El poder se ejerce, si no se nota, mejor.

 

Nuestras instituciones responden a ideas que hoy repudiaríamos”

En “RevistaÑ” publicación de Cultura editada por el diario “Clarín”, se pública el siguiente reportaje a Roberto Gargarella.

Roberto Gargarella nacido en ​Buenos Aires, en1964 egresó como abogado y sociólogo por la Universidad de Buenos Aires y doctor en Derecho por la misma universidad y la de Chicago, con estudios post-doctorales en el Balliol College de la Universidad de Oxford (Reino Unido). Es profesor de Teoría Constitucional y Filosofía Política en la Universidad Torcuato Di Tella y de Derecho Constitucional en la Universidad de Buenos Aires. Ha sido profesor o investigador visitante en las Universidades de Bergen y Oslo (Noruega), Pompeu Fabra (España), New York, Columbia, New Shcool y Harvard (Estados Unidos). Publicó Latin American Constitutionalism, The Legal Foundations of Inequality, La justicia frente al gobierno, El Derecho a protestar: El primer derecho, entre otros.

Si se hubieran ido todos en 2001, tendríamos los mismos males, dispara el jurista y sociólogo y se detiene en los déficits institucionales de la democracia actual.

Meses antes de la pandemia, en octubre de 2019, el jurista y sociólogo Roberto Gargarella decidió dedicar un tiempo a la escritura de un libro que había irrumpido en su mente casi como una epifanía: “Concebí este libro en una noche sin sueño, en abril de 2019, en un par de horas exaltadas y extrañas. Al pensarlo, tuve la certeza de que el libro estaba ya definido y su contenido, cerrado”, escribe en el prefacio de El derecho como una conversación entre iguales (Siglo XXI). Entonces, cuando completó el dictado de sus clases universitarias y demás tareas pendientes, se subió a un avión que lo aterrizó en los Estados Unidos. Iba a escribir. Si la tarea le hubiera demandado unos cuantos meses, el bloqueo de fronteras podría haber significado un problema inesperado, pero algo singular sucedió con ese texto: “En veinte exageradas jornadas de trabajo completo terminaba la primera versión del manuscrito. De forma inesperada, mucho antes de lo imaginado y como si nada. El libro había sido escrito como si alguien me lo hubiera dictado”.

Y de hecho, algo de eso había solo que la voz interior era la del propio académico y docente de las universidades de Buenos Aires y Torcuato Di Tella, ya que el libro de alguna manera anuda los problemas y ejes que viene trabajando desde hace tres décadas. Lo explica a Ñ en un diálogo a través del zoom, enmarcado por una biblioteca hasta la que llega la claridad del mediodía de verano.

¿De qué manera el contexto político de 2019, con protestas masivas en varios países, influyó en la escritura de este libro y en el concepto de “erosión democrática” que propone?

Este libro fue una experiencia muy feliz porque es el resultado de más 30 años de trabajo y porque aborda distintos temas (la crítica al presidencialismo, la teoría democrática, la revisión judicial de las leyes, la impunidad, la erosión democrática actual, la interpretación de las normas, entre otros) que aparecen vinculados por un único hilo invisible. También es producto de un modo de hacer derecho y hacer filosofía política, siempre con un pie en una realidad que es muy demandante y preocupante. Entonces, efectivamente apareció en un momento marcado por una crisis especial de la democracia, que es lo que algunos describen como la erosión democrática, pero finalmente en cualquier momento que hubiera sido escrito iba a estar muy vinculado con el contexto porque nació motivado por ese contexto y eso se mantuvo firme a lo largo de tres décadas.

De algún momento, parece destinado a desagradar a quienes piensan que el problema de la sociedad son los políticos, a quienes piensan que son los jueces y a quienes piensan que son los ciudadanos indiferentes. ¿Qué reacciones fue recibiendo de su trabajo?

El libro hace un intento explícito por desafiar verdades establecidas en las ciencias sociales. Muchos efectivamente dicen que América Latina está marcada por la apatía ciudadana: a mí me interesa decir que no, la ciudadanía –aún cuando se retira de la política– está mostrando racionalidad. Muchos dicen que la culpa es de los políticos. A mí me interesa decir que, por supuesto, estamos llenos de políticos corruptos, pero en un punto cualquiera que pongamos en este lugar va a reproducir los males porque la estructura institucional da los peores incentivos. Entonces, en ese sentido, sí me interesaba presentar un libro que es díscolo si se quiere con respecto a sentidos comunes muy compartidos dentro de la ciencia sociales y jurídicas. Yo efectivamente creo –y uso el ejemplo de la crisis de 2001– que si todos se hubieran ido en ese momento, cuando decíamos “que se vayan todos”, y si hubiéramos puesto un elenco nuevo, los mismos males se habrían reproducido porque el sistema institucional deja un montón posibilidades de control tanto del poder coercitivo como del presupuesto y, al mismo tiempo, pone encima muy pocos controles (o controles que podés eludir muy fácilmente), mientras las posibilidades de que la ciudadanía te saque de allí son muy reducidas. La única nota que pondría ahí es que el libro no pretende decir que el derecho es el origen ni la solución para todos los males, sino marcar que hay una parte importante del problema que es institucional.

Apenas iniciado el libro usted establece una diferencia importante entre los asuntos del constitucionalismo y los problemas de la democracia: ¿podría explicar la diferencia?

La idea es la siguiente: la Constitución hace muchas cosas, pero hay una muy central: busca limitar al poder y para eso establece herramientas de control como el Poder Judicial, el veto del Ejecutivo, los modos de control de una cámara sobre la otra y el voto. Hoy toda la ciencia política que habla de la erosión democrática pone el foco en cómo, en los últimos años, el poder concentrado ha empezado a aflojar las tuercas y la maquinaria de controles. Un ejemplo pueden ser Donald Trump o Jair Bolsonaro colonizando a la Corte, eliminando un tribunal o removiendo agentes de control, que son todos modos entre comillas legales. Por supuesto que este es un problema serio que debe ser remediado. Lo que yo digo es que, si aún en esta coyuntura las cosas cambiaran (se ha ido Trump y posiblemente se vaya Bolsonaro), el déficit democrático seguirá ahí, en tanto nosotros como ciudadanos seguimos teniendo muy limitadas posibilidades de decidir y controlar. Entonces, está muy bien poner el foco en los problemas del constitucionalismo, esto es en la maquinaria, los controles y los frenos; pero eso no nos está ayudando a focalizar en la otra parte del problema, que es un problema de naturaleza democrática: un desempoderamiento generalizado, que se ve España, Perú, Chile, Estados Unidos y que se grafica cuando uno mira hacia la clase dirigente y o no los conoce o los desconoce o no se identifica o dice ‘por qué hablan en mi nombre’. Ese sentimiento compartido finalmente lo que refleja es este déficit democrático. Hay problemas que con las viejas herramientas no vamos a resolver más porque ya no sirven.

Dice usted que nuestras constituciones tienen una matriz elitista que está atravesada por la “desconfianza democrática”. ¿En qué consiste esa desconfianza y cuán presente está hoy?

Uso la imagen de un traje chico para explicar cómo se pensó el traje constitucional a partir de una sociología política que ya no existe, una sociedad que ya no está más y un modo en que se entendía la sociedad que cambió por completo. Los ‘padres fundadores’ pensaban, tanto en la Argentina como en Colombia, México o Estados Unidos, que las sociedades eran básicamente simples y la idea de una sociología política simple ayudaba a pensar soluciones también simplistas de representación. Pero hoy tenemos sociedades multiculturales, divididas en miles del grupos que son además heterogéneos. Este es un punto central, sociológico si se quiere. Y el punto más filosófico es el de la desconfianza democrática: Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento tanto como James Madison o Alexander Hamilton tenían un discurso elitista, propio de la clase alta y eso era así en aquel momento. El problema es que ese modo de pensar –marcado por una visión elitista de desconfianza hacia la ciudadanía–, se traduce en instituciones atravesadas por la idea de que cierta gente debe decidir porque todo el resto no está capacitado. Eso está todavía con nosotros: tenemos una organización institucional que responde a ideas que hoy repudiaríamos en términos de cómo se entendía la democracia.

Pero la Constitución nacional fue actualizada en 1994: ¿cómo puede pecar por decimonónica?

Está muy bien la pregunta. Yo traté de responder a eso en mi libro anterior, que giraba en torno a la idea de ‘la sala de máquinas del poder’ y lo que decía ahí es aplicable a toda América Latina: lamentablemente, nuestras constituciones se reformaron muchas veces en el siglo XX (un centenar de veces hasta hoy en toda la región) pero esas las modificaciones estuvieron muy sesgadas en como se dirigieron porque expandieron enormemente la lista de los derechos (indígenas, de género, étnicos y un largo etcétera), pero se mantuvo cerrada la puerta de la sala de máquinas, o sea, toda la organización del poder sigue estando modelada a la luz de el siglo XVIII y XIX. Entonces efectivamente las constituciones latinoamericanas cambiaron mucho muy recientemente, pero la respuesta triste es que no cambiaron, sino que mantuvieron básicamente intacta esa estructura vieja y estilista.Si uno piensa a nivel comparativo, en los últimos doscientos años en materia de organización del poder, casi no hubo cambios. Hemos mostrado una enorme falta de imaginación institucional, no crecimos casi nada y mantuvimos todo casi intacto.

En ese sentido, un ideal que guió este trabajo fue el de construir “el derecho como una conversación entre iguales”. ¿Cómo construir un espacio de igualdad desde una sociedad atravesada por las diferencias?

La premisa que efectivamente articula todo el libro es presentada como una idea regulativa, no pretende ser una descripción de lo que pasa si no un punto de mira desde donde criticar lo que existe y sugerir hacia donde ir. Así, el concepto de conversaciones entre iguales opera como herramienta de crítica. En una sociedad que tiene 40 millones de personas, no podemos estar todos sentados en la Plaza de Mayo tomando decisiones. Entonces, una cosa es que, por la división del trabajo, alguna gente tome el rol fundamental en materia de toma decisiones y otra es que pensemos que ellos deben decidir porque tienen autoridad sobre nosotros. El derecho debe ser nuestro y las decisiones que se toman deben ser las nuestras. Y, para desafiar el carácter hipotéticamente abstracto del libro, permanente se juega con ejemplos de la realidad y de este momento. Uno de esos ejemplos es la discusión del aborto en la Argentina. Lo que me interesaba mostrar con ese ejemplo es que, contra lo que muchas veces se dice con respecto a que los derechos fundamentales deben quedar en manos de los jueces porque son demasiados importantes, yo quiero decir que, por el contrario, en particular las decisiones más importantes merecen estar sujetas a una discusión pública. El caso del aborto en Argentina muestra esto, que es posible y que no es una vergüenza cuando en la plaza, en la calle, en la escuela, en una comunidad aborigen se discute sobre el aborto. Por el contrario, es saludable y diría que necesario, en una comunidad democrática que decisiones que son divisivas y difíciles sean discutidas por todos los que van a verse impactados por ellas. Ahí yo creo que el libro está diciendo una cosa que es muy fuerte, con respecto a verdades muy asentadas en el derecho.

También es cierto que el debate por la legalización del aborto en la Argentina surgió desde la ciudadanía y con el impulso del movimiento de mujeres.

Lo que me interesó del ejemplo de la Argentina fue decir que, aun en un país destruido institucionalmente como el nuestro, eso puede darse. Versiones más formales e institucionales de eso se encuentran muchas. Por ejemplo en Irlanda, un país marcado por la presencia de la Iglesia Católica, de base campesina y con un enorme porción de la gente que vive todavía en una situación de pobreza, encaró la discusión sobre matrimonio igualitario y sobre aborto a través de procesos institucionalizados asamblearios fuera del Parlamento tradicional. Otro ejemplo es Chile y los cabildos ciudadanos que se abrieron para discutir la constitución, cuando se decía que esa sociedad era políticamente apática. Lo que quiero decir es que son ejemplos que ayudan a desmentir mitos instalados, que no merecen estar allí obstaculizando.

Habla usted de cierta audacia o creatividad en estas alternativas. ¿Cuán creativo es el sistema institucional argentino en ese sentido?

Aunque es cierto que los ejemplos que más me gustan o los que fueron más lejos se dieron en países más establecidos –el caso más exótico es el de Islandia que debate una constitución y casi todo el pueblo interviene– también me interesó mostrar que en América Latina había posibilidades. Creo que hay mucha energía creativa en América Latina. El problema es que cuanto más desigual es la sociedad –y eso ocurre muchas sociedades latinoamericanas–, más alto es el riesgo de que el poder establecido abra una puerta al debate, gane legitimidad con eso y luego la cierre enseguida, o conquiste las nuevas alternativas. Un ejemplo es el caso Mendoza, que a mí me había entusiasmado mucho en su momento. Es un gran caso de lo posible y los límites de lo posible en sociedades desiguales. La Corte argentina fue pionera en América Latina en un nuevo modo de resolver los casos que incluía audiencias públicas y el caso emblema fue el del Riachuelo, cuyas aguas contaminadas afectan a más de un millón de personas en una situación muy extrema, donde el Estado no resuelve y la justicia tampoco toma decisiones. Entonces, en un momento de enorme deslegitimidad, la Corte argentina empezó a buscar un camino alternativo de solución que incluyó audiencias públicas inéditas en la historia nacional. Ese es un caso en un punto fabuloso que muestra que aún la justicia –que es el órgano si se quiere menos democrático– puede abrir su proceso de toma de decisión de modo tal de escuchar a voces nuevas. Eso es muy saludable en términos democráticos y muestra que otro modo de toma decisiones es posible. Ahora la misma Corte argentina que fue pionera, también lo fue en mostrar los límites de esa alternativa, porque cuando recuperó un poquito de legitimidad cerró esa puerta y hoy hace audiencias solo cuando tiene ganas y del modo que quiere y retoma el testimonio que le gusta y el otro lo oculta.

La otra Ñ

Alberto Nadra, Político, escritor y periodista. Nació en 1952, en la ciudad de Buenos Aires. Fue dirigente de la Federación Juvenil Comunista (FEDE) y, más tarde, miembro del Comité Central del Partido Comunista (PC) hasta 1989, cuando renunció a esa organización.

Durante su militancia activa, dirigió los periódicos partidarios Imagen, Aquí y Ahora (en el marco de la FEDE) y Qué Pasa (en el marco del PC); este último tenía una distribución 150.000 ejemplares. También estuvo entre los fundadores de las Juventudes Políticas Argentinas (JPA) y colaboró con su reconstrucción durante la última dictadura militar.

Entre 1976 y 1982 se desempeñó como Jefe de Redacción de la agencia de noticias cubana Prensa Latina, desde donde regularmente denunciaba las violaciones a los derechos humanos cometidas por la dictadura. En ese período, difundió internacionalmente la Carta de Rodolfo Walsh a la Junta Militar. En 1973, había hecho lo mismo con el último poema que escribió Víctor Jara antes de ser asesinado por la dictadura de Augusto Pinochet. Escribe en “LaTecla Ñ”, otra publicación sobre cultura, política y arte que dirige Conrado Yasenza, Licenciado en periodismo y poeta.

El presidente y sus extremos

Alberto Nadra sostiene en esta nota que las últimas horas requieren prestar especial atención tanto al proceso obstruccionista y cuasi golpista de la oposición política, mediática y judicial, como a la capacidad y tipo de respuesta del gobierno del Frente de Todos.

«Nos extremamos y perdimos el voto de centro que nos apoyó en 2019» Alberto Fernández, presidente de la Nación, según Perfil 19/12/2021.

Entiendo necesario advertir la gravedad de la situación que atravesamos. O para atenuar angustias y reclamos ante un forzado dramatismo, digamos que es un momento bisagra.

Las últimas horas requieren prestar especial atención tanto al proceso obstruccionista y cuasi golpista de la oposición política, mediática y judicial, como a la capacidad y tipo de respuesta del gobierno del Frente de Todos (FdT).

Esta oposición, en perfecta sintonía, elevó a limites peligrosos una ofensiva que inició desde el mismo 10 de diciembre de 2019, pero que ascendió a niveles peligrosísimos de la mano de la derrota histórica del peronismo y sus aliados en las elecciones de medio termino y las propias vacilaciones del gobierno.

Han llegado al borde de la traición a la Patria al voltear el Presupuesto, boicotear de la mano de un diputado de Juntos por el Cambio la posición argentina ante el FMI en Washington (al igual que hizo Cavallo para voltear a Alfonsín) y encima reclamar la aceptación sin resistencia de todos los condicionamientos que exige.

La ofensiva desestabilizadora y el “mensaje” de las urnas

Los grandes medios fogonean esta línea de acción, a la vez que anticipan y ensalzan la postura claramente desestabilizadora de sectores clave de la justicia, que han optado por enfrentar sin disimulo al gobierno,

En pocos días, la Corte Suprema sumó a sus dislates la supuesta inconstitucionalidad de la ley de Consejo de la Magistratura; los tribunales de Comodoro Py avanzan en la impunidad de Macri en el escandaloso caso del espionaje ilegal, probado con pruebas contundentes por el juez Auge de Lomas de Zamora; no menos grave, otra Cámara revoca un fallo de primera instancia y frena la declaración de servicio público esencial a los servicios de tecnología de la información y las comunicaciones: en concreto sacraliza la concentración del sector, atenta contra el derecho a informarse y comunicarse y da vía libre para que las corporaciones esquilmen impunemente el bolsillo de los argentinos.

El presidente reitera que escucha al pueblo y no vacilará en defender los intereses de los más humildes, pero este domingo declara a Perfil que la derrota en las parlamentarias se debe a que asumió posiciones extremas y perdió al electorado de centro.

Si no es otra frase poco feliz, ¿se puede estar más desubicado frente al mensaje de las urnas? El problema no es lo mucho que se avanzó, sino lo insuficiente y vacilante de cada paso.

Precisamente esas vacilaciones, esos retrocesos, esa falta de medidas “extremas” (¿?), que inquietan al presidente, pero son propias de los países capitalistas desarrollados en los que nos reitera que cree, motivan una grave situación política e institucional:

  1. Alberto Fernández -ni que hablar de la vicepresidente- es combatido con odio por la derecha, que no tienen temores personales, sino que teme la potencialidad de un frente que llegó con la promesa de mejorar el país y su gente, de plantarse frente al privilegio;

  2. Alberto Fernández es ninguneado y despreciado por los medios que sirven al sistema, que no solo lo critican, sino lo ridiculizan para completar el desgaste que impulsa el establishment.

  3. Y lo más grave: esas contradicciones, las vacilaciones y retrocesos también han minado la confianza en su necesario liderazgo entre un importante sector de los militantes y simpatizantes del FdT. Lo admite el presidente, en ese mismo reportaje, donde habla de “desconfianza” y de “extremos” en el FdT.

¿Dónde y cómo se conjuga el verbo “extremar”?

En definitiva, el grupo de tareas desestabilizador del privilegio mantiene su fuerza política y electoral y se envalentona mientras que se debilita el FdT, justamente por no ir a fondo en hacer pagar la crisis a quienes la generaron y se beneficiaron con ella.

Es cierto que el gobierno hizo esfuerzos por atenuar la pobreza y la miseria que dejó Macri y la que sembró la pandemia, que estimula diariamente la revitalización de la economía, aunque la mayor tajada de la recuperación sigue yendo a parar a las manos de “tres o cuatro vivos”.

Pero ¿dónde se conjuga en los hechos el verbo extremar de que habla el presidente?

¿Se inició la investigación de la ilegitimidad de la deuda externa y se suspendieron los pagos a poco de asumir, en el momento de mayor apoyo popular y fuerza política? ¿Se acudió simultáneamente a las cortes internacionales para exigir una definición sobre su legalidad, ya que violó la legislación argentina y los propios estatutos del FMI? No.

¿Se avanzó en la prometida Reforma de la Justicia, en cambiar esta Corte de Suprema Injusticia, que hoy -además- es un claro ariete opositor al gobierno? No.

¿Se avanzó en una reforma tributaria que simplifique y elimine el laberinto de impuestos que castiga injustamente a los más débiles (trabajadores o pymes) y -sobre todo- que haga que paguen los que más tienen, y en casi todos los casos lo tienen a costa del Estado, es decir de todos los argentinos?

¿Se avanzo en una reforma financiera que termine con la “legislación” que impuso la dictadura y permanece casi intacta durante toda la democracia para blindar y garantizar superganancias a los bancos, como en el 2001 y ahora también?

Todas estas decisiones, que si se formulan en general puede sonar abstractas, impactan directamente en el bolsillo de los argentinos y la viabilidad de un desarrollo inclusivo y soberano del país.

Pero hay otras, de visualización más directa.

¿Qué se hizo ante los despidos de Paolo Rocca y el grupo Techint, luego que el presidente los calificara de infames? Nada.

¿Qué pasó con la decisión del Ejecutivo de expropiar Vicentin, estafadora de miles de productores y del Banco Nación, es decir de cada uno de los argentinos? Se retrocedió y se perdió una oportunidad histórica de castigar un delito y a la vez contar con una empresa testigo para el control del precio del complejo agroexportador, de sus maniobras de contrabando y evasión.

¿Cuál fue la solución para las familias desesperadas por Techo y Vivienda en Guernica? Las topadoras y la represión del ministro Berni, ejecutando mansamente las ordenes de una justicia clasista, antipopular.

Correlación de fuerzas: suicida ignorarla, fatal adaptarse

Pues bien, algunos insistirán en que no se pudo (en varios de los casos citados siquiera se intentó), que “la relación de fuerzas no da”. La historia contemporánea de nuestro país, y también la del continente, demuestra que es suicida ignorarla, pero fatal adaptarse a ella.

El primer paso para cambiar la ecuación es hacer consciente, partícipe y protagonista al pueblo de los desafíos, peligros, posibilidades de cada momento: explicar, convocar y sobre todo organizar.

En alguno de todos estos puntos neurálgicos para definir el futuro (justicia, impuestos, bancos, legislación laboral, Vicentin, el FMI o ahora el Presupuesto), ¿dónde está el gobierno explicando, por todos los medios, en cadena nacional si fuera necesario, los peligros que afrontamos, los beneficios de encararlos?

En estos días, y solo a modo de un ejemplo, en lugar de marcar los “extremos” en el FdT el presidente y su gabinete tendría que explicar provincia por provincia, ciudadano por ciudadano, sector por sector, cómo lo perjudicará territorial y personalmente que Juntos por el Cambio y la corte opositora hayan dejado a la Argentina sin Presupuesto.

Al parecer, se siguen privilegiando las necesarias pero insuficientes charlas o debates, amables o irritados, en los pasillos y despachos del Congreso, de la Casa de Gobierno o Tribunales, en las que suele predominar una irritante sensibilidad ante la presión del poder real.

Hay un pecado capital. Se habla del pueblo, de más y mejor peronismo, del compromiso con los humildes, pero se los nombra o incluso se los convoca en general, tal vez porque se teme gobernar realmente con ellos.

No bastan las convocatorias generales de la dirigencia, por más justas que sean: “hay que empoderarse”, “hay que defender cada derecho”. No, no alcanza. Hay que explicar -y organizar- cómo se construye ese “empoderamiento”, cómo lucha cada uno y colectivamente por sus derechos, cómo se encara en concreto la resistencia a la ofensiva del privilegio.

¿Se hizo algo en este sentido?

¿Se dio algún paso para recuperar el histórico y efectivo concepto de militancia como “correa de transmisión” entre una dirección estratégica y el pueblo?

No, salvo alguna movilización que nos llena muchas veces el alma, pero que en sí misma es solo una demostración de fuerza, pero no de organización capaz de incidir en la realidad, lo que la limita y reduce su valioso significado.

En dos años no se institucionalizó el FdT, con participación, voz, voto de todos sus integrantes y seguidores.


 

No se acordó un programa común.

No se construyó frentismo en cada provincia y pueblo.

No se lo reprodujo en las casas de estudios, colegios, universidades, lugares de trabajo y vivienda para que acompañen con sus propias reivindicaciones ese programa acordado en común.

Ni siquiera se permitió la expresión de las evidentes diferencias en una interna abierta donde, ganara quien ganara, hubieran quedado un poco más claras las posiciones y propuestas de los distintos sectores de la heterogénea composición del FdT.

Protagonismo Popular es construcción de poder organizado para cambiar la relación de fuerzas, fijar y mantener un rumbo nacional y popular.

Es la tarea pendiente. Y -lo dije y lo repito- no de ahora. Está en la base de la derrota de 2015 y la restauración conservadora, que ahora vuelve a sobrevolar como un fantasma que debemos desterrar.

El Ejercicio del poder

El psicólogo, teórico social y filósofo francés Michel Foucault, referencia obligada cuándo se reflexiona alrededor del concepto de “pòder”, fue capaz de analizar el tema con sabia profundidad.

Según Foucault, el poder designa relaciones entre sujetos que de algún modo, conforman una asociación o grupo; y para ejercerlo, se emplean técnicas de amaestramiento, procedimientos de dominación, y sistemas para obtener la obediencia. Sirva como ejemplo, un centro educativo. Desde la estructura del edificio, hasta los roles de cada una de las personas que allí conviven, pasando por las actividades pautadas y los signos que contiene, forman parte del mismo objetivo. Dichos signos permiten distinguir el valor de cada uno de los niveles de saber. Las estrategias empleadas son, igualmente, la vigilancia, la recompensa, el castigo, la jerarquía piramidal, etc.

La relación de poder busca que el sujeto dominado realice las conductas deseadas, es decir, incita, induce, desvía, facilita, amplia o limita ciertos comportamientos. Y se lleva a cabo siempre sobre personas libres y, por ende, capaces de ver afectadas sus decisiones. También exige una diferenciación jerárquica entre los miembros del grupo.

Desde un enfoque diferente, podemos hablar de otra arista de gran importancia: el poder encubierto. Efectivamente, una de las mejores estrategias para ejercer el poder, es llevarlo a cabo sin que la persona afectada sea consciente de ello. En el terreno cotidiano encontramos múltiples ejemplos de ello. Imaginemos el amigo que acostumbra a invitar en las reuniones con el único objetivo de que su criterio pese más a la hora de decidir el lugar del encuentro. O el miembro de la pareja que deja entrever los o las pretendientes que se interesan por él, para generar miedo y complacencia en el otro. Ejerce de igual modo el poder encubierto el hijo que amenaza con marcharse de casa para que sus padres sean más permisivos con él, y el padre que presenta falsos síntomas de enfermedad para conseguir que sus hijos se preocupen por él y le presten una mayor atención.

El ejercicio del poder, ya sea legitimado por los acuerdos sociales, o encubierto, parece ser una característica presente en muchos semejantes, pero quizá, quien mejor logró capturar su significado de la forma más simple y clarificadora fue el escritor J. R. R. Tolkien, quien empleó la famosa metáfora del anillo de poder para describir los curiosos efectos que provocaba a su portador.

(Informador.es2015 – Texto escrito por Jorge Martija, Psicologo español)

¿Dónde y Quienes?

Acuardo con Roberto Gargarella en la estructura vetusta del poder y en el recorrido histórico que no la ha tocado sensiblemente, aún con reformas constitucionales, en general en casi todo el planeta. Es un argumento convincente como una de las razones que explican las crisis globales respecto a las representatividad política e institucional de los gobiernos de los Estados y explica mucho del porque de la enorme agitación pre-pandemia, en muchas sociedades democráticas y no consideradas democráticas del planeta. 

También concuerdo con Nadra en que el “Protagonismo Popular es construcción de poder organizado para cambiar la relación de fuerzas, fijar y mantener un rumbo nacional y popular.”. Hablamos de efectivo ejercicio de poder. Como Foucault expresase con tanto acierto, se trata de un ejercicio entre actores, donde unos se imponen a otros de diversas maneras. En ningún caso esas relaciones se dan entre iguales, por tanto el ejercicio del poder es el equilibrio desigual de actores que ejercen fuerzas diferentes entorno a “algo” que les es común y que ningún actor puede dominar de manera total. Precisamente porque se trata de la institucionalidad de una Nación que debe equilibrar los intereses al interior de sus límites territoriales y con los intereses fuera de sus fronteras territoriales. Tanto dentro como fuera se establecen relaciones que tensan el ejercicio de poder, ya a favor de “lo nacional” “lo popular”, ya a favor de la “globalización transnacional neoliberal”.

Como se trata de tensiones y pugnas, nos remitimos nuevamente al tema de las “magnitudes” al que nos referíamos en estemismo blog hace un par de Días atrás.

El ejercicio de poder depende entonces de magnitudes temporales que definen los limites de los opuestos en las tensiones y conflictos. Obviamente como se trata de poder y control, la cuestión siempre tiende a polarizarse o constituir bandos férreos que produzcan esas tensiones. Pero aquí introduzco la idea del psicólogo español Jorge Martija: “Efectivamente, una de las mejores estrategias para ejercer el poder, es llevarlo a cabo sin que la persona afectada sea consciente de ello”.

El poder encubierto

Esa estrategia para ocultar el poder que se ejerce, aplica fundamentalmente en esos espacios dónde se producen las “subjetividades” que transforman en realidad “objetiva” las cuestiones en disputas, pero que, en realidad, son aspectos aleatorios de la misma, puestos allí por los que ejercen poder invisible.

He allí los medios de comunicación. He allí las corporaciones económicas. He alli los intereses transnacionales en sus versiones nacionales y en sus versiones globales y planetarias.

Un 2% del planeta, unas aproximadamente 158.000.000 personas que en el planeta disfrutan del 88% de las riquezas producidas, mientras las 7.742.000.000 solo les queda repartirse el 12% restante.

Las instituciones democráticas son parte del ejercicio de poder. Sin duda. Pero no lo son en sí mismas sino en tanto representan alguna de las facciones de la disputa de fondo … en el reparto de riquezas. Los gobiernos disputan el ejercicio de poder o bien para frenar y disminuir esa tremenda e injusta brecha o por el contrario, alimentan las riquezas en manos de pocos.

En estos juegos “del hambre”, “de la guerra”, “del Monopoly global”, tener “el anillo de poder”, el de las novelas de Tolkien, es pertenecer al 2%. Nadie se salva solo. Que cada quién haga su parte.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack

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