Historia y Memoria las semillas del futuro.

 

De historias pasadas y presentes se nutre el futuro

Los usos del pasado dan cuenta tanto de la historia de la historiografía, entendida como el conjunto de lecturas realizadas por quienes ofician u oficiaron como historiadores, como de las operaciones de memoria basadas en las distintas lecturas de la historia en el presente, desplegadas en diferentes escenarios: conmemoraciones, homenajes, ejercicios de memorias individuales que se realizan en distintos “marcos sociales de la memoria”, expresan los valores presentes en la sociedad, las distintas visiones de mundo, los lugares de referencia a partir del cual los diferentes actores, con desiguales recursos de poder, ejercen su memoria. Las miradas sobre estas operaciones de memoria se realizan desde espacios específicos, relativos a escalas locales, en diálogo con acciones similares desarrolladas en espacios “nacionales”, léase “centrales”.

En estos tiempos de desprecio y desvalorización de la historia, en especial aquella que da cuenta de la constitución de la argentinidad y de la realidad latinoamericana, como resultado de la herencia patriarcal, colonial, Capitalista que trajo consigo la conquista desde las Naciones emergentes europeas, y produjo las revoluciones que dieron origen a nuestros Estados, resulta interesante, en este fin de semana largo, conmemorativo precisamente de sucesos de la historia colectiva y Nacional, afirmarse en esos sucesos que dieron origen a nuestra nacionalidad.

Memoria

El 20 de junio se conmemora el Día de la Bandera en homenaje a Manuel Belgrano, quien falleció ese mismo día en 1820. El 17 de junio es feriado por el paso a la inmortalidad del General Don Martín Miguel de Güemes, un caudillo defensor de la frontera norte contra la invasión realista y el Domingo 19 de Junio se celebra el día del padre, hecho que nos recuerda el pasado individual y el valor del legado familiar y de “identidades” individuales que signan y significan ambas dimensiones de la vida.

Támbien en estas fechas se recuerdan otros sucesos de la historia.

EL LIBRO Y LAS BOMBAS

Historia de los archivos del almirante Rojas, a 67 años del intento de magnicidio de Perón

JAVIER NIEVA, en “El cohete a la luna

Llovía mucho aquella tarde de sábado, pero también era mucho mi interés por concurrir a un taller intensivo donde varios encuadernadores artesanales explicarían las técnicas usadas para la reparación, acondicionamiento y exposición de obras bibliográficas. Tras el largo viaje descendí en Sarmiento y Lambaré y, esquivando algunos charcos y metiéndome en otros, llegué hasta el local donde se haría la reunión. A pesar de la lluvia la concurrencia era numerosa, la calidad profesional de las y los expositores justificaba ese interés. Los primeros hablaron de un antiguo documento impreso sobre pergamino que se había deformado y demandó un tratamiento especial para recuperarlo. Luego especialistas describieron la digitalización de imágenes como una técnica complementaria para la conservación. Finalmente una encuadernadora contó su experiencia en la preparación de una caja atril para la guarda y exposición de un libro importante. Aunque todas las intervenciones fueron excelentes quiero detenerme especialmente en la última.

Florencia Goldztein contó que debió hacer algunos arreglos de la obra. Aquel era un documento histórico, un ejemplar único que después de 60 años sería expuesto por primera vez al público. Ella tuvo que construir el estuche donde permanecería resguardado. Según dijo, era su costumbre hacer una continua verificación del perfecto acoplamiento entre el libro y su continente, para evitar rozamientos que pudieran dañar la obra, que no debía “bailar” ni deslizarse innecesariamente. En cada paso de la construcción solía corroborar la perfección del trabajo. Pero en este caso tuvo el libro durante muy poco tiempo, no sólo porque se recuperaban imágenes que se usarían en la inminente exposición, también porque otras personas reclamaban el volumen para consultarlo o simplemente para curiosear. ¿Por qué tanto interés en ese ejemplar?

Ese libro había sido encontrado durante el relevamiento de documentos que habían estado en poder del almirante Isaac Rojas. El volumen contenía el “Informe Casa Militar del 16 de junio de 1955”.

Aquel ejemplar único mostraba fotografías y gráficos de las zonas atacadas y de los daños producidos durante el bombardeo. Antes de convertirse en un álbum, las hojas, fotos e informes mecanografiados habían estado separados. Luego las fotografías se fijaron sobre las hojas, se agregaron los gráficos y los informes, y nació el libro que años después sería encontrado en un depósito.

El archivo de Rojas

Durante su paso por la función pública, Rojas acumuló una enorme cantidad de documentos. Sus biógrafos dicen que dedicaba buena parte del día a organizar su archivo personal con la ayuda de un par de asistentes. Después de su muerte la documentación fue entregada por sus hijos al Archivo General de la Armada Argentina. En el acta de recepción consta que “el Archivo General recibe la cantidad de 30 cajas selladas e identificadas con numeración correlativa, y el subdirector se compromete a su indización”. Mientras se encontraba en el Archivo General de la Armada, la única persona autorizada para consultar esos documentos fue María Sáenz Quesada.

La historiadora recogió el testimonio de María Teresa Rojas afirmando que las cajas originales con las cuales ingresó al Archivo, de cartón y de grandes dimensiones, fueron reemplazadas por unas 65 cajas un poco más pequeñas de polipropileno azul. A partir de ese momento muchos documentos van desapareciendo: “Se han podido detectar algunos faltantes de documentación, desde carpetas vacías hasta algunas cuyo índice señala documentación que no se encuentra, en general de acontecimientos relacionados al gobierno de la Revolución Libertadora”.

María Teresa Rojas afirma que su padre tenía varias cajas con documentación relativa a los fusilamientos de 1956 y en el DEHN (referencia al Departamento de Estudios Históricos Navales de la Armada Argentina) solamente se ha podido identificar un sobre con copias de la declaración de Rojas de 1958 sobre este hecho”.

En octubre de 2010 (Nota 750/10 letra SSRI, ASJ) el director del Archivo General de la Armada resuelve transferir la documentación de Rojas al Departamento de Estudios Históricos Navales de la Armada Argentina, que funciona como Archivo histórico de la fuerza. Según testimonios del personal del Departamento, el archivo de Rojas no ingresó en cajas ni contenedores de ningún tipo, por lo que fue depositado en una mesa y algunos documentos fueron envueltos en grandes paquetes para evitar su dispersión, pero sin orden alguno.

A mediados de 2012 se detecta la documentación de Rojas en una gran mesa del depósito del DEHN, “suelta, sin contenedor, mezclada con documentos de otras procedencias y sin orden aparente”. Las autoridades en ese momento no pueden dar cuenta de la forma de ingreso, del porqué de su estado y de ningún instrumento descriptivo de la misma. Se solicita entonces el traslado del archivo de Rojas a un lugar más adecuado para su futura estabilización, clasificación y ordenación.

En marzo de 2014 se decide que todos los documentos en manos de los investigadores sean devueltos; allí se encuentran algunos pertenecientes al Fondo particular de Rojas, específicamente aquellos relacionados a los hechos de la autoproclamada Revolución Libertadora. Pero también se descubren documentos con clasificación de seguridad producidos orgánicamente por la Armada Argentina, entre ellos uno denominado “Relación de antecedentes Revolución Libertadora año 1955 y acto subversivo año 1951”, que da cuenta de la remisión de la mayoría de estos documentos desde el Despacho Operaciones del Estado Mayor General Naval al DEHN en 1962. No es el único material ajeno que aparece entre los documentos de Rojas, también se encuentran una serie de libros de actas y resoluciones del Partido Peronista que fueron requisados tras el golpe de 1955.

Encuentran el libro

A mediados del 2012 se encontró el llamado Archivo Rojas sobre una gran mesa del depósito del Departamento de Estudios Históricos Navales de la Armada Argentina. Entre los documentos estaba el “Informe Casa Militar del 16 de junio de 1955”. Tres años después, en el 60º aniversario del bárbaro atentado contra la población civil, se decidió incluirlo en la muestra que bajo el nombre “1955, golpean la casa” se realizó en el Museo del Bicentenario de Casa Rosada. Las imágenes incluidas en aquel libro habían permanecido inéditas y la exhibición fue la oportunidad para difundirlas.

Por entonces también se reeditó el libro “Bombardeo del 16 de junio de 1955”. La edición original había sido prologada por Eduardo Luis Duhalde, quien iniciaba la presentación con estas palabras: “El bombardeo de una ciudad abierta por parte de fuerzas armadas del propio país es un acto de terrorismo que registra pocos antecedentes en la historia mundial”.

Efectivamente, la Argentina no se encontraba en guerra con ningún país extranjero, tampoco había un conflicto interno declarado; existían diferencias políticas bastante intensas pero nada hacía prever un atentado de semejante envergadura. La intención inicial era asesinar al Presidente Perón y a todo su equipo de ministros atacando la reunión que se realizaba miércoles por medio en la Casa de Gobierno. Los complotados formaban parte de las fuerzas armadas, mayoritariamente eran marinos, algunos pertenecían a la Fuerza Aérea y un grupo más reducido provenía del Ejército. Junto a ellos operarían los llamados comandos civiles.

El bombardeo

Desde un principio el objetivo fue el magnicidio, no existía ninguna opción alternativa. Un par de años antes el capitán de fragata Jorge Bassi había planteado la posibilidad de bombardear la Casa de Gobierno. En un primer momento el proyecto pareció irrealizable: curiosamente se lo rechazaba por ser casi fantástico y no por ser criminal. Después los conspiradores fueron puliendo los detalles y terminaron convencidos de su viabilidad. Con meses de anticipación se compraron los fusiles semiautomáticos FN de fabricación belga y se los ingresó al país en buques de la Armada. En secreto se construyeron depósitos para el combustible y las bombas en el Aeropuerto de Ezeiza, que funcionaría como central de reabastecimiento después del primer ataque. Los complotados civiles recibieron entrenamiento militar y fueron provistos de las armas que usarían para el asalto a la Casa Rosada. La jerarquía eclesiástica aportó su parte en el complot transformando la procesión de Corpus Cristi en una manifestación opositora.

 


Una operación militar de esa magnitud, en la que iban a participar varios centenares de efectivos y con una logística enormemente compleja, no podía pasar desapercibida. El servicio de inteligencia funcionó bien, pero también funcionó bien la contrainteligencia: de un lado se supo que se tramaba algo importante contra el gobierno, del lado de los conspiradores, que los otros podían saber. La sospecha de que el plan había sido descubierto llevó a los complotados a adelantar las operaciones. Inicialmente el ataque iba a realizarse el miércoles 22 a las 10 de la mañana, pero ante la posibilidad de haber perdido el factor sorpresa se adelantó el bombardeo de la Casa de Gobierno para el jueves 16 de junio.

El único plan seguía siendo el asesinato del Presidente, pero como ya no estaría reunido con los ministros sería la población civil la que lo acompañaría en el holocausto: ¡Terrorismo en estado puro! Desde el mediodía hasta el atardecer se prolongaron los bombardeos y ametrallamientos principalmente por el centro de la ciudad.

A las 10 de la mañana del jueves 16 de junio, el capitán Noriega partió con su avión desde Punta Indio. Llevaba dos bombas de demolición de cien kilos cada una. Para ese momento los efectivos a las órdenes del capitán Bassi ya habían tomado Ezeiza y esperaban la llegada de los infantes de marina que viajaban en cinco aviones de transporte. El general Franklin Lucero, informado de los movimientos en Punta Indio y de la toma del aeropuerto de Ezeiza, le propuso a Perón que se trasladara al Ministerio de Guerra. A partir de las 12.30 aviones de la Marina iniciaron el bombardeo: catorce toneladas de explosivos fueron lanzados sobre la Casa de Gobierno, la Plaza de Mayo, la Avenida Paseo Colón y la Residencia presidencial. Otros aviones se encargaron de ametrallar la Avenida de Mayo desde el Congreso hasta la Plaza de Mayo, mientras un grupo compuesto por efectivos navales y comandos civiles tiroteaban la Casa Rosada desde el lado de Plaza Colón. El criminal ataque dejó un saldo de más de 300 muertos y un millar de heridos, de los cuales casi 80 quedarían inválidos de por vida.

La férrea resistencia de los granaderos impidió que los marinos y comandos civiles pudieran asaltar la Casa Rosada. La defensa fue verdaderamente heroica y la llegada de refuerzos terminó por inclinar la balanza hacia el lado leal. Tal vez porque ya eran inútiles los ataques resultó más evidente la irracionalidad asesina de los complotados. Desde el aire siguieron ametrallando los alrededores de Plaza de Mayo, sumando muertos y heridos sin otra finalidad que sembrar el terror.

Epílogo

El libro encontrado hace una década entre los centenares de documentos que habían estado en poder de Isaac Francisco Rojas se convirtió así en un testimonio histórico de enorme importancia. El “Informe Casa Militar del 16 de junio de 1955” estaba acompañado con gráficos de situación, croquis de las zonas atacadas y numerosas fotografías que permitieron reconstruir la historia de lo sucedido durante el bombardeo en el interior de la Casa de Gobierno y en la Plaza de Mayo. Esa obra fue puesta en red para que pudiera ser conocida por toda la población. Abriendo aquella edición se citaban fragmentos de un discurso de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, y de la intervención del Presidente Néstor Kirchner cuando se cumplió el cincuentenario del ataque genocida. Con esas mismas palabras se cierra este recuerdo.

El 16 de junio de 1955 no murieron solamente ciudadanos de un partido determinado, murieron argentinos, chicos que iban en colectivo, hombres y mujeres que por ahí salían a buscar trabajo, a encontrarse con sus familiares, que salían de almorzar; murieron argentinos que por allí estaban de acuerdo con los que tiraban las bombas. Pero la incomprensión, la intolerancia y la irracionalidad de quienes las tiraban ni siquiera ese tipo de cosas alcanzaban a medir, era tal la acción de odio que no importaba”.

Ciento cincuenta años no es nada

Noé Jitrik, Crítico literario y escritor, autor de numerosos cuentos, novelas y ensayos críticos, literarios e históricos. Escribe en Página 12

El mundo, proclamó el vidente Macedonio Fernández, nació viejo. Tiene razón: siempre habrá retoños, siempre habrá recuerdos y retornos, siempre habrá muerte. Tal comprobación explica dos cosas menos fatales; la primera es que mucho se repite porque el mundo, a su vez, carece de imaginación o bien su imaginación es pobretona; la segunda, explica coincidencias notables. Eso, buen discípulo, ya lo supuso Borges, a quien hay que recurrir con frecuencia, cuando recordó que la famosa frase, “Tu quoque, filimei” que en su agonía habría pronunciado Julio César cuando estaba a punto de morir asesinado --lo consignó Shakespeare en su bellísima tragedia--, dirigida a su ahijado, reaparecía veinte siglos después en boca de un gaucho oriental --uruguayo, para quienes ignoran esta filiación-- cuando entre sus asesinos divisó a su ahijado, “Pero ché” le habría dicho.

Muchas coincidencias más debe haber pero se me ocurre una que viene a colación porque en este año se recuerda que hace 150, en 1872, dirigido a un público iletrado, o casi, aparecía, impreso en un papel rudimentario y en forma de un modesto folleto, el vasto poema titulado El gaucho Martín Fierro, de José Hernández, un enemigo del gobierno nacional y en ese momento todavía un exiliado.

Es vano detenerse en la fortuna que de inmediato tuvo ese texto aunque no sé si la seguirá teniendo, me temo que ya no es tan obvio que haya que conocerlo así como que es obvio que los actuales intereses culturales del gran público, por así decir, siguen otro rumbo en los tormentosos y difíciles tiempos que tardamos en comprender. Dicho sea de paso, de aquel folleto a las ediciones lujosas con que se lo sigue publicando la distancia recorrida es enorme, se podría decir que mucho nacido en taperas --el poema fue escrito en un humilde hotel de un poblado brasileño, Santa Ana do Livramento, y en horas de tedio-- llega a ocupar palacios, sin que eso sorprenda demasiado, el país es, por suerte, así, no perdamos las esperanzas.

Pero coincidencias: en 1872 todavía es presidente Sarmiento que, lo imaginamos furioso, pone a precio, unos mil pesos de entonces, la cabeza de Hernández pero no seguramente a causa del Martín Fierro sino de su participación en las agonizantes luchas caudillescas. Sarmiento, recordémoslo, es el autor del Facundo y en eso reside la coincidencia porque aquel poema y este texto pareciera que son los dos pilares de una literatura naciente o, como también se le ocurrió a Borges, dos opciones que marcan la historia de ese hoy no tan joven país, o Facundo o Martín Fierro, con cuál de los dos nos identificamos y cómo la opción se tradujo tanto en conflictos filosóficos --o ideológicos-- como políticos muy duros.

 

En los que no me voy a internar porque lo que importa es que ambos textos subsisten, dan que hablar y entre los dos constituyen gran parte de lo que una cultura en formación pudo lograr de trascendente. Y otra cosa, lo que a sus jóvenes 150 años devuelve al enigma de su perduración, que puede ser considerada modesta comparando con la de los poemas homéricos, que todavía dan que hablar, de más o menos 2800 años. Comparación no el todo arbitraria: el “Aquí me pongo a cantar”, con que comienza el poema, recuerda el “Canta, oh diosa, la cólera de Aquiles”, primer verso de la Ilíada”, tal vez sólo porque siempre hay un comienzo y siempre, la poesía, se inicia con un canto.

Pero no se trata de eso. Si bien se han hecho, prácticamente desde su aparición, numerosas exégesis del Martín Fierro, todavía el camino sigue abierto. Y da lugar a lo que podemos llamar “actitudes de lectura”, que se organizan, desde afuera desde luego, en líneas; una de ellas, la más frecuente, es que se deja de considerar el poema para entramarse con el personaje que es, al mismo tiempo, narrador y que no sólo es presentado como representante de un grupo humano, propio, tal vez, de lo que Sarmiento pudo llamar, más o menos ligeramente, el “desierto”, sino de una identidad posible, el gaucho como el “ser” argentino esencial, tal como lo entendió Carlos Astrada en El mito gaucho. También, desde una perspectiva psicológica, como víctima que al mismo tiempo encarna una rebeldía asistemática, alguien que “no quiere” o bien que “quiere caprichosamente”, porque sí, pero también porque rechaza el orden instituido, descree de la organización, desconfía del Estado, no tolera los abusos y se manifiesta profundamente arraigado, como que viene de la historia y de la tierra, no comprende al “extranjero”, encarnación viva de una negación insoportable.

Y, sigo con la identificación: para los anarquistas, que quizás no leyeron con atención la Vuelta, el personaje, elevado a la categoría de héroe mítico, era un modelo a seguir; de ahí que la revista que creó y dirigió el escritor anarquista Alberto Ghiraldo se llamara “Martín Fierro”, lo mismo que, paradójicamente, la que posteriormente fue el estandarte del grupo de Florida, nada anarquista. Dos miradas, pues, que indican respectivas apropiaciones, lucha simbólicao de valores, un tanto al margen de lo que puede tener, y en mi opinión tiene, de poesía.

Se trata entonces, más bien, de lecturas y de sus manifestaciones por de pronto entre dos ideas de sociedad, y, no menor, entre literatura culta y literatura popular, dos expresiones equívocas o dos recipientes en los que se instaló al Martín Fierro: hoy no sabemos muy bien qué hacer con lo que puebla ambos campos. Leopoldo Lugones, por ejemplo, en la primera, se convierte en un clásico para hablar del poema en su barroco El Payador, reverenciado en su momento por el Presidente de la Nación, que no sabe si debe admirar al poeta “laureado” o al personaje reivindicado, y por lo más granado de la oligarquía argentina, intento que debe ser leído tanto en la evolución política y verbal del poeta que fue modernista como en determinada propuesta de lo que debe ser la literatura nacional. Ricardo Rojas lo ha canonizado y hay que esperar a Ezequiel Martínez Estrada para rescatarlo como fenómeno específico, cargado de significaciones. Sobre todo lo cual escribió Pablo Martínez Gramuglia en un original estudio sobre las lecturas deque fue objeto el poema, muchas y relevantes.

En el otro campo es más complicado decirlo si se considera, como gran parte de la crítica lo ha sostenido, que al mismo tiempo que es la culminación de la gauchesca es su partida de defunción. Y quizás la del gaucho mismo, tal como en La vuelta pareció admitirlo el poeta, no por la vía del exterminio, tal como ocurrió efectivamente con el indio, sino por la de la adaptación. El réquiem no está en el poema sino en las prolongaciones narrativas, tipo Juan Moreira u Hormiga Negra, que lindan con el grotesco o bien con Don Segundo Sombra, espejo de fieles mayordomos, del buen patrón (de estancia) por supuesto.


El Fierro que regresa de las tolderías en La vuelta viene cambiado, amansado se diría, y su creador empieza a ser reconocido y aceptado e integrado, da consejos, ya no mata a nadie, ya no se rebela. Se lo ha juzgado por eso sin llegar a condenarlo, la poesía le continúa, “como agua de manantial” escribió años antes y le estamos agradecidos porque conserva la gracia pese a que su intento de dar cuerpo e identidad a la literatura nacional no haya podido resistir los embates del castellano regular, el que usó en las contiendas legislativas. Lo perdonamos y siempre lo hemos perdonado porque continuó en la gracia y la sabiduría, porque nos sigue nutriendo y, extrañamente, su lengua, que parece muy extraña en estos tiempos de jergas extravagantes, nos “dice”, nos habla de nosotros mismos y de lo que podemos ser. Buena salud en estos ciento cincuenta años, que sus campanas no sean de palo que el decadente gaucho se empeñaba en tañer. Y que no escuche los cantos de sirena de los academicismos y la antipoesía que todo lo reduce a la celebración solemne y vacua e intenta enclaustrarlo en las redes de la insignificancia.

o espero que los buenos ciudadanos de esta tierra trabajarán para remediar sus desgracias

Belgrano

El 25 mayo [Manuel Belgrano] dictó su testamento en que declaró heredero a su hermano Domingo. Lo nombró patrono de las escuelas para cuya construcción había donado 40.000 pesos oro y le pidió especialmente que se encargara de la crianza, manutención y educación de su hija Manuela Mónica, a la que le había dejado en Tucumán una cuadra de terreno.

El 3 de junio pasó su cumpleaños número 50 en compañía de algunos amigos y sus hermanos Miguel, Domingo y Juana. El doctor Sullivan tocó el clavicordio para distraerlo aunque más no fuera de aquellos tremendos dolores finales y de la depresión que le causaba su situación económica.

Unos días después tuvo la grata sorpresa de recibir la visita de su querido compañero de armas Gregorio Aráoz de Lamadrid, aquel guerrero temerario que al final de sus días “coleccionaría” más de cien heridas en su cuerpo, a las que gustaba llamar “condecoraciones” de innumerables batallas. Recuerda Lamadrid en sus memorias: “Pasé a saludar a mi general Manuel Belgrano […]. Encontré al general sentado en su poltrona y bastante agobiado por su enfermedad. Mi vista le impresionó en extremo, no menos que a mí la suya” i1.

Se estrecharon en un profundo abrazo y Belgrano le alcanzó unos papeles. Eran unas memorias que había comenzado a escribir Gregorio en Fraile Muerto dos años atrás. Le pidió que las revisara y las continuara: “Estos apuntes –le dijo– los hizo usted muy a la ligera; es menester que los recorra y detalle más prolijamente y me los traiga”.ii2 Hablaron de recuerdos comunes, de los pastos quemados en Tucumán, de aquellos días felices del triunfo y, lógicamente de la grave situación que se vivía en esos días de guerra civil.


 

Le dijo a su amigo Celedonio Balbín, que lo visitó en su lecho de enfermo terminal:
“Amigo Balbín, me hallo muy malo, duraré pocos días, espero la muerte sin temor, pero llevo un gran sentimiento al sepulcro: muero tan pobre, que no tengo cómo pagarle el dinero que usted me tiene prestado, pero no lo perderá. El gobierno me debe algunos miles de pesos de mis sueldos; luego que el país se tranquilice lo pagarán a mi albacea, el que queda encargado de satisfacer a usted con el primer dinero que reciba” iii3.

La noche del 19 de junio de 1820, la última de Manuel en este mundo, la fiebre se lo llevó por un rato al terreno de los recuerdos, a unas borrosas imágenes infantiles en el mismo barrio y la misma habitación en la que ahora se moría, los olores frutales de naranjos y azahares, los gritos sonoros de los negros en el fondo de la casa. El viaje a Europa, las aulas, pero también las chicas de Salamanca. Los debates interminables en el Consulado, las noches robadas al amor de Josefa en su estudio escribiendo informes y memorias sobre industria, educación y justicia social que algún día alguien leería y entendería. Aquel sol de Rosario, las baterías del Paraná y la bandera. El éxodo, las caras hermosas y dignas de los changuitos jujeños. La gloria de Tucumán, el amor de Dolores, su querida hijita Manuela Mónica. El triunfo de Salta y ese sabor de la justicia que tanto le costó degustar después. Trataba de evitar en aquel recorrido febril los malos tragos, los traidores, los ingratos y todos esos personajes que él mismo había definido como “partidarios de sí mismos”. La tos y un ahogo convulsivo lo trajeron de vuelta a aquel helado anteúltimo día del otoño porteño.

La noche fue agitada y a las 7 de la mañana del 20 de junio de 1820, sin que nadie lo notara en esa caótica Buenos Aires del “día de los tres gobernadores”, moría Manuel Belgrano. Alcanzó a decir unas últimas palabras: “Yo espero que los buenos ciudadanos de esta tierra trabajarán para remediar sus desgracias. Ay, Patria mía”.

Dice uno de sus biógrafos más exhaustivosiv 4 que, al practicar la autopsia, el doctor Juan Sullivan notó que Belgrano tenía un corazón más grande que el común de los mortales.

En junio de 2012, gracias a la invitación del doctor Daniel López Rosetti, pude participar de un “Ateneo anatomo-clínico” que se realizó en el Instituto de Cardiología del Hospital Italiano de Buenos Aires. En él se hizo una muy interesante experiencia de reconstrucción histórica y médica, que permitió llegar a un diagnóstico de la causa de la muerte: una insuficiencia cardíaca, que en su evolución afectó también el funcionamiento hepático y renal v5

Solo un periódico de Buenos Aires, El Despertador Teofilantrópico, dirigido por el padre Castañeda, dio cuenta de lo ocurrido: “Es un deshonor a nuestro suelo, es una ingratitud que clama el cielo, el triste funeral, pobre y sombrío que se hizo en una iglesia junto al río, al ciudadano ilustre general Manuel Belgrano”. Ni la Gaceta, que era el periódico oficial, ni El Argos, que se jactaba en su subtítulo de tener cien ojos para ver la realidad, informaron sobre la muerte de Manuel Belgrano. Para ellos no fue noticia.


Felipe Pigna, Manuel Belgrano, vida y pensamiento de un revolucionario, Buenos Aires, Editorial Planeta, 2020, págs. 432-434.

(-tomado de: https://www.elhistoriador.com.ar/la-muerte-de-belgrano-no-fue-noticia-por-felipe-pigna/)

Güemes

Güemes fue gobernador de Salta durante seis años elegido por asamblea popular, demostrando el aprecio de una gran parte de la población, pero su figura pasó a la historia por su valentía descomunal durante la Guerra de la Independencia y en las guerras civiles argentinas. Güemes fue un gran colaborador en el proyecto emancipador del general San Martín y un innovador estratega militar y amigo de Manuel Belgrano; una nutrida correspondencia epistolar entre ambos es fiel prueba de ese cariño mutuo.

"Martín Miguel de Güemes fue el líder de esta contienda en el norte y de este grupo de soldados gauchos que conformaron la base del Ejército de Güemes, que puestos a combatir contra el enemigo desplegaron sus vastos conocimientos. Y Güemes supo además trasladar el respeto de sus gauchos a los intereses de la Patria, a través de acciones solidarias con las viudas, huérfanos y necesitados, al compartir sus bienes. Es por ello que en las peores épocas de la guerra tuvo que recurrir a préstamos voluntarios y forzosos, a expropiaciones a españoles que no colaboraban en la guerra, a suspensión del pago de arriendos, lo que le ganó numerosos enemigos internos que luego terminarían atentando contra la vida del líder", describe Mario Lazarovic, director del Museo Histórico del Norte al recordar la figura de Güemes.

En la noche del 7 de junio de 1821, una columna realista guiada por un traidor local sorprendió a Güemes, en Salta, hiriéndolo de gravedad. Güemes huyó junto a sus fieles guachos hacia la quebrada de la Horqueta, donde murió en un catre, a la intemperie, luego de agonizar de manera atroz durante diez días.


 

"Voy a dejarlos, pero me voy tranquilo, porque se que tras de mi quedan ustedes, que sabrán defender la patria con el valor del que han dado pruebas”, fueron de las últimas palabras que dijo Güemes a sus gauchos. Tenía 36 años.

"Martín Miguel de Güemes, desde niño, estuvo relacionado con el campo, con las tareas agrícolas y ganaderas ya que muchas veces con su familia pasaba largas temporadas en la Finca La Despensa, cercana a Campo Santo, Dpto. Gral. Güemes, en la Provincia de Salta. El contacto que tuvo con la tierra, con la geografía de los cerros y especialmente con los hombres de campo le traería posteriormente una ayuda muy grande cuando al empuñar su sable para combatir a los realistas supo ganarse el crédito de los gauchos de toda la región quienes lo siguieron en esta causa, incluso hasta después de su muerte" destaca Mario Lazarovich.

Gracias a su coraje y espíritu libertario, Martín Miguel de Güemes conquistó al guachaje y creó a “Los Infernales”, una tropa de soldados imbatibles defendieron la frontera norte cuando el ejército de San Martín fue a liberar Chile y Perú. "Los Infernales" frenaron en el norte siete invasiones realistas usando la táctica que fue conocida como "guerra de guerrillas", atacaban sorpresivamente y se dispersaban en el monte.

"Güemes organizó junto con José de San Martín, la estrategia de la guerra de recursos contra los realistas, basada principalmente en la capacidad y los conocimientos que los gauchos tenían de su territorio. Ellos como ninguno conocían como la palma de su mano las quebradas, los ríos, los cañadones y los pasos entre los valles. Este conocimiento puesto al servicio y causa de la emancipación de nuestro país resultarían con los años decisivas para controlar la frontera norte", agrega Lazarovich.

https://www.cultura.gob.ar/martin-miguel-de-guemes-el-heroe-gaucho-9135/

Los pueblos que reniegan de su historia y no saben de dónde vienen, no podrán entender sus presentes y mucho menos, construir sus futuros. Nadie se salva solo. Que cada quién haga su parte.


Daniel Roberto Távora Mac Cormack



i1 Aráoz de La Madrid, Memorias, Establecimiento de Impresiones de Guillermo Kraft, Buenos Aires, 1895, Tomo II, pág. 1-2.

ii2 Ibídem, pág. 2.

iii3 Mario Belgrano, Belgrano, Imprenta de Gerónimo Pesce, Buenos Aires, 1927, pág. 323.

iv4 Mitre, Historia de Belgrano y de la independencia argentina. Véase, además, el detalle de la autopsia del doctor Sullivan y su análisis en Daniel López Rosetti, Historia clínica 2. Para conocer a los grandes personajes de la historia, Planeta, Buenos Aires, 2014, pág. 45-50.

v5 Véase López Rosetti, op. cit., pág. 50-51.

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