Como hacemos e interpretamos la historia que hacemos ...

En todos los tiempos y las culturas, la avaricia, ese afán insaciable por acumular riqueza sin límites, ha sido objeto de críticas y sanciones, pues genera comportamientos predatorios que derivan en el empobrecimiento de los unos por los otros y en el caos social. El drama griego del rey Midas de Frigia sintetiza la destrucción engendrada por esta forma de codicia. Cuenta la leyenda que, no contento con la enorme riqueza que tenía, el rey le pidió a un dios que le concediera el don de convertir en oro todo lo que tocaba. Satisfecho su ruego, el rey Midas descubrió que su deseo lo conducía a la muerte por inanición, porque al tocar los alimentos los convertía en oro.
 
Tiempo después, Aristóteles se refería al rey Midas para señalar la esencia ridícula de una riqueza que, a pesar de su abundancia, no podía salvar al ser humano de la muerte por el hambre. Por ese entonces, la filosofía griega discutía la índole del dinero y de la riqueza monetaria. Creados para satisfacer las necesidades más inmediatas de la vida, se convirtieron mágicamente en un fin en sí mismo, en objeto de deseo insaciable. Más tarde, los romanos aludirían a la naturaleza fantasmagórica del dinero, utilizando la metáfora del agua del mar: cuanto más se bebe, más sed se tiene.
 
Así, desde tiempos muy remotos la acumulación de riqueza y dinero sin límite estuvo asociada a la destrucción de la vida, tanto de los individuos como de las sociedades. Mucha agua ha corrido desde ese entonces, y hoy nos encontramos en un mundo donde esta acumulación configura el imperativo categórico que rige a las relaciones sociales a lo ancho y a lo largo del planeta. Impuesto con fuerza de ley, este imperativo también penetra en las subjetividades de un modo subliminal. Su iridiscencia oscurece el peligro de muerte y de desintegración social que conlleva. La búsqueda de cooperación y reciprocidad social, que desde tiempos inmemoriales han puesto límite a la voracidad humana, se esfuma cual pluma al viento. La pandemia, sin embargo, ha logrado penetrar esa oscuridad e impone la reflexión sobre el significado de la vida en el actual contexto social y geopolítico. 
 
India: la irracionalidad de un capitalismo en crisis 
 
El drama que hoy vive la India conecta su crisis sanitaria con los conflictos locales y geopolíticos del presente. Con una historia y una cultura milenaria, la India responde por el 60% de la producción mundial de vacunas contra el Covid-19. Desde el inicio de la pandemia ha jugado un rol fundamental en esta función. Su gobierno, sin embargo, ha privilegiado la exportación de estas vacunas a la inoculación de su población y ha dado prioridad a la campaña electoral en curso, minimizando las medidas de prevención y desdeñando todo plan de centralizar la lucha contra la pandemia. El colapso del sistema de salud, el enorme mercado negro de insumos, remedios y vacunas y la desarticulación de la producción de vacunas fogonearon un crecimiento exponencial de infectados y muertes diarios.
 
El Primer Ministro, Narendra Modi, ha pedido ayuda inmediata a los Estados Unidos y a las potencias europeas. También le ha requerido a Twitter y a otros monopolios tecnológicos norteamericanos que censuren la opinión de sus rivales políticos y las críticas a su manejo de la pandemia (apnews.com, 24/04/2021; zerohedge.com, 25 y 29/04/2021). Todos sus pedidos fueron concedidos. La India integra la masa continental más grande del planeta, Eurasia. Junto con Japón, Corea del Sur y Australia, constituye un caballo de Troya en un territorio liderado por China y Rusia y forma parte de las alianzas impulsadas por ambas potencias para integrar a la región.
 
Alimentos: concentración y digitalización de su producción
 
La presión mundial para que Estados Unidos libere las patentes de las vacunas y facilite su producción en varios países ha desatado la cerrada oposición de las corporaciones farmacéuticas. Lideradas por Bill Gates, buscan preservar las patentes y el poder monopólico sobre la producción y distribución de las vacunas. Las definiciones explícitas del fundador de Microsoft contradicen el halo filantrópico que ha cultivado hasta ahora. También son coherentes con la caracterización que hiciera de él un juez que intervino en un litigio contra las prácticas monopólicas de esta corporación tecnológica, para quien el magnate tendría “un concepto napoleónico de sí mismo y una voracidad que deriva del poder y del éxito absoluto” (juez Thomas Penfield Jackson, abcnews.go.com, 07/01/2006; zerohedge.com, 27 y 28/04/2021).
 
Con una enorme fortuna dispersa en diversos rubros y sectores, Bill Gates encarna la acumulación sin límites de riqueza y poder por parte de una pequeña elite de mega corporaciones tecnológicas. Hoy es el principal latifundista de los Estados Unidos y con fuertes inversiones en Bayer y otras corporaciones transnacionales se ha convertido en el adalid de la cuarta revolución industrial propugnada por el Foro Económico Mundial para “salvar” al capitalismo de la crisis actual (wef.org, 2020-2021). Gates busca digitalizar rápidamente a las cadenas de valor global de la producción de alimentos. Esto significa la fusión de las corporaciones de agronegocios, que tradicionalmente han controlado a estas cadenas, con los monopolios tecnológicos que dominan la cosecha de datos, su procesamiento, almacenamiento y monetización al infinito. Esta fusión implica un avance de la concentración de la propiedad privada y del control sobre un recurso mundial estratégico: los alimentos. Además de acaparar tierras, agua, rentas y riqueza acumulada, un pequeño núcleo de mega monopolios también puede controlar la biodiversidad y el hábitat del planeta.
 
La contracara de estos fenómenos reside en la pérdida de control de los individuos y de los Estados nacionales sobre la seguridad alimentaria y la sustentabilidad del medio ambiente. Estas circunstancias explican el crecimiento de un movimiento de organizaciones de base, a nivel nacional e internacional, que puja por desarrollar una producción agroecológica que ponga límites al poder de los mega monopolios que controlan la producción global de alimentos, sus insumos químicos, su tecnología y su comercialización (IPES-food.org, 30/03/2021; nakedcapitalism.com, 27/04/2021).
 
Precios de los alimentos, crisis económica global y protesta social
La guerra comercial con China, la pandemia y la parálisis de la economía global han provocado dislocaciones en las cadenas de valor global y desatado tendencias inflacionarias a nivel global. En este contexto, la especulación con derivados (activos financieros que derivan su precio de otros activos) basados en el precio de commodities vinculados a la producción de alimentos, adquiere una importancia crucial, tanto por la acumulación sin límites de riqueza, rentas e ingresos globales que esto implica como por su incidencia sobre los conflictos sociales existentes y la propia estabilidad financiera internacional.
 
Jim Reid, analista del Deutsche Bank, advirtió esta semana que el índice de precios agrícolas de Bloomberg (Bloomberg Agriculture Spot Index) ha crecido un 76% en el último año, el mayor crecimiento en una década, con sólo dos episodios comparables desde el origen de la serie en 1991 (zerohedge.com, 17/12/2020 y 27 y 28/04/2021). El último episodio de suba abrupta de los precios de los alimentos ocurrió entre mediados de 2010 y principios de 2011 y coincidió con el inicio de la una protesta social que cundió como reguero de pólvora en Medio Oriente. Conocida como la “Primavera Árabe”, hoy se sabe que fue fogoneada por grupos vinculados a los servicios de inteligencia norteamericanos con el objetivo de producir “cambios de régimen” favorables a los intereses estadounidenses en la región. También se sabe que buena parte de la volatilidad de los precios de los alimentos en ese periodo se debió a la actividad especulativa con derivados basados en los precios de los commodities agrícolas. Poderosos fondos de inversión y de pensión y bancos de inversión fueron los principales protagonistas de ese desbarajuste (Food commodities speculation and food price crisis, United Nations special rapporteur on the rights for food security, septiembre 2010).
 
 
Una década después, la cantidad de transacciones vinculadas a la especulación con derivados basados en precios de los productos agrarios ha aumentado notablemente. Este tipo de especulación sigue siendo totalmente desregulada. La Reserva Federal ha asegurado que mantendrá durante los próximos dos años su política de facilitación monetaria con tasas de interés bajas, que hemos analizado en otras notas. También admite que una “inflación transitoria” puede ser aceptable. Sin embargo, poco puede hacer para corregir la desarticulación de las cadenas de valor global y la posibilidad de un desborde inflacionario generalizado. En este contexto, la suba del precio de los alimentos puede ser un problema serio, incluso para los países centrales, pues la pandemia ha provocado un gran empobrecimiento de su población. Hoy hay más de 16 millones de norteamericanos viven de los subsidios por desempleo (zerohedge.com, 28/04/2021).
 
Sin embargo, el problema es mucho más serio en las economías emergentes donde la pobreza ha adquirido características alarmantes. Se complica aún más en países que, como el nuestro, están seriamente endeudados y dependen de exportaciones agropecuarias y agroindustriales para conseguir las divisas necesarias a fin de saldar los compromisos de la deuda externa.
 
La ofensiva contra el gobierno nacional
 
En la Argentina, desde que asumió el gobierno nacional, la ofensiva para desestabilizarlo ha estado expuesta a plena luz del día. Con el avance de la pandemia, la misma ha aumentado en intensidad apuntando a la línea de flotación del proyecto oficial y del Frente de Todos: la salud, los precios/abastecimiento y el tipo de cambio.
 
El intendente de la Capital Federal sigue sin controlar las restricciones a la circulación impuestas por el gobierno nacional y continúa empecinado en mantener la escolaridad presencial, aunque las estadísticas muestren que hay cada vez mas niñxs infectadxs, y las cepas del virus con mayor circulación en su territorio son las más contagiosas y letales. Mientras los dirigentes de la oposición llaman a la desobediencia civil, el fiscal general y los jueces amigos intervienen apretando públicamente a jueces para que operen a favor de los negociados y los fines políticos del macrismo. En este contexto, pareciera que la Corte Suprema de Justicia se va a definir a favor de Horacio Rodríguez Larreta, lo cual intensificará el conflicto de poderes. El Presidente, Alberto Fernández, adelantó que enviará al Congreso un proyecto de ley para establecer “criterios científicos claros y precisos” que lo faculten a él y a los gobernadores a tomar “restricciones durante esta situación excepcional”. Trasladó así al ámbito político la disputa que Larreta llevó inicialmente a la cueva del lawfare. Parece difícil que esto atenúe el embate de la oposición, que es un monstruo que tiene varias cabezas.
 
Una de ellas: las corporaciones que controlan los servicios de Internet, cable y celulares, siguen en abierta rebelión aumentando a piacere las tarifas, sin acatar las directivas del Ente Nacional de Comunicaciones (ENACOM), que las desautorizó, avisando que “habrá muy pocos aumentos para los que más consumen” y que les dio 30 días para cumplir el servicio de Prestación Básica Universal (PBU) que “atiende a ciudadanos en la indigencia” (Página/12, 30/04/2021). La falta de sanciones ha enardecido un incumplimiento que viene de lejos y expone lo poco que importa la pobreza extrema en el país.
 
Lo mismo ocurre en el ámbito de los precios de los alimentos: se estima que han crecido 5.1% en abril. Las medidas oficiales de control de precios son saboteadas de diversas maneras. La reciente actualización del salario mínimo, vital y móvil no ha tenido en cuenta los aumentos de precios ya ocurridos y se encuentra cada vez más lejos del monto que el propio Estado reconoce como necesario para no caer en la pobreza y en la indigencia. En el primer trimestre de este año ha continuado el deterioro de salarios y jubilaciones, lo cual permite el ajuste silencioso del gasto fiscal que tanto ansía el Fondo Monetario Internacional (FMI). Esto, sin embargo, no ha servido para controlar la remarcación de precios. La angurria por ganancias ilimitadas continúa siendo el norte de los monopolios en el país.
 
El aumento fabuloso de los precios de los commodities ha inducido a los exportadores a liquidar sus divisas, pero buena parte de las mismas fueron utilizadas para contener al tipo de cambio: en lo que va del año, el Banco Central de la República Argentina (BCRA) compró cerca de 3.500 millones de dólares al sector privado y sólo quedaron 800 millones de dólares en las reservas. La corrida cambiaria pende de un hilo. Únicamente la detiene la disposición de los exportadores a liquidar la cosecha de este año. Esta buena voluntad busca aprovechar rápidamente el aumento de los precios internacionales de los commodities agrícolas, pero la situación cambiará en los meses siguientes, cuando no haya más cosecha que liquidar. El gobierno, y el país, están cautivos de la voluntad de estos sectores.
 
Por otro lado, la renovación del contrato de gestión de la Hidrovía del río Paraná –postergada por tres meses– presenta una oportunidad única de cambiar las formas de gestión y control de una vía por la que pasa el 80% de las exportaciones del país. Mientras esto no ocurra, y no haya control de lo que sucede en los puertos privados, difícilmente se podrá evitar que el país pierda divisas y que la corrida cambiaria no esté a la vuelta de la esquina.
 
Hoy la vida y el hambre son los principales problemas del país, y es necesario visibilizarlos en todas las medidas que se toman. Esto permitirá generar conciencia colectiva sobre las causas del drama que vivimos y respecto al rol que cada uno juega en el mismo.
 
Mónica Peralta Ramos La avaricia en tiempos de pandemia  Conexiones entre la crisis sanitaria y las desigualdades del presente -  El Cohete a la Luna - 
 
El poder económico concentrado en la Argentina está empeñado en que la sociedad se discipline en función de sus intereses. Definitivamente han asumido la posición de no aceptar lo que consiste un fundamento de la vida democrática y la convivencia: la existencia de límites. Aceptarla significa reconocer los derechos de los otros sectores de la Nación. La ciudadanía está atravesando los estragos de la pandemia, con sufrimiento, miedo, cambios en las condiciones y régimen de vida. Evitar que la reciente dinámica de agudo crecimiento de los afectados por la peste, de los internados, de los que llegan a estados críticos y de los que mueren, se consolide o crezca es de orden imperativo, y demanda de restricciones que inevitablemente conducen a la necesidad de compensaciones por medio del gasto social dirigido a los sectores populares que queden afectados por su aplicación.
 
El país ha llegado a una situación grave de polarización social. No sólo por la pandemia sino por los cuatro años de gobierno orientado a desposeer a las mayorías humildes y trabajadoras para recomponer un patrón económico regido por una lógica de objetivo único: rentas y ganancias extraordinarias acaparadas por un puñado de poderosos. Un 42% de la población hoy es pobre. Resultaría una degradación moral que puede llegar hasta la disolución de los principios constitutivos de la condición humana si el gasto social del gobierno no alcanzara para aliviar el sufrimiento de la mitad de la población del país. No se trata sólo de que no empeore la vida de los pobres sino de que mejore. Para lograrlo en pandemia se requiere más independencia y grados de libertad del poder elegido por el pueblo y no su debilitamiento.
La reforma del impuesto a las ganancias. 

Pero ocurren situaciones que van en un sentido contrario. Frente a un proyecto del gobierno de modificar las tasas del impuesto a las ganancias a las empresas, las centrales del gran empresariado –o hegemonizadas por él– salieron a cuestionar la reforma. Cuando los CEOs de sus empresas gestionaban el gobierno que presidía Mauricio Macri, la alícuota de ese tributo se redujo del 35% al 25% y para alcanzar esa reducción se estableció un sendero decreciente que culminaba en 2021. Ahora el gobierno del Presidente Alberto Fernández decidió impulsar un proyecto con una regla de progresividad, que dependiendo del monto de ganancias que las empresas obtengan, hacen variar el impuesto desde un piso del 25% hasta un máximo próximo al 35%, que sólo deberían pagar un 10% de las empresas: las grandes, las que capturan grandes ganancias por período fiscal. O sea que las pequeñas empresas no se verán afectadas.
 
 
Pero la UIA en su documento respecto del Proyecto de Ley introduce la idea de un aumento del 10% del impuesto sin especificaciones, como un tipo de “consigna negativa”. Para luego, cuando se refiere a las pymes, sostener que la medida no alcanza porque debería ser acompañada por otras y subraya que las firmas pequeñas sólo conservan la tasa previa, sin reducción alguna. El texto dice que la Argentina tiene una presión tributaria alta (29%), para lo que recurre a compararla con países reprimarizados con economías sujetas a los paradigmas neoliberales, que aplicaron a rajatabla las recetas del Consenso de Washington, como Colombia , Chile y Ecuador (20, 21 y 20% respectivamente). El documento de la UIA omite referir a otros países de la región como Brasil, que tiene cuatro puntos más de presión tributaria que Argentina, y a Uruguay, que tiene un punto más. Tampoco menciona la presión de países de otras latitudes y desarrollos diversos como Francia, Bélgica y Finlandia, que alcanzan el 45% del PBI, o Túnez, Letonia y Lituania, que también superan el guarismo argentino.
 
Dice el documento de la UIA que “tanto por los efectos de la pandemia como por el estancamiento de la economía en los últimos diez años, la Argentina necesita consolidar medidas activas que: incentiven las inversiones, promuevan la producción, fomenten la agregación de valor y generen empleo formal. La modificación de la alícuota de Ganancias para empresas va en sentido contrario de estos objetivos, generando nuevos obstáculos para lograr la recuperación económica”. La institución presidida por Miguel Acevedo, de Aceitera General Deheza, y cuyas vicepresidencias incluyen a Luis Betnazza de Techint y Cristiano Ratazzi de Fiat, levanta las ideas del “ofertismo” neoliberal: para ellos los impuestos disminuyen los incentivos a la Inversión. Sin embargo, cuando se los bajaron tampoco realizaron inversiones productivas.
Afirmaciones como las que sugieren que la pandemia reclama reducciones de tributos y exige incentivos económicos para las grandes empresas –como las que presiden los directivos de la UIA mencionados– constituyen dichos y hechos de gravedad, tanto si son observados desde una perspectiva ética o con la preocupación sobre las ideas que circulan entre las clases poderosas del país. Que la entidad que se reclama de los industriales exhiba a Chile como referencia comparativa de la recaudación tributaria desautoriza a su dirección como representativa de la misión que la UIA pretendería encarnar. El país transcordillerano tiene una economía reprimarizada, con una desigualdad estructural aguda, mientras la pandemia ha demostrado la incapacidad de su modelo para desarrollar un sistema de salud que supere la precarización. Peor aún es compararse con el Ecuador de Lenin Moreno, en que los muertos por la peste llegaron a acumularse en las calles.
La inversión privada que requiere el país está asociada al impulso de la demanda y no a la especulación con rentas y ganancias extraordinarias. Y en pandemia se deben recaudar más impuestos. Los enriquecidos deberían pensar que es un momento de interrupción de su acumulación de riqueza. En seguir produciendo aun sin ganar. La prioridad es atender la emergencia.
 
Con el nuevo esquema para el tributo a las ganancias propuesto por el gobierno nacional las empresas que ganen hasta 5 millones de pesos pagarán el 25%; de ahí hasta los 20 millones tributarán hasta una alícuota en escala que llega al 30%, compuesta por un monto fijo y una tasa, y las que superen esa suma tendrán una escala, construida del mismo modo, que llega hasta el 35%. Es una reforma con una tasa menos exigente que la general del 35% que había en 2015. Los dividendos distribuidos pagarán una tasa del 7%, inferior al 10% que regía en ese año.
 
Es decir que la reforma del impuesto a las ganancias tiene un ingrediente positivo porque introduce una lógica de progresividad, pero las tasas para las empresas son menos exigentes en relación a la que regía en el período de los gobiernos nacional-populares de la etapa 2003-2015.
 
Los números exhibidos más arriba demuestran lo mal informado que está el presidente de la AEA, Jaime Campos, cuando afirma que “el sector privado está sometido a una carga tributaria muy elevada y creciente, y lo que corresponde en pandemia sería plantear una estrategia definida de baja de tributos”. Los mismos conceptos que en la UIA, en boca de quien preside la entidad continuadora de la CEA, en la que Martínez de Hoz preparaba su plan desindustrializador y antipopular que aplicaría como ministro durante el terrorismo de Estado. Pareciera que la estrategia de “captura institucional” de la UIA por parte de la AEA estaría en pleno despliegue.
 
La cuestión del límite
 
Es el mismo clima alarmante en que muchos de los grandes empresarios judicializan su obligación de realizar el aporte solidario a las grandes fortunas, presos de una conducta y una concepción de vida antihumanista.
 
Pero no es sólo esto: hoy se evidencia que el poder económico no está dispuesto a conciliar ni disciplinarse con otra política que la de las reformas liberalizadoras y desintervencionistas de la economía. Son ejemplos la insólita resistencia a la intervención de Vicentín, grupo sobre el cual ha quedado evidenciada cada vez más su conducta fraudulenta, y también el griterío contra cualquier intento de subir la tasa de retenciones, elevación que con los precios internacionales de hoy se hace indispensable para poder evitar la suba permanente de los bienes-salario que soportan los sectores populares.
 
El tema de los precios condensa la dinámica del poder del gran empresariado. En medio del drama del coronavirus, aumentan incesante y desmedidamente, empobreciendo a la población. Resisten las regulaciones con maniobras que afectan el abastecimiento, con estrategias de diferenciación de productos que sólo persiguen el objetivo de eludir dichas regulaciones del Estado, y también juegan a la excusa de argüir la responsabilidad “del otro”. Asimismo las empresas proveedoras de servicios públicos monopólicos claman por aumentos de tarifas luego de gozar durante el gobierno de Cambiemos de permanentes privilegios y superganancias.
 
Esta conducta del gran empresariado es la contracara del 42% de pobreza. La pobreza no se explica sin esa acumulación de riqueza. La distribución del ingreso es un imperativo de la hora. La pandemia y la pobreza exigen que el presupuesto tenga un sesgo decididamente marcado en esa dirección. Su tamaño debería ser mayor, el gasto más grande y la presión tributaria más intensa. El déficit fiscal nunca debería operar como una razón para reducir el gasto social. Habría hoy que revisar las cuentas para garantizar que el gasto en épocas de drama social como el actual sea, en términos reales, superior a los años de normalidad.
 
El gobierno democrático tiene el derecho a ejercer el poder del Estado. Ese poder se nutre de la construcción de consensos, de la disposición del aparato estatal que le permita crear las condiciones para la construcción de esos consensos, y también de la potestad para obligar a cumplir con lo dispuesto por las autoridades de fuente popular. Los impuestos se deben pagar, los aportes de emergencia también, así como imperioso es el cumplimiento efectivo de las regulaciones de precios. El poder corporativo del empresariado no debe ni puede ser utilizado para limitar la democracia, mucho menos en la instancia que vivimos.
Riqueza concentrada, pobreza extendida - El poder corporativo del empresariado no debe ni puede ser usado para limitar la democracia - 
 
Guillermo Wierzba – El Cohete a la Luna -
Aguafuertes del Nuevo Mundo
 Imágenes del derrumbe civilizatorio
Ricardo Haye Docente-investigador de la Universidad Nacional del Comahue y del Instituto Universitario Patagónico de las Artes.
Antes de la pandemia, distintas series mostraron un tecno-pesimismo sobre la sociedad. La francesa “El colapso”, de 2019, realizó un retrato descarnado que sacaba a la luz lo peor de cada persona. Ojalá esa serie actuara como una vacuna ante la deshumanización que sucede a la tragedia.
 
Cuando estas Aguafuertes nuestras eran las “del confinamiento” y no las del Nuevo Mundo, ya se ocuparon de la ola de tecno-pesimismo que envuelve a la sociedad contemporánea
Esa combinación de desesperanza y de culpa por el destino de la humanidad que flota en el aire viene siendo retratada copiosamente por los medios de comunicación.
Sin ninguna voluntad de agotar el inventario, mencionaremos unos pocos ejemplos con algunos puntos en común.
En 2012 la cadena norteamericana NBC estrena la serie “Revolution”. La historia comienza cuando, imprevistamente para la enorme mayoría de las personas, se interrumpe el suministro eléctrico. Quince años después esa energía sigue faltando y el mundo desarrollado (que es el que se nos muestra) ha retrocedido hacia formas autoritarias de control social.
 
En 2016 la imaginación distópica hace escala en un podcast. “El gran apagón”, ficción sonora producida en una de las factorías del grupo español Prisa, cuenta que una poderosa tormenta solar sumerge en las sombras a nuestro planeta. La situación se prolonga durante tres meses, en los cuales la Tierra se queda sin energía eléctrica, agua corriente, teléfonos, televisión ni Internet.
 
Por último, en este repaso parcial, en 2019 el colectivo francés Les Parasites crea la serie “El colapso” (“L’effondrement”, en el original) para describir en ocho episodios el derrumbe de la civilización que hoy conocemos. No hay una causa excluyente sino la acumulación de catalizadores, como la desaparición de los bosques, la degradación ambiental o el agotamiento de los recursos naturales.
 
El más reciente de estos relatos apocalípticos parece tributario de la teoría de Olduvai, desarrollada por el científico estadounidense Richard C. Duncan. Ese conjunto de ideas postula que a partir de 1930 se inició un período de alrededor de un siglo en cuyo transcurso nuestra sociedad industrial agotaría sus posibilidades de desarrollo. De allí en adelante, solo cabría retroceder hacia etapas anteriores para culminar en una cultura sustentada en la caza, equivalente a la existente hace tres millones de años.
 
“El colapso” no avanza tanto como para mostrarnos de nuevo en la edad de piedra, pero expone en episodios autónomos de alrededor de veinte minutos de duración los comportamientos que producirían la falta de combustible, alimentos y medicación. Son apenas los momentos iniciales del hundimiento civilizatorio en que las personas intentan adaptarse al nuevo contexto, basándose mayoritariamente en la subsistencia de los más fuertes. Es cierto que no faltan ejemplos de abnegación y sentido solidario, pero no son los que gobiernan la trama.
 
El desconcierto hará que algunos añoren el cosmos preexistente, que podía tener desequilibrios e injusticias, pero que no era el caos en que se está convirtiendo la vida ahora. Indudablemente, hay gentes con mayor capacidad de subsistencia que otra; existen personas con una facilidad de adaptación a nuevos escenarios que a otras les escasea.
Y lo grave es que, según el pronóstico de Duncan, la mayoría de la población habrá de morir en el siglo XXI.
 
Esa involución en las condiciones de vida trae el vértigo que provocan los abismos y aleja las seguridades que en las cosmogonías antiguas (como la griega, con Pitágoras o la maya-kiché, con el Popol Vuh) habían ahuyentado las tinieblas y traído orden en la confusión. Esa pérdida conmueve nuestras estructuras y hace tambalear nuestras certidumbres.
No podemos perder de vista las reacciones que vendrán. Ya tuvimos una muestra gratis con la frase desgraciada de un periodista de radio que, hace unos días y en plena segunda ola de la pandemia provocada por el coronavirus, se atrevió a solicitar la puesta en práctica de un sistema autoritario que desplace a la democracia. Y no lo hizo en un pasquín dirigido a grupos minúsculos, sino en una de las emisoras líderes de audiencia en el país. ¿Habrá que estar preparados para escuchar más barbaridades como estas? ¿Existirá algún tipo de sanción social ante semejante apología del delito?
 
La serie francesa se presentó con un interrogante perturbador: “¿qué harías si supieras que el mundo se acaba mañana?” y una leyenda depredadora de cualquier ilusión: “El fin ha comenzado”.
La circunstancia de estar viviendo bajo la amenaza de una crisis sanitaria global como la que disparó el Covid-19 podría sugerir la idea de que la conciencia planetaria está realizando las relecturas correspondientes e imprescindibles y que cualquier cataclismo nos encontrará con una sensibilidad social más frondosa. Sin embargo, bien podría ocurrir que su sombra protectora fuera insuficiente ante tanta mala onda calcinante.
 
En cualquier caso, son tan potentes las marcas del colapso que resultó natural y necesario acuñar el concepto de colapsología, para definir la actividad transdisciplinar que estudia las catástrofes históricas, las actuales y las que vendrán.
 
El francés Pablo Servigne es uno de sus referentes más destacados. Este teórico del colapso cree que la respuesta está en la resiliencia, es decir en la capacidad de un ser vivo a adaptarse a las condiciones adversas. “Lo que hay que comprender es que los sistemas locales generan resiliencia a los desastres globales. Entonces, hay que reforzar lo local”. Para ejemplificar, señala que, durante la cuarentena, los supermercados franceses tuvieron que comenzar a comprarles a los productores locales, lo que -a su juicio- constituyó una experiencia muy interesante. Sin embargo, también se mantiene atento a los riesgos en esta desglobalización.
 
“Los sistemas globales -explica- producen resiliencia a los desastres locales. Por ejemplo, si una región tiene sequía, puede contar con sus vecinos. Es importante entender eso y no ver lo local como única solución”. Para Servigne, la búsqueda de autosuficiencia resulta inconducente si cada quien marcha por su lado.
 
Cuando el mundo parece haberse puesto de cabeza, conviene observar si lo que vemos marca una diferencia rotunda con lo que había antes o si solo profundiza sus rasgos. El egoísmo exacerbado por la defensa de privilegios sectoriales, el “sálvese quien pueda” que consagra un salvajismo bestial y la indiferencia ante el destino del prójimo, son señales que exceden el marco de la lucha de clases. El retrato descarnado que plantea “El colapso” saca a la luz lo peor de cada persona. Ojalá que verla actúe como vacuna que nos inmunice ante la deshumanización que sucede a la tragedia. Si fuera así habrá sido valioso invertir algo más de tres horas en la visión del fresco de una época que quisiéramos no ver llegar jamás.
 
https://vaconfirma.com.ar/?articulos_seccion_719/id_13197/imagenes-del-derrumbe-civilizatorio
 
Horacio González, Sociólogo, ensayista y escritor. Ex Director de la Biblioteca Nacional, sostiene en este artículo que el llorar para adentro se puede convertir hoy en un eslabón fundamental del ejercicio de la política en el espacio público nacional. ¿No quieren voltear un gobierno democrático con los artificios más repudiables? Hay que situarse entonces en el punto de reflexión activa y de acción reflexiva que excavando más hondo, pueda refutar tanta trapacería. En este momento de perspicacia íntima, en esa hondura temblorosa y preocupada, ahí sí, hay política, y la hay tal vez como el comienzo de una madura acción resistente.
 
Desde que encumbrados filósofos escribieron en las últimas décadas libros titulados “políticas de la amistad”, “políticas de la hospitalidad”, “políticas de la sensualidad” o “políticas de la memoria”, muchos comenzamos a mirar con mayor cuidado la palabra política. Porque también hay políticas del cuidado. ¿Qué deberíamos decir sobre ello? Solo los quisquillosos -si acaso fuéramos uno de los de esa vasta legión-, se asombrarían por el uso inteligente de esta combinación de vocablos. No amistad, sino “políticas de la amistad”. Hay aquí sensibilidad e inteligibilidad. Lo sensible de la amistad con lo inteligible de lo político. Nos encontraríamos así con una mediación, un segmento anterior a la amistad espontánea y pura. Sería la reflexión que la anticipa, la aloja en la circunspección y la memoria. Así, a lo sutilmente íntimo, se lo hace exquisitamente público.
 
 
El resultado de esta política está imbricado en una nota de pudor o de recaudo ético para situar todo lo que hacemos. Nos reclama la voluntad de poner una atención superior, dejar una apostilla delicada de interés general en lo que experimentamos como posibilidades vitales propias. Si vamos a exponer un aspecto de nuestro yo público, hagámoslo con estilos éticos, poéticos o filosóficos. Si declaramos amistad, no hacerlo como un prestamista, un apostador o un carrerista, sino por un cauto placer que nunca se parecerá a un “toma y daca”. Sino que se da por sentado que es algo -lo amistoso, lo hospitalario-, que tiene la ligereza, pero también la profundidad de un regalo meditado, fruto de un espontáneo análisis previo. Es una “política”. Sin alharaca. Lo dado como memoria o sensibilidad, se instala así con su peso etéreo en nuestra conciencia. Nada es preciso decir, nada es preciso señalar. Por el contrario, lo ocurrido -ese dar, ese dirigirse a uno o a otro en la conversación-, son hechos que se instalan en el tiempo ajeno al contrato o al ritual consagrado. Política, sí, pero como suaves persuasiones, como “formas de vida”. Creamos así un tiempo demorado y acaso irreal. Arruinaríamos todo, si luego dijéramos “no sé cómo agradecerte” o “no olvidaré jamás tu gesto”. Claro, no está mal decirlo. Pero si la cosa viene “de profundis”, no es necesario. Oponemos entonces un silencio significativo al silencio apático.
 
Ahora bien, se escucha mucho decir que tal cosa o tal otra “es política”. ¡Pero para desmerecerla! Así como la filosofía tomó la política para decir que con ella se produce amistad, libertad, solidaridad, cuidado, memoria, fraternidad, la política misma suele decir, en boca de los mismos políticos, que la política puede ser eximida, acusada o declararla fuera de lugar. “Usted me corre con tal o cual cosa, está haciendo política”. Un político se queja así de otro político. Alguno de ellos estaría presentado lo particular como propio de un interés general. ¿Pero cómo un político que es refutado por otro lo va a cuestionar diciendo que “hace política? Inexplicable obviedad. Al revés, notoriamente en las formas más invisibles y veladas de intromisión en nuestras vidas, cuando el ser político irrumpe en nuestra cotidianeidad, se suele festejarlo exclamando: “todo lo personal es político”. Con lo desafiante que esto implica. Pues es difícil expresar que es un hecho político si llego tarde a una cita privada, salvo que sea un gesto intencionado para no realizar un tipo de acto como firmar convenios sobre el Río Paraná, letales para el país. “Llegar tarde” sería un modo de omitir la firma, un hecho político envuelto en una irrisoria cotidianeidad, pero de fuerte interés para la nación.
 
Es que, en el nivel de lo trágico, lo personal y lo político encuentran su punto común. Shakespeare es el héroe de esta frase sobre lo personal que es político. La carta de Fray Lorenzo no llega a tiempo y Romeo cree que Julieta está muerta. A pesar de estos complicados entrelazamientos, presentar los asuntos colectivos al nivel de la conversación sobre un salamín o una mayonesa, lo íntimo politizado, es un recurso que está en la lista mayor de los placeres del neoliberalismo. En verdad es una aceitosa suspensión de lo político ante la vida cotidiana tal cual ella es. Se convierte la vida pública en infinitos gestos subrepticios traducidos a la “llaneza del hogar”. Lo mediato se hace estallar ante lo inmediato. Se confunde lo político con el neoliberalismo en tanto fingida simpleza de nuestras vidas. Con la conversación cotidiana, con afeitarse frente al espejo, con poder incorporar una nueva “app” que nos presenta 64 finales diferentes de un video-film para “que tú elijas el que más desees”.
 
Si este tipo de libertad se asimila a la libre disponibilidad de finales, esto es, a una pseudo elección ya prefabricada que misteriosas organizaciones ponen a cuenta de mi libre albedrío, ¿cómo no va a estar haciendo política Macri, si de su boca emanan palabras diarias, sacadas del manantial infinito del cancherismo nacional, del “ganador” astuto con un fraseo bañado por aceite Cocinero? No uno de mayor calidad, sino uno rústico que recuerden todas las “damas de antaño”, uno de los posibles nichos publicitarios. Si es que así se dice. Festejamos entonces el chorro de grasa cotidiana que nos impregna, tan imperceptiblemente viscoso como el hollín diario de las ciudades. Si conocemos este personaje hasta con lagañas en los ojos, recién despertado tanteando su celular entre las sábanas. Es política y si no nos gusta esta imagen, podemos escoger otras tantas desde nuestro control remoto. ¡Sesenta y cuatro podemos elegir! Se pulveriza así el mundo en nuestra distraída vida cotidiana. Se hace la fusión de la conversación pública con la pringosa cotidianeidad. Esta negación de la política, es política ¡cómo no! Son políticas del “desperezarse”, políticas del “tantear el celular entre sábanas arrugadas”.
 
Ante esta desgracia, ¿cómo podrían ser ahora los pasos necesarios, imprescindibles hacia la reposición del ser político? ¿Lograr, por parte de un político más reflexivo, más acongojado, más preocupado por las vigas poderosas que atenazan toda decisión, que se vuelva sobre ellas para poder pensarlas? Quizás pesarosamente, o tal vez con la melancolía del arrepentido. Pero que no puede disculparse a cada momento, en cada paso, si los juzga errados. ¿Quién le cree a uno que pide perdón cuatro o cinco veces por día? Dichas estas palabras -afirmar, desdecirse, disculparse-, es preciso formular la pegunta. ¿Qué es el ser político? No es lo que encontramos cada vez que se nos dice que nuestra vida domiciliaria es política -simpática generalización que olvida las infinitas particularidades que brindan las vidas en su oscura intimidad- o al contrario, cuando un funcionario que se ve atacado por una obcecada oposición y entonces se justifica diciendo “es que lo que están haciendo es política”. ¡No! Hay que desarmar esa idea de política encubierta, como si fuera una charla en el pet-shop. Porque es política al máximo, fabricada con escorias inverosímiles del lenguaje. Reconozcamos enseguida la maniobra. Lo “falso personal” es lo político. Y lo “falso político” es lo personal. Hasta no hace poco lo llamaban “couching”. ¿Dónde vas? ¡A tomar un couching sobre turismo político, estudiamos los Viajes de Sarmiento!
 
 
No es que tomar un helado sea político. Pero se lo puede sorber “políticamente”, por medio de escenografías y violentaciones vulgares de palabras e imágenes. Debemos descubrir esos resortes ocultos del neoliberalismo antes de acusarlos de “hacer política”. Podemos reírnos de quien dice que “la Sputnik es veneno” o que “le damos Malvinas como garantía de la Pfizer”, pero estos desatinos son una forma salival e intramuscular, un cartílago siniestro de la política. Además, alertan sobre una horrible verdad: las Malvinas son ya, ahora, de la Pfizer. Eslabones más o menos, ya las tienen. Un escupitajo insolente y ocasional, tiene en este caso un cúmulo histórico de capas de politicidad tan elocuentes, que como dice el tango, dan ganas de balearse en un rincón.
 
Si un político es atacado con arbitrios insustentables, la respuesta no puede ser etiquetar de “político” a ese ataque, si se tratase, sin más, de desmerecerlo. ¡Si es allí cuando más se está haciendo política, pero de “otro modo” que hay que develar! ¡Es en ese lugar cuanto más se necesita una respuesta que también sea política, una política de serena superioridad que desmantele con agudeza la política del gargajo! La política no es meramente un hacer, como si la política no fuera desde ya y siempre, inherente al ser. No es una pauta protocolizada, ajena a los planos entrecruzados de una conciencia perpleja que está entre la voluntad ejecutiva y la duda evaluativa. ¿Qué conviene hacer y ser en cada momento? Esa conveniencia es compleja, porque allí lo político es la historia misma que transcurre en un vertiginoso presente. Necesariamente hay política. No necesariamente se la “hace”, aun cuando se la cree hacer.
 
Actuar por conveniencia debe ser lo más parecido posible a actuar por convicción. Nudo problemático. ¿Cómo se resuelve? Arriesgo cómo: sabiendo que siempre habrá una fisura entre convicción y conveniencia. Ese territorio ambiguo, esa tierra de nadie de la política, debe ser el motivo fundamental de la reflexión, precisamente política. Porque se piensa siempre sobre lo no estipulado, lo no protocolizado, lo azaroso. El político que se resigna a no explicar, descansando en la facilidad de que “todo es político” o al revés, que eso que parece trivial, o íntimo, es también… ¡polítco!, chau, ahí la convicción se rindió ante la conveniencia, y no viceversa. Cede sus posibilidades a una mala comprensión de lo que antaño se denominaba táctica y estrategia. Estas nobles expresiones que presidieron muchos años el pensamiento militar y el pensamiento revolucionario, hoy están al borde de justificar la mera astucia. Porque si el valor fundamental, la “estrategia”, ya lo conozco por entero, podría hacer cualquier tipo de excepciones a mi favor. No son así las cosas. Aunque no por eso me deba eximir de “calcular” por mí mismo, las decisiones necesarias ante lo que ven mis ojos y presume mi imaginación. 
 
Esta época es de llanto. Pero sería una grave confusión, si una suerte de ansiedad incontenida nos llevase a proclamas que para paliar el sufrimiento, solo se consiga hacerlo en forma de lágrimas que brotan. Teólogos avanzados, como Karl Barth, establecen una delicada dialéctica entre Dios y la personalidad. Cuando ésta desea, puede no encontrar, y cuando encuentra, puede no estar preparada. O puede no estar deseando. Una conocida baguala argentina, Doña Ubenza, dice “estoy llorando pá dentro y me río pá afuera”. Llorar para adentro se puede convertir hoy en un eslabón fundamental del ejercicio de la política en el espacio público nacional. ¿No quieren voltear un gobierno democrático con los artificios más repudiables? Hay que situarse entonces en el punto de reflexión activa y acción reflexiva más hondo, para refutar tanta trapacería. Debe haber una épica en eso. No se trata de que surjan héroes que nos digan con adecuada estridencia cómo dirigirnos a la refutación de los necios, los truchimanes, los anticiencia, los irracionales. Nada de eso. Conozco muchas personas que encuentran su profunda lucidez llorando “pá dentro”. En este momento de perspicacia íntima, ahí sí, hay política. La hay porque surge del comienzo de las cosas, que no son los lloros -tan justificados ellos-, sino el momento en que muerdo los labios, junto a tantos y tantos otros, para en ese pequeño dolor que me inflijo a mí mismo, comience la madura acción resistente.
Pequeñitas cosas de aspecto intrascendente pueden suscitar un llanto interior. Este vale como una intensa y húmeda risa reparadora. Puede ser cuando un seco informe de una azafata en la pista del aeropuerto diga que han llegado más vacunas, puede ser un locutor de televisión que pone entre paréntesis su jerga teledirigida, para ponerse a hablar repentinamente al margen del tiempo artificioso del “piso”. Algo se derrumba en él o en ella, para hacer vibrar un lamento. Que apenas imperceptible, se hace por un minuto fugaz, inesperadamente sincero.  Cada profesión tiene sus etiquetas y pompas ceremoniales. Porque las profesiones siempre tienen que ver con la vida o con la muerte -pruébese de encontrar una que no ¿chocolatero? ¿reparador de computadoras? No, en ellas hay también una secreta finitud que no impide el jolgorio, la satisfacción del deber, el cumplimiento gozoso. Pero nos equivocaríamos si esa milésima de segundo del llanto interior, mordiendo lo labios, no se nos cruza como un destello necesario. Si eso ocurre, no es necesario abandonar un lenguaje ritual o profesional. Todos percibimos esa quebradura contenida que marcha por dentro, con sus banderas y redoblantes. No es una nueva ética ni un nuevo descubrimiento filosófico. “Políticas del llanto”. No, no, tampoco. Es ver esta época con ansiedad callada, existir al borde del abismo y que el ingenio nos valga. Cuando meditamos sobre nosotros, tienen que estar presente los desvalidos de materia y de espíritu, porque de una o de ambas cosas, también estamos hechos nosotros. En lo que estoy diciendo no hay “políticas de la militancia”. Solo militancia. Las llamas aún no están apagadas. Estoy llorando pá dentro.
 
Vivimos en la época del semiocapitalismo. Las emociones y los signos se volvieron motor económico fundamental, son la moneda viva. ¿Podemos salir de la semiosfera y usar la tecnología de manera diferente, para que además de revolución promueva la evolución?
 
Srecko Horvat Filósofo y escritor nacido en Croacia, es considerado una de las voces más brillantes de su generación y es conocido por no tener un domicilio fijo. Figura señera de una nueva disidencia, es uno de los fundadores del Subversive Festival en Zagreb y junto a Yanis Varoufakis también del Movimiento Democracia en Europa 2025 (DiEM25). Es autor de más de una docena de libros traducidos a quince idiomas entre los que se encuentran El sur pide la palabra, ¿Qué quiere Europa? (ambos con Slavoj Žižek), La radicalidad del amor y recientemente Poesía del futuro.Es colaborador habitual de medios como The Guardian, The New York Times, Spiegel, El País, Jacobin, Granta, Al Jazeera y otros medios alrededor del mundo.
Revista Anfibia  http://revistaanfibia.com/ensayo/semiocapitalismo/
 
Datos e interpretaciones que confirman que el escenario pandemico, aunque contingente y excepcional, es producto de esta historia y de las formas, que humanos, decidimos hacerla.
Nadie se salva solo. Que cada quién realice su parte.
 
Daniel Roberto Távora Mac Cormack
 
Imágenes:  Bruno Somoza, docente y diseñador egresado de la UBA .Trabaja en diseño gráfico e ilustración profesionalmente en distintos proyectos desde el año 2008.
Desde 2013 co-dirige el estudio de diseño The Negra / Fábrica Visual donde se destaca por chiflar a decibeles superiores a la media.
Grabados de Juan Antonio Roda nació en España pero se consideró más colombiano que muchos, hasta la nacionalidad en 1970. Hizo de ese país su hogar y encontró la admiración plena de su obra, tanto pictórica como en grabado.


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