemente autorizó a
otras tres empresas para desarrollar los tests; los laboratorios
Roche de Suiza, Abbot de Estados Unidos y un tercero que importará
desde el exterior.
Así, la empresa rosarina es la única
de capitales nacionales autorizada para el desarrollo industrial
nacional del producto que, según las primeras estimaciones, podría
estar a la venta en las farmacias del país en las próximas semanas.
Piden regular el precio de los test de detección de Covid-19
El
diputado nacional del Frente de Todos por Salta, Lucas
Godoy, solicitó este viernes que se establezcan precios de
referencia para regular el valor en el mercado de los test de
detección de coronavirus
con el objeto de que sean accesibles a toda la población.
"Estas
pruebas son fundamentales para conocer el diagnóstico, decidir
aislamientos preventivos y evitar nuevos contagios", destacó el
diputado en el proyecto, presentado junto al Partido Igualar, cuya
secretaria general es la dirigente Carmela Moreau.
A
través del texto, el diputado pidió al Ministerio de Salud que por
medio de la Secretaría de Comercio Interior se "establezcan los
precios de referencia de los Test PCR para SARS-CoV-2 y los autotest
de venta libre en farmacias".
En un comunicado de prensa, los dirigentes sostuvieron que "cuando lo que está en juego es la salud no puede haber margen para especulaciones".
"Debemos estar protegidos ante las conductas abusivas del mercado frente a un bien escaso", remarcaron.
Asimismo, confiaron en que el Estado "asuma un rol protagónico para evitar excesos y prácticas desleales y que, a través del Ministerio de Salud y la Secretaría de Comercio, se garantice que este recurso sea económicamente accesible para la mayoría".
En sus fundamentos, el proyecto hace referencia a que días atrás la Anmat autorizó el uso individual de cuatro test de autoevaluación en base a la detección del virus SARS-CoV-2.
Dicha medida busca "descomprimir la concurrencia a los centros de testeo", ante el aumento de casos de COVID en las ultimas semanas.
Según el proyecto, el objeto de la iniciativa es que "estas herramientas de autocuidado en contexto de pandemia, sean accesibles para toda la población".
Dudas y conocimiento
El término ‘conocimiento’ ha sido conceptualmente elusivo y, por esa razón, ha sido abordado desde distintas disciplinas como si fuera un “problema” propio de cada una de ellas, desvinculándolo de las distintas lógicas que sustentan su uso en las prácticas del lenguaje ordinario. Como suele suceder en estos casos, se supone que al emplear el mismo término se está haciendo referencia a lo mismo, cuando en realidad se trata de asuntos muy distintos. Sin embargo, quizá sea posible establecer una semblanza o parecido de familia entre las distintas maneras y circunstancias en que se emplea el término y, de ser así, poder entonces delimitar las distintas lógicas específicas subyacentes a su aplicación y las formas en que se pueden articular unas con otras.
Cuando se habla de ‘conocimiento’ y ‘conocer’ aparentemente se hace referencia a una sola “cosa”, o un tipo de ”actividad”, pero esto, en realidad, no es así. En primer lugar, porque la referencia de dichos términos no es unívoca o singular, sino multívoca y plural y, en segundo lugar, porque ‘conocimiento’ y ‘conocer’ son términos que no se refieren a cosas o actividades, aunque estén implicadas una diversidad de cosas y de actividades cuando hacemos uso de dichos términos.
Sobre las nociones de conocer y conocimiento
En
las lenguas romances, y en el alemán también, se distingue la
noción general de ‘conocimiento’ en dos usos lingüísticos,
adaptando el análisis de Austin (1962) sobre la locución: uno, como
saber, que implica un referente actuativo, es decir, a una forma de
“hacer” y, otro, como conocer propiamente, que implica un
referente constativo, es decir, a una forma de mostrar, señalar,
informar y prácticas similares (Ribes, 2007). Sin embargo, la
diversidad de usos de ambos términos, saber y conocer, no coincide
necesariamente con los criterios actuativo y constativo. Por ejemplo,
puedo decir “te conozco bien y no confío en ti” como actuativo,
usando el término conocer, o bien, “sé dónde está esa tienda”
como constativo, empleando una conjugación de saber.
Por lo
general, conocer y saber no implican algún un tipo de actividad
especial. Conocer tiene que ver con la exposición a entidades,
acontecimientos, situaciones, o actos de otros individuos o
colectivos y, por consiguiente, con la posibilidad reactiva de ver,
oír, oler, degustar, sentir táctilmente, y reaccionar con los
sentidos propioceptivo, interoceptivo y gravitacional. Resulta
evidente que, sin sentidos, no se puede conocer. También tiene que
ver con la realización de actividades y comportamientos en situación
que cumplan con ciertos criterios, ya sea de índole mecánica,
ecológica o social y, por consiguiente, se abarca desde patrones de
actividad, movimientos finos y articulados, manipulaciones
especiales, hasta lo que podemos designar en este contexto como actos
de hablar, gesticular, leer y escribir en muy diversas situaciones.
No hay duda de que sin actos y comportamientos diversos tampoco se puede conocer. Considerando que los sentidos sean funcionales y que los actos puedan ocurrir, para conocer se requiere algo que conocer, y por ello conocer involucra también objetos, acontecimientos y circunstancias ambientales y sociales, incluyendo a otros individuos y su comportamiento, por lo que se puede concluir que sin entorno tampoco puede haber conocimiento.
Parece,
pues, que nos encontramos con una noción que abarca toda relación
posible de los individuos entre ellos y con el mundo físico,
biológico y social pero que, a la vez, no nos dice nada específico
respecto de dichas relaciones. Conocimiento y conocer son términos
‘comodín’, de aplicación múltiple, pero por sí mismos vacíos
de significado o sentido. Ambos términos son inseparables.
El
conocimiento solo puede referirse como resultado, momentáneo o
acumulado, del conocer y, este último solo tiene aplicación cuando
un acto o conjunto de actos resultan en conocimiento de algún tipo.
En este punto, son necesarias dos observaciones. La primera, tiene
que ver con la extensión o inclusividad de la noción de
conocimiento y, la segunda, con la posibilidad de aplicar la noción
a los actos de los animales no humanos.
Usualmente, conocer y conocimiento se sobreentienden como actos y resultados que son útiles o informativos, de modo tal que se considera que su aplicación se limita a las relaciones sociales, a los “hechos” naturales y sociales, así como a las prácticas expertas en distintos campos de la convivencia: habilidades, rutinas. técnicas, tecnologías, y artesanías o “artes prácticas” diversas. Sin embargo, esta concepción del conocimiento y conocer resulta paradójicamente restrictiva. Se pueden destacar, por lo menos, dos campos de la actividad humana en los que esta concepción resulta insuficiente y limitada. Se trata de las prácticas artísticas y religiosas. En el primer caso, el ejercicio de la práctica artística puede ser englobada bajo los criterios del saber como experticia, pero, sorprendentemente, sus resultados o productos no suelen considerarse, en sentido estricto, como alguna forma de conocimiento. Sin embargo, es indudable que mediante el arte se “ve” el mundo de otra manera. En el segundo caso, el de la práctica religiosa, los rituales no forman parte necesariamente de un tipo de experticia, aunque involucran procedimientos y reglas, pero sus resultados difícilmente pueden considerarse como conocimiento genuino, en el sentido tradicional, a menos que se suponga que en algún momento, siempre poco frecuente y breve, la o las personas entran en contacto con una condición trascendente, y que dicho episodio místico o de revelación representa una forma de entrar en contacto con lo no aparente en situación.
El segundo punto tiene que ver con la cuestión de si los animales no humanos conocen y producen conocimiento. Aquí es menester introducir un considerando nodal para cualquier análisis o discusión sobre el problema del conocer y el conocimiento. ¿Tiene sentido hablar del conocimiento y el conocer fuera del lenguaje? Varias interrogantes surgen como resultado de esta pregunta: ¿se conoce solo por los sentidos? ¿se transmite conocimiento automáticamente por medio de los actos? ¿es la ocurrencia de un acto fuera del lenguaje prueba de experticia o sabiduría, como acto de conocimiento? Una característica de las prácticas sociales a lo largo de la historia es la de atribuir, por analogía, características “psicológicas” o virtudes y defectos humanos a los animales, ya sea porque forman parte de su ámbito doméstico o porque representan circunstancias significativas para la vida de la comunidad. Por ello, no es sorprendente que biólogos y psicólogos, bajo la influencia de la teoría darwinista de la selección natural (Romanes, 1883), también hayan atribuido a los animales “capacidades” humanas relacionadas o identificadas con el conocer y el conocimiento (Ribes,2021). El lenguaje ordinario constituye una práctica propia de la convivencia entre humanos y sus términos, expresiones y criterios de ejercicio están regulados por la naturaleza de dicha práctica. El lenguaje ordinario es un lenguaje entre humanos e inseparable de las actividades de los humanos y, por ello, sus extensiones a la vida de los animales constituyen solamente analogías que no se ciñen a los criterios usuales.
Constituyen, por decirlo, un juego de lenguaje específico para referirse a ciertas relaciones que sostenemos con algunos animales, pero que no es equivalente, aunque se usen términos y expresiones compartidos, a los diversos juegos de lenguaje que se dan en la práctica social entre humanos. Por ello, dicho lenguaje sobre los animales es más bien semejante a algunas obras musicales, como Pedro y el Lobo (Prokofiev) y El Carnaval de los Animales (Saint-Saëns), en las que el sonido de algunos instrumentos se asemeja a o compara con los de los animales. En el lenguaje ordinario, no obstante, existen términos especiales para identificar dichos sonidos en muchas de las especies, aunque no en todas: maullar, ladrar, rebuznar, y tantas más, subrayando que no constituyen un lenguaje propiamente dicho aunque sean actos de comunicación entre los animales. Sin embargo, cuando se examinan los argumentos, razones o criterios empleados para establecer dichas analogías, es posible percatarse que se trata de analogías aparentes, cuyas circunstancias de aplicación carecen de criterios comunes. El comportamiento o actos de los animales no son comparables al comportamiento y actos humanos, aunque en ocasiones también se habla de los actos de algunos humanos como si fueran actos propios de ciertos animales. Se atribuye a los animales conocimiento o un saber como capacidad efectiva cuando se comportan apropiada o adecuadamente en una situación determinada, orientándose, desplazándose, actuando sobre un objeto (alimentos incluidos) o respecto de un acontecimiento o el comportamiento de otro animal. En estas circunstancias, coloquialmente y, en ocasiones, en algunas aproximaciones teóricas, se predica que el comportamiento de los animales es un indicador de que saben qué hacer y que, por consiguiente, es una muestra de conocimiento. La suposición se “completa” extrapolando términos psicológicos del lenguaje ordinario, constitutivos de episodios sociales entre individuos, en la forma de procesos del conocer. Es así que la propuesta de la existencia del conocimiento animal, se fundamenta y explica, incorrectamente, mediante una extrapolación lógica deficiente, en términos de la memoria, el aprendizaje, el razonamiento y algún otro “proceso representacional”, cuando se requiere.
Sin embargo, al extender el conocer y el conocimiento a los animales, se pierden de vista dos aspectos fundamentales:
a) el primero, es que el conocimiento, en cualquiera de las modalidades en que se le conciba, lo es solo en la medida en que cumple con dos requerimientos: uno, que pueda transmitirse a otro mediante el ejemplo estructurado, no incidental y, otro, que pueda transmitirse y reproducirse mediante el lenguaje hablado y el lenguaje escrito, lo que significa que un acto presencial no es suficiente como criterio de conocimiento;
b)
el segundo, tiene que ver con el hecho de que conocer no implica
solamente ser consciente en el sentido “perceptual” del término
(Ribes,2011), sino también ser consciente de que se conoce, es
decir, conocer es saber que se sabe ante qué o quién se está, y se
sabe lo que se hace, y se sabe cómo se hace; en otras palabras,
conocer es ser consciente de que se conoce y se sabe algo. Toulmin
(1977), al examinar el entendimiento humano en términos del uso y
evolución colectiva de los conceptos, expresa:
“El problema
del entendimiento humano es doble. El hombre sabe, y también es
consciente de que sabe. Adquirimos, poseemos, y hacemos uso de
nuestro conocimiento, pero al mismo tiempo, nos percatamos de
nuestras propias actividades como conocedores.” (p. 1) Ser
conscientes de que se conoce y poder transmitir intencionalmente a
otro(s) dicho conocimiento no es un episodio de origen y ocurrencia
individual, sino que tiene lugar como resultado de una práctica
colectiva en el lenguaje.
El
conocimiento tiene sentido solo en la medida en que se comparte como
práctica con otros y respecto de otros, adquiriéndolo,
ejercitándolo o transmitiéndolo. Se tiene certeza de que se sabe y
de lo que se sabe solo en los actos en interrelación con otros,
participando de episodios compartidos en donde los actos tienen
sentido, como cotejo basado en los actos de los otros. Esto es lo que
Wittgenstein (1969) describe como estar seguros del (o en el) juego
de lenguaje (Rhees. 2003). La certeza de y acerca de los actos y
resultados no está fundamentada en ningún criterio racional, sino
que es intrínseca, inherente a la práctica social de cada uno de
los múltiples juegos de lenguaje posibles. La certeza, el estar
seguros, en tanto conocimiento o conocer, solo tiene lugar como
sentido en la práctica de una forma de vida. Un conocimiento
encapsulado en el individuo no podría ser considerado como tal, ni
siquiera en la más sublime concepción cartesiana de un acto
reflexivo, paraóptico, puramente racional, teniendo lugar, abstraído
de los sentidos en el espíritu del individuo, a la vez
recipiente, espectador y protagonista de su “consciencia”
acerca del mundo y de sí mismo. Wittgenstein (1967/1979) nos
dice:
“Si hubiera solo unas cuantas personas capaces de
encontrar respuesta a un problema de aritmética, sin hablar o sin
escribir, su existencia no podría tomarse como prueba de que también
se puede calcular, sin acudir a algún tipo de signo Ello obedece a
que no sería seguro que tales personas siquiera ‘calcularan’. De
la misma manera, tampoco el testimonio de Ballard (en James) llega a
convencer que sea posible pensar sin hablar. En efecto, ¿en base a
qué se puede hablar de ‘pensar’, cuando no se hace uso alguno
del lenguaje? Si se hace tal cosa, eso muestra algo sobre el concepto
del pensar.” (109)”
En
consecuencia, es importante subrayar que no se puede afirmar que
ha tenido lugar un acto de conocimiento solo por sus resultados.
Solo
se puede considerar que un acto es un acto de conocimiento cuando
es pertinente a un criterio episódico en el contexto de una práctica
social, que tiene lugar siempre en el lenguaje (o juego de lenguaje).
Por
consiguiente, el conocimiento solo se “revela”, empleando el
término agustiniano y cartesiano, frente al criterio episódico como
acto en relación con otros y respecto de otros, y no por la
realización del acto en sí y por sí.
Las
nociones de conocer y de conocimiento se han identificado
con
diversos términos y expresiones en el lenguaje cotidiano y en muchas
prácticas disciplinares vinculadas a la educación, la ciencia
histórico-social, la psicología y las distintas tradiciones
filosóficas. Entre otras acepciones, se ha identificado al
conocimiento con saber, “conocer” en un sentido más laxo,
comprender, entender, “ver” (ver cómo, anticipar, apreciar),
notar, distinguir, inteligir, darse cuenta, ser consciente,
percatarse, observar, reconocer, poder explicar, recordar, razonar,
pensar, percibir, juzgar, deducir, creer, estar seguro y otras más.
Cada una de estas “formas” de la noción de conocer tienen a su
vez una multiplicidad de sentidos dependiendo de las situaciones en
que se aplican, es decir, de los diversos juegos de lenguaje de los
que forman y pueden formar parte. No abundaré sobre este particular,
y remito a los interesados a los análisis realizados por Ryle (1949)
y Malcolm (1963), entre otros.
La transformación del individuo social
Las nociones de individuo y de conocimiento guardan una relación histórica de complicidad fraterna, vinculadas con las concepciones del entendimiento o comprensión del mundo y de las prescripciones morales y éticas, en el contexto de las prácticas de ejercicio del poder de las instituciones políticas, religiosas y jurídicas. Al organizarse en la historia las diversas sociedades con base en jerarquías o con un Estado formal, las relaciones de producción y apropiación, originalmente propias de un modo de intercambio contributivo, pasaron a ser relaciones insertas en un modo retributivo no proporcional (Ribes, Pulido, Rangel & Sánchez-Gatell, 2016). La implantación social de criterios asimétricos de apropiación individual de la riqueza y de los productos del trabajo colectivo, y la consiguiente estructuración de clases con diferentes tipos de privilegios y acceso a procedimientos coercitivos, directos e indirectos, para mantenerlos, se vio acompañada por el desarrollo de prácticas ideológicas dirigidas a la justificación y aceptación de tales condiciones sociales. En ese contexto histórico surgió la categoría social de ‘individuo’, como unidad fundamental responsable de la existencia y estructura de la sociedad y, por consiguiente, de su buen funcionamiento en términos de las obligaciones y derechos propios derivados del segmento, jerarquía o clase de pertenencia.
Uno de los mitos fundacionales de la categoría social del individuo como unidad originaria, es la falacia mereológica de la sociedad como resultado de la asociación voluntaria de los individuos que la conforman. La falacia consiste en suponer que los individuos, como unidades o partes diferenciadas de una formación social, poseen dicho carácter antes de asociarse en grupo. En otras palabras, se supone que la formación social constituye únicamente una agrupación composicional de individuos ya diferenciados como tales y que, en esa medida, las características y organización de esa sociedad son solo el resultado inevitable de la aglutinación de sus miembros. En consecuencia, los individuos sociales (no biológicos) son los responsables de la estructura y funcionamiento social. Se descarta que los individuos adquieran sus atribuciones sociales en su interrelación mutua y las circunstancias en las que tienen lugar y que, en esa medida, sus funciones dependan de la organización social. La falacia mereológica sostiene que el todo social está determinado por las características, virtudes y defectos, de sus individuos miembros y no por la organización que resulta de su interrelación en circunstancias diversas. Si hay jerarquías sociales se debe a que hay individuos superiores a otros, y ello explica y justifica las diferencias y desigualdades. Cada individuo debe aceptar la función y lugar en la sociedad que corresponde a sus capacidades y características, y ser responsable de dicha aceptación ante los otros, especialmente aquellos jerárquicamente superiores.
En toda sociedad jerarquizada y clasista, el individuo social, no la mera persona singular, constituye el elemento a partir del cual se establecen y regulan las responsabilidades y privilegios diferenciales en el conjunto de relaciones del trabajo productivo y de la apropiación de la riqueza y servicios correlativos. En cada formación social y época histórica, distintos segmentos de individuos han ocupado distintas funciones y posibilidades de subsistencia en el entramado institucional.
La
división social del trabajo ha ido aparejada con la división
social de los privilegios, satisfactores y riqueza. En las
distintas formaciones sociales de carácter retributivo, la
acumulación de la riqueza, de los privilegios y la detentación del
poder, por lo general, se han relacionado inversamente con el
esfuerzo individual y dedicación a las actividades relacionadas con
el trabajo productivo y los servicios. Con el objeto de consolidar la
desigualdad inherente a estas relaciones de intercambio, las clases y
segmentos dominantes han instrumentado prácticas ideológicas
justificantes del statu quo. Dichas prácticas ideológicas se
dirigen a “persuadir” a los individuos sociales de que las
condiciones de vida de los distintos estamentos sociales son
“naturales”, universales y, en un cierto sentido, “eternas”.
Para ello se valen de distintos tipos de discurso que, de manera
articulada, refuercen las creencias resultado de las propias
prácticas de vida de la formación social en cuestión. Las
instituciones de gobierno, militares, eclesiástico-religiosas,
laborales y educativas, en las distintas formas que han adoptado en
la historia y en cada formación social, fomentan y vindican un
discurso en el que se
justifica, con razones aparentes, el papel
y función que cada individuo social desempeña, ya sea con base en
supuestas diferencias biológicas, en las capacidades de
entendimiento, en virtudes o vicios intrínsecos a la clase social o
raza, o en el papel que les ha asignado un ser superior, la divinidad
(o la selección natural), en este mundo, a cambio de mejores
condiciones en otra vida. No es posible que ninguna fórmula
ideológica pueda ser desacreditada, si se concibe al individuo
social como un individuo no social, solo frente al mundo y no
íntimamente relacionado con él. Por esta razón, qué es lo que se
conoce, cómo se conoce y la fiabilidad de lo que se conoce, se
convierten en un elemento central de esta fórmula ideológica. Dicha
fórmula se “reforzó” en
el pasado planteando los asuntos
éticos y morales, que en Aristóteles eran virtudes vinculadas a la
razón práctica (Aristóteles, 1981 – versión castellana;
Anscombe, 1976), en la forma de juicios racionales o imperativos
transcendentales prescritos por la divinidad.
El discurso ideológico, como práctica de dominación, restructuró la vida social reemplazando al mundo cotidiano, un mundo de contactos directos con la naturaleza y los otros miembros del grupo, por un mundo de representaciones. El individuo social se concibió como un individuo aislado frente al mundo, al que solo podía conocer mediante sus representaciones en la consciencia. Las acciones respecto del mundo estaban reguladas por el conocimiento que aportaban sus representaciones. La consciencia, se convirtió en un mundo interior, el mundo que realmente procuraba conocimiento del mundo exterior, un mundo constituido por tres tipos de conocimiento; el sensorial, el racional, y el revelado. De este modo, se desarticuló al individuo del conjunto de relaciones sociales que daban y dan sentido a la vida. Sin embargo, la suplantación del mundo social así realizada no constituyó un mero artificio del discurso. Todo lo contrario. Justificó y alentó las prácticas sociales de dominación existentes y, en esa medida, como resultado de dichas prácticas, auspició y fortaleció las creencias correspondientes sobre un mundo de difícil comprensión y de desigualdades y asimetrías inevitables. Es por ello, que la práctica ideológica, al apuntalar la hegemonía de una clase dominante sobre otras, mediante la negociación, la conciliación y la justificación, funcionó como un instrumento del poder social, complementario a la coerción directa e indirecta.
Como
resultado de la desarticulación del individuo respecto de
las
relaciones sociales que lo conforman, surgió la lógica del
individuo psicológico, un individuo contemplativo frente al mundo y
alejado de la vida social. El individuo solidario fue transformado en
el individuo solitario. De esta manera, el individuo psicológico, en
contraste con el individuo social, fue un individuo que podía estar
dotado o no de facultades universales por condiciones biológicas
(raciales, entre otras), que determinaban directa o indirectamente su
posición en la jerarquía social. Al psicologizar al individuo
social se eliminó al lenguaje como medio en el que tienen lugar y
son posibles las relaciones sociales, y toda posibilidad de
conocimiento, directo o indirecto, se localizó en una entidad
interna, la consciencia. A partir de Agustín de Hipona (426/2014,
traducción castellana), la consciencia se constituyó en la entidad
sede del conocimiento, con tres niveles distintos de fiabilidad y
acceso a juicios verdaderos. Una primera consciencia, la menos
fiable, se basaba en los sentidos, y el conocimiento provenía
directamente de los objetos y acontecimientos en el mundo.
Una
segunda se basada en el razonamiento, abstrayéndose de la realidad
empírica. Finalmente, una tercera consistía en la revelación por
el contacto directo con la divinidad. En esta concepción, y las que
se derivaron de ella, como fue el caso de Descartes, el lenguaje fue
considerado un mero conjunto de
signos empleados para denotar
los contenidos de la consciencia como objetos o conceptos. Por este
motivo, se consideró que la gramática del lenguaje no era otra cosa
más que un reflejo de la gramática del pensamiento o razonamiento,
supuesto que siguen manteniendo en gran medida algunas corrientes en
la psicolingüística contemporánea.
La representación ideológica del individuo aislado y contemplativo descalificó la fiabilidad del conocimiento ordinario o sentido común, basado en el contacto directo con otros individuos o el mundo natural.
El
conocimiento verdadero era solamente aquel que provenía de la
deducción racional (a la que no podían acceder los iletrados
obviamente) o de la revelación divina (a la que no podían acceder
los no “elegidos”).
Es a partir de este argumento, desde el Renacimiento, y especialmente en nuestra época, que se ha contrapuesto el conocimiento científico en remplazo de la revelación religiosa privilegiado en el medioevo), especialmente el formalizado matemáticamente, como conocimiento auténtico y fiable, al conocimiento del sentido común, como conocimiento falso o inexacto.
A
finales del siglo XV de nuestra era el feudalismo comenzó a
ser remplazado en Europa por un nuevo tipo de formación social,
la de las monarquías absolutas y el capitalismo mercantil. El
desarrollo del comercio entre naciones, el auge de la navegación de
largo alcance, y las conquistas militares en América, África, Asia
y Oceanía, impulsaron la creación de nuevas tecnologías y
conocimientos científicos, así como la posibilidad de mecenazgos
artísticos que dieran lustre a los nuevos Estados absolutistas. Fue
así como el individuo psicológico se convirtió en las nuevas
formaciones sociales en un individuo emprendedor al amparo de las
justificaciones religiosas, políticas y científicas del orden
mundial que se iniciaba. En el transcurso de los siglos XVI y XVII,
las
formulaciones empiristas y racionalistas del conocimiento se
instauraron como criterio para juzgar la validez de las nuevas formas
de relacionarse con un mundo que se ampliaba y transformaba
rápidamente.
En el ámbito de las tecnologías, el empirismo basado en la observación y verificación se consolidó como criterio de validación, mientras que en las disciplinas que concurrían en la formación de lo que hoy denominamos física, como paradigma del conocimiento científico, se fue imponiendo el racionalismo cartesiano, en un proceso implícito de negociación institucional con el poder eclesiástico. El empirismo aportaba riqueza y poder, mientras que el racionalismo aportaba hegemonía y justificación.
El conocimiento como facultad psicológica
La
literatura filosófica y “científica” sobre el conocimiento,
desde el siglo XVI, está centrada en el individuo psicológico
como ente cognoscente. La llamada teoría del conocimiento o
epistemología y la ética abordaron el problema del conocimiento y
de la justificación moral desde la perspectiva de un individuo
contemplativo frente al mundo, que a la vez tenía que valorar sus
acciones con base en criterios racionales respecto de universales
sobre lo ‘bueno’ y lo ‘malo’. El pensamiento de Descartes se
convirtió en el fundamento de esta concepción del conocimiento,
como un proceso individual contemplativo de naturaleza racional,
basado en un método que daba certeza sobre la verdad o falsedad de
lo percibido y creído. No obstante que el problema tradicional del
conocimiento, desde tiempos de Platón, se había planteado siempre
como un problema relativo a la relación entre ideas y sensaciones, a
partir de Descartes la cuestión tomó un nuevo giro. El método
racional deductivo basado en la geometría, disciplina de los cuerpos
“vacíos” de materia, fue propuesto para determinar la validez de
dos tipos de ideas:
las que provenían de los sentidos, que
tenían que depurarse mediante la formalización racional, y las
reveladas y evidentes por sí mismas, como la idea de dios o las de
la geometría, verdades axiomáticas, por definición. Fue así como
las nacientes ciencias de la naturaleza, además de acudir a los
métodos de constatación empírica propuestos por Bacon (1620/1980,
traducción castellana), tuvieron que recurrir a la formalización
matemática para justificar su validez última, situación que,
después de cuatro siglos, no parece haber cambiado mucho en lo que
podríamos llamar el imaginario filosófico de la ciencia. A la vez,
el método cartesiano, justificaba de antemano el carácter verdadero
de toda conclusión fundamentada en las reglas deductivas de la
demostración axiomática, impulsando el estudio de las distintas
variedades de lógica formal y pensamiento matemático
destinados a “validar” las proposiciones acerca del mundo
empírico. Toulmin (1977), al comentar el planteamiento cartesiano,
expresó que:
“... Las legítimas demandas de la razón en la
teoría científica podían ser satisfechas, a un cierto costo. Un
sistema de conceptos científicos formulado de manera apropiada podía
reclamar autoridad intelectual, con la condición de que cubriera las
normas de rigor y certidumbre establecidas por la geometría.... El
ideal ha
mantenido su encanto, y la mayoría de los
epistemólogos filosóficos ha continuado considerando a la necesidad
matemática como epítome del conocimiento y la certeza.” (p. 18)
Descartes trazó los criterios o reglas para juzgar el conocimiento verdadero en su Discurso del Método (1637/1980, traducción castellana). No entraré en detalles sobre todos los aspectos de esta obra, en la que Descartes fundamentó una epistemología, un método del conocimiento verdadero, y una ontología, con base en un doble argumento circular, a partir del reconocimiento de la substancia espiritual, Dios, en la forma de pensamiento revelado (ideas innatas) al estilo de Agustín de Hipona. La duda cartesiana, expresada como un escepticismo frente al conocimiento basado en los sentidos, se resolvió mediante el reconocimiento de que lo único indubitable era la propia duda. Esta, una verdad evidente por sí misma, que no requería de ningún otro medio de constatación, le permitió afirmar que, si algo era él como substancia, era su pensamiento. Concluía que “Yo, soy mi pensamiento” y que, en esa medida, estaba constituido por dos substancias, una, material como todo cuerpo, sometido a los principios de la mecánica y otra, espiritual, regulada por los principios de la razón a la manera de la geometría deductiva. El hombre, así concebido, a diferencia de los animales, era una entidad doble (una terrenal dualidad en vez de una santísima trinidad) en la que cohabitaban o coexistían dos sustancias, una, corporal, material, compartida con los animales y los otros cuerpos físicos y, otra, espiritual, en la forma de un alma racional creada por la divinidad de la tradición judeocristiana. Al margen de la doble ontología propuesta por Descartes que justificaba los criterios y medios del conocimiento verdadero con base en dos entidades o substancias distintas en la misma persona, otra consecuencia de dicho planteamiento fue convertir al conocimiento en un proceso propio y exclusivo del individuo humano, en tanto individuo singular, gracias a la cesión divina de una entidad racional, pensante.
Con
el paso de los siglos surgió una nueva divinidad que reemplazó al
alma racional cartesiana: el cerebro humano, obra maestra de
la evolución biológica. Plantear que la mente era una función
compleja del cerebro, permitía superar el problema de la interacción
de dos sustancias, una de ellas, el alma, sin extensión espacial.
Además. el cerebro, a diferencia del alma, podía segmentarse en
distintos niveles de conocimiento y de integración de las
“pasiones”, las “sensaciones”, el “pensamiento” así como
de la “voluntad”, respecto de las acciones o mecanismos del
cuerpo como comportamiento. Inherente a esta propuesta, fue la
concepción del lenguaje como un fenómeno biológico de naturaleza
individual, compartido por los demás miembros de la especie, igual
que la posición bípeda o cualquier otra característica
filogenética producto de la evolución. Fue así como el cerebro se
convirtió
en la sede, sustento material del conocimiento, en la
forma de consciencia interna del mundo externo. A partir de la
psicología fenomenológica hasta las modernas teorías de la mente o
de la neurocognición, el propósito fundamental ha sido relacionar
los distintos procesos o funciones de conocimiento en un sistema
integrado compatible con la organización cerebral. Términos
multívocos, propios de las prácticas del lenguaje ordinario, se han
convertido en segmentos funcionales de esa supra-facultad psicológica
denominada cognición. Se identifican como parte de ella a la
percepción, a la memoria, a la imaginación, al pensamiento, al
razonamiento, a la categorización y muchos otros términos
semejantes. El lenguaje, considerada también otra función
biológica, es vista como un equivalente a los lenguajes de máquina
computacionales que se han convertido en ejemplares cotidianos, desde
mediados del siglo pasado, para examinar y modelar la cognición. En
este particular, es cuando menos paradójico que se tome como modelo
del funcionamiento de la cognición a las estructuras y
procedimientos de lo que se supone son su análogo artificial, las
computadoras: la llamada inteligencia ‘artificial’ modela a la
inteligencia ‘natural’, la máquina da sentido a su creador.
Al
postular a la cognición, como una facultad psicológica (y
bio-
lógica) individual, se ignora la naturaleza, origen y
sentido social del conocimiento, en cualquiera de las múltiples
acepciones que cubre esta noción. El conocimiento, reconocido como
“acto de consciencia” no puede reducirse a un simple destello
paraóptico ante la luz de la razón, como lo supusieron Agustín de
Hipona y Descartes. Mucho menos puede aplicarse el término
conocimiento a la simple consciencia fisiológica, es decir, a
reaccionar sensorialmente ante la presencia de estimulación.
Siguiendo la metáfora paraóptica, se ha privilegiado a la visión
como el sentido del conocimiento, en detrimento de los otros
sentidos, con la cancelación simultánea de la motricidad y toda
actividad práctica como criterios de conocimiento. Sin embargo, es
imposible concebir alguna forma de conocimiento o de saber que no
pueda
ser expresado, declarado, descrito, transmitido o
registrado mediante palabras. Es evidente que los destellos
sensoriales o perceptuales no constituyen formas de conocimiento,
como tampoco lo son necesariamente los actos repetitivos,
estereotipados, característicos de la reactividad biológica, aun
cuando sean efectivos en un sentido biomecánico o ecológico. Si
estos actos no se pueden transmitir a otros vicariamente, en ausencia
de las circunstancias, no pueden considerarse formas de conocimiento.
De otra forma, se tendría que considerar a la replicación
celular, paradigma último de reproducción, como el epítome del
conocimiento, y este sería una característica de cualquier forma de
vida.
Soslayar al lenguaje como el medio o condición en que tiene lugar y sentido el conocimiento equivale a soslayar la naturaleza social, colectiva, históricamente acumulada y trasmitida del conocimiento.
La
concepción racionalista del conocimiento aísla al individuo de su
entorno social, de modo que todas sus acciones, incluyendo las
“mecánicas” (o biológicas), se consideran reguladas y dirigidas
por el pensamiento. El lenguaje, en esta formulación, no es más que
la fonación de las ideas, con base en la gramática u organización
del pensamiento. La gramática del lenguaje se considera un reflejo
de la gramática del pensamiento y, en esa medida, se supone que sus
características se ajustan a las de esa alma racional cartesiana
remplazada por sistemas computacionales en el cerebro. La teoría de
Chomsky (1957) constituye un ejemplo paradigmático de esta
concepción, que sigue vigente en diferentes versiones. Citaré en
extenso a Descartes sobre este particular, en su Discurso del
Método:
“... No hay hombre, por estúpido que sea, que no
coordine varios vocablos formando partes para expresar sus
pensamientos; y ningún animal, por bien organizado que esté, por
perfecto que sea, puede hacer lo mismo... Y no procede esta
incapacidad de la falta de órganos, porque la urraca y el loro
pueden proferir palabras lo mismo que nosotros, y sin embargo no
hablan del mismo modo, puesto que no piensan lo que dicen, y los
sonidos que emiten no constituyen un lenguaje porque éste requiere
un fondo que es el pensamiento. En cambio, los sordomudos, privados
de los órganos que los hombres empleamos para hablar, inventan una
serie de signos para comunicarse con sus semejantes. Estos hechos nos
indican, no que las bestias tienen menos razón que el hombre, sino
que carecen por completo de ella, porque no se necesita mucha razón
para saber hablar.
{
] Por grande que sea la desigualdad entre los animales de una misma
especie y entre los hombres, no es creíble que un mono o un loro,
los más perfectos entre los de su especie, igualen a un niño de los
más estúpidos o que esté perturbado, a no ser que tenga un alma de
distinta naturaleza que la nuestra, cosa inadmisible.
No hay que
confundir las palabras con los movimientos naturales, que pueden ser
imitados por máquina y por animales, ni pensar, como los antiguos,
que las bestias hablan, aunque nosotros no entendamos su lenguaje. Si
eso fuera verdad, puesto que tienen órganos semejantes a los
nuestros, podrían hacerse entender de nosotros tan
perfectamente como de sus semejantes.” (pp. 31-32) Descartes
planteó con toda claridad, primero, que las palabras como
expresión del pensamiento no son lo mismo que los
sonidos equivalentes articulados por los animales que carecen de
alma. La diferencia no estriba en la acción misma de la emisión de
los sonidos sino a su origen, que les dota de una organización o
gramática que les da significado. Sería conveniente que los
modernos cartesianos atendieran a este argumento cuando plantean
equivalencias entre la llamada inteligencia artificial y el
comportamiento humano al resolver problemas.
En
segundo lugar, es claro que Descartes, reconoce que los hombres
inventamos los signos para comunicarnos entre nosotros en el caso de
los sordomudos y, por lo tanto, puede suponerse que hacemos lo mismo
también con las palabras que conforman nuestro lenguaje. Sin
embargo, en su argumento, pasa de largo sobre este punto fundamental,
pues la invención o construcción de un lenguaje de palabras o
signos no puede concebirse como una mera coincidencia afortunada de
todos los hombres que expresan así su pensamiento individual con un
efecto colectivo. Tampoco es posible que los individuos se pongan de
acuerdo en pensamiento para convenir en las palabras y organización
de su lenguaje. Sería absurdo también suponer que, siendo el
pensamiento, el alma racional, o la cognición una facultad dada,
posibilitada por los órganos corporales, en este caso el
cerebro, dicha facultad pueda operar paralela e independientemente en
todos los individuos con las mismas palabras y estilos de hablar,
como manifestación de lo que se conoce y de lo que se decida que
hacer y decir. ¿Cómo dar cuenta de la diversidad de lenguajes
siendo la cognición una misma facultad compartida por todos los
individuos? Huir del lenguaje ha sido huir de la naturaleza
social del ser humano, auspiciando el mito del ser humano como la
culminación del proceso evolutivo o de un acto de creación: el
individuo (o su cerebro) pensante, núcleo de toda forma de
conocimiento.
¿Conocimiento o modos de conocimiento?
La
caracterización del conocer como un acto de contemplación
del
y frente al mundo por parte de los individuos se basó,
fundamentalmente, en la percepción de las cosas y de los actos. No
es sorprendente que se diera un cuestionamiento persistente en
relación con qué era lo que en realidad se conocía y como se
podían tener elementos de certeza de que dicho conocimiento era
fiable y/o verdadero. Esta disyuntiva confrontó a tres tipos de
conocimiento. Uno, fue el llamado sentido común, basado directamente
en los sentidos y el contacto con las cosas y actos, como
acontecimientos singulares. Otro, incuestionable por razones ajenas a
cualquier método y sí por el temor a los castigos terrenales, tenía
que ver con la revelación divina y su sistematización como
teología. Finalmente, un tercero se basó en el conocimiento formal
a partir de las primeras formulaciones pitagóricas, transitando de
Platón hasta Descartes, que fusionó la revelación religiosa con el
rigor deductivo de las demostraciones geométricas. Este último tipo
de conocimiento, no solo se mantuvo con el desarrollo de las
disciplinas formales como la lógica y algunas ramas de la
matemática, sino que se constituyó en el paradigma del conocimiento
verdadero, en el que la deducción puramente formal se transformó
simultáneamente en criterio de certeza y fiabilidad. Se igualó, de
manera equivocada, a la verdad, con a certeza, y la confianza.
Todavía, hoy en día, siguiendo esta tradición, se habla de la
matemática como una ciencia exacta encontraste con las
ciencias empíricas.
Suponer
que el conocer y el conocimiento constituyen episodios
o logros
propios de un individuo contemplativo es una ilusión y un serio
error conceptual que ha llevado a considerar que el sentido común es
poco fiable, que solo el conocimiento científico es creíble porque
el “método” en que se basa distingue lo verdadero de lo falso.
En algunos países de Occidente, en los que a pesar de que el poder
eclesiástico se ha debilitado, todavía se puede observar una pugna
de la transición del feudalismo al capitalismo, entre el
conocimiento científico y el religioso, nada excepcional, como lo
prueban los conflictos sociales relacionados con el aborto y la
eutanasia, o los argumentos creacionistas sobre el origen del hombre,
por ejemplo. No se trata de contraponer la ciencia al sentido común,
o a la experiencia religiosa, pues representan
distintas formas
de relacionarse con el mundo natural y social. Al contrario, lo que
se requiere es explorar las distintas formas existentes de
conocimiento, como modos o maneras de relacionarse con el mundo, y
distinguir sus criterios y fines. Cada modo de conocimiento, desde
esta perspectiva, posee características específicas, tanto de
adquisición, conservación, reproducción, transmisión y aplicación
y, en esa medida, a todas luces (para seguir con la metáfora óptica
de la consciencia), carece de sentido plantear cuál de ellos es el
conocimiento verdadero o correcto. Todo conocimiento y proceso de
conocer están articulados en el lenguaje, como lo está toda
actividad humana, que siempre forma parte de una práctica colectiva.
La vida en sociedad no es posible sin lenguaje, que es transversal a todos los individuos, actividades e instituciones. A diferencia de las agregaciones animales, las formaciones sociales se regulan por relaciones convencionales que emergen siempre de la división social del trabajo y de la distribución de sus productos y servicios. No podría tener lugar ningún intercambio productivo y de servicios si no se pudieran diferir en tiempo y espacio las actividades especiales, no de cada individuo, sino de cada grupo o segmento de individuos. Esto es posible solo en y mediante el lenguaje.
Lenguaje
y vida social aparecieron juntos en la historia, y los distintos
modos de conocer y el conocimiento, como episodios y resultantes dela
vida social, solo pueden entenderse a partir de sus distintas formas
de articulación en el lenguaje como una práctica social.
Así
como las computadoras procesan y almacenan información,
pero no
conocen ni aprenden, los animales, en cambio, al igual que los
humanos, también aprenden, pero con la diferencia de que los humanos
aprendemos con y mediante el conocimiento articulado en el lenguaje.
Son varios los criterios para poder decir que se conoce mientras se
hace algo o como efecto de haberlo hecho. Algunos de ellos, es que el
individuo pueda decir qué está presenciando o haciendo mientras
lo
hace, pueda describir lo que presencia o está haciendo, pueda
expresar las razones por las que lo está haciendo o las
circunstancias en que las que está presenciando algo, pueda
mencionar las condiciones y los requerimientos para poder
presenciarlo o hacerlo, pueda referirse a lo hecho o experimentado en
un momento y lugar distintos a aquellos en los que ocurrió el
episodio en cuestión, pueda relacionar lo presenciado y hecho con
otros episodios, pueda hacer algo hecho previamente de manera
pertinente en otra situación, pueda repetir lo hecho o referirse a
lo presenciado como una demostración de su participación en un
episodio determinado, y muchos otros más, dependiendo del modo de
conocimiento involucrado. En todos los casos, los criterios se
sustentan en el lenguaje, como condición de haber estado expuesto o
presenciado algo o de haber hecho algo o aprendido algo.
Obviamente,
la satisfacción de esta diversidad de criterios permite que el
conocimiento de lo presenciado y realizado se comparta con otros
individuos, ya sea como transmisión directa, como ejemplo y
enseñanza, como registro y conservación, o bien como aplicación
efectiva.
Se
puede afirmar que, en las diversas acepciones y formas del conocer y
el conocimiento, ambos pueden identificarse de alguna manera con la
participación de los individuos en lo que Wittgenstein (1953)
refiere como ‘juegos de lenguaje’. Los juegos de lenguaje
constituyen las diversas lógicas o gramáticas específicas que dan
sentido a las distintas prácticas sociales. La forma más elemental
de conocimiento es aquella en la que el individuo participa en un
juego de lenguaje, y sabe que “las cosas son así”, es decir,
está seguro, cree sin margen de duda, que lo que dice y lo que hace
frente a las cosas y los demás en una situación determinada es lo
pertinente, pero que no lo sería en otra situación. Es a lo que
Wittgenstein (1969) se refiere cuando subraya que las propias
prácticas del juego de lenguaje son constitutivas de sus reglas (o
gramática) y que, en consecuencia, los fundamentos de dichas reglas
o práctica no están fundamentados en nada externo a ellas.
Simplemente están ahí, como nuestra vida, la vida misma (Rhees,
2003).
El
conocimiento y el conocer son consustanciales a toda práctica
social, y en cada práctica, en cada tipo de participación en una
práctica, se dan conocimientos y modos de conocer distintos. Conocer
no es la función de una facultad psicológica individual, la
cognición, que permite entender o categorizar el mundo. Conocer es
compartir los criterios, los actos, los resultados, las
circunstancias, las relaciones con las cosas y los otros, en una
diversidad infinita de prácticas sociales. El conocimiento emerge
solo en la práctica colectiva, y cada individuo, con base en su
participación comparte distintos momentos y resultados.
Los
distintos modos de conocimiento constituyen distintos territorios o
geografías en donde tienen lugar una diversidad casi infinita de
prácticas sociales y sus múltiples juegos de lenguaje. Considerando
que ya he examinado con detalle los distintos modos de conocimiento y
modos de conocer, sus conjunciones históricas, los criterios
institucionales que delimitan su identificación y ejercicio, así
como las modalidades de explicación o entendimiento que aportan a la
vida humana (Ribes, 2018, 2021), solo los enumeraré para evidenciar
la riqueza de formas y criterios de conocimiento. Contrasta esta
aproximación al conocimiento con la aridez y esterilidad de la
visión de un individuo no social, contemplativo, que busca como
saber si el mundo que conoce es o no verdadero.
Hemos identificado distintos modos de conocer, como episodios individuales que tienen lugar cuando se participa en distintas prácticas sociales y que, en sí mismos, pueden conformar juegos de lenguaje específicos. Los modos de conocer no constituyen contactos psicológicos, sino contactos sociales. Del mismo modo, hemos identificado distintos modos de conocimiento institucionales.
Los
modos de conocer ocurren siempre originalmente en las prácticas del
lenguaje ordinario y forman parte de las lógicas que fundamentan
dichas prácticas. Sus criterios han sido adoptados, separadamente,
por los modos de conocimiento institucionales, todos ellos derivados
de y sustentados por el modo de conocimiento ordinario. Los modos de
conocimiento van desde el modo científico, el modo tecnológico, el
modo religioso, el modo artístico/estético, y el modo formal, al
modo ético/jurídico. En la vida práctica, así como los modos de
conocer pueden tener lugar en los distintos modos de conocimiento,
aunque no como criterios institucionales, estos últimos pueden a su
vez conjugarse en distintos momentos y situaciones históricas. Los
puntos de fusión han sido múltiples, destacando las conjunciones de
los modos artístico, técnico y religioso, del científico, técnico
y formal, y del técnico y ético/jurídico, entre otros. Cada uno de
estos modos de conocimiento, derivados de y sustentados en el modo
ordinario abren un horizonte extremadamente rico de distintos
criterios de conocimiento, y de como estos criterios se han ido
conformando en el transcurso de la historia humana, modulando, sin
lugar a dudas, las diversidad de relaciones entre los seres humanos y
su entorno.
El
remplazo del individuo psicológico aislado por el individuo
social
en convivencia, conduce a revertir el supuesto de que el conocimiento
se da en última instancia en el pensamiento. Tal como lo señaa
Wittgenstein (1967), el concepto de pensamiento es un concepto
extensamente ramificado que contiene múltiples manifestaciones de la
vida, y “sus” fenómenos son muy diferentes entre sí. No es un
proceso o tipo de actividad especial. En contraposición al
planteamiento cartesiano, proponemos que el conocimiento reside en
las prácticas sociales como prácticas en el lenguaje y que, por
consiguiente, las diversas formas en que “participa” el
pensamiento son auspiciadas por el lenguaje y no al contrario. La
gramática del lenguaje no es un reflejo de una supuesta gramática
del pensamiento, sino que la organización del pensamiento no es más
que la proyección y resultante de las posibilidades creadas por las
distintas gramáticas o lógicas de los diversos juegos de lenguaje
en las que ‘pensar’ participa. El conocimiento y conocer, como
contactos con el ‘mundo’ o, mejor dicho, en el mundo, siempre se
dan en el lenguaje, y por esta razón lo desconocido no solo es
aquello que no se ha presentado a o ha sido experimentado por los
sentidos, sino aquello de lo que no hemos hablado y de lo que no se
nos ha hablado o escrito, incluyendo lo que no tiene nombre
EL
PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO: HISTORIA
DE UNA MALFORMACIÓN
CONCEPTUAL
Emilio
Ribes-Iñesta
Universidad Veracruzana
Revista
Mexicana de Análisis de la Conducta • Mexican Journal of Behavior
Analysis
2021 | Núm. 2 • diciembre | No. 2 • December |
Vol. 47, 211 - 235
http://dx.doi.org/10.5514/rmac.v47.i2.81161
El deshilachado tejido de cohesión social
Una de las cuestiones perceptibles en esta realidad que nos toca compartir, tiene que ver con que, tanto el individualismo como las condiciones económicas y financieras que lo determinan, están produciendo al interior de las sociedades, no las mal llamadas “Grietas” que ciertos grupos por intereses sectarios o de élite alimentan, sino mas bien una degradación del tejido de cohesión social que (Con acierto y errores) sostenía un orden de creencias y conocimientos mas o menos estables.
La invocación constante a “Crisis” “incertidumbres” “liquidez de las ideas, de los sistemas de creencia, de los sistemas de producir conocimiento” no son mas que los síntomas que explican como paulatinamente la sociedad patriarcal, colonialista, capitalista y neoliberal va implosionando en sus propias contradicciones.
Si por cohesión se entiende la unión o relación estrecha entre personas o cosas, esta por demás claro que tal unión, en lo social, viene deshilachándose muy rápidamente en todas las sociedades del planeta. La irrupción de una “universalidad” digitalizada y tecnocrática crece a expensas de los ordenes territoriales que, con mas certezas, sostenían las formas del capitalismo hasta que, en sus propias contradicciones, EEUU resolvió por cuenta y parte, trasladar sus males al mundo, salirse del patrón oro e inundar el planeta con su moneda FIAT, incapaz de adecuarse al conocimiento por el cual se sostenía el patrón oro como patrón monetario global.
El comunismo soviético, preso de sus propias batallas entre la burocracia estatal y la distribución equitativa de los recursos, toda vez que la prioridad se situó en el plano de la guerra y la defensa, tampoco supo responder al cambio y frente al impacto expansionista y la idea de los “Estados de bienestar”, vio caer así sus propios muros pero con las piedras derribadas también tambalearon las ideas de un socialismo que nunca cruzo la línea … no producir para la guerra sino para la justicia entre los pueblos y sus individuos.
Primo así la idea del individuo por encima de las construcciones comunes. Hoy el deshilachado tejido de las sociedades del planeta se debaten en un contexto pandémico sin precedentes, que obligaría a cambiar el rumbo a la globalización neoliberal, cosa que hasta el momento no ocurrió y la quinta ola parece peor que la suma de las anteriores. ¿Serán necesarias, sextas, séptimas u otras, para entender que estas formas de relaciones globales producen mas males que beneficios? Nadie se salva solo. Que cada quién haga su parte.
Daniel Roberto Távora Mac Cormack
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