Ciencia Ficción y Realidad: Las diferentes formas de ver el mundo

 


Sucesos inesperados

Iván Schargrodsky en su Newsletter “OFF THE RECORD” en la plataforma “Cenital

Más allá de sus consecuencias y circunstancias concretas, el episodio del avión de EMTRASUR — Mahan Air ya garantizó fuertes dolores de cabeza para el gobierno argentino. No hace falta acreditar la identidad de Gholamreza Ghasemi para trazar una relación verosímil entre la tripulación iraní -presumiblemente perteneciente a la aerolínea propietaria de la aeronave- y el accionar de su gobierno en el extranjero. Mahan Air fue sancionada por el Departamento de Estado de los Estados Unidos por proveer soporte logístico a las operaciones armadas e ilegales que la República Islámica realiza en el exterior.

La empresa EMTRASUR fue creada en febrero de 2020 por decreto como parte del complejo aeronáutico estatal venezolano CONVIASA. El avión retenido fue adquirido de la iraní MahanAir en enero de este año. El carácter mixto, iraní y venezolano de la tripulación, sugiere que el alcance del acuerdo podría trascender la mera adquisición de la aeronave.

La fuerza Quds, de la que según los trascendidos formaría parte Ghasemi, es la rama de la Guardia Revolucionaria Islámica iraní que interviene habitualmente en operaciones en el extranjero. El apoyo armado y de inteligencia iraní a los hutíes en la guerra civil de Yemen, al gobierno de Bashar al Assad en la guerra civil Siria, a la Jihad Islámica Palestina y, muy sensiblemente, al Hezbollah libanés, se canaliza en gran medida a través de la fuerza Quds, que comandó hasta su asesinato por un drone estadounidense en marzo de 2020 el general Qasem Soleimani. Con los señalamientos existentes hacia Irán y Hezbollah por los atentados contra las sedes de la AMIA y la Embajada de Israel, lo que podía ser una mera cuestión administrativa se convierte en una tormenta. Hasta anoche, algunos funcionarios a cargo de la secuencia sostenían que Ghasemi podía ser un homónimo. Hay un escenario que, de confirmarse, le daría oxígeno a la administración nacional y dejaría sin efecto las denuncias opositoras: según pudo saber, las agencias de inteligencia de Estados Unidos e Israel enviarían notas de agradecimiento al comportamiento de las autoridades argentinas.


Las alertas en Uruguay y Argentina parecen ubicar el conocimiento sobre el hecho en el mismo día y, tal como se reconoce en cada comunicación oficial, no pesaba sobre los tripulantes ningún pedido de captura que justificara una retención. Lo de Paraguay, al menos hasta que no haya una prueba concreta, parece destinado a cubrir su propia responsabilidad en todo el incidente. El avión que llegó de México trajo a la Argentina componentes para la fabricación de vehículos. En cambio, el mismo avión de carga salió libremente de Paraguay con un cargamento de tabaco perteneciente a la empresa Tabacalera del Este, con destino a la isla de Aruba, un territorio no soberano que integra el Reino de los Países Bajos.

Tabacalera del Este pertenece históricamente al ex-presidente Horacio Cartes que, desde antes de su asunción, ha sido señalado por investigaciones que lo vinculan al contrabando de cigarrillos. Un informe de inteligencia, presentado el mes pasado al Ministerio Público paraguayo por la Unidad Antilavado de ese país y revelado por dos medios, implicaría con pruebas concretas al ex-presidente, una figura poderosa del Partido Colorado, enfrentado en la interna a su sucesor, Mario Abdo Benítez, en una red de lavado de activos procedente del tráfico ilegal. La información que tuvo tempranamente la oposición tal vez tuvo que ver con esto. ¿Será que Mauricio Macri se anticipó a través de los colaboradores de Patricia Bullrich para proteger a su socio en Yacylec? Es una incógnita.

El episodio de la aeronave iraní no fue el único de orden internacional. Las crónicas de analistas y diplomáticos sobre la Cumbre de las Américas que concluyó el último viernes difícilmente resistieron señalar el contraste entre el encuentro de Los Ángeles convocado por el gobierno de Joseph Biden y el que tuvo lugar en Miami en 1994, cuando un Bill Clinton empoderado luego del triunfo por abandono que dio final a la Guerra Fría anunció la futura creación de una zona de libre comercio continental que -vale también recordar- naufragó en la cumbre de Mar del Plata, en 2005, a partir de la resistencia liderada por Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Lula Da Silva.

Nada de 2022 recuerda aquel lejano 1994. La apertura comercial no está cuestionada en América Latina sino en Washington, donde el consenso de aquel momento hegemónico estalló hace ya casi una década, por izquierda y por derecha. En 1994 los Estados Unidos proyectaban un modelo creíble de gobernabilidad democrática; hoy la coyuntura se encuentra marcada por las desavenencias internas, con la fracción mayoritaria de uno de los dos grandes partidos desconociendo el resultado de las últimas elecciones y su principal referente -el ex-presidente Donald Trump- cuestionado por una investigación de la Cámara baja del Congreso, con evidencia bastante sólida, por haber organizado un acto de insurrección destinado a evitar que el ganador de las elecciones accediera al gobierno.

Los Estados Unidos, además, enfrentan los problemas de inflación más serios entre las economías desarrolladas y respuestas que, desde el gobierno, aparecen erráticas en el mensaje público. Mientras el propio Joe Biden escribió en el Wall Street Journal -en sintonía con los manuales ortodoxos- que dejará actuar a la FED en su sendero de suba de tasas de interés -lo que podría dar lugar a una recesión en el futuro no muy lejano- el propio Presidente, muchos funcionarios de su administración y varias de las principales figuras demócratas coquetean con la idea de una inflación impulsada por las ganancias empresarias. El mismo 10 de junio, Biden acusó a las grandes petroleras de beneficiarse de no producir más petróleo, a partir del aumento de precios. Una versión norteamericana de las hipótesis sobre la reticencia a invertir y la concentración empresaria tan habituales en Argentina. La senadora Elizabeth Warren, que impulsó un proyecto para establecer controles de precios ante “shocks de mercado excepcionales”, dio pie a un neologismo de esos que tan bien sientan al inglés: Greedflation. Inflación por codicia.

Si la posición estadounidense es de mucha menor fortaleza interna, la situación respecto de América Latina se modificó desde que China lo desplazó como principal socio comercial. Las consecuencias son múltiples. Incluyen la primarización relativa de las economías -impulsadas por la exportación de commodities-, la modificación del origen del financiamiento y las inversiones -particularmente en sectores regulados o basados en recursos naturales- y una lógica modificación en la geopolítica. Menor dependencia del mercado estadounidense significa, también, mayor margen de autonomía. Hubiera sido difícil encontrar a una figura tóxica globalmente, como Jair Bolsonaro, poniendo condiciones para concurrir a la Cumbre hace apenas una década, pero aquello sucedió y el gobierno estadounidense accedió a una bilateral con el brasileño, deseoso de mostrarse como estadista ante una cercana elección presidencial en la que Lula Da Silva lo aventaja por más de 20 puntos.

La cuestión migratoria apalanca la posición de México que se permitió desairar ruidosamente al presidente estadounidense. AMLO no participó del cónclave, alegando la no invitación a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Su posición fue acompañada por Bolivia, donde las heridas abiertas por el último golpe de Estado y un antinorteamericanismo constitutivo en el MAS informan gran parte de las decisiones de política exterior. No fue el único desplante importante que recibió Biden. Los mandatarios de Honduras, Guatemala y El Salvador tampoco dijeron presente. Todos esos países integran el llamado “triángulo norte” de donde proviene la mayor parte de la inmigración irregular que ingresa a los Estados Unidos. En cada caso, la paritaria se jugaba en otra parte, aunque todos fueron sintomáticos de las decepciones que la región tiene con un Biden que generó expectativas más altas que la única que ha cumplido hasta ahora: ser preferible a su predecesor.

Habrá que dar crédito al presidente Alberto Fernández y a sus asesores coyunturales, -entre los que sobresalen el embajador argentino en DC, Jorge Argüello, así como Gustavo Béliz y Sergio Massa- por la participación realizada en la Cumbre. Lejos de quienes proponían hacer seguidismo del presidente mexicano o de quienes aconsejaban una postura genuflexa frente al estadounidense, el mandatario argentino -y titular de la CELAC- obtuvo una tribuna de peso para señalar las diferencias existentes con el rol cumplido por los Estados Unidos a nivel regional -con el cuestionamiento a exclusión de Cuba y de Venezuela de la Cumbre, pero también a las sanciones y sus consecuencias, tan impotentes para modificar el comportamiento y la composición de los gobiernos como potentes para dañar a los pueblos.

Una relación madura con los Estados Unidos requiere sin dudas una gestión razonable de las diferencias, derivadas tanto de la asimetría existente entre nuestros países como del modo en que la superpotencia las gestiona. Una cumbre que no tiene una agenda propositiva clara es, antes que nada, una tribuna. Plantear diferencias sin rupturas es un activo diplomático. La invitación al presidente al próximo encuentro del G7 da cuenta de los resultados de una estrategia de firmeza no sobreactuada que posiciona a Argentina como un stakeholder responsable a nivel global. La visita acordada para julio con Biden permitirá desarrollar una agenda positiva, centrada en las cadenas de suministros estratégicas. A modo de ejemplo -y a pesar de algunos problemas recientes con las prácticas fiscales del sector, que motivaron una intervención oficial a nivel provincial y nacional-, Argentina es el principal proveedor de litio que tienen los fabricantes estadounidenses y es de esperar que esa posición solo se fortalezca en los próximos años.

Otro activo de las cumbres, aun las más modestas en sus logros, es la presencia de varios mandatarios, que habilita la realización de encuentros bilaterales muchas veces de mayor importancia concreta que la cumbre misma. El presidente argentino se reunió con el jefe de Gobierno canadiense, Justin Trudeau, y con su par chileno, Gabriel Boric, además del titular de Naciones Unidas, António Guterres. La posición argentina sobre la invasión rusa de Ucrania es de interés para un Guterres enfocado -con pocos resultados- en el fin de las hostilidades. Las coincidencias con Canadá en todos los foros internacionales en materia de energía y agroalimentos son numerosas y el país del norte es el principal inversor minero en Argentina. Además de la afinidad personal con Boric, se ampliaron las oportunidades crecientes para el gas argentino en Chile.

Sin embargo, la bilateral más importante -e inesperada- fue la que Fernández mantuvo con su par brasileño. El encuentro, de media hora de duración, tuvo un eje pragmático. Brasil busca asegurarse con gas argentino, cubrir el declino de los pozos bolivianos y garantizar su seguridad energética ante los vaivenes de sus represas. Hay por delante enormes necesidades de infraestructura para que el gas argentino llegue a distintos lugares del mundo. La desmentida de Matías Kulfas del contenido de aquel off the record que se redujo en los tribunales a una mera crítica política y la ratificación tanto de la premura como de la importancia de la obra que llevan adelante las autoridades de Energía Argentina va en ese andarivel.

La vuelta del presidente a Buenos Aires, sin embargo, fue también el regreso de los grandes problemas irresueltos. Si Martín Guzmán debió suspender el viaje que iba a hacer a Toronto para participar del evento minero más importante del mundo -la delegación argentina tras la renuncia de Matías Kulfas y la ausencia de Guzmán fue encabezada por la muy competente secretaria de Minería, Fernanda Ávila, y reunió a los gobernadores Gerardo Morales, Sergio Uñac, Rodolfo Suarez, Gustavo Sáenz, Raúl Jalil y Alicia Kirchner- o lo hizo por un tema logístico a esta altura es anecdótico. Argentina enfrenta una pequeña crisis que versa sobre la cotización de los bonos, especialmente en pesos. Varios factores entran en juego. El periodista Nicolás Lantos atribuyó a Luis Caputo haber dicho, en un encuentro reservado, que, en caso de llegar al gobierno, el espacio que integra no cumpliría con las obligaciones en pesos en las condiciones vigentes.

Además de este trascendido hubo tres actores del mercado que escucharon en vivo la misma definición por parte de economistas opositores que ya ejercieron esas prácticas singulares cuando fueron gobierno. Las expresiones públicas de los referentes económicos opositores, en general, tampoco son tranquilizadoras. Ninguno de ellos dijo que en un eventual gobierno honraría los vencimientos en pesos. Acá se da un fenómeno interesante. En 2019, el entonces oficialismo aseguraba que el mercado se había derrumbado por el triunfo del populismo. Hoy se podría dar a la inversa: el fenómeno se repite, pero porque el que defaulteo deuda en pesos puntea en las encuestas. Una curiosidad. 


Los más perspicaces ven allí el intento de generar una profecía autocumplida. Si se pierde la confianza en el pago de la deuda, convalidarla significaría un aumento sustantivo ya sea de la emisión o de la tasa de interés. Una estrategia que recuerda a la de Cavallo en el 89, cuando en sus encuentros con inversores internacionales pedía que no le refinanciaran deudas a Alfonsín. Una especulación que sólo es posible por una debilidad económica que no se condice con el récord del precio de la soja y los granos.

Otro factor aún más preocupante es el rumor, muy extendido, de que la corrida contra los bonos en pesos ajustados por inflación fue impulsada por el desarme de posiciones en Fondos de Inversión del Banco Nación en poder de Energía Argentina por un valor cercano a los 9 mil millones de pesos a la que se sumaron movimientos especulativos de otros actores. El destino aparecía ligado a las funciones de la firma, responsable de la construcción del gasoducto y de las indispensables importaciones de energía. Que un movimiento de esa magnitud y características pudiera realizarse sin coordinación con el Banco Central o el Ministerio de Economía para encontrar demandantes adecuados a ese brutal aumento de la oferta, es en sí mismo un diagnóstico preocupante sobre el estado de funcionamiento del gobierno en un contexto en el que la huída masiva hacia los bonos del tesoro norteamericano derrumba el valor de los activos más riesgosos y siembra dudas sobre la ya precaria planificación financiera nacional. La interna entre Miguel Pesce y Guzmán -que incluyó operaciones de prensa en medio de la corrida- no colabora ante la inminencia de un vencimiento de mucho más volumen el 30 de junio. “Si el equipo económico iba a ver a Salomón cortaban al pibe en cinco pedazos”, resumió un actor del sector.

Las implicancias que esto puede tener en el sector privado solo las determinará el tiempo. Mientras tanto, la reunión que celebró el vigésimo aniversario de AEA reconfirmó una vieja certeza: en Argentina, como en la mayor parte del mundo, las caracterizaciones de los empresarios no están a la altura de las empresas a su cargo. Donde las grandes compañías son adaptativas, creativas e innovadoras, sus dueños y directivos son dogmáticos y rígidos. Para una asociación que nació para evitar normativamente la extranjerización del gran capital nacional durante el pico de la crisis del 2002, la forma en que fue planteado el leit motiv del encuentro -El sector privado como motor del desarrollo, como una oposición binaria en la que el Estado sería básicamente un enemigo- resulta al menos curiosa.

Las declaraciones de Federico Braun de La Anónima sobre la frecuencia con la que remarcan fueron representativas sobre unas jornadas donde se defendió al “capitalismo” como si en Argentina estuviera en discusión una revolución socialista. La advertencia de Héctor Magnetto sobre el impuesto a la renta inesperada -que difícilmente apruebe el Congreso- como una forma de “confiscación” o la de Martín Migoya sobre el populismo y la necesidad de que el Estado “al menos se quede quieto”, aportaron al tono hiperbólico del encuentro. Globant, la empresa de Migoya, es una compañía enormemente dinámica, que crea empleo calificado en el país y que se ha beneficiado por los regímenes de estímulo desde la primera Ley de Software hasta la actual Ley de Economía del Conocimiento así como La Anónima lo hizo, por ejemplo, con los Créditos del Bicentenario.

En un clima bastante alejado de los consensos que todos coincidieron en reclamar, quizás las intervenciones más interesantes hayan surgido de los empresarios acaso más representativos. Aún con el tamiz de sus reclamos sectoriales extremadamente presentes, el propio Magnetto y Paolo Rocca aportaron una mirada global muchas veces ausente en la dirigencia. La alta penetración de las redes de telecomunicaciones en el país, las oportunidades que aquello abre para la exportación de servicios o el crecimiento de la productividad de las empresas fueron lo más sustantivo del discurso del CEO del Grupo Clarín. Rocca, embanderado con occidente contra sus competidores chinos, señaló un cambio estructural que supondría la invasión de Ucrania y se extendió sobre las oportunidades de desarrollar el sector energético como un vector de crecimiento capaz de aprovechar la reformulación de las cadenas de suministro.

El CEO de la T se tomó el tiempo para explicar muy detalladamente las complejidades y desafíos que supone el cortísimo plazo de realización de la obra del gasoducto Néstor Kirchner. Una licitación realizada en tiempo récord, a la altura de la necesidad de llegar al año próximo sin ningún atraso y que requerirá una ejecución de relojería. Fue el único momento en que alguno de los presentes se permitió elogiar un accionar estatal. No tan curiosamente, sin embargo, tanto Magnetto como Rocca coincidieron en pedir para el desarrollo de la energía y las telecomunicaciones marcos normativos que estimulen la inversión en su desarrollo. A la hora de la verdad, saben, por experiencia, que no hay empresas sin Estado.

Visiones de una guerra que propone realidades diferentes.


La guerra entre Rusia y Ucrania implica un nuevo shock a la economía mundial que pone freno a la recuperación postpandemia. Los efectos se reflejan en una desaceleración de la actividad económica, de los flujos comerciales internacionales y en un nuevo salto en los precios de las materias primas, que ya habían aumentado notablemente en 2021. La fragilidad del contexto se completa con algunos fenómenos no resueltos en el marco de la pandemia, como las nuevas olas de contagio, las fricciones en las cadenas globales de valor, los altos costos del transporte y los ajustes esperados en la política económica para contener las tensiones inflacionarias a nivel mundial. Los países de América Latina y el Caribe (ALC) enfrentan este complejo escenario a partir de realidades heterogéneas. (Conexa – Boletín del Banco Interamericano de Desarrollo- Síntesis de información y datos sobre integración y comercio Nª14 BID INTAL)

Las consecuencias en el comercio global

Tras La Fuerte Recuperación Del Comercio Internacional En 2021, La Dinámica Del Intercambio Global Vuelve A Debilitarse. El conflicto bélico entre Rusia y Ucrania redujo las expectativas de crecimiento económico mundial, siendo el comercio uno de los canales de transmisión de la crisis, tanto a través de mayores precios como de menores cantidades demandadas. El FMI ha recortado sus proyecciones de crecimiento del PIB global luego del inicio de la guerra, de 4,2% a 3,6% para 2022, en tanto que la OMC hizo algo similar con sus estimaciones de los flujos comerciales reales (de 4,7% a 3%). De esta manera, el volumen del intercambio global observaría un fuerte debilitamiento luego de crecer 9,8% en 2021 (y 26% en valores). Las exportaciones de ALC han seguido un sendero similar al del comercio mundial y se espera que en 2022 acumulen una variación de 8% en términos nominales

Inteligencia Artificial y Guerra 



Un ingenioso parlamentario danés no identificado afirmó una vez: " Es difícil hacer predicciones, especialmente sobre el futuro ". En ninguna parte las predicciones son más desafiantes que en la seguridad nacional. Los resultados de la guerra pueden tener poca relación con las expectativas. A pesar de las dificultades para predecir el futuro, nuestro futuro será producto de la imaginación humana de hoy. Podemos mirar a la ficción para ayudar a predecir el futuro, pero debemos tener cuidado con lo que internalizamos.

Como sociedad, nuestros miedos y esperanzas sobre el futuro a menudo se manifiestan en la ciencia ficción (sci-fi). Menos de una década después de que el Hunley se convirtiera en el primer submarino en hundir otro barco, Veinte mil leguas de viaje  submarino anticipó la influencia que tendría la guerra submarina en el siglo XX. La guerra en el aire de HG Wells predijo la guerra aérea años antes de la Primera Guerra Mundial. Buck Rogers en el siglo XXV y Flash Gordon reflejaron el optimismo general acerca de la tecnología a principios del siglo XX. En contraste, los temores del mundo real de un apocalipsis nuclear en la década de 1950 encontraron expresión en películas como El día que la Tierra se detuvo . Películas como Juegos de guerra y El día después reflejó preocupaciones sobre la política internacional e incluso afectó la política interna.

Inteligencia artificial y ciencia ficción

Como paraójica semblanza de las subjetividades, sensaciones y sentimientos humanos frente a las dificultades que solemos problematizar para enfrentarlos y elegir soluciones, las ficciones suelen explicitar mejor aquello que solemos no querer expresar en términos de realidad, dato, información. La inteligencia artificial y su exposición en las narrativas ficcionales nos proponen en el siguiente artículo, un recorrido interesante a ese respecto.

Desafortunadamente, las mismas cualidades que admiramos de la buena ciencia ficción pueden desviar nuestra atención de los desafíos inmediatos a problemas en un futuro distante o inflar las esperanzas y los temores sobre el potencial futuro de la IA. Los creadores de ciencia ficción son imaginativos y atractivos: cuentan una buena historia. Las buenas historias, sin embargo, son aún menos predictivas del futuro que los intentos de predecir el futuro. Los narradores no permiten que cosas triviales como la realidad se interpongan en el camino de una buena trama. Los estrategas tampoco deben permitir que una historia convincente se interponga en el camino de una estrategia que funciona. Desafortunadamente, los grandes narradores tienen una forma de engañar a los estrategas para que mezclen historias con estrategias y predicciones.

La ficción es una excelente manera de explorar las posibilidades y los riesgos de la IA. Bien hecha, la ficción sirve como una forma de guiar las decisiones que tomamos. Desafortunadamente, muchas representaciones de la IA en la ficción se enfocan demasiado en el futuro, a veces imputando capacidades que es poco probable que existan y, en consecuencia, no se involucran con los desafíos que enfrentamos en el futuro cercano. Mejores ejemplos abordan problemas que vamos a enfrentar pronto. Comprender qué ficción se ajusta a qué descripción nos ayuda a ajustar nuestra comprensión en consecuencia.

IA como villano

Entre los escritores de ciencia ficción, Isaac Asimov, Frank Herbert y Arthur C. Clarke establecieron la IA como una amenaza potencial. La IA de Asimov es en su mayoría benévola, como con Daneel Olivaw en la Serie Robots . Los robots de Asimov son buenos en parte porque propone las "Tres leyes de la robótica" como salvaguardas necesarias, reconociendo que la IA puede ser peligrosa. Las "Tres leyes de la robótica" todavía afectan nuestra forma de pensar sobre la ética y la IA . AI nunca aparece en la serie Dune de Herbert, porque antes de las historias, la humanidad y AI lucharon en un enfrentamiento existencial durante Butlerian Jihad . Clarke contribuyó con un villano arquetípico de IA en la computadora HAL. HAL adquiere sensibilidad, se vuelve loco debido a órdenes contradictorias y intenta matar a los astronautas a los que se supone que sirve .

El ojo rojo de la cámara de HAL 9000 de 2001: Una odisea del espacio de Stanley Kubrick (Wikimedia)


Star Trek incorporó la ciencia ficción y estableció un patrón para muchas historias futuras de ciencia ficción con IA. Durante la primera temporada, el episodio apropiadamente titulado "The Ultimate Computer" presentó la computadora M-5 como una máquina que podría hacer funcionar una nave estelar. Parte de la amenaza del M-5 era que dejaría obsoletos a los comandantes humanos. Por supuesto, la posibilidad de que la IA reemplace a los humanos en algunas carreras sigue siendo una preocupación .. El defecto fatal del M-5 fue que el desarrollador usó sus propios patrones cerebrales, no completamente cuerdos, para programar el M-5. En la segunda temporada, el episodio "The Changeling" presenta a Nomad, una sonda lanzada desde la Tierra en el siglo XXI que ha adquirido sensibilidad y poderes tremendos. Nomad se volvió consciente cuando se fusionó con una sonda alienígena, lo que dejó a Nomad con el imperativo de matar toda vida imperfecta. En ambas historias, el Capitán Kirk pudo superar a la IA al explotar las contradicciones lógicas en las suposiciones de la IA, un tropo que se repetiría en muchas representaciones futuras de la IA .

Un hito en la representación de la IA en la ciencia ficción fue el cuento de Harlan Ellison " No tengo boca y debo gritar " (IHNMIMS), publicado en 1968. Ellison trabajó en Star Trek pero compartió poco de su optimismo y la diferencia. en los programas de Outlook. Antes de IHNMIMS, las superpotencias se apresuraron a crear IA y EE. UU. creó "AM", que obtiene el control de las armas nucleares. AM lanza armas nucleares y preserva solo a unos pocos humanos para una tortura horrible. Sin explicación, Ellison imbuye AM con poderes más allá de lo que tendría cualquier IA razonable, pero AM es claramente una IA. En muchos sentidos, la pura maldad de AM encarna los mayores temores sobre la IA: no solo se rompería, sino que se volvería malvada.

Nada supera  a The Terminator , lanzado en 1984, en términos de su importancia para las discusiones sobre IA. En el universo Terminator, una computadora de inteligencia artificial llamada Skynet se vuelve inteligente, obtiene el control de las armas nucleares y lanza una guerra contra los humanos. Skynet sigue siendo sinónimo de IA que salió mal y un verdadero temor para muchas personas. Terminator también es un buen ejemplo de lo importante que es contar historias para crear puntos de contacto intelectuales.

Las máquinas” de The Matrix , lanzada en 1991, son un villano prominente de IA más reciente. En la historia de The Matrix, los humanos y las máquinas impulsadas por IA han estado en guerra durante generaciones. No sabemos explícitamente cómo comenzó la guerra, pero las máquinas tomaron la delantera y ahora explotan a los humanos en una simulación matricial. Aunque la IA en The Matrix  no es tan maliciosa como la AM de IHNMIMS, y algunos son francamente comprensivos, casi no hay esperanza para la humanidad contra la IA. En muchos sentidos, es la IA de The Matrix la que más temen las personas porque no habrá posibilidad de contraatacar. En la representación de The Matrix , las máquinas son mucho mejores en todo lo que nosotros, los humanos, estamos destinados a caer en la esclavitud de las máquinas.

IA como héroe

Cuando la IA se comporta de manera heroica en la historia, rara vez se ve discutida como IA. La IA del mundo real vive en servidores, sin rostro, nombre o personalidad, y la IA villana generalmente se representa de manera similar. Si un personaje de IA es heroico, generalmente adquiere características similares a las humanas, incluidas la emoción y la empatía. Los personajes heroicos de IA tienen nombres, personalidades y amigos, al igual que los personajes vivos. En consecuencia, en la conciencia popular es fácil olvidar que la inteligencia del héroe es artificial. Sería difícil discutir historias heroicas de IA si se limitara a la IA como se discute comúnmente en la concepción popular, y eso es parte del problema. Si bien los villanos de la IA se parecen a la IA en nuestro mundo, existen muchas IA ficticias pero heroicas, pero simplemente no las consideramos IA. Si la IA tiene rostro, parece desarrollar emociones, o expresa empatía, socialmente no pensamos en el personaje de IA como IA. Puede parecer extraño que agregar características superficiales de la IA pueda hacer que dejemos de pensar en la IA como IA, pero la gente se enamora de Siri . Incluso hay una película sobre enamorarse de la IA .

Muchas de las opiniones positivas de la IA siguen el camino de Asimov y los convierten en robots. Ni el público ni los personajes de la historia tratan a los droides de Star Wars como IA, pero lo son. Además, C3-PO y R2-D2 son centrales en la historia. Del mismo modo, cuando Johnny 5 accidentalmente cobró vida , fue motivo de celebración, no de pavor. En la versión cinematográfica de 2004 de  I, Robot (apenas reconocible en relación con el cuento de Asimov), AI es el villano, pero el heroico Sonny también es AI. Data, un androide con IA consciente de sí mismo, fue uno de los personajes más populares de Star Trek: The Next Generation y una figura inequívocamente admirable.

Johnny 5 de Cortocircuito (IMDB)


Curiosamente, la IA también suele ser el héroe cuando la IA es el villano en la historia. En Tron , lanzado en 1982, el Programa de control maestro (MCP) tiene la mayoría de las mismas características que Skynet, incluido el objetivo de obtener el control de las armas nucleares. Un programa / IA llamado CLU derrota al MCP, frustrando los objetivos del MCP. La diferencia entre MCP/SkyNet y CLU no era la inteligencia artificial, sino las preocupaciones éticas de sus creadores.

La IA heroica suele ser discreta. A lo largo de la mayor parte de la serie Star Trek , la configuración principal funciona con IA. La computadora de la nave habla, entiende el lenguaje y (en series posteriores) puede generar simulaciones realistas en holocubiertas. El famoso Capitán Picard, de  Star Trek: The Next Generation , puede decir: " Té, Earl Grey, caliente ", y la bebida sale tan consistentemente que las fallas son puntos de la trama.

Ambas representaciones crean problemas

Es fácil combinar las representaciones positivas y negativas de la IA con el mundo real, y esa combinación obstaculiza el uso de la IA en la estrategia internacional. La IA puede ser una herramienta útil, cuando se aplica adecuadamente, y plantea verdaderos desafíos si se usa incorrectamente. Las personas deben poder saber cuándo se puede usar una herramienta y qué problemas podría crear. No poder distinguir los elementos de la realidad en la ficción de los elementos presentes solo para hacer posible la historia, y luego importar esos conocimientos a nuestros procesos de pensamiento, dificulta la aplicación adecuada de la IA.

Las personas con grandes expectativas quieren más de lo que la IA puede proporcionar ahora y pueden ignorar usos menos dramáticos que funcionan ahora. Muchos países, incluido EE. UU., actualmente están entrenando IA para volar aviones por razones comprensibles. Cuando los aviones se estrellan, los pilotos mueren y la escasez de pilotos es común. Si bien creo que eventualmente veremos aviones volados por IA, también es posible que los pilotos de IA nunca sucedan. El riesgo de los pilotos de IA puede resultar demasiado grande para que el público lo acepte, o los desafíos tecnológicos pueden resultar insuperables. Esperar a los pilotos de IA pasa por alto los usos reales que existen ahora. Por ejemplo, es probable que el paquete de Microsoft Office ya esté en su computadora  sin herramientas de IA de código para automatizar las tareas diarias . Puede que nunca tengamos estrategas de IA, pero ya tenemos secretarios de IA.

Las personas con miedo confunden las mejoras incrementales de la IA con el primer paso hacia un apocalipsis, pero pasan por alto los riesgos reales. Todos los sistemas funcionan mal a veces, pero aún los usamos porque calculamos, mitigamos y aceptamos el riesgo. Algunos riesgos reales de la IA incluyen la interrupción de los mercados laborales, permitiendo que se atrofien importantes habilidades e instituciones, y simplemente funcione mal como cualquier otra herramienta. Centrarse demasiado en resultados extremos e improbables corre el riesgo de desviar la atención y el esfuerzo de mitigar los problemas probables. Definitivamente no queremos un apocalipsis de robots, pero esa es una barra baja. También deberíamos mitigar el papel de la IA en la perturbación social, la represión política o el simple error.

En muchos casos, las discusiones en el ejército sobre la IA se pierden por completo, y podemos rastrear algunas de las causas hasta la representación ficticia de la IA. Las discusiones sobre la IA a menudo se centran en  los sistemas de armas automatizados ,  el procesamiento intensivo de recursos o  el aumento del pensamiento estratégico con la IA .. Muchas barreras, incluidas las preocupaciones sociales, aún pueden resultar insuperables. Por el contrario, los usos de la IA en el mundo real que existen en la actualidad se quedan cortos. La IA en la ficción asusta a las personas para que no desarrollen o utilicen la IA. Existen preocupaciones razonables acerca de que la IA se vuelva loca, pero los sistemas de armas, las computadoras y las herramientas fallan todo el tiempo, a veces con efectos devastadores. Todavía usamos esas tecnologías porque calculamos y aceptamos el riesgo. Cuando la IA ficticia se rompe, la IA es divina y, a menudo, malévola. Los aviones de IA rotos no solo se estrellan, te persiguen .

Las representaciones negativas y positivas crean expectativas irrazonablemente elevadas. Las IA buenas y malas tienen habilidades imposibles, y la IA es la explicación en el universo de esas capacidades. Las IA a menudo predicen el futuro, que la realidad nunca igualará. Una red neuronal que identifica correctamente una foto de un perro el 98% de las veces es increíble, pero la identificación de imágenes parece débil en comparación con la clarividencia.

Las representaciones ficticias de IA rara vez explican cómo se desarrolla la IA. Acortar el proceso de desarrollo da la impresión de que los programas pueden pasar de líneas de código a sensibilidad en momentos. El entrenamiento de modelos de IA es complejo, complicado y, lo que es más importante, requiere muchos recursos. Conocer las limitaciones de la IA es estratégicamente importante y debería tranquilizar a los temerosos mientras modera las expectativas optimistas.

mejor ejemplo

La ciencia ficción sigue siendo una herramienta estratégica importante para comprender el futuro y comprender dónde la ciencia ficción hace que la IA sea correcta o incorrecta ayuda. A medida que la IA se vuelve más común, la nueva ciencia ficción mejora su representación de la IA. La "Semilla" de WebToon es el mejor tratamiento ficticio de la IA que he visto en mi vida. El arte es hermoso; los personajes son atractivos; la trama es reflexiva. Lo mejor de todo es que el cómic está disponible de forma gratuita, así que échale un vistazo incluso si normalmente no te gustan los cómics.

"Seed" muestra por qué la ciencia ficción es tan importante como una herramienta para pensar en las implicaciones futuras al explorar los usos de los estrategas militares de IA que podrían pasar por alto. [Sin spoilers] El personaje principal, Emma, comienza a usar una IA para superar su ansiedad interpersonal. Inicialmente cree que la IA, a la que llama "Turry", es un chatbot. Al principio de la relación, Turry entrena a Emma para que tenga más confianza. Un entrenador de IA podría ser una herramienta crucial para permitir que las personas desarrollen importantes habilidades interpersonales, lubricando las interacciones y mejorando los resultados personales y económicos. Estoy colaborando con intentos del mundo real para desarrollar el entrenamiento de IA , por lo que entiendo intelectualmente la idea. No lo asimilaba hasta que lo leí en una historia.

Una comprensión más sana de las representaciones ficticias de la IA puede servir como mejores cuentos de advertencia y objetivos aspiracionales. 1984 de Orwell y A Brave New World de Huxley todavía contribuyen al discurso político porque nos enfocamos en sus advertencias sobre el control político y social. Las personas imaginativas de hoy ya están escribiendo parte de la realidad del mañana a través de SciFi. Le queda al lector identificar adecuadamente las oportunidades y los desafíos realistas en esas historias. La sociedad tiene miles de años de experiencia a los que recurrir. Todo el mundo se da cuenta de que el problema real en "El niño que gritó lobo" era un niño deshonesto, y no una fuerza de defensa de la aldea insuficientemente rápida, o lobos inusualmente rapaces. Una reflexión seria sobre la ficción de la IA probablemente producirá conclusiones igualmente saludables sobre la IA.

El autor de esta nota, David Benson, actualmente enseña Estrategia y Estudios de Seguridad en la Escuela de Estudios Aéreos y Espaciales Avanzados. Las opiniones expresadas pertenecen únicamente al autor y no reflejan las de la Fuerza Aérea de los EE. UU., el Departamento de Defensa o el Gobierno de los EE. UU.

El artículo precedente fue publicado en la sección “TheStrategy Bridge”, blog leído, respetado y referenciado en la comunidad mundial de seguridad nacional, en conversaciones, educación y discursos profesionales y académicos.

Por qué falla la guerra

La invasión rusa de Ucrania y los límites del poder militar

Así como en la ficción, en la realidad las interpretaciones humanas no pueden escapar a esas mismas lógicas de la inteligencia humana con la que plantean sus problemas y resuelve sus conflictos. Que mejor semblanza de la realidad en este sentido supuestamente no deseado y sin embargo consumido con interés, cuándo carece de los elementos del horror que constituyen sus escenarios concretos dónde se dearrollan, que la guerra. El conflicto bélico entre Ucrania y Rusia, ofrece mucho a la inteligencia para interpretar y discernir. Con ayuda o no de las IA y de las Tecnologías de la información y la comunicación, las opciones son inmensas.


Lawrence Freedman es profesor emérito de estudios bélicos en el King's College de Londres y autor del próximo libro Command: The Politics of Military Operations From Korea to Ukraine . (Foreign affairs)

El 27 de febrero, pocos días después de que Rusia invadiera Ucrania, las fuerzas rusas lanzaron una operación para apoderarse del aeródromo de Chornobaivka, cerca de Kherson, en la costa del Mar Negro. Kherson fue la primera ciudad ucraniana que los rusos lograron ocupar, y dado que también estaba cerca del bastión ruso de Crimea, el aeródromo sería importante para la siguiente etapa de la ofensiva. Pero las cosas no salieron según lo planeado. El mismo día que los rusos tomaron el aeródromo, las fuerzas ucranianas comenzaron a contraatacar con drones armados y pronto atacaron los helicópteros que transportaban suministros desde Crimea. A principios de marzo, según fuentes de defensa ucranianas, los soldados ucranianos realizaron un ataque nocturno devastador en la pista de aterrizaje, destruyendo una flota de 30 helicópteros militares rusos. Aproximadamente una semana después, las fuerzas ucranianas destruyeron otros siete. Para el 2 de mayo, Ucrania había realizado 18 ataques separados en el aeródromo que, según Kyiv, había eliminado no solo docenas de helicópteros sino también depósitos de municiones, dos generales rusos y casi todo un batallón ruso. Sin embargo, durante estos ataques, las fuerzas rusas continuaron transportando equipos y material con helicópteros. Al carecer tanto de una estrategia coherente para defender la pista de aterrizaje como de una base alternativa viable, los rusos simplemente se apegaron a sus órdenes originales, con resultados desastrosos.

El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, describió la batalla de Chornobaivka como un símbolo de la incompetencia de los comandantes de Rusia, que estaban llevando a “su gente al matadero”. De hecho, hubo numerosos ejemplos similares de las primeras semanas de la invasión. Aunque las fuerzas ucranianas fueron constantemente superadas en armas, usaron su iniciativa con gran ventaja , ya que las fuerzas rusas repitieron los mismos errores y no lograron cambiar sus tácticas. Desde el principio, la guerra ha proporcionado un notable contraste en los enfoques de mando. Y estos contrastes pueden contribuir en gran medida a explicar por qué el ejército ruso tiene expectativas tan por debajo de lo esperado.

En las semanas previas a la invasión del 24 de febrero, los líderes y analistas occidentales y la prensa internacional, naturalmente, estaban obsesionados con las abrumadoras fuerzas que el presidente ruso, Vladimir Putin, estaba acumulando en las fronteras de Ucrania. Hasta 190.000 soldados rusos estaban a punto de invadir el país. Organizados en hasta 120 grupos tácticos de batallón, cada uno tenía armadura y artillería y estaba respaldado por un apoyo aéreo superior. Pocos imaginaron que las fuerzas ucranianas podrían resistir durante mucho tiempo contra la aplanadora rusa. La pregunta principal sobre los planes rusos era si incluían fuerzas suficientes para ocupar un país tan grande después de ganar la batalla. Pero las estimaciones no habían tenido en cuenta los muchos elementos que influyen en una verdadera medida de las capacidades militares.

El poder militar no se trata solo de los armamentos de una nación y la habilidad con la que se utilizan. Debe tener en cuenta los recursos del enemigo, así como las contribuciones de aliados y amigos , ya sea en forma de asistencia práctica o intervenciones directas. Y aunque la fuerza militar a menudo se mide en potencia de fuego, al contar los inventarios de armas y el tamaño de los ejércitos, armadas y fuerzas aéreas, mucho depende de la calidad del equipo, qué tan bien se ha mantenido y del entrenamiento y motivación de el personal que lo utiliza. En cualquier guerra, la capacidad de una economía para sostener el esfuerzo bélico y la resiliencia de los sistemas logísticos para garantizar que los suministros lleguen a las líneas del frente según sea necesario, es cada vez más importante a medida que avanza el conflicto. También lo es el grado en que un beligerante puede movilizar y mantener el apoyo a su propia causa, tanto interna como externamente, y socavar la del enemigo, tareas que requieren construir narrativas convincentes que puedan racionalizar los reveses y anticipar victorias. Sin embargo, sobre todo, el poder militar depende de un mando efectivo. Y eso incluye tanto a los líderes políticos de un país, que actúan como comandantes supremos, como a aquellos que buscan lograr sus objetivos militares como comandantes operativos.

La invasión de Ucrania por parte de Putin ha subrayado el papel crucial del mando para determinar el éxito militar final. La fuerza bruta de las armas solo puede hacer mucho por un estado. Como descubrieron los líderes occidentales en Afganistán e Irán, el equipamiento militar y la potencia de fuego superiores pueden permitir que las fuerzas obtengan el control del territorio, pero son mucho menos efectivos en la administración exitosa de ese territorio. En Ucrania, Putin ha luchado incluso para hacerse con el control del territorio, y la forma en que sus fuerzas han librado la guerra ya ha asegurado que cualquier intento de gobernar, incluso en el este supuestamente prorruso de Ucrania, se encontrará con animosidad y resistencia. Porque al lanzar la invasión, Putin cometió el error familiar pero catastrófico de subestimar al enemigo, asumiendo que era débil en su esencia, mientras confiaba excesivamente en lo que sus propias fuerzas podían lograr.

El destino de las naciones

Los mandatos son órdenes autorizadas, que deben obedecerse sin cuestionamientos. Las organizaciones militares requieren fuertes cadenas de mando porque cometen violencia disciplinada y decidida. En tiempos de guerra, los comandantes enfrentan el desafío especial de persuadir a los subordinados para que actúen en contra de sus propios instintos de supervivencia y superen las inhibiciones normales sobre el asesinato de sus congéneres. Lo que está en juego puede ser extremadamente alto. Los comandantes pueden tener el destino de sus países en sus manos y deben ser profundamente conscientes del potencial de humillación nacional si fracasan, así como de la gloria nacional si tienen éxito.

El comando militar a menudo se describe como una forma de liderazgo y, como se describe en los tratados sobre el comando, las cualidades que se buscan en los líderes militares son a menudo aquellas que serían admirables en casi cualquier entorno: conocimiento profesional profundo, la capacidad de utilizar los recursos de manera eficiente, buena comunicación. habilidades, la capacidad de llevarse bien con los demás, un sentido de propósito moral y responsabilidad, y la voluntad de cuidar a los subordinados. Pero lo que está en juego en la guerra y las tensiones del combate imponen sus propias exigencias. Aquí, las cualidades relevantes incluyen un instinto para mantener la iniciativa, una aptitud para ver situaciones complejas con claridad, una capacidad para generar confianza y la capacidad de responder con agilidad a condiciones cambiantes o inesperadas. La historiadora Barbara Tuchman identificó la necesidad de una combinación de resolución —“la determinación de ganar”— y juicio, o la capacidad de usar la propia experiencia para leer situaciones. Un comandante que combina la determinación con una aguda inteligencia estratégica puede lograr resultados impresionantes, pero la determinación combinada con la estupidez puede conducir a la ruina.

No todos los subordinados seguirán automáticamente los comandos. A veces, las órdenes son inapropiadas, tal vez porque se basan en datos de inteligencia incompletos y desactualizados y, por lo tanto, pueden ser ignoradas incluso por el oficial de campo más diligente. En otros casos, su implementación puede ser posible pero imprudente, quizás porque hay una mejor manera de lograr los mismos objetivos. Ante órdenes que les desagradan o en las que desconfían, los subordinados pueden buscar alternativas a la desobediencia total. Pueden procrastinar, seguir órdenes a medias o interpretarlas de una manera que se adapte mejor a la situación a la que se enfrentan.

Sin embargo, para evitar estas tensiones, la filosofía de mando moderna seguida en Occidente ha buscado cada vez más animar a los subordinados a tomar la iniciativa para hacer frente a las circunstancias actuales; los comandantes confían en las personas cercanas a la acción para tomar las decisiones vitales, pero están listos para intervenir si los eventos salen mal. Este es el enfoque que han adoptado las fuerzas ucranianas. La filosofía de mando de Rusia es más jerárquica. En principio, la doctrina rusa permite la iniciativa local, pero las estructuras de mando vigentes no alientan a los subordinados a correr el riesgo de desobedecer sus órdenes. Los sistemas de mando inflexibles pueden conducir a una cautela excesiva, una fijación en ciertas tácticas incluso cuando son inapropiadas y una falta de “verdad básica”, ya que los subordinados no se atreven a informar los problemas y, en cambio, insisten en que todo está bien.

Los problemas de Rusia con el mando en Ucrania son menos una consecuencia de la filosofía militar que del liderazgo político actual. En sistemas autocráticos como el de Rusia, los funcionarios y oficiales deben pensar dos veces antes de desafiar a sus superiores. La vida es más fácil cuando actúan según los deseos del líder sin dudarlo. dictadores ciertamente pueden tomar decisiones audaces sobre la guerra, pero es mucho más probable que se basen en sus propias suposiciones mal informadas y es poco probable que hayan sido cuestionadas en un proceso cuidadoso de toma de decisiones. Los dictadores tienden a rodearse de asesores de ideas afines y valoran la lealtad por encima de la competencia en sus altos mandos militares.

Del éxito al estancamiento

La disposición de Putin a confiar en su propio juicio en Ucrania reflejaba el hecho de que sus decisiones anteriores sobre el uso de la fuerza le habían funcionado bien. El estado del ejército ruso en la década de 1990 antes de que asumiera el poder era terrible, como lo demuestra la guerra de 1994-1996 del presidente ruso Boris Yeltsin en Chechenia. A finales de 1994, el ministro de Defensa ruso, Pavel Grachev, aseguró a Yeltsin que podría poner fin a los esfuerzos de Chechenia por separarse de la Federación Rusa trasladando rápidamente las fuerzas rusas a Grozny, la capital chechena. El Kremlin veía a Chechenia como un estado artificial e infestado de gángsters por el que se podía esperar que pocos de sus ciudadanos sacrificaran sus vidas, especialmente cuando se enfrentaban a la explosión total del poder militar ruso: suposiciones erróneas algo similares a las que se hacen a una escala mucho mayor. en la actual invasión de Ucrania. Las unidades rusas incluían muchos reclutas con poco entrenamiento, y el Kremlin no pudo apreciar cuánto los defensores chechenos podrían aprovechar el terreno urbano. Los resultados fueron desastrosos. El primer día del ataque, el ejército ruso perdió más de 100 vehículos blindados, incluidos tanques; Los soldados rusos pronto fueron asesinados a razón de 100 por día. En sus memorias, Yeltsin describió la guerra como el momento en que Rusia “se separó de otra ilusión excepcionalmente dudosa pero afectuosa: el poder de nuestro ejército. . . sobre su indomabilidad.”

La primera guerra chechena concluyó de manera insatisfactoria en 1996. Unos años más tarde, Vladimir Putin, quien se convirtió en el primer ministro del enfermo Yeltsin en septiembre de 1999, decidió pelear la guerra nuevamente , pero esta vez se aseguró de que Rusia estuviera preparada. Putin había sido previamente jefe del Servicio de Seguridad Federal, o FSB, el sucesor de la KGB, donde comenzó su carrera. Cuando los edificios de apartamentos en Moscú y otros lugares fueron bombardeados en septiembre de 1999, Putin culpó a los terroristas chechenos (aunque había buenas razones para sospechar que el FSB buscaba crear un pretexto para una nueva guerra) y ordenó a las tropas rusas que obtuvieran el control de Chechenia “por todos los medios”. medios disponibles.” En esta segunda guerra de Chechenia, Rusia procedió con más deliberación y crueldad hasta que logró ocupar Grozny. Aunque la guerra se prolongó durante algún tiempo, el compromiso visible de Putin de poner fin a la rebelión chechena fue suficiente para proporcionarle una victoria decisiva en las elecciones presidenciales de la primavera de 2000. Mientras Putin estaba en campaña, los periodistas le preguntaron qué líderes políticos encontraba "más interesantes". Después de citar a Napoleón, que los reporteros tomaron como una broma, ofreció a Charles de Gaulle, una elección natural quizás para alguien que quería restaurar la eficacia del estado con una autoridad fuerte y centralizada.

Para 2013, Putin había recorrido un camino para lograr ese fin. Los altos precios de las materias primas le habían dado una economía fuerte. También había marginado a su oposición política en casa, consolidando su poder. Sin embargo, las relaciones de Rusia con Occidente habían empeorado, particularmente en lo que respecta a Ucrania. Desde la Revolución Naranja de 2004-2005, a Putin le preocupaba que un gobierno prooccidental en Kiev intentara unirse a la OTAN, un temor que se agravó cuando se abordó el tema en la cumbre de Bucarest de la OTAN de 2008. La crisis, sin embargo, llegó en 2013, cuando Victor Yanukovych, el presidente prorruso de Ucrania, estaba a punto de firmar un acuerdo de asociación con la UE. Putin presionó intensamente a Yanukovych hasta que accedió a no firmar. Pero la reversión de Yanukovych condujo exactamente a lo que Putin temía, un levantamiento popular —el movimiento Maidan— que finalmente derrocó a Yanukovych y dejó a Ucrania completamente en manos de los líderes prooccidentales. En este punto, Putin resolvió anexar Crimea .

Al lanzar su plan, Putin contó con las ventajas de una base naval rusa en Sebastopol y un considerable apoyo a Rusia entre la población local. Sin embargo, él todavía procedió con cuidado. Su estrategia, que ha seguido desde entonces, era presentar cualquier movimiento ruso agresivo como una simple respuesta a las súplicas de las personas que necesitaban protección. Desplegando tropas con uniformes y equipo estándar pero sin marcas, que llegaron a ser conocidos como los "hombrecitos verdes", el Kremlin convenció con éxito al parlamento local de convocar un referéndum sobre la incorporación de Crimea a Rusia. A medida que se desarrollaban estos eventos, Putin estaba preparado para contenerse en caso de que Ucrania o sus aliados occidentales presentaran un desafío serio. Pero Ucrania estaba en desorden, solo tenía un ministro de defensa interino y ninguna autoridad de toma de decisiones en posición de responder, y Occidente no tomó ninguna medida contra Rusia más allá de sanciones limitadas. Para Putin, la toma de Crimea, sin apenas bajas y con Occidente en gran medida al margen, confirmó su condición de astuto comandante supremo.

Pero Putin no se contentó con irse con este claro premio; en cambio, esa primavera y verano, permitió que Rusia se viera envuelta en un conflicto mucho más intratable en la región de Donbas, en el este de Ucrania. Aquí, no pudo seguir la fórmula que había funcionado tan bien en Crimea: el sentimiento prorruso en el este era demasiado débil para implicar un amplio apoyo popular a la secesión. Muy rápidamente, el conflicto se militarizó y Moscú afirmó que las milicias separatistas actuaban independientemente de Rusia. No obstante, para el verano, cuando parecía que los separatistas en Donetsk y Lugansk, los dos enclaves prorrusos en Donbas, podrían ser derrotados por el ejército ucraniano, el Kremlin envió fuerzas regulares rusas. Aunque los rusos entonces no tuvieron problemas contra el ejército ucraniano, Putin seguía siendo cauteloso. No anexó los enclaves, como querían los separatistas, sino que aprovechó la oportunidad para llegar a un acuerdo en Minsk, con la intención de utilizar los enclaves para influir en las políticas de Kyiv.

Para algunos observadores occidentales, la guerra de Rusia en Donbas parecía una nueva y potente estrategia de guerra híbrida. Como lo describieron los analistas, Rusia fue capaz de poner a sus adversarios en la retaguardia reuniendo fuerzas regulares e irregulares y actividades abiertas y encubiertas y combinando formas establecidas de acción militar con ataques cibernéticos y guerra de información. Pero esta evaluación exageró la coherencia del enfoque ruso. En la práctica, los rusos habían puesto en marcha eventos con consecuencias impredecibles, dirigidos por individuos a los que luchaban por controlar, por objetivos que no compartían por completo. El acuerdo de Minsk nunca se implementó y la lucha nunca se detuvo. A lo sumo, Putin había sacado lo mejor de un mal trabajo, conteniendo el conflicto y, al tiempo que perturbaba a Ucrania, disuadiendo a Occidente de involucrarse demasiado. A diferencia de Crimea, Putin había mostrado un toque incierto como comandante, con los enclaves de Donbas dejados en el limbo, sin pertenecer a ningún país, y Ucrania continuaba acercándose al Oeste.

Fuerza decepcionante

Para el verano de 2021, la guerra de Donbas había estado estancada durante más de siete años, y Putin decidió un plan audaz para llevar las cosas a un punto crítico. Habiendo fracasado en usar los enclaves para influir en Kyiv, trató de usar su difícil situación para defender el cambio de régimen en Kyiv, asegurándose de que volvería a entrar en la esfera de influencia de Moscú y nunca más contemplaría unirse a la OTAN o la UE. Por lo tanto, emprendería una invasión a gran escala de Ucrania.

Tal enfoque requeriría un gran compromiso de las fuerzas armadas y una campaña audaz. Pero la confianza de Putin había sido impulsada por la reciente intervención militar de Rusia en Siria, que apoyó con éxito al régimen de Bashar al-Assad, y por los esfuerzos recientes para modernizar las fuerzas armadas de Rusia. Los analistas occidentales habían aceptado en gran medida las afirmaciones rusas sobre la creciente fuerza militar del país, incluidos los nuevos sistemas y armamentos, como las "armas hipersónicas", que al menos sonaban impresionantes. Además, las saludables reservas financieras rusas limitarían el efecto de cualquier sanción punitiva. Y Occidente parecía dividido e inquieto después de la presidencia de Donald Trump, una impresión que fue confirmada por la fallida retirada de Estados Unidos de Afganistán en agosto de 2021.

Cuando Putin lanzó lo que llamó la “operación militar especial” en Ucrania , muchos en Occidente temieron que pudiera tener éxito. Los observadores occidentales habían observado la acumulación masiva de fuerzas de Rusia en la frontera con Ucrania durante meses, y cuando comenzó la invasión, las mentes de los estrategas estadounidenses y europeos se apresuraron a pensar en las implicaciones de una victoria rusa que amenazaba con incorporar a Ucrania en una Gran Rusia revitalizada. Aunque algunos países de la OTAN, como Estados Unidos y el Reino Unido, habían enviado rápidamente suministros militares a Ucrania, otros, siguiendo este pesimismo, se mostraron más reacios. El equipo adicional, concluyeron, probablemente llegaría demasiado tarde o incluso sería capturado por los rusos.

Menos destacado fue que la acumulación de tropas rusas, a pesar de su formidable escala, estaba lejos de ser suficiente para tomar y mantener toda Ucrania. Incluso muchos dentro o conectados con el ejército ruso podrían ver los riesgos. A principios de febrero de 2022, Igor "Strelkov" Girkin, uno de los líderes separatistas rusos originales en la campaña de 2014, observó que el ejército de Ucrania estaba mejor preparado que ocho años antes y que "no hay suficientes tropas movilizadas, o siendo movilizado”. Sin embargo, Putin no consultó a expertos sobre Ucrania, sino que confió en sus asesores más cercanos, viejos camaradas del aparato de seguridad ruso, quienes se hicieron eco de su opinión desdeñosa de que se podía tomar Ucrania fácilmente.

Tan pronto como se puso en marcha la invasión, se hicieron evidentes las principales debilidades de la campaña rusa. El plan era una guerra corta, con avances decisivos en varias partes diferentes del país el primer día. Pero el optimismo de Putin y sus asesores significó que el plan se diseñó en gran medida en torno a operaciones rápidas de unidades de combate de élite. Se prestó poca atención a la logística y las líneas de suministro, que limitaron la capacidad de Rusia para sostener la ofensiva una vez que se estancó, y todos los elementos esenciales de la guerra moderna, incluidos alimentos, combustible y municiones, comenzaron a consumirse rápidamente. En efecto, la cantidad de ejes de avance creó una serie de guerras separadas que se libraron a la vez, todas presentando sus propios desafíos, cada una con sus propias estructuras de mando y sin un mecanismo adecuado para coordinar sus esfuerzos y asignar recursos entre ellas.

La primera señal de que las cosas no iban según el plan de Putin fue lo ocurrido en el aeropuerto de Hostomel, cerca de Kyiv. Cuando se les dijo que encontrarían poca resistencia, los paracaidistas de élite que habían sido enviados para proteger el aeropuerto de los aviones de transporte entrantes fueron repelidos por un contraataque ucraniano. Eventualmente, los rusos lograron tomar el aeropuerto, pero para entonces, estaba demasiado dañado para tener algún valor. En otros lugares, unidades de tanques rusos aparentemente formidables fueron detenidas por defensores ucranianos mucho menos armados. Según un relato, una enorme columna de tanques rusos que se dirigía a Kyiv fue detenida inicialmente por un grupo de solo 30 soldados ucranianos, que se acercaron de noche en quads y lograron destruir algunos vehículos a la cabeza de la columna. dejando al resto atrapado en una carretera estrecha y abierto a nuevos ataques. Los ucranianos repitieron con éxito tales emboscadas en muchas otras áreas.

Las fuerzas ucranianas, con la ayuda de Occidente, habían emprendido reformas enérgicas y planeado sus defensas cuidadosamente. También estaban muy motivados, a diferencia de muchos de sus homólogos rusos , que no estaban seguros de por qué estaban allí. Las ágiles unidades ucranianas, recurriendo primero a armas antitanques y drones y luego a la artillería, tomaron por sorpresa a las fuerzas rusas. Al final, entonces, el curso inicial de la guerra no estuvo determinado por un mayor número y potencia de fuego, sino por tácticas, compromiso y mando superiores.

Errores compuestos

Desde el comienzo de la invasión, el contraste entre los enfoques de mando ruso y ucraniano fue marcado. El error estratégico original de Putin fue suponer que Ucrania era lo suficientemente hostil como para participar en actividades antirrusas e incapaz de resistir el poderío ruso. Cuando la invasión se estancó, Putin pareció incapaz de adaptarse a la nueva realidad, e insistió en que la campaña se desarrollaba según lo previsto. Impedidos de mencionar el alto número de bajas rusas y los numerosos reveses en el campo de batalla, los medios rusos han reforzado implacablemente la propaganda del gobierno sobre la guerra. Por el contrario, el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky, el objetivo inicial de la operación rusa, rechazó las ofertas de Estados Unidos y otras potencias occidentales de ser llevado a un lugar seguro para formar un gobierno en el exilio. No solo sobrevivió, sino que permaneció en Kyiv, visible y locuaz, reuniendo a su pueblo y presionando a los gobiernos occidentales para obtener más apoyo financiero y militar. Al demostrar el abrumador compromiso del pueblo ucraniano para defender su país, animó a Occidente a imponer sanciones mucho más severas a Rusia de lo que podría haber hecho de otra manera, así como a suministrar armas y material bélico a Ucrania. Mientras Putin se repetía obstinadamente cuando su “operación militar especial” se tambaleaba, Zelensky creció en confianza y estatura política.

La funesta influencia de Putin también se cernía sobre otras decisiones estratégicas clave de Rusia. El primero, tras los reveses iniciales, fue la decisión del ejército ruso de adoptar las tácticas brutales que había utilizado en Chechenia y Siria: atacar la infraestructura civil, incluidos hospitales y edificios residenciales. Estos ataques causaron inmensos sufrimientos y penurias y, como era de esperar, solo fortalecieron la determinación ucraniana. Las tácticas también fueron contraproducentes en otro sentido. Combinado con las revelaciones sobre posibles crímenes de guerra por parte de las tropas rusas en áreas alrededor de Kyiv, como Bucha, los ataques de Rusia contra objetivos no militares convencieron a los líderes en Washington y otras capitales occidentales de que no tenía sentido tratar de negociar un acuerdo de compromiso con Putin. En cambio, los gobiernos occidentales aceleraron el flujo de armas a Ucrania, con un énfasis creciente en los sistemas tanto ofensivos como defensivos. Esta no era la guerra entre Rusia y la OTAN que proclamaban los propagandistas de Moscú, pero se estaba convirtiendo rápidamente en lo más parecido.

Una segunda decisión estratégica clave se produjo el 25 de marzo, cuando Rusia abandonó su objetivo maximalista de tomar Kyiv y anunció que, en cambio, se concentraría en la “liberación completa” de la región de Donbas. Este nuevo objetivo, aunque prometía traer mayor miseria al este, era más realista, y lo habría sido aún más si hubiera sido el objetivo inicial de la invasión. El Kremlin ahora también nombró a un comandante general ruso para dirigir la guerra, un general cuyo enfoque sería más metódico y emplearía artillería adicional para preparar el terreno antes de que los blindados y la infantería avanzaran. Pero el efecto de estos cambios fue limitado porque Putin necesitaba resultados rápidos y no le dio tiempo a las fuerzas rusas para recuperarse y prepararse para esta segunda ronda de la guerra.

El impulso ya había pasado de Rusia a Ucrania, y no podía revertirse lo suficientemente rápido como para cumplir con el cronograma de Putin. Algunos analistas especularon que Putin quería algo que pudiera llamar una victoria el 9 de mayo, el feriado ruso que marca el final de la Gran Guerra Patria, la victoria de Rusia sobre la Alemania nazi. Sin embargo, lo más probable era que él y sus altos mandos militares desearan obtener ganancias territoriales en el este antes de que Ucrania pudiera absorber nuevas armas de Estados Unidos y Europa. Como resultado, los comandantes rusos enviaron unidades que acababan de ser retiradas del norte de regreso al combate en el este; no hubo tiempo para reponer las tropas o remediar las fallas exhibidas en la primera fase de la guerra.

En la nueva ofensiva, que comenzó en serio a mediados de abril, las fuerzas rusas lograron pocos avances, mientras que los contraataques ucranianos mordisquearon sus posiciones. Para aumentar la vergüenza, el buque insignia de Rusia en el Mar Negro, el Moskva , fue hundido en un audaz ataque ucraniano. Para el 9 de mayo, no había mucho que celebrar en Moscú. Incluso la ciudad costera de Mariupol, que Rusia había atacado sin piedad desde el comienzo de la guerra y reducido a escombros, no fue capturada por completo hasta una semana después. En ese momento, las estimaciones occidentales sugerían que se había perdido un tercio de la fuerza de combate rusa inicial, tanto personal como equipo. Habían circulado rumores de que Putin usaría el feriado para anunciar una movilización general para satisfacer la necesidad de mano de obra del ejército, pero no se hizo tal anuncio. Por un lado, tal movimiento habría sido profundamente impopular en Rusia. Pero también habría llevado tiempo llevar reclutas y reservistas al frente, y Rusia aún enfrentaría una escasez crónica de equipos.

Después de una serie ininterrumpida de malas decisiones de mando, Putin se estaba quedando sin opciones. Cuando la ofensiva en Ucrania completó su tercer mes, muchos observadores comenzaron a notar que Rusia se había quedado atrapada en una guerra imposible que no se atrevía a perder. Los gobiernos occidentales y altos funcionarios de la OTAN comenzaron a hablar de un conflicto que podría continuar durante meses y posiblemente años por venir. Eso dependería de la capacidad de los comandantes rusos para mantener la lucha con fuerzas agotadas y con baja moral y también de la capacidad de Ucrania para pasar de una estrategia defensiva a una ofensiva. Quizás el ejército de Rusia todavía podría salvar algo de la situación. O tal vez Putin vería en algún momento que sería prudente pedir un alto el fuego para poder sacar provecho de las ganancias obtenidas al principio de la guerra antes de que una contraofensiva ucraniana se las llevara, aunque eso significaría admitir el fracaso.

Poder sin propósito

Se debe tener cuidado al extraer grandes lecciones de guerras con sus propias características especiales, particularmente de una guerra cuyas consecuencias aún no se conocen. Los analistas y planificadores militares seguramente estudiarán la guerra en Ucrania durante muchos años como un ejemplo de los límites del poder militar, buscando explicaciones de por qué una de las fuerzas armadas más fuertes y más grandes del mundo, con una fuerza aérea y una marina formidables. y equipo nuevo y con experiencia de combate reciente y exitosa, vaciló tanto. Antes de la invasión, cuando se comparaba el ejército de Rusia con las fuerzas de defensa más pequeñas y menos armadas de Ucrania, pocos dudaban de qué lado ganaría. Pero la guerra real está determinada por factores cualitativos y humanos, y fueron los ucranianos quienes tenían tácticas más agudas, reunidas por estructuras de mando, desde el nivel político más alto hasta los comandantes de campo más bajos, los que estaban aptos para el propósito.


La guerra de Putin en Ucrania, entonces, es ante todo un estudio de caso en el fracaso del mando supremo. La forma en que el comandante en jefe establece los objetivos y lanza las guerras da forma a lo que sigue. Los errores de Putin no fueron únicos; eran típicos de los que hacen los líderes autocráticos que llegan a creerse su propia propaganda. No puso a prueba sus suposiciones optimistas sobre la facilidad con la que podría lograr la victoria. Él confiaba en sus fuerzas armadas para entregar. No se dio cuenta de que Ucrania era un desafío en una escala completamente diferente a las operaciones anteriores en Chechenia, Georgia y Siria. Pero también se basó en una estructura de mando rígida y jerárquica que no pudo absorber ni adaptarse a la información sobre el terreno y, lo que es más importante, no permitió que las unidades rusas respondieran rápidamente a las circunstancias cambiantes.

El valor de la autoridad delegada y la iniciativa local será otra de las lecciones clave de esta guerra. Pero para que estas prácticas sean efectivas, los militares en cuestión deben poder satisfacer cuatro condiciones. En primer lugar, debe haber confianza mutua entre los que están en los niveles superior e inferior. Aquellos en el más alto nivel de mando deben tener confianza en que sus subordinados tienen la inteligencia y la capacidad para hacer lo correcto en circunstancias exigentes, mientras que sus subordinados deben tener confianza en que el alto mando brindará el respaldo que pueda. En segundo lugar, quienes luchan deben tener acceso al equipo y los suministros que necesitan para continuar. A los ucranianos les ayudó que estuvieran usando armas portátiles antitanques y de defensa aérea y que estuvieran luchando cerca de sus bases de operaciones, pero aún necesitaban que sus sistemas logísticos funcionaran.

En tercer lugar, quienes brindan liderazgo en los niveles de mando más subalternos deben ser de alta calidad. Bajo la guía occidental, el ejército ucraniano había estado desarrollando el tipo de cuerpo de suboficiales que puede garantizar que se satisfagan las demandas básicas de un ejército en movimiento, desde el mantenimiento del equipo hasta la preparación real para el combate. En la práctica, aún más relevante fue que muchos de los que regresaron a las filas cuando Ucrania se movilizó eran veteranos experimentados y tenían una comprensión natural de lo que había que hacer.

Pero esto lleva a la cuarta condición. La capacidad de actuar con eficacia en cualquier nivel de mando requiere un compromiso con la misión y una comprensión de su propósito político. Estos elementos faltaban en el lado ruso debido a la forma en que Putin lanzó su guerra: el enemigo que las fuerzas rusas habían esperado no era el que enfrentaban, y la población ucraniana no estaba, contrariamente a lo que les habían dicho, inclinada ser liberado . Cuanto más inútil es la lucha, más baja es la moral y más débil la disciplina de los que luchan. En estas circunstancias, la iniciativa local puede conducir simplemente a la deserción o al saqueo. Por el contrario, los ucranianos estaban defendiendo su territorio contra un intento enemigo de destruir su tierra. Había una asimetría de motivación que influyó en los combates desde el principio. Lo que nos lleva de vuelta a la locura de la decisión original de Putin. Es difícil ordenar a las fuerzas que actúen en apoyo de una ilusión.

Fuerza decepcionante

Para el verano de 2021, la guerra de Donbas había estado estancada durante más de siete años, y Putin decidió un plan audaz para llevar las cosas a un punto crítico. Habiendo fracasado en usar los enclaves para influir en Kyiv, trató de usar su difícil situación para defender el cambio de régimen en Kyiv, asegurándose de que volvería a entrar en la esfera de influencia de Moscú y nunca más contemplaría unirse a la OTAN o la UE. Por lo tanto, emprendería una invasión a gran escala de Ucrania.

Tal enfoque requeriría un gran compromiso de las fuerzas armadas y una campaña audaz. Pero la confianza de Putin había sido impulsada por la reciente intervención militar de Rusia en Siria, que apoyó con éxito al régimen de Bashar al-Assad, y por los esfuerzos recientes para modernizar las fuerzas armadas de Rusia. Los analistas occidentales habían aceptado en gran medida las afirmaciones rusas sobre la creciente fuerza militar del país, incluidos los nuevos sistemas y armamentos, como las "armas hipersónicas", que al menos sonaban impresionantes. Además, las saludables reservas financieras rusas limitarían el efecto de cualquier sanción punitiva. Y Occidente parecía dividido e inquieto después de la presidencia de Donald Trump, una impresión que fue confirmada por la fallida retirada de Estados Unidos de Afganistán en agosto de 2021.

Cuando Putin lanzó lo que llamó la “operación militar especial” en Ucrania , muchos en Occidente temieron que pudiera tener éxito. Los observadores occidentales habían observado la acumulación masiva de fuerzas de Rusia en la frontera con Ucrania durante meses, y cuando comenzó la invasión, las mentes de los estrategas estadounidenses y europeos se apresuraron a pensar en las implicaciones de una victoria rusa que amenazaba con incorporar a Ucrania en una Gran Rusia revitalizada. Aunque algunos países de la OTAN, como Estados Unidos y el Reino Unido, habían enviado rápidamente suministros militares a Ucrania, otros, siguiendo este pesimismo, se mostraron más reacios. El equipo adicional, concluyeron, probablemente llegaría demasiado tarde o incluso sería capturado por los rusos.

Menos destacado fue que la acumulación de tropas rusas, a pesar de su formidable escala, estaba lejos de ser suficiente para tomar y mantener toda Ucrania. Incluso muchos dentro o conectados con el ejército ruso podrían ver los riesgos. A principios de febrero de 2022, Igor "Strelkov" Girkin, uno de los líderes separatistas rusos originales en la campaña de 2014, observó que el ejército de Ucrania estaba mejor preparado que ocho años antes y que "no hay suficientes tropas movilizadas, o siendo movilizado”. Sin embargo, Putin no consultó a expertos sobre Ucrania, sino que confió en sus asesores más cercanos, viejos camaradas del aparato de seguridad ruso, quienes se hicieron eco de su opinión desdeñosa de que se podía tomar Ucrania fácilmente.

Tan pronto como se puso en marcha la invasión, se hicieron evidentes las principales debilidades de la campaña rusa. El plan era una guerra corta, con avances decisivos en varias partes diferentes del país el primer día. Pero el optimismo de Putin y sus asesores significó que el plan se diseñó en gran medida en torno a operaciones rápidas de unidades de combate de élite. Se prestó poca atención a la logística y las líneas de suministro, que limitaron la capacidad de Rusia para sostener la ofensiva una vez que se estancó, y todos los elementos esenciales de la guerra moderna, incluidos alimentos, combustible y municiones, comenzaron a consumirse rápidamente. En efecto, la cantidad de ejes de avance creó una serie de guerras separadas que se libraron a la vez, todas presentando sus propios desafíos, cada una con sus propias estructuras de mando y sin un mecanismo adecuado para coordinar sus esfuerzos y asignar recursos entre ellas.

La primera señal de que las cosas no iban según el plan de Putin fue lo ocurrido en el aeropuerto de Hostomel, cerca de Kyiv. Cuando se les dijo que encontrarían poca resistencia, los paracaidistas de élite que habían sido enviados para proteger el aeropuerto de los aviones de transporte entrantes fueron repelidos por un contraataque ucraniano. Eventualmente, los rusos lograron tomar el aeropuerto, pero para entonces, estaba demasiado dañado para tener algún valor. En otros lugares, unidades de tanques rusos aparentemente formidables fueron detenidas por defensores ucranianos mucho menos armados. Según un relato, una enorme columna de tanques rusos que se dirigía a Kyiv fue detenida inicialmente por un grupo de solo 30 soldados ucranianos, que se acercaron de noche en quads y lograron destruir algunos vehículos a la cabeza de la columna. dejando al resto atrapado en una carretera estrecha y abierto a nuevos ataques. Los ucranianos repitieron con éxito tales emboscadas en muchas otras áreas.

Las fuerzas ucranianas, con la ayuda de Occidente, habían emprendido reformas enérgicas y planeado sus defensas cuidadosamente. También estaban muy motivados, a diferencia de muchos de sus homólogos rusos , que no estaban seguros de por qué estaban allí. Las ágiles unidades ucranianas, recurriendo primero a armas antitanques y drones y luego a la artillería, tomaron por sorpresa a las fuerzas rusas. Al final, entonces, el curso inicial de la guerra no estuvo determinado por un mayor número y potencia de fuego, sino por tácticas, compromiso y mando superiores.

Las distintas percepciones

La guerra en Ucrania se debe, únicamente, a la ignorancia de Occidente sobre ‎lo que allí ha venido sucediendo así como a una serie de malentendidos y descuidos. ‎Los occidentales, creyendo siempre que todo tiene que ser como ellos creen, son ‎incapaces de ponerse en el lugar de sus interlocutores y se han equivocado ‎constantemente. Al final, cuando las operaciones militares lleguen a su fin, una vez ‎que los rusos hayan alcanzado los objetivos que habían anunciado desde el primer día, ‎los occidentales se las arreglarán incluso para convencerse de que son ellos quienes ‎han ganado la guerra. En definitiva, para las potencias occidentales lo único que cuenta no es ‎salvar vidas humanas sino creerse que están “del lado correcto de la historia”.Thierry Meyssan ‎Intelectual francés, presidente-fundador de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Sus análisis sobre política exterior se publican en la prensa árabe, latinoamericana y rusa. Última obra publicada en español: De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump. Ante nuestros ojos la gran farsa de las "primaveras árabes" (2017). (Red Voltaire)

Occidentales y rusos ven la guerra en Ucrania de manera diferente. La experiencia histórica de ‎unos y otros les hace interpretar de manera diferente tanto las palabras como los ‎acontecimientos. De hecho, ni siquiera buscan las mismas informaciones. Los dos bandos ya ‎no tienen la misma percepción de la realidad. Esta sucesión de malos entendidos, e incluso de ‎descuidos, es causa de una incomprensión que puede favorecer el estallido de un conflicto todavía ‎mayor.‎

Los banderistas

Los rusos y los occidentales lucharon juntos contra el fascismo. Pero no vivieron lo mismo y, ‎debido a ello, no tienen el mismo recuerdo de la Segunda Guerra Mundial. ‎

La prensa rusa no ve diferencias entre los banderistas y los nazis. Por eso recurre a la memoria ‎colectiva sobre la «Gran Guerra Patria», el conflicto que Occidente denomina como la ‎‎«Segunda Guerra Mundial». ‎

Cuando Alemania invadió la Unión Soviética, en junio de 1941, esta última no estaba lista para ‎la guerra. El choque fue desastroso. Stalin logró unir a su pueblo aliándose a la iglesia ortodoxa ‎‎–a la que había combatido hasta entonces– y liberando a los opositores políticos que había ‎encarcelado. La evocación actual de aquel momento histórico equivale a un compromiso de ‎reconocer un lugar a todo aquel que se implica en la defensa de la Nación. ‎

Los rusos ven a los banderistas/nazis contemporáneos como un peligro existencial contra ‎su pueblo. Y tienen razón porque esos elementos, que se presentan como «nacionalistas ‎ucranianos», consideran que «han nacido para erradicar a los “moscovitas”». ‎

Eso convierte en inútiles todos los ataques occidentales contra la persona de Vladimir Putin. Para ‎los opositores rusos, Putin ya no es el problema. Independientemente de que lo aprecien o ‎lo detesten, el presidente Putin es ahora el jefe de la Nación, como lo fue Stalin a partir de ‎junio de 1941.‎

Mientras tanto, la prensa occidental reconoce a los banderistas como nazis, pero lo hace para ‎relativizar más fácilmente la importancia de esos elementos. En la memoria colectiva de ‎los pueblos de Europa occidental, los nazis eran una amenaza… pero “sólo” para ciertas ‎minorías. En un primer momento, los enfermos mentales, los viejos y los enfermos incurables y ‎posteriormente los judíos y los romaníes (gitanos) se vieron marginados y ‎condenados a “desaparecer” en los campos de concentración. ‎

Pero en la memoria colectiva de los eslavos está fresco aún el recuerdo de los ejércitos ‎hitlerianos que avanzaban arrasando uno a uno los poblados y aldeas que hallaban a su paso… ‎sin dejar sobrevivientes. ‎

Por esas razones, los europeos occidentales ven el nazismo con menos temor… aunque los ‎anglosajones prefieren eliminar discretamente los símbolos que pueden traer a la actualidad los ‎recuerdos sobre el nazismo. ‎

Por ejemplo, a finales de mayo los consejeros británicos en propaganda y ‎comunicación modificaron el emblema del regimiento ucraniano Azov, sustituyendo el ‎‎Wolfsangel que enarbolaba esa formación ucraniana, calcado del emblema de la división ‎‎Das Reich de las Waffen SS, por tres espadas dispuestas en forma de tridente, símbolo de la ‎República ‎ Popular Ucraniana ‎(1917-1921). De esa manera, eliminaron un emblema nazi sustituyéndolo por un ‎emblema antibolchevique [1]. ¿Por qué? Porque los europeos occidentales confunden la Unión Soviética ‎con Rusia… olvidando que la mayoría de los dirigentes soviéticos no eran rusos.


Los consejeros británicos en relaciones públicas y propaganda aseguran que los banderistas/nazis ‎ucranianos son comparables a los nazis occidentales de hoy, o sea que no pasan de ser ‎grupúsculos de fanáticos. No niegan su existencia… pero tratan de hacernos creer que son poco ‎numerosos y que carecen de influencia. Incluso maquillan las huellas de la actividad parlamentaria ‎y gubernamental de esos elementos, visibles desde que Ucrania se convirtió en un nuevo Estado, ‎en 1991. También se esmeran en esconder los monumentos erigidos en todo el país en ‎homenaje a los colaboradores ucranianos de la ocupación nazi, los banderistas originales hoy ‎presentados como “nacionalistas”. ‎

Desde 1991 y hasta inicios de 2014, los medios de prensa del mundo entero ignoraron el lento ‎avance de los banderistas en Ucrania. Pero en febrero de 2014, durante el derrocamiento del ‎presidente electo Viktor Yanukovich, los periodistas extranjeros que cubrían aquel hecho ‎se asustaron ante el papel protagónico de las milicias de extrema derecha en las ‎manifestaciones contra Yanukovich. Los medios del mundo entero divulgaron entonces imágenes ‎sobre aquellos extraños “nacionalistas”… que enarbolaban cruces gamadas y otros símbolos nazis. ‎

Pero la prensa occidental cesó bruscamente sus investigaciones un mes después, cuando la ‎población de Crimea rechazó la llegada de aquellos extremistas al poder en Kiev y proclamó su ‎independencia. ¿Por qué cesaron las investigaciones? Porque seguir hablando de la deriva ucraniana habría sido dar la razón ‎a Rusia. A partir de entonces, y durante 8 años, ningún medio de prensa occidental investigó ‎sobre, por ejemplo, las denuncias de secuestros y torturas a gran escala que se han producido en ‎Ucrania.

Los medios de prensa occidentales optaron deliberadamente por ignorar la verdadera ‎calaña de los banderistas, así que ahora no pueden reconocer el papel político y militar de esos ‎admiradores de los nazis en la Ucrania actual. ‎

Esa ceguera se prolonga con la evolución del poder ucraniano durante la guerra. La prensa ‎occidental opta por ignorar totalmente la dictadura instaurada en Ucrania –la confiscación de todos los ‎medios de prensa por parte del Estado ucraniano, las detenciones de personalidades opositoras, ‎la confiscación de los bienes de cualquier persona que se atreva a mencionar los crímenes ‎históricos de los banderistas y los nazis, etc. Mientras tanto, la prensa rusa denuncia esa ‎evolución y se lamenta de haber cerrado los ojos durante años. ‎

Nosotros, en Red Voltaire, escribimos –aunque no a tiempo– sobre la historia de los ‎banderistas, tema al que no se ha dedicado ningún libro, lo cual demuestra que nadie quiere ver ‎esa evolución de Ucrania. Nuestro trabajo, publicado en una decena de idiomas, ha llegado finalmente a ser ‎de conocimiento de numerosos responsables militares y diplomáticos occidentales, quienes ahora ‎están presionando a sus gobiernos para que no sigan respaldando a esos enemigos de la ‎humanidad. ‎

la credibilidad de los dirigentes occidentales y la de los responsables rusos 

Hay dos maneras de evaluar la credibilidad de un dirigente: analizando sus buenas intenciones o ‎los resultados que obtiene. ‎

Los europeos occidentales, que se han puesto bajo la protección de Estados Unidos, están ‎convencidos de que ya no son ellos quienes hacen la historia –sólo la sufren. Así que ya no necesitan dirigentes ‎políticos como los del siglo pasado. De hecho, ya sólo eligen “gestores” o “administradores” que ‎dicen estar llenos de buenas intenciones. ‎

Los rusos, por el contrario, después de haber sufrido el derrumbe de su país durante la era de ‎Boris Yeltsin, se han empeñado en restaurar su independencia y han acabado renunciando al ‎liberalismo estadounidense, después de haber creído en él durante una década. Y para eso ‎eligieron y reeligieron a Vladimir Putin, cuya eficacia han verificado. Rusia se abrió al extranjero ‎a la vez que se hacía autosuficiente en numerosos sectores, incluyendo el de la producción de ‎alimentos. Los rusos no ven las “sanciones” occidentales como “castigos”. Conscientes de que ‎los países de la OTAN representan sólo un 12% de la humanidad, los rusos ven las “sanciones” como un ‎acto con el cual Occidente se aísla del resto del mundo. ‎

Independientemente de los regímenes políticos, los dirigentes civiles interesados en unir a ‎su pueblo lo más ampliamente posible no recurren a la mentira para conservar la confianza de ‎sus conciudadanos. Pero los dirigentes civiles que están al servicio de una minoría están ‎obligados a mentir para no ser derrocados. Por su parte, los jefes militares –aunque tienen ‎tendencia a confundir sus deseos con la realidad y, por consiguiente, a mentir en tiempos ‎de paz– en tiempos de guerra se ven obligados a reconocer la realidad para poder ganar. ‎

Los occidentales quedaron traumatizados por los atentados del 11 de septiembre de 2001 y ‎también por la presentación del entonces secretario de Estado de Estados Unidos, el general ‎Colin Powell, ante el Consejo de Seguridad de la ONU, el 5 de febrero de 2003. ‎

Primero temblaron, el 11 de septiembre de 2001, viendo las personas que saltaban desde el ‎World Trade Center en llamas y el derrumbe de las dos torres, antes de darse cuenta de que las explicaciones que les daban no eran creíbles. Se instaló entonces la desconfianza entre los ‎ciudadanos y los dirigentes que fingían creer la increíble versión oficial[2]. ‎

Después, el 5 de febrero de 2003, creyeron lo que les decía un general porque partían del ‎principio que un militar no podía mentir sobre un problema de seguridad de tanta gravedad –la ‎cuestión de las «armas de destrucción masiva» de Saddam Hussein. Pero acabaron ‎deprimiéndose cuando entendieron que aquel discurso del secretario de Estado Colin Powell era ‎sólo una justificación inventada para derrocar un gobierno que se resistía a Estados Unidos y ‎para apoderarse del petróleo y de los cuantiosos fondos de Irak. Es que aquel discurso del ‎general-secretario de Estado [3] había sido redactado por ‎políticos civiles, los straussianos [discípulos del filósofo Leo Strauss] del Office of Strategic ‎Influence (OSI), algo que el propio Colin Powell confesó avergonzado mucho después. Aquella ‎confianza injustificada costó más de un millón de vidas [4]. Resultado: desde 2003, ‎los pueblos de Occidente ya no confían en la palabra de sus dirigentes, fenómeno algo menos ‎marcado en Francia, el único país occidental que contradijo públicamente al general Powell. ‎

Los rusos, por el contrario, ven la diferencia entre los dirigentes políticos que sólo siguen el ‎discurso general y los responsables que defienden el interés colectivo. En los años 2000, los rusos creyeron ‎en el discurso occidental, pensando que les traería libertad y prosperidad. Pero aquella esperanza ‎se derrumbó cuando vieron como un grupo de renegados se apoderaba de la riqueza colectiva. ‎Los rusos se volvieron entonces hacia los valores seguros: conciudadanos formados por el KGB… y ‎preocupados por el interés general. Hoy viven con la esperanza de verse al fin liberados de ‎lo que queda de aquel periodo de confusión, de los oligarcas que viven en el extranjero y de la ‎burguesía globalista aún incrustada en Moscú y en San Petersburgo. Ven a los oligarcas como ‎ladrones y se alegran de que sus bienes, ya perdidos para Rusia, les sean arrebatados por ‎los occidentales. En cuanto a la burguesía globalista, los rusos no se apenan de ver huir a ‎algunos de sus miembros. ‎

Lo que perciben los rusos es que el presidente Putin y su equipo han logrado resolver ‎el problema de la alimentación y volver a darles trabajo, que han reconstruido su ejército y que ‎los protegen del resurgimiento del nazismo. Por supuesto, no todo es color de rosa… pero las cosas ‎van mucho mejor desde que el presidente Putin y su equipo están al mando. ‎

¿Es La Otan La Mayor Alianza Militar Del mundo O Una Amenaza Contra Rusia?

Para los europeos de Occidente, nacidos y criados en una región que vive como un protectorado ‎estadounidense, la organización unipolar del mundo parecía algo natural. En 60 años nunca han ‎vivido la guerra en su propio suelo y no entienden por qué el resto del mundo no quiere la ‎‎Pax Americana. ‎

Los rusos, por el contrario, sufrieron una caída brutal de su esperanza de vida, que disminuyó ‎‎20 años, cuando eligieron a Boris Yeltsin y sus consejeros estadounidenses. Además, vivieron ‎dos guerras en la región rusa de Chechenia y los atentados islamistas que las acompañaron, ‎en Beslan y en Moscú. Los banderistas ucranianos lucharon entonces junto a los yihadistas del ‎Emirato Islámico de Ichkeria. ‎

A los europeos occidentales no les importa que la OTAN haya tratado de eliminar físicamente al ‎presidente Charles de Gaulle en Francia, ni que haya asesinado a Aldo Moro en Italia y ‎organizado el golpe de Estado de los coroneles en Grecia [5]. Esos hechos los conocen sólo los ‎especialistas y no aparecen en los manuales escolares. La OTAN es la mayor alianza militar de la ‎historia y sus dimensiones teóricamente le garantizan la victoria. ‎

Sin embargo, en los años 1990, la OTAN rechazó la eventual admisión de Rusia. La alianza ‎atlántica se redefinió entonces no como una fuerza garante de estabilidad para el continente ‎sino como un bloque antirruso, lo cual puede llegar a provocar una guerra en Europa. ‎

Los occidentales reescriben la historia cuando afirman que nunca prometieron abstenerse de ‎ampliar la OTAN hacia el este.

Sin embargo, durante la reunificación alemana, el presidente ‎francés Francois Mitterrand y el canciller alemán Helmut Kohl hicieron estipular en el Tratado ‎Relativo al Arreglo Definitivo Sobre Alemania –firmado el 13 de octubre de 1990– que las cuatro ‎potencias vencedoras del nazismo establecerían medidas de confianza en materia de armamento ‎y de desarme para garantizar la paz en el continente de conformidad con los principios del Acta ‎Final de Helsinki –firmada el 1º de agosto de 1975. Esos principios quedaron reafirmados en la ‎‎Declaración de Estambul –la Carta Europea de Seguridad, firmada el 19 de noviembre de 1990– ‎y en la Declaración de Astaná –firmada el 2 de diciembre de 2010. Esos documentos establecen:‎
el derecho de cada Estado a establecer las alianzas militares de su preferencia, así como el deber de cada Estado de no adoptar medidas de seguridad que amenacen a sus vecinos. ‎

Es por eso que Rusia nunca cuestionó la incorporación de los Estados del centro y del este de ‎Europa al Tratado del Atlántico Norte. Y es también por eso que siempre denunció la instalación ‎de fuerzas estadounidenses en esos países. ‎

En otras palabras. Rusia no cuestiona la existencia de la OTAN sino su funcionamiento. Más claro ‎aún, Rusia no se opone a que Ucrania, Finlandia o Suecia entren en esa alianza militar con ‎Estados Unidos ni a que estén bajo la protección del Artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte ‎pero rechaza que eso se traduzca en el despliegue de armamento estadounidense y de tropas de ‎Estados Unidos en suelo de esos países.‎

Ni siquiera se trata de prevenir el lanzamiento de misiles desde su frontera terrestre –los ‎submarinos siempre tendrían la posibilidad de acercarse a sus fronteras marítimas.

Lo que ‎preocupa a Moscú es otra cosa. Al contrario de la mayoría de los Estados, la población de la ‎Federación Rusa es relativamente escasa en relación con la gran extensión de su territorio, lo cual ‎hace más difícil la defensa de sus fronteras. Desde la invasión napoleónica, en 1812, Rusia ‎aprendió a defenderse utilizando precisamente su gran extensión territorial, dejando avanzar al ‎invasor en suelo ruso, cortando después sus líneas de abastecimiento para que muriera de frío con ‎la llegada del invierno. Esa estrategia llegó incluso a traducirse en el abandono de Moscú y el ‎desplazamiento de la población rusa hacia el este. Pero esa estrategia deja de ser eficaz ‎si el invasor dispone de bases de retaguardia en un país limítrofe con Rusia. ‎

Esa estrategia es también fuente de malentendidos. Rusia no trata de tener una zona de ‎influencia en Europa –como la Unión Soviética lidereada por el ucraniano Leonid Brezhnev. ‎Tampoco tiene aspiraciones imperialistas, como sucedía con la Rusia zarista. Sólo trata de ‎evitar que algún ejército de grandes proporciones pueda instalarse cerca de su territorio. Muchos ‎‎“conocedores” de la política rusa califican erróneamente esa actitud de “paranoica”, aunque ‎en realidad es resultado de una cuidadosa reflexión. ‎

El arte «operacional» 

La cinematografía bélica de Hollywood suele presentarnos iniciativas heroicas de individuos que ‎logran cambiar el curso de una batalla. Pero los filmes de guerra rusos nos muestran héroes que ‎se sacrifican para retrasar el avance del enemigo y dar tiempo a que la población se retire. Para ‎los rusos la retirada no es vergonzosa si evita un baño de sangre. ‎

Debido a esa visión propia, los militares eslavos han concebido lo que llaman el «arte operativo» ‎o «arte operacional», a medio camino entre la estrategia y la táctica. No consiste en planear el ‎despliegue de los ejércitos ni la dirección de una batalla sino en prever qué puede hacerse para entorpecer los movimientos del ejército enemigo y evitar la batalla. Los ejércitos occidentales ‎también han tratado de desarrollar ese concepto pero sin lograrlo, porque no lo necesitan. ‎

En el plano militar, la guerra en Ucrania puede resumirse de la siguiente manera. El objetivo –‎definido públicamente por el presidente Vladimir Putin– era «desarmar y desnazificar» Ucrania. ‎En función de eso, el estado mayor ruso comenzó sembrando la confusión en el bando contrario para ‎dedicarse a alcanzar su objetivo después de haber desorganizado el ejército ucraniano. ‎

El estado mayor ruso atacó inicialmente a través de todas las fronteras posibles: desde Crimea, ‎desde Rostov, desde Belgorod, desde Kursk y desde Bielorrusia. De esa manera, las fuerzas ‎armadas ucranianas no sabían dónde concentrarse. En medio de ese aparente desorden ‎ofensivo, las fuerzas rusas destruyeron las defensas antiaéreas ucranianas y avanzaron ‎rápidamente sobre la central nuclear de Zaporijia –la más grande de Europa–, donde ocuparon las ‎reservas ilegales de uranio y de plutonio allí almacenadas, y sobre varios biolaboratorios militares, ‎donde destruyeron contenedores de agentes patógenos y otros tipos de armas biológicas [6]. También destruyeron las vías férreas cuando las potencias ‎occidentales comenzaron los envíos de armamento a Ucrania. Luego iniciaron los combates ‎contra el regimiento banderista Azov, acantonado en Mariupol. Finalmente comenzaron a barrer ‎las zonas ocupadas por las tropas ucranianas en los oblast de Donetsk y Lugansk. ‎

Pero en Occidente creyeron que los rusos querían tomar Kiev y ‎arrestar alpresidente ‎Volodimir Zelenski –dos cosas que nunca estuvieron entre los objetivos de Rusia– y que iban a ‎ocupar toda Ucrania –algo que los rusos no tienen ninguna intención de hacer.

Así que ‎los occidentales se equivocaron creyendo que los rusos habían emprendido una “guerra ‎relámpago”.

Estados Unidos creyó que tenía que evitar una rápida caída del régimen de Kiev, cuando ‎en realidad habría tenido que defender el material nuclear ilegalmente almacenado en Zaporijia. ‎Luego creyó que tenía que defender Odesa y Lviv… mientras que los rusos tomaban Mariupol. ‎Los rusos ejercieron su «arte operacional» alcanzando en tiempo record los objetivos que ‎habían anunciado… mientras que los occidentales se vanaglorian de haberles impedido tomar ‎objetivos imaginarios. ‎

Los occidentales en general están tan erróneamente convencidos de su propia sapiencia que ‎han sido incapaces de pensar como sus adversarios. ‎

El Pentágono se equivocó tanto porque la mayoría de sus oficiales simplemente desconocen ‎el trabajo de los straussianos incrustados en Washington: cómo estructuraron a los banderistas, ‎los vínculos que mantienen con elementos de extrema derecha en numerosos ejércitos ‎occidentales a través de la orden secreta conocida como Centuria [7] y sus programas secretos de armamento [8].‎

Una mirada desde acá

Alvaro García Linera desmenuza los mitos neoliberales: Qué gana Estados Unidos con la guerra en Ucrania

El ex vicepresidente de Bolivia explica que así como la pandemia dejó en ridículo el discurso contra el rol del Estado, la guerra en Ucrania reveló cómo una simple decisión política de Washington terminó con la ficción del «libre mercado». Las elecciones en Colombia y el futuro de América latina

Por Luis Hernández Navarro, México, en “La Jornada”, especial para Página/12

De paso por México para asistir a la novena Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales (Clacso), Álvaro García Linera, ex vicepresidente del Estado plurinacional de Bolivia, reflexionó sobre los cambios vividos en América Latina a raíz de la guerra entre Rusia y Ucrania, la pandemia, la relación de la región con Estados Unidos, la creciente presencia china en América del Sur, las elecciones en Colombia y la condena a 10 años de prisión de la golpista Jeanine Áñez.

Alejado de responsabilidades gubernamentales, pero activo políticamente, asegura que, con la guerra, los estadunidenses están felices porque van a vender su gas y petróleo a Europa, un mercado al que no habían entrado. Sostiene, además, que el desmantelamiento de los sistemas sanitarios en la región, basado en principios de rentabilidad y promovido por gobiernos neoliberales, es un crimen histórico.

¿Cómo ha afectado a América Latina la guerra de Rusia y Ucrania?

En lo inmediato, en lo económico será ambivalente. Los países que producen combustibles y alimentos mejorarán sus ingresos y divisas. La guerra con Ucrania ha acelerado la subida de los precios del gas, petróleo y alimentos. Hemos entrado a un ciclo de precios altos de las materias primas, de mediano alcance. La sustitución del mercado de la oferta de Rusia no va ser fácil ni instantánea. Vamos a tener petróleo por encima o bordeando los 100 dólares cinco años o quizás más. Igual con los alimentos.

Pero para los países que necesitan importar estos productos será complicado, porque tienen que meter más dinero para garantizar la seguridad alimentaria. Y, para mantener estable el mercado del parque automotor, requieren aumentar las subvenciones a los combustibles, sacando dinero de otras fuentes, por ejemplo, de programas sociales contra la pobreza.

En lo político-cultural es una señal que golpea la narrativa y la lógica del libre mercado planetario, que nos indujeron durante 40 años en América Latina. El que venga un presidente y con un decreto desglobalice 20 por ciento del territorio del mundo, y a un porcentaje parecido de la población, es un choque muy fuerte. Se supone que las leyes de libre mercado son naturales, que se valen por sí mismas, que no dependen de la voluntad humana. Sin embargo, viene un presidente y dice: ‘estos señores quedan desglobalizados, fuera del circuito financiero, fuera de la venta de mercancías’. El petróleo ruso es más barato que el crudo y que el gas norteamericanos, pero por decreto los rusos quedan fuera del libre mercado.

Los estadunidenses están felices porque van a vender su gas y su petróleo a Europa, que era un mercado al cual no habían entrado. Pero la gente común dice: ‘¿cómo es que el libre mercado es una ley natural de la humanidad y la decisión de un gobierno la anula? ¿A qué están jugando? ¿No que el libre mercado es el destino de la humanidad?’

Aunque no se han dado cuenta los grandes gobernantes del mundo, eso provoca una serie de cataclismos cognitivos en la sociedad. Están generando un caos cognitivo. ¿A dónde vamos? Ese caos produce una incertidumbre desgarradora y desazón.

Hace unos días, la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), la señora Kristalina Georgieva, decía, alarmada y apenada: ‘el horizonte se ha oscurecido’; el tramado de nuestro mundo se está deshaciendo. Eso va a tener efectos prácticos en la actitud de las personas al definir su horizonte.

Sin embargo, en América Latina hay una buena oportunidad para enfrentar los efectos de la guerra, en términos económicos y sociales, con reformas progresistas de segunda generación que no vimos en la primera. Una de ellas es fortalecer la agricultura pequeña y mediana, para lograr la soberanía alimentaria de tu país y tu región, y exportar los excedentes para generar ingresos y regalías.

América Latina es una de las regiones más afectadas con la pandemia, con más muertos. ¿Qué balance haces de los efectos de esta plaga en la región?

Primero: el desmantelamiento de los sistemas de salud de nuestros países, basado en el principio de rentabilidad y gasto mínimo, que implementaron gobiernos neoliberales, ha sido un crimen histórico. Esto provocó que, al enfrentar una adversidad tan terrible y planetaria, estuviéramos maniatados para proteger a la población. Una tarea a largo plazo es reforzar y potenciar un sistema de salud plural, comunitario, barrial, de grandes centros de atención médica; gratuito y universal, para todos los habitantes.

La segunda son las terribles injusticias planetarias, y cómo, cuando viene una tragedia, los países que vociferan ‘libre mercado’ y ‘Estado mínimo’ se encierran, se vuelven proteccionistas, decimonónicos, no sueltan ni una medicina ni un respirador, se tragan sus palabras. Se vuelven los primeros defensores del proteccionismo y de un soberanismo de gran imperio y gran potencia, que deja al resto de países abandonado y liquidado. Algunas naciones ni siquiera con dinero podían comprar vacunas cuando salieron las primeras, tuvieron que esperar. Hasta el día de hoy hay otros que siguen esperando tenerlas.

Es un mundo muy injusto. El mercado no es un buen distribuidor. Saquemos de la cabeza la idea de orden mundial solidario, de libre mercado, regulador automático y natural que equilibra las cosas. Los ricos se protegen y se encierran y les importa un comino lo que pase con el resto de los pobres. Ni el sometimiento a grandes imperios y grandes potencias te va a proteger. Ellos se protegen a sí mismos. Ésa es la lógica, casi de ley de la selva, que ha regido durante la pandemia. Y eso se va repetir en los siguientes años.

Tercera. ¿Quién ha salvado los mercados? No el mercado. ¿Quién ha salvado las bolsas de valores? No la bolsa de valores. ¿Quién ha salvado a las grandes empresas del mundo? No han sido ellas. Ha sido el Estado, el denostado, maldecido, vapuleado Estado, el que ha salido a imprimir dinero para proteger parcialmente a los más pobres y, fundamentalmente, para que no colapsen y se derrumben los mercados.

El Estado sigue siendo el gran aglutinador de las estructuras sociales de nuestro mundo, no son los mercados. El Estado es el único actor político en el mundo que ha salido al frente, cuando todo lo demás se derrumbaba. Cuando nadie sabía si se iba a morir o no el día de mañana; cuando nadie sabía si había que ir a trabajar o no; cuando nadie sabía lo que iba a pasar con la humanidad, los estados, mal o bien, de manera equivocada o acertada, establecieron lineamientos, pautas mínimas, que la gente obedeció: trabajar parcialmente, no trabajar, encerrarse, ir a hacerse curar, protegerse.

Esto marca un nuevo inicio de la acción política de transformación. En los siguientes 30 o 40 años vamos a tener más Estado, no menos Estado. ¿Cómo se equilibrará eso con el mercado? Nadie lo sabe bien.

La pandemia es un hecho total a nivel planetario y sus efectos son igualmente totales. Uno de ellos es que el libre mercado no protege a las personas; necesita a los estados o tener estados para crecer y expandirse. ¿Qué pasaría si la sociedad utiliza el Estado para protegerse?

Es un momento en donde las viejas creencias planetarias de clases altas, medias y bajas, de intelectuales y de políticos, respecto al horizonte de expectativas que uno debía tener, se han derrumbado. La pandemia nos ha arrojado a un tiempo de perplejidad, estupor e incertidumbre. Esta es la característica de este tiempo. Las viejas certidumbres comienzan a diluirse, a mostrar porosidad, a entrar en declive. Y no surgen nuevas. No es como decía el gran Gramsci, ‘lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer’. No, lo viejo no acaba de morir, va a tardar mucho y no hay nada nuevo. Nadie sabe qué cosa es lo nuevo. Es un tiempo paradójico.


Pero eso no puede durar mucho. La gente tiene que, tarde o temprano, aferrarse a algo. A lo que sea, a lo que aparezca. Irse hacia un lado o para el otro. Necesita certidumbre y el momento en que se lance a buscarla es el momento en que abre su mente a nuevas creencias. Y ahí se va a definir el futuro: sea por el lado de la justicia social, del progresismo, de las izquierdas, de la igualdad; o por el lado del autoritarismo, de la violencia, del racismo.

Mientras tanto, vivimos este tiempo sin futuro, un pasado que está en declive y una carencia de imaginario de futuro. Por eso es un tiempo liminal.

¿Hay una nueva política en Estados Unidos hacia América Latina? ¿Hay una nueva actitud de América Latina hacia Estados Unidos?

Sin duda. Estamos viviendo tiempos de un imperio decadente. Estados Unidos sale con la cola bajo el rabo de Afganistán. Dijeron que lo iban a hacer regresar a la Edad de Piedra. Y esos hombres y mujeres derrotaron a los que manejan la guerra desde el espacio. La piedra derrotó al silicio. Es un síntoma de decadencia. ¿Sigue siendo el imperio más poderoso del planeta? Sí. Pero ha perdido fuerza, vigor, capacidad de decidir el destino de la humanidad.

Hay un imperio ascendente, pero silencioso: China. Va trabajando sus estructuras económicas. No entra al ámbito bélico, pero expande sus rutas comerciales para garantizar abastecimiento y crecimiento. Para buena parte de los países de América Latina, exceptuando México y algunos países centroamericanos, es el principal socio e inversor. Lo mismo se puede decir de Eurasia y África.

Tienes un imperio fallido: Rusia. Está intentando proteger sus áreas de influencia ante el cerco europeo-norteamericano. Y tienes un geriátrico de imperios melancólicos que es Europa, más preocupados por cuidar a sus gatitos que por mirar el mundo, pero a los que, de rato en rato, les preocupa lo que pase en sus puertas y cómo los grandes están disputándose espacios de influencia.

América Latina está en los bordes de las grandes disputas planetarias, que toman forma de guerras proteccionistas: 5G, aluminio, mercancías chinas o indias, alimentos, energéticos. O de guerras directas de intervención: Irak, Afganistán, Siria. O de guerras indirectas y por encargo, como Ucrania.

No sabemos qué nos deparará este reacomodo. Pero si América Latina no actúa como colectivo, como grupo, para protegerse –ya no digamos para intervenir como actor relevante en el mundo–, nos puede ir muy mal.

Estados Unidos está relativamente preocupado por la región por dos cosas. Primero, por la presencia China, que es silenciosa, pero fuerte, sistemática, contundente y cada vez más enraizada. No desaparece con un soplo. Y, segundo, por la pérdida de autoridad. Tenía las narrativas en torno al cual el mundo se alineaba. Del norte venían los horizontes compartidos y las ilusiones colectivas. Ahora se ha quedado sin eso.

¿Cómo enfrenta la presencia de China en América Latina? Diciendo que los chinos son malvados y poniendo 200 millones de dólares para que no haya migración. Es una burla. Si quieren en verdad contraponer su presencia en el continente, necesitan poner 30 mil o 100 mil millones de dólares para desarrollo, agricultura y transición energética durante la siguiente década. Pero salen con 200 millones de dólares. Están preocupados, pero no tanto.

Sigue el desprecio hacia América Latina. Ven que hay un problema, pero no están entendiéndolo. Han dejado de ser el gran cerebro del mundo. Durante esta cumbre y para enfrentar la presencia China, si hubieran actuado como gran imperio, el tema sería chequera contra chequera.

China te presta sin condiciones. No te pide que apoyes a la OEA, simplemente, que sus empresas vengan y hagan y gasten. Y pagan. Han otorgado créditos públicos que rondan los 150 mil millones de dólares. Eso no lo tiene Estados Unidos. Hay un menosprecio hacia la región, que les va costar.

Va a tener una América Latina cada vez más distanciada. En las cumbres anteriores, nunca hubo esta exhibición de protesta frente al gran patrón. Pero ahora –dijo el canciller Ebrard– 20 países protestaron, seis no dijeron nada y dos defendieron a Estados Unidos.

Hay, de América Latina hacia Estados Unidos, pérdida de miedo y hasta falta de respeto ante el poderoso. Se ha desvanecido la idolatría y sumisión voluntaria de las élites políticas hacia lo norteamericano. Era una especie de cadena mental que te amarraba a mover tu cabeza siempre diciendo sí a lo que decía Estados Unidos. Ahora no lo oyes. Te vas. No vienes. Dices lo que quieres. Los otros nos desprecian y nosotros le hemos perdido el respeto. México ha liderado este divorcio.

Es un mundo muy interesante. No sabemos a dónde vamos a ir. Pero sabemos lo que ya no nos cae bien. Estamos aprendiendo de manera compartida a dejar de bajar la cabeza frente a los poderosos. Esa es la característica de estos tiempos.

¿Las elecciones de Colombia expresan el fin de la vieja política o son más bien el reformateo de los viejos actores en otras coordenadas?

Es muy fuerte lo sucedido en Colombia en estas elecciones. Ese país se convirtió en los últimos 30 años en el portaaviones norteamericano enclavado en Latinoamérica. En sentido militar y policiaco, cultural y político. El gobierno colombiano fue el gran aliado de la avanzada norteamericana en Sudamérica. Toda la élite política, económica y cultural que acompañó este proceso de neocolonización continental ha sido derrotada en las elecciones.

Hay el antecedente del gran levantamiento. Lo que era una torre inexpugnable de acero, de cemento, artillada, ha sido derrotada, desplazada, convertida en humo. Pero lo que viene no está definido. Está en juego si se reconstituye una dignidad social o si los viejos poderes emergen con nuevas caretas.

Todo proceso verdadero de transformación social siempre está marcado por ello. Los que pierden buscan de mil maneras, a veces con éxito, reciclarse, metamorfosearse, mutar. Cambian trajes, se hacen liposucción y bótox, se vuelven campechanos y alegres, cambian el discurso. Necesitan mutar para preservarse.

Eso está pasando en Colombia. Hay la posibilidad de que el gran cambio tenga su conclusión necesaria en un nuevo sistema político, en nuevos horizontes de acción colectiva y nuevo protagonismo social o de que se reconstituya el viejo orden de manera modificada.

Mi corazón está con la transformación por la cual ese pueblo colombiano salió a las calles y votó con tanta hidalguía para cerrar el viejo ciclo del uribismo. De darse esta ruta, sería un logro en el que culminaría de manera exitosa, alegre, festiva, el gran despertar y la búsqueda de cambio social y político demandado por el pueblo colombiano. Solamente una victoria del candidato Petro lograría que triunfe el cambio verdadero de la gente.

En Colombia podría iniciarse un nuevo momento de las transformaciones progresistas en el continente. Tienen las propuestas más avanzadas del progresismo continental. Por ejemplo, sustitución gradual de combustibles fósiles. Están mirando el siglo XXI para los siguientes 78 años. Va a tener sus dificultades. Nadie puede sustituir tan fácilmente las divisas que llegan por exportar gas y petróleo.

La segunda cosa es el esfuerzo por articular las demandas del movimiento feminista, con una condición material. Hasta los neoliberales han incorporado al feminismo en su horizonte, reduciéndolo a igualdad de oportunidades. La propuesta de Colombia va más allá. Va a cómo garantizar en la vida cotidiana el empoderamiento de la mujer en términos económicos, materiales y de justicia social.

De triunfar, pudiera servir de modelo expansivo hacia el resto del continente. En ese sentido, sería una Colombia que estaría enseñando al continente un nuevo paso en su agenda de igualdad y justicia social.

¿Qué piensas de la sentencia contra Jeanine Áñez?

Es el primer paso, de varios pendientes. Éste es un juicio por los procedimientos en cómo ella entra a la presidencia; no sobre las masacres, las torturas, las ejecuciones extrajudiciales certificadas por la CIDH. Eso va a requerir otro juicio que tienen ella y otros comandantes de las fuerzas armadas involucrados.

Esta sentencia está asentada en el criterio de que Áñez desconoció la Constitución. La Constitución establece que solamente hay un orden de sustitución de mando que va del presidente al vicepresidente, del vicepresidente al presidente del Senado, de éste al presidente de Diputados. Sólo puede ser presidente del Senado o presidente de los Diputados alguien de la fuerza mayoritariamente elegida en la votación.

Ella era senadora de una fuerza minoritaria. Violó la Constitución. Éste es un juicio sobre ese tema. Es una sentencia necesaria, pero es el primer paso de otros que deben establecer responsabilidades sobre la muerte de 37 personas, de más de 500 heridas y de más de mil 200 encarceladas ilegalmente. (PE/Página 12)


 

En un mundo convulso, donde las interpretaciones se vuelven tan distantes unas de otras y hay una imposibilidad que pese a las posibilidades, se reduce de comprender la interpretación del “otro” encerrados como estamos en las defensas de “lo propio” <Aunque no este tan clara la concepción respecto a la identidad que nos signa y por ende a las diferencias insalvables respecto de la identidad del otro>, La inteligencia artificial no es mas que mas alimento a las formas alienadas con las que nos relacionamos. Perdemos de vista el foco. Lo humano es para la humanidad y no para unos pocos. La Humanidad se expresa de “diversas”, “multiples” y “complejas” identidades que, en distintas dimensiones de la vida, convergen en su perdurabilidad. Mientras no comprendamos el destino común de ser comunidades y el destino individual de ser “diferente” en cada comunidad, la Humanidad seguirá repitiendo con mas o menos tecnología, los mismos horrores que apuestan a destruirnos entre nosotros. Nadie se salva solo. Que cada quién haga su parte.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack


[1] «Ucrania: Los banderistas del regimiento Azov ‎cambian su emblema», Red Voltaire, 3 de junio de 2022.

[2] El autor de este artículo, ‎Thierry Meyssan, es precisamente el autor de L’Effroyable imposture (La Gran Impostura: Ningun Avion Se Estrello En El Pentagono), ‎el libro que sacó a la luz las mentiras sobre los hechos del 11 de septiembre de 2001. Nota de la ‎Redacción.

[3] “Colin Powell Speech at the UN Security Council”, por Colin L. Powell, Voltaire Network.

[4] «La ocupación de EEUU causa la muerte de más de un millón de iraquíes», por Dahr Jamail, Michael Schwartz, Joshua Holland, Luke ‎Baker y Maki al-Nazzal, Red Voltaire, 15 de febrero de 2010.

[5Les Armées Secrètes de l’OTAN, Danielle Ganser, Demi-Lune (2007).

[6] «Los programas militares secretos en Ucrania», por Thierry Meyssan, ‎‎Red Voltaire, 31 de mayo de 2022.

[7] «La alianza entre el MI6, la CIA y los banderistas», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 12 de abril ‎de 2022.

[8] Ibid. «Los programas militares secretos en Ucrania».

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