Dos Años no es nada

Hoy cumplimos dos años

Este texto introductorio y lo que sigue, es el último texto de 2021 y el último texto de este segundo año continuo en el que comparto a diario, en este blog. Infinitas gracias por la compañía y espero no me abandonen en el tercer año que comenzará mañana.

Vamos a lo de todos los días ...

La globalización deshumanizante

Jorge Alemán, Psicoanalista y escritor. Autor de varios libros, entre ellos Capitalismo: Crimen perfecto o Emancipación y Pandemónium: Notas sobre el desastre, escribe en Página12.

La nueva mutación del virus ha generado una nueva situación. Una aceptación definitiva de la convivencia con la enfermedad. Es cierto que sigue existiendo aún una diferencia relativa entra las derechas negacionistas y las izquierdas progresistas o los gobiernos democráticos y populares. Pero esa diferencia se vuelve cada vez más tenue.

Las distintas derrotas y retrocesos históricos de los movimientos obreros organizados a escala mundial se revelan en su sentido final: la impotencia que surge a la hora de constituir fuerzas populares que impongan sobre los Estados el derecho a preservar lo Común al interior de la sociedad.

De este modo, podemos apreciar que frente al virus de Omicron y con el pretexto de que genera una "enfermedad leve" se han terminado privilegiando las exigencias del Mercado.

No se trata ya del negacionismo delirante de las ultraderechas ni de los antivacunas, es un negacionismo resignado y realista que sube desde abajo, que es deseado por amplios sectores, y como una marea acompaña el movimiento de los gobiernos. Así como ya parece concluirse que la enfermedad es leve y que morirán los de riesgo o los desafortunados, a su vez ya se acepta que la "gente" no da más, que ya no existe una posibilidad real de restricciones serías, y que por tanto se debe aprender a vivir bajo las condiciones de un nuevo giro más radical del neodarwinismo capitalista.

En cierta forma, es un triunfo de las derechas, que siempre supieron que tarde o temprano los imperativos de la economía, la precariedad de las vidas que solo se pueden refugiar en trabajos erráticos, y los cálculos egoístas del goce que actualmente impregnan el tejido de las masas terminarían imponiéndose.

Lo que confirma que derechas e izquierdas ya no resuelven sus conflictos en el mismo tablero .

De un modo metafórico, las izquierdas juegan al ajedrez con un jugador menos mientras las derechas lo hacen en una PlayStation que recomienza una y otra vez.

O dicho de otro modo, lo que cada posición define como aquello que es una Democracia pertenece a un orden radicalmente opuesto.

Pero nunca esta situación es definitiva, siempre se encuentra en movimiento, y de un momento a otro lo inerte de la gente entregada a un negacionismo resignado, se puede convertir en el Pueblo dispuesto a su lucha. No existe un Pueblo apriori, se inventa en el despliegue del antagonismo que lo constituye.

Para ello, como diría Maquiavelo, se necesitan "profetas armados" como Moisés, no armados por el fuego sino por una nueva Ley que haga emerger un orden nuevo de la civilización. Pueden no pagarse las deudas que el Capital engendró para hacer desaparecer al Pueblo pero entonces con honestidad habrá que explicar de qué modo se atravesará el desierto y cuál es la tierra que nos espera.

Nunca como ahora, y esta Pandemia es una demostración cabal, para la humanidad había sido tan urgente frenar la marcha del tren enloquecido del Capital.

Esperemos que este negacionismo atenuado que triunfa en el occidente serial sea el último estertor del nihilismo que se acomoda a lo que sea. Mientras tanto en este fin de año, también yo, rezo mi pequeña plegaria laica por nosotros y nosotras, para que podamos despertar de esta historia.

Wolff, Villegas y la Gestapo

Martín Granovsky, Periodista y licenciado en Historia. Columnista del diario Página/12 de la Argentina, conductor de Sostiene Granovsky por CN23 y coordinador de la TV del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, www.clacso.tv. También dirige el Núcleo de Estudios del Brasil de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo y es profesor en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación de la Cancillería. Escribe en Página 12.

Dialéctica de la “Gestapo”

El comentario más curioso sobre la simpatía de un ministro vidalista por la Gestapo le pertenece al diputado del PRO Waldo Wolff.

Tuitero consumado, en su cuenta WW, o @WolffWaldo, el diputado escribió el 27 de diciembre a las 16.31: “Repudio la utilización del término gestapo para temas banales siempre. No importa quien la haga”. Las minúsculas y la falta de tilde la pertenecen al original de WW. Pero lo curioso no es eso sino la idea que trasluce su tuit.

Marcelo Villegas, el ministro de Trabajo de María Eugenia Vidal filmado en plena conspiración, no banalizó la policía secreta de Adolf Hitler: la usó de modelo. De algún modo la reivindicó. O al menos la citó como un ejemplo deseable. O, si ustedes quieren, expresó su lamento por no contar con una Gestapo.

Banalizar el Holocausto y el nazismo, efectivamente, es otra cosa. Supongamos que Villegas no hubiese introducido el término “Gestapo” en su conspiración con espías, autoridades y empresarios. Supongamos que hubiera sugerido la necesidad de extorsionar en secreto a los dirigentes sindicales. Supongamos que, como sucedió hace unos días, la charla hubiese terminado en los backups de la Agencia Federal de Inteligencia. Suponiendo todo lo anterior, banalizar el Holocausto y el nazismo sería decir, por ejemplo, que “Villegas es la Gestapo”. O que “Villegas es el nazismo”.

En 2019, todavía con Cambiemos en el Gobierno, el actor Alfredo Casero dijo: "Hay que salir a la calle, no quedarte esperando a que vengan los nazis con los tanques". Se refería al peronismo. En ese momento hasta la propia DAIA lo refutó. "Condenamos los dichos de Alfredo Casero al asimilar erróneamente la tragedia del nazismo con valoraciones acerca de la política nacional", dijo la DAIA. "Estos dichos configuran un acto de banalización de la Shoá."

Pero resulta que lo de Villegas es distinto, y WW debería advertirlo. Por lo pronto, ningún tercero dijo que la propuesta de un método delictivo para domesticar la protesta sindical es lo mismo que asesinar de manera industrial millones de judíos, gitanos, homosexuales y discapacitados como hizo el nazismo.


El propio Villegas fue el que metió la palabra “Gestapo” en un tono de añoranza.

Banal” significa “trivial, insustancial o de poco interés o trascendencia”.

Banalizar el Holocausto o el nazismo sería, por comparación, presentarlos como hechos triviales.

No es lo que hizo Villegas. El entonces ministro de Trabajo se quejó de no tener a mano una policía secreta del Estado como la de Hitler.

La Argentina integra el grupo de 35 países de la IHRA, sigla en inglés de la Alianza Internacional para la Recordación de Holocausto. En 2020 la IHRA emitió la célebre Declaración de Estocolmo. Dice el punto uno: “El Holocausto (Shoá) sacudió los cimientos mismos en que se basa la civilización. El carácter sin precedentes del Holocausto tendrá siempre un significado universal. Tras medio siglo, sigue siendo un hecho lo suficientemente próximo en el tiempo para que sobrevivientes puedan seguir brindando testimonio de los horrores que el pueblo judío debió padecer. El terrible sufrimiento de muchos millones de otras víctimas de los nazis ha dejado igualmente una cicatriz indeleble a través de Europa”.

Salvo que a WW le parezca banal, una pregunta queda en pie: ¿acaso Villegas ignora que una de las herramientas para producir ese terrible sufrimiento fue, precisamente, la Gestapo?

¿A nadie le importan las instituciones?

 
Carlos Hugo Acuña, Magíster en Metodología de la Investigación, Facultad de Posgrado, Universidad de Belgrano, Buenos Aires. Profesor en Ciencia Política, Facultad de Ciencias de la Educación y la ComunicaciónSocial, Universidad del Salvador, Buenos Aires; título obtenido en Marzo 1976. Licenciado en Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad del Salvador, Buenos Aires.

Escribió ¿Cuánto importan las instituciones? Gobierno, estado y actores en la política argentina. Siglo XXI Editores. Serie estado y política. Buenos Aires, 2013.

Este libro apunta a comprender la lógica de la institucionalidad gubernamental y del accionar de los actores políticos en el país. Para ello centra su atención en la presidencia y el Estado, en los otros poderes gubernamentales –el Legislativo, el Judicial–, así como en el federalismo argentino, con el objeto de desmenuzar sus características actuales y su funcionamiento, sus conflictos, fortalezas y contradicciones. Pero además pone el foco en la estructura y el comportamiento de los partidos políticos, los sindicatos y las organizaciones de la sociedad civil, bajo el supuesto de que resultan ineludibles en el momento de explicar aspectos centrales de la dinámica política e institucional.

¿Son las instituciones las que forjan los procesos sociales o son los procesos sociales los que crean su institucionalidad? Este es el primer interrogante que formula la introducción a este libro. Las distintas formas de responder a esa pregunta refieren a si las instituciones importan o no para explicar procesos políticos y sociales; en definitiva, remiten a si los problemas que explican gran parte de nuestras dificultades como sociedad –y, consecuentemente, también sus soluciones– radican en la institucionalidad.( Como nos decía Evans cuando nos hablaba del Estado (1996).) capítulo analiza la cuestión de manera teórica, debatiendo las instituciones desde siempre,aquí, allá y en todas partes.

El panorama del debate sobre las instituciones, su lógica y su relevancia para la política no es binario. Tuvimos institucionalismos pequeños, legal-formalistas, en los que la política se “entendía” estudiando Derecho Constitucional y poco más. El marxismo vació el peso de las instituciones definiéndolas como consecuencia o epifenómeno de profundas dinámicas estructural-económicas. ( El desarrollo de las fuerzas productivas que, vía su determinación de las relaciones de producción, pondría en palabras la voluntad de la estructura en las leyes que componen la superestructura del entramado social –en La miseria de la filosofía (1847), Marx, al referirse a las causas de la legislación, concluye que simplemente expresa en palabras la voluntad de las relaciones económicas–.) Gran parte de la sociología también vació el peso de las estructuras institucionales tomándolas como consecuencia y/o correa de transmisión de la cultura (“el problema no es la calidad de las reglas, sino la cultura que transmiten”), mostrando hoy un renovado brío que no presta mayor atención ni otorga un papel protagónico a las instituciones en la explicación de lo sociopolítico (Sennett, 2007; Maffesoli, 2008; Bauman, 2004). El avance neoclásico en economía también las desechó, reproduciendo desde el conservadurismo individualista el desprecio hacia las instituciones que ya habían desplegado el economicismo marxista y el estructuralismo culturalista: en el neoclasicismo las instituciones pasaron a ocupar el papel de estructuras arrastradas por la fuerza de los mercados. (La paradoja neoclásica no sólo era que su mirada sobre las instituciones reproducía la lógica explicativa del marxismo o de los estructuralismos sociológicos al colocarlas como mera consecuencia de las cuestiones preexistentes que las causaban, sino que a la larga terminaba por reconocerles algún peso causal, aunque fuera en el margen, como fuente de ineficiencia y traba al desarrollo de los mercados y las naciones (“cuanto menos reglas, más oportunidades de negocios, inversión, crecimiento y, en definitiva, desarrollo”).

Frente a tantos captores de las instituciones, surgieron de manera reiterada sus salvadores. Weber (1984) le respondió a Marx destacando la relevancia de la “jaula de hierro” que, independientemente de la estructura de clases, las burocracias institucionalizadas del Estado moderno imponían al comportamiento y la libertad de los sujetos (elaborando tempranamente una teoría sobre las causas y consecuencias de esa institucionalidad). En las últimas décadas, y particularmente a partir de los años ochenta y noventa, se multiplicaron los defensores del buen nombre, el honor y la relevancia de las instituciones para explicar los procesos políticos, sociales y económicos de la mano de los “nuevos institucionalismos” (March y Olsen, 1989). En la sociología de las organizaciones se redescubrió el institucionalismo weberiano (DiMaggio y Powell, 1983) y, por su parte, la sociología económica valora las instituciones como el diseño simbólico que gobierna la relación entre los distintos roles en toda organización (en la actualidad, Portes, 2010: 55; antes y con foco en la creación institucional de los mercados, Polanyi,1989). En la ciencia política comenzó un rescate de las instituciones destacando que importan (entre otros, Weaver y Rockman, 1993) porque hacen a las capacidades de los gobiernos; esto es, independientemente de los actores, las ideologías y la estructura socioeconómica, el tipo de institucionalidad gubernamental afecta las opciones y la calidad de las políticas. 

Desde la economía, y manteniendo algunos de los presupuestos propios del neoclasicismo económico, ( Individualismo metodológico, presupuestos de maximización de utilidad en la explicación de comportamientos, así como un predominio de una metodología  explicativa basada en modelos deductivos (en contraposición al análisis de procesos históricos/empíricos con una direccionalidad explicativa holista, que va de los macro procesos y estructuras hacia lo microsocial, los individuos y sus comportamientos). el neoinstitucionalismo (North (1990), Bates (1997), Weingast (2002), Shepsle (2006), Acemoglu y otros (2001), y Acemoglu y Robinson (2012); y, con foco en políticas públicas, Scartascini y otros (2011) y Ostrom (2007) las recuperó colocándolas en un podio de primacía causal y en interacción con las preferencias y los comportamientos de individuos “racionales”, cuyas funciones de utilidad son entendidas como los (micro/verdaderos) fundamentos de todo proceso social. ( Y esto sin mucha preocupación (y en algunos casos, conciencia) por las implicancias estructural-funcionalistas de sus planteos; el individualismo económico institucionalista reargumentó que el origen de las instituciones está en la necesidad de que se cumplan ciertas funciones de resguardo de los derechos de propiedad, de coordinación, de resolución de problemas de información y, consecuentemente, de reducción de costos de transacción, funciones cuyo cumplimiento asegura la grandeza de las naciones y cuyo incumplimiento explica sus frustraciones (Acemoglu y Robinson, 2012). De esta forma despliega una mirada biosocial en la que, de manera teleológica, está implícito que toda organización social persigue como objetivo su supervivencia, independientemente de la conciencia de los sujetos que la conforman. Elster define este tipo de teleologías como “teleologías objetivas” (dado que es innecesaria la subjetividad para que operen en la historia) propias de la explicación funcionalista (Elster, 1984).

Por otra parte, el institucionalismo histórico, ahora desde una postura estructuralista, también recuperó a las instituciones otorgándoles centralidad en su papel explicativo de la sociedad y su historia.8 Entre las voces más recientes de esta ola se destacan la “perspectiva de las lógicas institucionales” (Que confronta con el neoinstitucionalismo, acentuando el papel de la cultura y la manera en que las identidades y las prácticas se articulan para generar innovación y cambio en las lógicas institucionales.) (Thornton y otros, 2012) y aquellas que resaltan el papel de la articulación intertemporal entre actores y relaciones para explicar los cambios en organizaciones e instituciones (Padgett y Powell, 2012).(0 Esto la lleva a coincidir con la perspectiva de las “lógicas institucionales” en su crítica al individualismo metodológico del neoinstitucionalismo)

Los citados institucionalismos suelen agruparse en tres grandes familias (Hall y Taylor, 1996): en primer lugar, el conjunto de trabajos englobados en el marco del neoinstitucionalismo económico y las teorías de la elección racional, que se alinean (aunque modificándola) con la idea de racionalidad económica; en segundo lugar, los estudios enmarcados en el institucionalismo histórico, heredero de los análisis de los así llamados “macroanalíticos” de la política comparada como Moore (1973) o Skocpol (1984); y por último, el denominado “institucionalismo sociológico” –o sociología económica–. Si bien todos estos enfoques comparten el interés por explicar los procesos políticos a partir de las instituciones, no obstante muestran diferencias relevantes entre sí. Y esto más allá de los cruces de caminos que, debido a las limitaciones de cada escuela, generan tanto neoinstitucionalistas hambrientos de estructura social o historia
para su explicación como, en su defecto, institucionalistas históricos o
institucionalistas sociológicos que ambicionan dar lugar a actores y ra-
cionalidades estratégicas en la suya (para un sintético análisis sobre las fortalezas y debilidades de los dos institucionalismos que más influyen sobre el análisis político –el neoinstitucionalismo o institucionalismo de la elección racional y el histórico–, véase el apéndice de este capítulo).

Sea como fuere, la tendencia presente es analizar las instituciones
otorgándoles preeminencia sobre las otras variables sociales, o bien de
manera divorciada de su contexto socioeconómico e ideológico-cultural,
o bien obturando su propia historia y el papel histórico, los intereses
y la ideología de los actores. En definitiva, hoy estamos rodeados de
institucionalismos que compiten entre sí para explicar la sociedad y la
política. Sin embargo, ¿nos convencen estas nuevas y diversas cruzadas institucionalistas encaminadas a disciplinar las otras variables del análisis social? ¿Acaso nos sirven para entender mejor la política en nuestras sociedades? 

Si efectivamente las instituciones forjan comportamientos mediante la estructura de incentivos que les presentan a los sujetos o como estructuras que dotan de sentido a su accionar, ¿por qué deben importar los actores o cómo piensan? (sobre todo si tenemos en cuenta
que, de una u otra forma, para bien o para mal, su comportamiento será
institucionalmente encausado y quedará determinado, así como su [dis]
función histórica, como consecuencia del orden institucional).( Se debe notar que, también con respecto al papel de los actores, encontramos institucionalistas descontentos que persiguen corregir las debilidades explicativas de esas teorías: el “institucionalismo centrado en los actores” constituye un intento de articular desde el individualismo metodológico el peso explicativo de la interacción de los actores estratégicos con el del impacto de las instituciones en la estructuración de estas interacciones y en la forma que adoptan sus resultados (Scharpf, 1997: 1), mostrando importantes coincidencias con algunas de las versiones del “institucionalismo de elección racional) Así, hoy las instituciones gozan de buena prensa y su defensa va acompañada de sofisticadas teorías y métodos de análisis.

Las recomendaciones del Ministerio de Salud

Ante el incremento de contagios de coronavirus

Las recomendaciones del Ministerio de Salud para las celebraciones de Año Nuevo

El Ministerio de Salud de la Nación difundió este jueves una serie de recomendaciones para seguir durante las celebraciones de Año Nuevo, ante la creciente cantidad de casos de coronavirus que registra el país.

"En las reuniones sociales con familiares, amigos y amigas", recordó la cartera en un comunicado, es "importante sostener los cuidados" para "evitar contagios", especialmente en un momento donde circulan variantes de gran transmisibilidad, como la Delta y la Ómicron. 

Las recomendaciones para los festejos que se celebrarán este fin de semana para recibir al 2022 son: 

  • Completar el esquema de vacunación y aprovechar los encuentros para alentar a los conocidos a que también lo hagan.

  • Realizar las reuniones en espacios abiertos o con ventilación cruzada en forma permanente.

  • Identificar el vaso, mate y utensilios para utilizarlos durante toda la reunión en forma individual.

  • Lavarse las manos con frecuencia y usar barbijo.

  • Si se presentan síntomas compatibles con coronavirus, lo mejor es quedarse en la casa y avisar a los contactos estrechos (personas con quienes estuviste a una distancia menor a dos metros, durante al menos 15 minutos, mientras presentabas síntomas o durante las 48 horas previas al inicio de síntomas).

Entre esos síntomas se incluye: fiebre (37,5°C o más), tos, dolor de garganta, dificultad respiratoria, dolor muscular, cefalea, diarrea y/o vómitos, congestión nasal, y pérdida brusca de gusto u olfato.

Recomendaciones sobre el aislamiento

Los consejos sobre los festejos de Año Nuevo se suman a las recomendaciones anunciadas por la ministra Carla Vizzotti durante la tarde del miércoles respecto al aislamiento de casos sospechosos, confirmados y contactos estrechos de covid-19.

  • Contacto estrecho asintomático con esquema de vacunación completo (menos de 5 meses de haber recibido su esquema primario completo o aplicado la dosis de refuerzo): el aislamiento es por 5 días y los 5 días restantes se deben maximizar los cuidados y minimizar los contactos de riesgo.

  • Contacto estrecho asintomático sin vacunación o con esquema incompleto: debe realizar los 10 días de aislamiento como se viene haciendo hasta ahora o 7 días y una PCR.

  • Casos confirmados con esquema de vacunación completa: el aislamiento es por 7 días y los 3 días hasta completar los 10 días se deben reforzar los cuidados.

  • Casos confirmados sin vacunación o con esquema incompleto: deben aislarse por 10 días.

(Hoy en Página 12)

Dos años no es nada

Como nos estamos preparando todos para la reunión familiar y pese a que otra vez el maldito virus parece desestabilizar la salud del planeta, comparto algo de lo que compartía con ustedes hace exactamente un año

2020 ha sido un año como ningún otro. La especie humana fue sorprendida con la guardia baja por un enemigo invisible e insidioso que ha confinado por largos meses al mundo entero, cobrado casi dos millones de vidas, hundido a la economía en una crisis abismal y puesto a muchos países de rodillas.

La pandemia del coronavirus ha sido un brutal recordatorio de lo frágiles que somos los seres humanos, de lo indispensable que son la empatía y la solidaridad —así sea a través de una pantalla— para subsistir. Ahora que empieza a vislumbrarse su final con la llegada de vacunas y mejores tratamientos para la COVID-19, todos deseamos con razonable esperanza un 2021 más amable.

Sin embargo, no vayamos tan rápido. No conviene seguir ignorando el poderoso llamado que 2020 ha machacado: son los débiles y los más pobres quienes más severamente han sufrido el impacto de la crisis, (…) la destructiva actividad humana ha acercado peligrosamente al medioambiente a un punto de no retorno tras el cual nada garantiza nuestra sobrevivencia como especie. Todo eso estaba antes del coronavirus, pero ahora queda mucho más claro. El balance de este año es que vivimos sumamente desbalanceados. Seguir como vamos es posible pero suicida. Si no actuamos unidos, los problemas que nos afligen escaparán de nuestro control. El mundo necesita un reseteo. Recordarlo parece un lugar común, pero no lo es. Postergarlo es un lujo que no podemos darnos.

Boris Muñoz, editor de Opinión en español de The New York Times

Balance 2020

Difícil no terminar el año sin un balance y un repaso de lo que pasó durante 2020.

Nuestro objetivo principal no es “contar” lo que está pasando, sino brindar las herramientas para que puedas entender lo que está pasando. Para eso es esencial explicar cómo se articulan las variables, que son las que dan lugar al comportamiento cíclico que presenta la economía argentina hace ya muchos años. Si entendemos eso, entendemos la coyuntura, porque tarde o temprano el gobierno de turno se enfrenta con los mismos problemas. ¿No me creés?

Stop and go

La actividad económica se encuentra estancada desde hace casi 10 años. Eso es un gran problema, ya que las condiciones de vida de la población están atadas al (no) crecimiento económico argentino. ¿Por qué sucede esto? Porque la economía se encuentra atrapada en un círculo vicioso conocido como stop and go, un término acuñado en los ’60 (vaya si no es cíclica nuestra historia económica). Desde 2011 se suceden períodos de recesión -provocados por devaluaciones del tipo de cambio que impulsan al alza los precios, reduciendo el poder adquisitivo y la demanda agregada- seguidos de períodos de recuperación (donde se revierte el comportamiento de las variables mencionadas).

Este problema es 100% argentino, dado que el resto de los países de la región lograron, su gran mayoría, crecer sostenidamente en los últimos años. La comparación con esos países también nos permitió identificar el componente que nos distingue del resto: la elevada y sostenida inflación.

La economía argentina no genera la suficiente cantidad de dólares en relación a los que demanda. Vimos que el principal componente de la oferta de divisas son las exportaciones, que no solo se encuentran estancadas sino que además están muy concentradas en productos agropecuarios de escasa diferenciación y valor agregado. El otro componente, tantas veces -mal- utilizado a lo largo de nuestra historia, fue el endeudamiento público, que derivó en una nueva reestructuración de la deuda.

Por el lado de la demanda, la complejidad fundamental pasa por el manejo de la compra de dólares para atesoramiento, cuya “solución” fue la misma para las últimas dos gestiones: regular la capacidad de compra, provocando el surgimiento de un dólar paralelo con su respectiva brecha cambiaria. Para comprar dólares hacen falta pesos, y ahí vimos el vínculo que existe entre el déficit fiscal, la famosa “emisión” de dinero y la inflación.

2020 = Todo lo anterior x 10

El estallido de la pandemia, que derivó en el aislamiento obligatorio y la parálisis total de la actividad económica, no hizo más que exponer y potenciar todos los problemas mencionados.

Eso llevó a que el Gobierno recurriera al incremento del gasto público como herramienta para sostener a las empresas y al ingreso de las personas, sobre todo aquellas vinculadas al sector informal de la economía. El uso del gasto público no fue una particularidad argentina sino que es algo que se observó en todos los países, dado que el Estado es el único con la capacidad de salir a gastar en tiempos de crisis. Nuestra diferencia con el resto estuvo en la (in)capacidad de financiar dicho gasto.

Debido al excesivo endeudamiento contraído previamente durante la gestión de Cambiemos, quedaba vedada la colocación de deuda, el mecanismo más frecuente para este tipo de operatorias. En su lugar, el Ejecutivo debió recurrir en su mayoría a la asistencia directa por parte del BCRA, cuyo correlato directo fue una inyección muy importante de liquidez en los bancos. Dicha liquidez no fue manejada correctamente por parte de la política monetaria del Banco Central, que terminó provocando el salto de la brecha cambiaria, que pasó del 30% al 80% en menos de dos meses. Eso luego llevó al BCRA a tener que intervenir constantemente en el mercado cambiario para sostener la cotización del dólar oficial (presionado por el alza de la brecha), cuya consecuencia fue la caída sostenida de las reservas y un  endurecimiento de los controles cambiarios por parte de la máxima autoridad monetaria. El problema: derivó en mayores expectativas de devaluación, creando otro círculo vicioso.

A partir de eso, el BCRA empezó lentamente a desandar el camino recorrido, flexibilizando los controles y aplicando una política monetaria más contractiva (aumentando las tasas de interés, de modo de absorber una mayor cantidad de dinero). Eso fue complementado con una mejora en el frente fiscal, tanto por el lado de la reducción del déficit (de la mano de la recuperación económica) como de la capacidad de colocar deuda en el mercado local. Todo eso llevó a que se redujera la brecha cambiaria y se terminara estabilizando, aunque todavía se mantiene en niveles elevados (en torno al 60% el contado con liqui y 85% el dólar informal).

Llegamos así al final del 2020, un año sin dudas para el olvido (en todo sentido). En lo económico, el PBI va a terminar con una caída en torno al 10%, la más severa desde la crisis del 2001. De cara al 2021, si bien se espera un repunte de la actividad económica, va a depender -en buena medida- de lo suceda con el tipo de cambio y la inflación, que implica doblegar las expectativas del sector privado, que proyecta para el año que viene un fuerte incremento del tipo de cambio oficial acompañado de un salto en la inflación hasta el 50% (en 2020 terminaría en 37%). El Gobierno, en cambio, estima poder mantener la senda desinflacionaria que se vio durante todo este año, uno de los pocos aspectos donde la pandemia colaboró, ya que facilitó la reducción de casi 20 puntos desde el pico de fines del año pasado. ¿Quién ganará la pulseada?

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¿Qué es la inflación?

Hoy en día ya todos sabemos que la inflación es el aumento sostenido de los precios. Nos damos cuenta cada vez que compramos algo. Lo que muchas veces no está tan claro (ni bien comunicado) es cómo se mide. Sin ir más lejos, una primera pregunta que surge es cómo hace el INDEC para publicar un único dato cuando la cantidad de productos –y precios- que hay en una economía debe superar el millón.

Para eso recurre a una canasta de productos que busca acercarse lo mejor posible al consumo promedio de la población. Luego, todos los meses releva los precios de dicha canasta de productos y a partir de eso obtiene el dato de la inflación.

¿Por qué es un problema?

Existen varias razones, aquí voy a detenerme en las tres que creo que son las más importantes. En primer lugar, porque puede llevar a la pérdida del poder adquisitivo, algo que sucede sobre todo en contextos donde la inflación se acelera súbitamente. La aclaración es importante, porque en contextos de inflación estable el poder de compra suele acompañar o incluso mejorar.

El segundo problema es que desincentiva las inversiones de mediano/largo plazo de las empresas (y, de allí, afecta directamente al crecimiento económico). Ponete en el lugar de una empresa que está analizando a ver si le conviene o no invertir en una nueva máquina. A grandes rasgos, la decisión pasa por identificar si el aumento de los ingresos (generados gracias a la incorporación de la máquina) son superiores al costo de la misma. Fijate que el cálculo requiere de una proyección de los ingresos futuros y, por ende, también de la inflación. Ahora bien, ¿qué tan fácil te parece que es lograr una estimación más o menos aproximada de lo que va a suceder en el futuro con la inflación?

Claramente esto es algo muy difícil y eso desincentiva algunas inversiones. Solamente se llevarán a cabo los proyectos cuya rentabilidad esté bastante asegurada (que son los que compensan la mayor incertidumbre asociada a la imposibilidad de evaluar correctamente el riesgo o el costo del proyecto). La causa, por detrás de todo esto, es el aumento en la volatilidad de las principales variables macroeconómicas, en particular aquellas vinculadas con las decisiones financieras: inflación, tasas de interés y tipo de cambio.

Lo que nos lleva al tercer y –probablemente- más importante problema de todos: el aumento del poder de compra en moneda extranjera. Esto es lo que en la jerga económica se le llama “apreciación cambiaria”. ¿Pero cómo puede ser la mejora del poder de compra un problema? Porque como vimos la semana pasada, esto significa un incremento de la demanda de dólares (podés comprar más insumos o productos importados, te sale más barato viajar al exterior, podés comprar más dólares para ahorrar, etc.), y por lo tanto una presión al alza en el tipo de cambio. Reteneme esta conclusión porque en breve la vamos a retomar y ahí va a quedar mucho más clara la importancia de este aspecto.

¿Y por qué suben los precios?

Acá es donde se pone más entretenida la cosa, porque si más o menos seguís las discusiones económicas te habrás dado cuenta de que hay dos grandes “bandos”: por un lado, quienes afirman que la inflación es provocada por el incremento en la cantidad de dinero en circulación; y por otro, quienes sostienen que eso se debe al aumento de los costos de las empresas.

¿Cuál tiene razón? Al día de hoy, no hay acuerdo y eso se refleja en la cantidad de economistas de un lado y del otro que discuten sobre el tema. No obstante, creo que la explicación vinculada a los costos es i) más directa, ii) más consistente y iii) se ajusta mejor a la evidencia empírica.

En primer lugar, es más directa por una razón muy simple. Los precios los ponen las empresas, y para eso se fijan en sus costos de producción (insumos, salarios, impuestos, etc.). Si el costo por unidad aumenta, por lo general eso llevará a las empresas a subir los precios (para evitar la reducción del margen de ganancia). Desde ya, el contexto importa: en una recesión –como la actual- se hace más difícil trasladar los aumentos de costos a los precios, sobre todo para las pymes.

En cambio, la explicación que vincula la expansión de la cantidad de dinero con el aumento de los precios requiere que se cumplan algunas condiciones que hacen muy difícil que eso suceda. Lo que sí puede suceder es que presione al alza al tipo de cambio y que eso lleve al aumento de los precios. Pero, precisamente, eso sucede porque la suba del dólar se traduce en un aumento de los costos de las empresas (ya que ahora los insumos importados son más caros).

¿Cambia tanto si el problema es una cosa o la otra? Sí, bastante, porque distintos diagnósticos llevan a diferentes políticas económicas. Por ejemplo, quienes afirman que el problema es la cantidad de dinero van a reclamar por un ajuste del déficit fiscal o directamente por el control de la emisión monetaria, como intentó G. Sandleris en su momento. Por el contrario, quienes sostienen que el problema viene por el lado del tipo de cambio, van a recomendar tratar de contenerlo ya sea a través de la intervención directa del BCRA (comprando o vendiendo dólares) o, llegado el caso, a través de regulaciones más estrictas sobre la demanda de divisas.

De todos modos, el canal sería siempre por medio del tipo de cambio. Y como vimos la semana pasada, hay varios motivos que pueden llevar al aumento del dólar. Por lo tanto, el aumento de la cantidad de dinero sería a lo sumo un caso particular de la explicación general. Al analizar la correlación de los datos, también se hace evidente que existe una vinculación mucho más estrecha entre el tipo de cambio y la inflación. Es más, la relación entre la emisión y la inflación es más bien negativa en el corto plazo.

¡Momento! Hace un ratito me dijiste que una de las consecuencias de la inflación era la apreciación cambiaria, que llevaba al aumento del dólar... ¿Y ahora me estás diciendo que la inflación está causada por el aumento del dólar? ¿En qué quedamos?

Precisamente, como te dije al principio, son dos problemas que se retroalimentan entre sí.

Ya sé, ahora me vas a preguntar cómo se soluciona. Por ahora nadie parece tener la respuesta correcta. O, quizás, el problema es que todavía no pudimos ponernos de acuerdo en el diagnóstico y por eso no logramos aplicar una política que sea consistente y que se mantenga en el tiempo. Esto parece lo más probable al ver el tiempo que le llevó al resto de los países de la región bajar la inflación a un dígito: Chile tardó 16 años, México 14, Colombia y Uruguay 10, Perú 6 y Brasil 4.

Por lo pronto, hay que aprovechar quizás el único aspecto “no-negativo” que trajo la pandemia: una caída de la inflación de más de 10 puntos porcentuales respecto de fines del año pasado. Claro que para eso el BCRA deberá tener un buen diagnóstico y, en función de eso, desplegar las políticas adecuadas para manejar la liquidez y el tipo de cambio de manera de evitar un nuevo salto en los precios.

El serrucho de la economía 

El principal impacto que tiene la devaluación es el incremento de los precios, fundamentalmente porque se encarecen todos los insumos importados que se utilizan para producir. Imaginate, por ejemplo, una empresa argentina que hace heladeras y para eso necesita importar el termostato, porque acá no se fabrica. Supongamos, para hacer cuentas sencillas, que sale USD 20 y que el tipo de cambio de ese momento es de 10 $/USD. Esto significa que dicho insumo le cuesta a la empresa $200. Ahora supongamos que el tipo de cambio se devalúa un 30%, pasando a cotizar 13 $/USD. La empresa ahora pagará el insumo $260, es decir, un 30% más caro (que es lo que aumentó el dólar). Esto mismo sucede con todos y cada uno de los insumos importados que utilizan todas las empresas del país. Como estos insumos son parte de los costos de producción, las empresas los trasladan rápidamente a los precios de venta, provocando el aumento de la inflación.

El rápido aumento de los precios se traduce en una caída automática del poder adquisitivo de los salarios, lo que implica una contracción fuerte del consumo y, por lo tanto, un freno en las ventas de las empresas, que recortan la producción y las inversiones. Se produce así una recesión económica.

Posteriormente, vienen los aumentos salariales para recuperar el poder de compra perdido, que combinado con la estabilización del tipo de cambio y la reducción de la inflación, llevan a la recuperación del consumo, la inversión y por lo tanto del PBI.

Se cierra así el ciclo. Una fase de recesión (devaluación, salto inflacionario y caída del poder adquisitivo), seguido de una recuperación (estabilización del tipo de cambio y de la inflación, acompañado de la mejora en el poder de compra), que nos hace ir y venir, pero sin crecer. “Stop and go” fue el término acuñado en los ’70, donde se observó un comportamiento similar del PBI.

¿Y 2012? Cierto, la caída de ese año no se ajusta a la explicación. No hubo devaluación, salto en los precios o caída de los salarios. Pero eso fue por el surgimiento del “cepo” cambiario, que comenzó en 2011 pero que se puso operativo en 2012 (la brecha con el oficial a fines de 2011 era de 15%, mientras que para fines de 2012 saltó al 43%), tras la fuerte sequía que impactó en las exportaciones.

A modo de conclusión

De lo anterior se desprende que la raíz del problema se encuentra en las devaluaciones del tipo de cambio, que combinado con los saltos inflacionarios se traducen en el estancamiento cíclico que presenta la economía argentina desde hace años.

Con esto nos acercamos un poco más a las causas del problema, que como te habrás dado cuenta están asociadas al valor del dólar

Lo que nos cuesta crecer

El último Relevamiento de Expectativas del Mercado (REM), que nuclea a más de 50 consultoras y centros de estudios del país, estimó que para 2020 el PBI caerá 9,5%, con un leve rebote para 2021 (+4,5%). De confirmarse estos datos, Argentina se encontraría por segunda vez atravesando una “década perdida”: el crecimiento del PBI sería nulo (en realidad, levemente negativo, -0,7%), lo que significa que durante 10 años la economía no habría logrado aumentar el nivel de producción y de ingresos.

ndependientemente de que lo que suceda durante este año y el próximo, atravesado por la pandemia, es innegable que la economía tiene un problema que no le permite crecer sostenidamente. Si tomamos los últimos 8 años, el resultado es el mismo: el crecimiento promedio para 2011-2019 fue prácticamente nulo (0,4%).

(Si queres terminar de repasar el blog de hace un año, acá te dejó el enlace)  

Parece que mucho no ha cambiado.

 

Mañana comenzaremos a transitar el 2022 … de hoy a mañana tampoco habrá cambiado nada … esperemos que durante 2022 si cambien algunas cosas. Nadie se salva solo. Que cada quién haga su parte.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack


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